Bernardo Alonso
1
El asfalto y sus líneas entrecortadas se alumbraban con los faros del
auto mientras la oscuridad devoraba todo.
Venían curvas, subidas y bajadas. El frío traspasaba el parabrisas. Mis
manos temblorosas sobre el volante; no me importaba la aguja del velocímetro.
No llegaba al escape ni al olvido. Sonaba en repetición nuestra canción
a todo volumen cuando dos luces me iluminaron desde el sentido contrario, el
interior del auto se encendió y mis ojos se cegaron. Mi pie pisó a fondo el
acelerador y el rugir del motor me enfiló a lo desconocido mientras sentí
liberarme por el alivio que en meses nunca había asomado.
Momentos de soledad y la pérdida de mi consciencia se apagaron con el
parpadeo de luces y la bocina del aterrorizado conductor. El vértigo me inundó,
viré sin voluntad a mi carril, el corazón me salía por el cuello, el helado
clima se tornó bochornoso. De nueva cuenta el rencor a mí mismo junto con los
hermosos y terribles recuerdos volvieron a atraparme.
2
Emergí de mí, con la boca seca, las palpitaciones aceleradas y el blanco
techo del lugar dando en la cuenta que mis tobillos y muñecas estaban atados al
barandal de la cama. En efecto, otra vez en el mismo hospital con la sonda,
bata azul y el irritante pitido de mi corazón en el aparato.
En ese momento recordé la terrible recaída en la cena de navidad. Ya lo
tengo más claro, no soporté la velada con mis padres y hermanos, me salí de su
casa a buscar en mi departamento el polvoso salvamento escondido en el librero
y después cinco tragos de la botella oculta en el retrete, se hizo el brebaje
perfecto para encaminarme a casa de la familia de Rebecca.
No podía soportar estar apartado de ella ni de los niños. De una
aspirada quería suprimir el pasado, volver a aquellos tiempos de paz, ternura y
amor para esfumar la mierda de vida que sufría.
Entré como pude. Con ansiosa actitud, interrumpí la pacífica cena. Camisa
mal abotonada, desfajada, peinado andrajoso y habla entrecortada. Trastabillé al
tratar de estrechar a Rebecca. James, su fornido hermano, brincó desde el otro
lado de la mesa sin permitir el abrazo añorado por mí. Me sorrajó un puñetazo
que me sentó sin desconectarme. Podía ver desde el suelo el drama en las
pequeñas caras infantiles, su llanto y cómo fueron sustraídos del hermoso salón
iluminado con el candelabro de cristal pendiendo sobre aquel enorme comedor
Luis XVI donde tantas veces fui el centro de atención e interpreté a pedido de
los comensales mis exitosas baladas, con la voz y talento que no están más
conmigo. Ahora ese lugar era deslumbrante y el sabor de mi sangre en la boca me
anclaba a la tierra.
Tres hombres me
sacaron de la mansión a rastras subiéndome a un auto. Me desvanecí en el
trayecto a casa de mis padres, que acostumbrados a estas escenas me esperaban
para internarme a la rehabilitación por enésima ocasión.
3
—Gracias, señor juez. Su señoría y los honorables miembros del jurado
han presenciado el desahogo de pruebas irrefutables que hacen a Nicholas
Ferdinand Thierry una persona carente de la capacidad adulta de cuidar, criar,
e incluso convivir con sus menores hijos Jeremiah y Alessandra. Las
probanzas más que suficientes, acreditan las innumerables
ocasiones en que tanto la vida de la señora Rebecca O´Shea como la
de los propios menores corrieron grave riesgo. Verán que no solo hablamos de malos comportamientos, descuidos,
ofensas, o vergüenzas sino amenazas reales a sus personas —con claridad y
atrayendo la atención, el abogado de Rebecca se dirigía al juez y jurado que
sin duda me arrancarían merecidamente a mi familia, mientras se paseaba por el
elegante juzgado con piso, muebles y paredes de madera, una bandera americana
imponente y la sala colmada de curiosos que en sus expresiones favorecían el
perfecto actuar del jurista.
