Eliana Argote Saavedra
21
de mayo del 2030. Los ánimos se encuentran divididos. Al sur, donde los
condominios albergan a una clase media alta, que ha debido construir un muro de
concreto para “protegerse” de la delincuencia y el hacinamiento que amenazan su
estilo de vida, una plazoleta principal exquisitamente adornada con islotes de
palmeras iluminadas marca el centro de actividades, matas de pequeños arbustos
coloridos limitan los espacios, acondicionados para clases de tai chi y
exposiciones gastronómicas. Es de noche, el cielo nocturno se ilumina con fuegos
artificiales y la emoción se desborda en la ordenada manifestación organizada
por un grupo de damas comprometidas con la búsqueda de justicia para el hombre
que cambió la historia de la ciudad. Al norte, una masa humana de rostros
impotentes avanza sobre la vía abarrotada de casas a medio construir y
edificios de departamentos con ventanas acondicionadas a modo de tendales,
donde el escaso viento mece la ropa casi al compás de los trabajadores, maestros,
estudiantes y uno que otro curioso que marchan llevando sobre sus cabezas la
larga lista de desaparecidos, delante de todos, un joven universitario de piel
cobriza eleva un cartel con el enunciado “Cadena perpetua”. Los buses de
transporte público están detenidos y un contingente de policías resguarda cada
movimiento. Los drones se desplazan sobre ambos grupos, proveyendo de imágenes
a las televisoras que han congelado en la pantalla la pregunta que estremece a
todos ¿Costo colateral?
Es
ciudad S, la moderna metrópoli que logró levantarse del caos para convertirse
en modelo de equilibrio económico y que luego de un tiempo aparecería en las
noticias, inmersa en investigaciones, sospechas y acusaciones de la prensa que
convirtió a su gestor, Andrés Suarez, en héroe y luego se encargó de enviarlo a
prisión.
Han
pasado cinco meses ya del día en que este hombre fuera apresado, tiene treinta
y cinco años pero parece de cincuenta, visiblemente delgado y con escaso
cabello, está sentado en el ambiente de visitas, apartado de los demás reos que
lo observan con desprecio, mientras lee la frase congelada en el monitor que se
clava como un puñal en su mente, una confusión de sentimientos lo embarga,
consiguió lo que nadie, piensa, sus empresas, que costó tanto esfuerzo levantar,
su prestigio, construido a pulso ayudando a grupos humanitarios, su familia que
tuvo que huir por el desprecio que despertaba el parentesco con el hombre más
controversial del momento. Un dolor que no alcanza a definir le oprime el
pecho, desazón, angustia, incertidumbre; no puede olvidar los días que estuvo
frente a los familiares de los desaparecidos, sus testimonios que lograron
derretir la coraza de frialdad que lo envolvía, estaba tan acostumbrado a los
halagos, de pronto era como si alguien descubriera el velo dorado que lo
cegaba, escuchaba las atrocidades que se decían de él sintiéndose ajeno a las
acusaciones pero al pasar de los días, cuando la magnitud de los hechos fue apareciendo
frente a sus ojos en imágenes, en verdades que nadie discutía, debió
enfrentarse a la pregunta que tanto temor le causaba… ¿Cómo fui capaz? La
postura erguida fue cayendo, la altivez cediendo, la seguridad
resquebrajándose. Durante el juicio intentaba alejar la realidad trayendo a la
mente los recuerdos de su niñez cuando todo era tan fácil, cuando corría junto
a Miguel, su amigo de toda la vida, tan curioso como él, tan parecido, ojalá
jamás hubiera crecido… Pero Andrés siempre fue ambicioso, partió a la ciudad en
busca del anhelado título de ingeniero, allí encontraría los medios, no
importaba la distancia de sus seres queridos, ni el esfuerzo, cualquier
sacrificio solo era parte del costo, regresaría como un triunfador, sería
reconocido… una combinación de remordimiento y vergüenza lo sacuden de pronto
al recordar a su amigo sentado en el banco de los testigos, acusándolo con una
tristeza difícil de ocultar y sin poder mirarlo, lo había visitado días antes
en la celda, le reclamó, le dijo que se sentía decepcionado de él, ¿qué te
hicieron? Le había preguntado Miguel, ¿qué, para que fueras capaz de hacer
tanto daño? No te reconozco, dijo finalmente y pidió al carcelero que le
abriera la puerta luego de esperar unos minutos la respuesta que él no pudo
dar.