—Solo les recuerdo a los miembros de este jurado la ocasión, una entre
muchas, cuando el aquí demandado bajo los efectos de la cocaína y alcohol en un
arranque de euforia desmedida trató de aventar al vacío a la pequeña
Alessandra, o también el intencional incendio en el domicilio conyugal. Es de
público conocimiento y constituye un hecho notorio que este señor fue, y lo
digo en pasado, un gran cantante y compositor. Obtuvo muchos premios como
Grammys, Brit awards, condecoraciones extranjeras. ¡Un verdadero prodigio de
nuestra cultura! Todo esto se vio opacado por los denigrantes escándalos que su
inocente familia ha tenido que vivir —me señalaba el elegante abogado sin
importarle mis sentimientos. Era su dedo acusador el que me apuntaba dirigiendo
cual batuta de una orquesta la mirada del jurado. La expresión del vetusto juez
con su oscura toga asemejaba la mirada de la directora de mi escuela cuando por
primera vez me descubrieron vendiendo mariguana en la secundaria.
—Mis alegatos sobran si seguramente ustedes hojearon algún periódico o
revista los últimos cinco años, pudiendo ver el uso desmedido de esta persona
de todo tipo de drogas, alcohol, violencia y abandono como elementos
recurrentes en la vida del señor Nicholas Ferdinand Thierry —la verdad asomaba
por sí misma en las palabras del abogado, solo tuvo que decir la verdad,
mostrar los periódicos y fotografías de paparazzis que evidenciaban mis vicios
e incapacidad paternal. Era ineludible el desenlace.
—Concluyo esta exposición exhortando al respetable sínodo para que actúe
en aras de proteger y cuidar a la familia, dejando en claro que los excesos de
este señor deben de prohibirse en el futuro, que los menores no pueden estar
más en contacto con él, que su aislamiento de la familia es imperativo para
salvar la integridad y vida de Rebecca, Alessandra y Jeremiah. Eso es todo su
señoría, gracias por su atención señores del jurado —el impecable letrado tomó
asiento con la fría mirada en mí sin expresión alguna.
Pasaron unas horas y sonó el martillo en el estrado del juez para
anunciar lo inevitable.
4
Volvemos al aire en cinco, cuatro, tres...
—¡Ay Sara! Te lo cuento y parecerá un déjà vu, pero la nota del
fin de semana indiscutiblemente es la que otra vez protagonizó Nick Thierry,
ahora en Bal Harbour en Miami —dijo con tono intrigante y afeminado Albert
Tesla vestido con un saco color vino de terciopelo y una camisa verde color
fosforescente desabotonada del pecho, enmarcando la cara con lentes de armazón
grueso y negro sin cristales y un peinado rapado a los lados peroxidado con tono rubio artificial.
—Cuéntamelo todo Albert —cuestionó Sara Clintock, la afamada reina de
los chismes de la farándula desde hace más de treinta años con el programa de
televisión estelar en toda la costa del Pacífico. Contrario a Albert, ella
vestía con un clásico vestido sastre azul pastel, tacones blancos y un peinado
de abuelita que la hacía ver falsamente inofensiva sí no abría la boca.
—Pues te cuento, que el afamado cantante hace no menos de un mes salió
de nueva cuenta de rehabilitación de la carísima clínica Ocean Medic por drogas
y alcohol, pero al parecer no le sirvió de nada ¡Que le regresen el dinero! —con
la risotada provocadora y ademanes exagerados Albert escandalizó a Sara que soltó
la misma carcajada diciendo— ¡Ay! Albert eres venenoso.
—Verás, Nick estaba de viaje por Florida haciendo compras navideñas
acompañado de su hermosa esposa Rebecca O´Shea y sus dos preciosos hijos Jeremy
y Alessandra cuando al parecer el valet parking del centro comercial, imagínate
Sara, ¡chocó el auto de Nick!
—¡No es posible! sabemos cómo es Nick, ¡por dios! que valet parking tan
estúpido —volvió a reír burlonamente Sara.
—Así es, ¡el perro es rabioso y lo provocas! Se puso como un demonio y
frente a su familia golpeó a dos empleados, destruyó propiedad de Bal Harbour,
vamos, hizo de las suyas, ya sabes, hizo Thierriadas.
—¡Ay Albert! ¡Thierriadas! ja, ja, ja, vas a acuñar el término otra vez
como con Charlie Sheen.
—Mira, este está peor, pero verás que llegó la policía y la escena fue
tristísima, lo trataron de subir a jalones a la patrulla, le aplicaron el
inmovilizador eléctrico pero seguro venía con varias líneas de coca y tuvo que
llegar otra patrulla para someterlo. Pobres chicos, pobre Rebecca estaban aterrorizados,
trataban de calmarlo; pero ¿quién detiene a ese animal? Es imparable en ese
estado, lo sabemos.
—Qué lástima Albert, ellos son las víctimas de este individuo, pobres
criaturas, como van a crecer viendo eso a cada rato, ¡ay! no es posible, que
lamentable ver a tu padre así —con sincera congoja expresó Sara.
—¿Recuerdas al Nick Thierry de los noventas? Juvenil, amable, talentoso,
su escultural figura, sus musculosos brazos y abdomen, hasta sus lindos ojos
azules con la cabellera de león, ahora no es ni la décima parte. Está acabado
físicamente: panzón, encorvado, ojeroso y hasta arrugado a sus cuarenta y
tantos, se lo han comido las drogas. Es violento, prepotente e impredecible, y
de la voz ni hablemos, su último disco tuvo que hacer duetos para poder tapar
su desafinada voz —dijo con inusual seriedad Albert Tesla.
—Así es Albert, que calamidad vive esa familia. Pero hablando de cosas
más agradables vamos con Richard Gómez que nos tiene un avance de lo que nos
espera mañana con los premios de la academia, que obviamente Nick Thierry verá
desde la celda, adelante Richard…
5
—Pero a ver Nicholas, no has hablado en toda la sesión, tus compañeros
nos han compartido sus testimonios y experiencias, vamos Nicholas dinos algo.
—¿Qué tengo que hablar? a mí me obliga un maldito juez a venir, yo ni
quiero estar aquí con todos estos viciosos y fracasados de mierda en este
asqueroso gimnasio que huele a orines.
—Vamos Nicholas, conoces las reglas: oír y respetar.
—¿Qué carajos quiero oír a estos perdedores hablar? me importa poco
quienes son y qué coños les pasa, por mí que se mueran de borrachos.
—Bueno Nicholas, si no tienes nada que aportar al grupo te pido te
salgas del salón inmediatamente, pero sabes que no firmaré el acta de
rehabilitación para el juez.
—¡A la mierda con usted, el juez y estos jodidos! ¡A la mierda con sus
sermones y las historias de estos! ¡Me voy beber y a fumar con mis putas! ¡Adiós
cobardes!
6
Sabía que llegaría el momento de sentirme como en el mismo infierno si
dejaba las botellas, las jeringas y las líneas. Todo comenzó cuando desperté
hacia una pesadilla terrenal con el rostro empapado y el pecho latiendo al son
de banda de guerra. Un calambre en mi abdomen completó el despertar para
sacarme de aquel letargo. Estaba completa e involuntariamente encorvado
mientras escuchaba el ensordecedor zumbido en los oídos.
Creí morir en ese instante, un infarto o muerte súbita. No me
sorprendería haber muerto así, lo que me enojaba era que después de tomar la
decisión de cambiar, limpiarme y hacerlo todo por mi familia se haya
interrumpido el proceso por un maldito y repentino paro cardíaco. Mi lengua
estaba áspera y seca como el asfalto de una carretera.
Pasaron algunos minutos y caí en la cuenta que no iba a morir, mi abdomen
se relajó y pude incorporarme sin el zumbido y con gotas de sudor tapándome los
ojos. Inmediatamente entré en congelación y sentí entrar al Polo Sur, el frío
era imposible de soportar, mi temblorosa mano no pudo tomar la perilla de la
puerta para avisar a una enfermera de mi condición.