Tres
años antes.
Una
intensa sequía se ha instalado en el interior, los pueblos cuya economía giraba
en torno a la agricultura enfrentan una profunda crisis que afecta también a la
urbe, los productos escasean, los precios se disparan, y la gente del campo comienza
a desplazarse a la ciudad, alterando aún más el frágil equilibrio económico que
existe. Los niveles de pobreza aumentan y la delincuencia se convierte en pan
de cada día.
Miguel,
agotado, a sus treinta y dos años cree haberlo visto todo, se siente impotente
porque a pesar de haber entregado sus fuerzas, sus ganas, y el conocimiento que
le ha proporcionado el participar en tantos proyectos humanitarios, la ciudad se hunde en el caos. No más,
se dice, estar allí no tiene sentido, es tiempo de marcharse. Llena una mochila con todo lo necesario para
un largo viaje, y se interna en el campo; su figura delgada y alta va
perdiéndose en la distancia. Luego de tres semanas, de ver profundas grietas en
la tierra y cadáveres de animales que han quedado regados, se siente tan
decepcionado que está a punto de dar la vuelta, pero decide continuar internándose en la accidentada geografía,
conquistando a duras penas las cumbres de los cerros que se suceden sin
descanso, ayudado por la gran resistencia que adquirió en las tantas
expediciones en que participó, llega a una meseta pero se siente muy cansado y
ya casi no tiene provisiones, decide esperar que amanezca pero al intentar improvisar
una carpa, tropieza y cae sobre una roca filuda, está adolorido, examina su
brazo que tiene una herida, se hace un torniquete para contener la hemorragia y
al levantar la cabeza divisa a lo lejos un verdor inusual, el corazón comienza
a latir aprisa, una sonrisa dulcifica los rasgos afilados de su rostro, no importa
el dolor ante la esperanza, comienza a caminar, falta sin duda un día a pie
pero llega. Es un pueblo oculto entre
montañas y cubierto por un espeso manto de nubes, el aroma sutil de las
orquídeas que colorean la zona, se mezcla con el olor a hierba húmeda y se
introduce por sus fosas nasales casi ahogándolo; pareciera que el tiempo no ha
transcurrido en ese paraje escondido, desde donde está puede ver una amplia
extensión de terreno sembrado donde mujeres y hombres introducen las manos en
la tierra sacando frutos que luego colocan en grandes canastas, no puede creer
lo que ve. Un grupo de adultos se
aproxima con desconfianza, Miguel deja caer lentamente la mochila y saca
una a una las cosas que trae, intenta comunicarse, quiere preguntar tantas
cosas, contar algunas otras pero desiste y muestra su herida. Los pobladores lo
atienden y poco a poco va ganándose la simpatía de la gente, pasado un tiempo decide
quedarse allí para siempre.
Han
pasado cinco meses y ya puede comunicarse a través de señas y algunas palabras
que ha podido aprender. Investigador como es, comienza a observar las
costumbres de aquella gente, tiene que descubrir por qué el caos que se ha instalado
en el resto de los pueblos no ha alcanzado a este de costumbres sencillas, que ni
siquiera aparece en el mapa. Comparte mucho tiempo con Nahuel, el jefe de la
comunidad, este le cuenta que años atrás tuvieron contacto con la civilización,
fueron incorporados a una cadena turística y todo marchaba bien pero ante el
cambio de administración que dispuso el nuevo gobierno, fueron engañados y
explotados. Decidieron aislarse voluntariamente, a partir de ese momento la
enseñanza sería impartida solo en su lengua originaria. El sincretismo se
manifestaba por doquier, marcas primitivas y collares hechos de huesos de
animales convivían armoniosamente con los mantos atados al cuerpo para cubrir
su desnudez, fonemas castellanos afloraban unidos a su dialecto y un asomo de
oración al Dios creador “por si acaso” sucedía a los rituales de agradecimiento
a la tierra.