7
Ya era mi costumbre evitar el pasillo cuatro donde se vendían las
bebidas alcohólicas, ni siquiera volteaba a verlo, mi mayor atrevimiento era ir
al tres y de regreso al cinco. Me lo prohibí para permitirme vivir, sabía que
la tentación y el riesgo nunca se alejarían, sólo tenía que aferrarme a la vida.
Tomates, cereal, jamón, pan y leche estaba escrito por mi sirvienta
Margarita con pésima ortografía y escritura propia de su origen en un mínimo
pedazo de papel con un borroso lápiz. La memoria viajó a mi infancia por el
ferroso olor que dejó en mis manos empujar el carro del supermercado cuando mi
madre me subía para hacer la compra.
Súbitamente y de la nada escuché la voz que retumbó en mi recuerdo, ese
tono agudo, cálido y sonoro.
—Nicholas ¿Cómo estás?
Voltee a mis espaldas sosteniendo el suave paquete de pan al reconocer
su voz.
—¿Becca? ¿Cómo estás?
Pensé que ese momento llegaría algún día, pasó por mi cabeza cuando
terminaron las rehabilitaciones y cuando sufría de la abstinencia, pero ¿en un
supermercado? ¿Con un paquete de pan? ¿Con esta vestimenta y apariencia? La
realidad si que supera a la imaginación.
Pude ver su mirada, se dirigía a mis holgados pantalones, no podía
ocultar la mano temblorosa que involuntariamente seguro le recordaría a
cualquiera mi pasado.
Su mismo perfume me llegó a la nariz, impoluta, hermosa y natural en un
vestido veraniego estampado con flores moradas, que sin estar entallado
delineaba su delgado cuerpo y contrastaba con sus rubios cabellos largos. Los
verdes y cándidos ojos me miraban con ternura, no con el miedo de las últimas
veces, no era lástima, era ternura en verdad.
—Te noto mejor Nicholas.
—Pues voy mejorando, no ha sido fácil, esto es un día a la vez, ¿sabes?
llevo casi dos años limpio y en dos semanas empiezo la grabación de un nuevo
disco.
—Me da mucha alegría verte y saber que vas mejorando.
—¿Cómo están los chicos?
—Alessandra entrará a la secundaria en Boston y Jeremy terminó el
internado en Colbert. Están creciendo mucho y son buenos chicos.
—Gracias a ti Becca, sólo a ti, te lo agradezco.
—Hago lo que puedo, tampoco me ha sido fácil.
—Perdona mi atrevimiento Becca, sé que el juez no lo permite y yo he
sido respetuoso estos tres años, pero ¿podrías permitirme hablar con los
chicos? de verdad estoy mejor, estoy limpio, tranquilo y quisiera que me vieran
así, me haría muy feliz, tú decides como y cuando.
—Mira Nicholas, los que tienen que decidir son ellos, yo solo les
preguntaré y hablaré con ellos. Yo te aviso que me dicen, ¿te puedo hablar a
casa de tus padres?
—Si, ahí me encontrarás.
—Ellos decidirán Nicholas. Tampoco la han pasado bien, sufrieron mucho,
tú sabes.
—Claro, yo lo sé, ha sido por mí y quisiera verlos ahora que han podido
madurar alejados de la pesadilla que fui para ellos.
—Bueno Nicholas, te hablo y veremos qué pasa.
—Gracias Becca, en verdad, gracias.
—Hasta luego Nicholas.
Se alejó justo por el pasillo cuatro, mi mano dejó de temblar, no sentía
palpitaciones, podía respirar a fondo, dejé de sentir la opresión permanente en
mi pecho y sienes, parpadee dos veces y me dirigí por el jamón para terminar la
lista de Margarita.
8
Paciente: Nicholas Ferdinand Thierry.
Edad: 45 años.
Sexo: Masculino.
Inicio del tratamiento: 1 de septiembre de 2011.
Diagnóstico: Trastorno por abuso de alcohol, cocaína y opiáceos.
Nota clínica de visita: Después de dos años y medio de
rehabilitación y terapia comenzando por la desintoxicación médica así como
tratamiento ambulatorio organizado del tipo de grupo en doce pasos, el paciente
no presenta al día de hoy ninguna recaída y tiene una firme determinación en su
abstinencia con el claro objetivo de cumplir la condena judicial de aislamiento
de su núcleo familiar y rehabilitación.
9
Nicholas:
Te escribo esta carta porque me resulta imposible decírtelo a la cara.
Me causó sorpresa tu estado de salud y apariencia, en verdad vi en ti una gran
mejoría y cambio. Esa misma semana platiqué con los chicos. Les expresé mi
sentir al verte y tu estado anímico así como avance, créeme que en verdad hice
los votos para poder reunirte con ellos, pensé que su primera impresión sería
de rechazo y que con el tiempo cambiarían de opinión. Sin embargo a seis
semanas de nuestra charla los muchachos son renuentes a verte. Me resulta muy
triste la situación pero Jeremy está completamente furioso conmigo por
pretender hacerlos volverte a ver, no me perdona mi intención y su terapeuta me
pidió dejar el tema a un lado por un tiempo ya que percibe que Jeremy se aleja
del buen camino cuando tú rondas su mente e involuntariamente trata de
imitarte.
Alessandra está absolutamente aterrada desde que platiqué con ellos,
dejó de dormir por un tiempo y a escondidas toma sus antidepresivos en
cantidades mayores a la prescrita lo que la hace no ser ella.
Esto que te narro no lo soporto más, es como volver al infierno que
habíamos dejado en el pasado.
La respuesta es un rotundo no, te pido te alejes y evites acercarte a
nosotros. Es imposible cumplir tu petición, espero entiendas mi circunstancia.
Yo hubiera querido volver a la vida de antes en la que fuimos felices en
nuestro hogar previo al maldito alcohol y drogas, pero ahora solo me quedan los
chicos y por ningún motivo debo dejar que se descarríen, ya te perdí a ti hace
mucho tiempo. Nos hemos fortalecido pero tu presencia nos hace endebles. Espero
que comprendas.
Rebecca.
10
Fecha: 15 de febrero de 2015
Oficial: Sargento Brandon R. Stewart
Localidad: Beverly Hills, California.
Reporte: Atendiendo a un llamado del sistema de emergencias del 911 a las 22:13
horas, la operadora me indicó actividad de intromisión en propiedad privada en
el 2213 de Woodland Drive. Acudí al domicilio citado y al acercarme al pórtico
me percaté de la presencia de un sujeto de rasgos caucásicos y alrededor de
seis pies de estatura con pantalones de mezclilla y camiseta blanca con manchas
de tierra. Se encontraba parado en una rama del árbol contiguo al jardín de
entrada de la casa. El individuo descrito utilizaba binoculares para ver al
interior de la residencia. Emití la advertencia de ley al sujeto para que
bajara del árbol, haciendo caso omiso de la orden. Posteriormente di la
advertencia al sujeto que estaba invadiendo propiedad privada y con mayor tono
le ordené bajara, a lo cual reaccionó descendiendo bruscamente acercándose a mi
persona sin atender al llamado de tenderse en el suelo. Derivado de su
apariencia de estar bajo los influjos de alcohol o drogas utilicé el
inmovilizador eléctrico sometiendo al individuo ante la resistencia mostrada
desde un inicio. Al aproximarme al sujeto lo reconocí como Nicholas F. Thierry
quien dos semanas antes había sido retirado del mismo inmueble por
allanamiento, conducta escandalosa y acoso a sus menores hijos. Sobre este
hombre pesa una orden judicial de restricción perimetral para no acercarse a
sus menores hijos y ex esposa a menos de quinientos pies. Ante la reincidencia
de violación del mandato del juez fue remitido a la comisaría de Beverly Hills
y reportada su conducta ante el juez de la causa. Se comprobó por el
laboratorio de toxicología de la comisaría que el indiciado había consumido y
estaba bajo la influencia de cocaína y alcohol. Fin del reporte.
Me gustó su cuento, sobre todo la evolución de los personajes. El final es realista pero triste.
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