Una
mañana mientras se preparaban para la labor de siembra, llegó una mujer
completamente alterada, señalaba un camino que se abría entre los cerros, el
rostro del líder fue tornándose preocupado. Han llegado al pueblo, le dijo a
Miguel, una familia entera. Por la descripción que escuchó, el muchacho supo que
se trataba de campesinos huyendo como tantos en busca de alimento, cuando llegaron
al lugar sin embargo, vieron la palidez de sus rostros, sus cuerpos desnutridos
y desfallecientes, era evidente que estaban enfermos. Nahuel dio órdenes
precisas para que nadie se acerque a ellos, que les alcancen alimento indicó.
Por la tarde regresaron a verlos y en un gesto repentino uno de los forasteros
se acercó al jefe comunal para besarle la mano.
Aquella
mañana Nahuel había participado en la cosecha, sus manos, como las de todos,
estaba llena de heridas abiertas por el esfuerzo. No pasó mucho tiempo antes de
que cayera preso de la fiebre que había matado a los visitantes. Miguel conocía
los síntomas que lo aquejaban, había participado en varias organizaciones llevando
vacunas para curar enfermedades como esta; ante la inminencia de la muerte de este
hombre a quien admiraba tanto, decidió partir en busca de medicina. Se marchó en
un bote rústico, construido por los mismos pobladores y tardó varios días en
llegar a un pueblo ribereño, allí abordó una embarcación que lo llevaría a la
ciudad. A medida que avanzaba, las noticias eran abrumadoras, los puestos de
medicina habían sido saqueados como todos los comercios, no podía hablar, de
haberlo hecho hubiera causado una invasión masiva a aquel pueblo donde nada
faltaba en medio de sus costumbres básicas. Así fue que decidió acudir a su
amigo de toda la vida con el que se había encontrado mucho tiempo atrás en una
jornada de salud.
El
encuentro fue emotivo, Andrés, ingeniero agrónomo especializado en alimentos se
encontraba a cargo de la jefatura de un plan
de mejoramiento de tierras, no dudó en ofrecerle su ayuda. La discreción es
vital, advirtió Miguel, este pueblo es quizá el último bastión de un ecosistema
natural que está a punto de desaparecer. Andrés se sintió maravillado con aquella
revelación, tienes mi palabra dijo, pero necesito estar allí, tengo que
descubrir qué ocurre en ese lugar que describes y que parece ajeno al mundo. Se
aprovisionaron de medicinas y emprendieron el viaje. Al llegar, el pueblo estaba
vacío, las viviendas sin puertas tenían ramos de hierba en la entrada, y el
camino de tierra que los separaba estaba plagado de pisadas frescas, las
siguieron, a unos metros la población entera estaba reunida en el campo común
que utilizaban para el sembrío, todos permanecían arrodillados en círculo con orquídeas
en las manos y un anciano daba vueltas en una danza extraña, entonando un canto
confuso aun para Miguel que conocía el dialecto de los pobladores. ¿Qué está
sucediendo? Se preguntaron. Minutos después los moradores se levantaron, la
bruma casi cubría la mitad de sus cuerpos, colocaron las ramas sobre la tierra
que había sido removida recientemente y se retiraron en silencio, pasando uno a
uno delante de ellos, Nahuel había muerto.
Diez
meses después de la muerte del jefe de la comunidad, la gente seguía
desplazándose de un pueblo a otro en busca de comida, los animales morían por
falta de pastos, era imposible la permanencia en un solo lugar pero un tema
comenzó a empoderarse de todas las charlas, regándose por los pueblos: “los
desaparecidos”, hablaban de gente que enterraba a sus muertos y que al volver
para rendirles culto, no encontraba los cadáveres, las fosas habían sido
violentadas sin el más mínimo cuidado, las autoridades no prestaban atención a las
denuncias, había asuntos más importantes de qué ocuparse; al pasar de las
semanas esta noticia fue tomando un nuevo matiz, los desaparecidos comenzaron a
contarse también entre los enfermos, qué ocurría, nadie podía atisbar siquiera
a la respuesta.
Ciudad
S.
Pocos
negocios permanecen en pie debido a la crisis económica y a la delincuencia,
las instalaciones del laboratorio ASEFARMA sin embargo permanecen plenamente
activas, una inmensa y moderna propiedad, rodeada de caminos de grava que la
alejan de la caótica vía, un muro sólido de concreto impide la vista desde el
exterior y hombres bien armados se encargan de revisar minuciosamente a la gente
que entra y sale. Dentro, se desarrolla un proyecto que tiene plenamente
ocupados a los químicos, en las centrífugas los tubos de ensayo rotan y luego
del proceso son etiquetados en una rutina que parece no terminar jamás, prueba
fallida A4, prueba fallida A3…. Y se van amontonando en los anaqueles.
Al
cabo de dos años la estructura del poder económico va tomando un tono
diferente, las empresas del rubro energético que siempre lideraron el mercado son
desplazadas por una pujante industria de alimentos, fundada por el mismo dueño
de ASEFARMA y soportada por el conglomerado de empresas de servicios conexos, tales
como distribución, y venta, también de su propiedad. De pronto los comercios
comienzan a abastecerse, los precios se estabilizan y el caos va quedando atrás.
El engranaje que hacía funcionar la economía de la ciudad parecía haber sido inyectado de vida, jamás hubiese podido
imaginar quien lo dijo, lo cerca que estaba de la verdad. El empresario líder
de aquel conglomerado fue reconocido por el alcalde como “hijo ilustre por su
contribución humanitaria al salvamento de la ciudad”. Un periodista diría luego
que al entrevistarlo y recordarle aquel suceso, notó que la palabra
“humanitaria” había estremecido a su invitado llevándolo casi al borde del
llanto.
En
las afueras de la ciudad el paisaje comenzaba a teñirse de verde pero en
contraste con la vida que se respiraba en la urbe y sus alrededores, en el
campo, un desolador manto gris amenazaba con cubrirlo todo.
Aníbal
acababa de llegar de otro continente, diez años fuera de su patria habían despertado
en él un legítimo sentido de patriotismo, ya no era el muchacho ambicioso que
partió, mirando a todos por encima del hombro, en su recorrido por el mundo
descubrió que no había lugar más hermoso que el suyo, ahora vestía polo y
zapatillas y su actitud era tan sencilla como la ropa que llevaba, saboreaba el
sabor dulzón de un batido de frutas mientras buscaba la hermosa geografía que
recordaba haber dejado atrás, venía dispuesto a hacer una serie de reportajes donde
pudiera resumir toda la variedad de ese pequeño paraíso donde había crecido;
pegado a la ventanilla observaba el cielo colmado de nubes blancas que formaban
extrañas figuras. Algunos minutos
después, cuando el avión descendió unos metros permitiendo ver el paisaje,
notó que el avión seguía de largo, y preguntó a la azafata qué sucedía, los
aeropuertos han sido cerrados en varias ciudades, dijo esta, recién están
reabriéndose, habrá que esperar un poco más para que todo vuelva a la
normalidad. De lejos pudo apreciar una extensa zona desierta con focos de naturaleza, sabía de la sequía mas no imaginó
que fuera de tal magnitud. Una vez en la ciudad, buscó la forma de viajar al
interior y solo encontró negativas, los terminales de buses también tenían
cerradas muchas rutas, no había forma de llegar pero Aníbal no se rendiría,
organizó una expedición con unos colegas suyos, periodistas tan temerarios como
él y emprendieron el viaje.
Había
pasado una semana apenas de camino en la 4x4 y el paisaje era desolador, de
pronto se encontraron con una estación de vigilancia controlada por hombres armados
vestidos con uniformes marrones y botas, quienes les impidieron el paso,
aduciendo algo nerviosos que las zonas estaban en proceso de forestación y que
nadie podía ingresar. Ante la actitud sospechosa de aquellos sujetos, resolvieron
avanzar a pie, escondiéndose como pudieran. Luego de tres días, se internaron
en una cueva en lo alto de una montaña para guarecerse del frío, Aníbal se quedaría
a vigilar; avanzada la madrugada divisó un movimiento, un grupo de hombres se
dispersaba entre el follaje seco, parecían llevar los mismos trajes de faena
que habían visto a los vigilantes, eran los llamados “recolectores”; a unos
metros, un pequeño grupo de gente se acercaba con dificultad llevando a duras
penas a una persona en una camilla improvisada, en un instante fueron alcanzados
por los hombres armados que a punto de disparos los obligaron a huir dejando el
cuerpo abandonado en la camilla, dos más cayeron luego de avanzar unos pasos,
los sujetos se acercaron.
¡Despierten!
Gritó Aníbal al grupo, tenemos que detener esto, salieron de la cueva y avanzaron
agazapados, rodeando el monte para no ser vistos, no podían ser descubiertos. Los
recolectores hicieron un juego de luces con las linternas y en el acto aparecieron
cinco más, los cuerpos fueron ingresados en una camioneta que se desplazó hacia
otro de los puestos de vigilancia, apenas a unos metros. Uno de los periodistas
que acompañaba a Aníbal, quedó alerta a los movimientos, comunicándose por
radio con el resto, la camioneta llegó a la estación y dos sujetos quedaron
resguardando la entrada.
Aníbal
logró llegar al puesto de vigilancia sin ser visto, encaramado en el techo
grababa todo lo que ocurría, suciedad por doquier y un olor putrefacto casi
irrespirable inundaba el lugar, plásticos colocados en el suelo a modo de
camillas y grandes depósitos de alcohol. El recolector se acercó a uno de sus prisioneros
de aproximadamente cincuenta años que parecía agonizar y cuya mirada
inexpresiva se perdía en la imagen de su captor, estaba tan cerca que era
imposible no reconocer en el enfermo a un hombre como él pero sin duda no lo veía
como tal. Eran dos condiciones abrumadoramente diferentes y la línea que las
dividía, no se originaba en ninguno de los conceptos conocidos como signos de
segregación, para el recolector, hacía tiempo todo eso había perdido
significado, era época de sobrevivir, si no había muertos, había enfermos a
punto de morir y nadie en su sano juicio podía reclamarle por aquella
circunstancia donde la indiferencia y la resignación se comunicaban en un
lenguaje perverso de complicidad. Lo desnudó y se encontró con un llanto
apagado en la mirada del enfermo, lo observó con indiferencia y le cubrió la
boca asfixiándolo para limpiarlo luego con un trapo mojado en alcohol.
Más
allá, una mujer sentía la tierra arañar la delgada piel que envolvía, el saco
de huesos en que se había convertido, sin embargo, pensaba en el hijo muerto que
había logrado enterrar, el lactante que no pudo alimentar porque estaba
desnutrida, era inevitable, ella moriría, sí, como murió su hijo, pero al menos
él no sería convertido en abono dentro de un laboratorio. Miraba a su captor y
un asomo de sonrisa se cobijaba en la dulce sensación de venganza que le
producía ocultárselo a su enemigo... aquél no se saldría con su gusto, no con
su pequeño.
Aníbal
seguía grabando horrorizado, tenía que hacer algo, comenzó a retroceder con
cuidado por el techo pero una madera suelta cayó. Enseguida uno de los vigilantes
que permanecían en la entrada trepó, lo llenó de insultos y le arrancó la
grabadora que tenía en las manos, iba a tirarla cuando un disparo certero de
uno de los periodistas que había logrado acercarse suficiente, lo inmovilizó. El
otro hombre de marrón se había escondido tras la puerta y desde allí comenzó a
disparar. Recolectores y periodistas se encontraron de pronto en un fuego
cruzado, Aníbal que había quedado en el techo, le quitó la cámara al hombre que
cayó muerto y pudo escapar. Se reunió en la cueva con los que habían logrado
sobrevivir y debieron esperar hasta que los recolectores se alejen llevándose
los tres cuerpos que habían conseguido, su cuota del día. Debían marcharse
pronto porque vendrían más hombres, estaban seguros de ello, la huida duró una
semana pero llegaron a la ciudad. Una vez allí entregaron una copia a una
televisora local y publicaron otra en una revista universitaria de gran demanda
a la que tuvieron inmediato acceso por el interés de los jóvenes respecto a las
denuncias de los pobladores a los que estos sí prestaban oídos, así, la
historia detallada de todo lo que habían visto en su viaje fue difundida a
través de ambos frentes.
Fue
la prensa, que gracias a la atención mediática que despertaba el tema decidió
meterse de lleno en la investigación, esta duró meses pero lograron llegar
hasta la cabeza: Andrés Suarez. En el juicio, en medio de los interrogatorios
se descubrió que aquel laboratorio experimentaba con seres humanos para
convertirlos en “abono”. Pero ante el horror de aquel descubrimiento una
pregunta quedaba flotando en las mentes confundidas de todos. No fue sino hasta
que Miguel se presentó en la cárcel preguntando por Andrés, cuando al salir fue
detenido y llevado ante las autoridades y dio su manifestación, que se pudo
comprender el porqué. Miguel había seguido el curso de las investigaciones,
apenas unos días antes había llegado a la ciudad buscando a su amigo, cuando se
enteró de las noticias no podía creer lo que escuchaba pero fue atando cabos y
quiso cerciorarse de la verdad, buscó a Aníbal; ante las pruebas que le mostró
el periodista no cabía la duda. La desazón se apoderó de él, la culpa por haber
acudido a Andrés, quien siempre demostró que era capaz de lo que fuera por
conseguir su propósito, le contó a Aníbal acerca de la estancia de ambos en
aquel pueblo perdido, el interés que mostró su amigo en saber acerca de las
costumbres, la expresión en su rostro cuando presenció el entierro de Nahuel,
sus teorías acerca de la descomposición de los cuerpos en medio de aquella
condiciones atmosféricas únicas y su posterior desaparición.
El
último día del juicio, el abogado presentaba su alocución de cierre ante la
corte, argumentando que en una guerra siempre hay costos que deben asumirse, y
que ese episodio que habían vivido podría equipararse a una guerra, que su
cliente no sabía que los cuerpos que llegaban al laboratorio eran de personas
enfermas, que él jamás autorizó esas matanzas, que le debían a su cliente el
haber salvado a la ciudad, “si es que no al país” del caos, su cliente cometió
un error, se cegó en su propósito… Sentados entre los asistentes, Aníbal ardía
en rabia mientras Miguel se sujetaba la cabeza con las manos. En el banquillo
de los acusados, ante la posibilidad de una condena de por vida, Andrés se
levantó recobrando la antigua postura erguida de años atrás y pidió la palabra,
el juez accedió.
“No
sé si merezco la cadena perpetua, dijo, cometí un error y fue la inconsciencia,
creí que todo era válido por salvar a mi ciudad, las cosas se descontrolaron, ahora
ya no sé nada, no sé quién soy o en qué me he convertido, créanme que si
pudiera regresar el tiempo lo haría pero no puedo, algún día nuestros hijos nos
juzgarán por nuestros actos presentes, pero piensen en esto: sin vida no hay
futuro y yo les di la oportunidad de seguir viviendo”
20
de mayo del 2,030. En las redes sociales se convoca a dos marchas, en el sur
para pedir que se lleve el caso de Andrés Suarez a instancias superiores y sea
liberado, en el norte para que se le condene a cadena perpetua. La convocatoria
estaba hecha.
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