jueves, 20 de agosto de 2015

Un cocodrilo extraviado

Bérnal Blanco


(Séptimo capítulo de “Abril” o “Las aventuras de una bomberita”)


AQUELLA MAÑANA, AL día siguiente del incendio en el campanario, papá había vuelto de la estación y hablaba con mamá mientras comían naranjas en el jardín. Era urgente trasladar a Perla a otro sitio y Gabo, al parecer, deseaba ayudar. La conversación era muy seria para mamá.
—¿Gabo quiere adoptarla? —preguntó ella asombrada.
—¡Ajá! —respondió papá, un poco distraído, dando mordiscos a una naranja jugosa recién bajada del árbol.
—¿No es que él ya tiene un perro?
—Sí, Roco —respondió atragantándose.
—¿Entonces está dispuesto a tener dos perros en su casa?
—Eso fue lo que yo le entendí. Anoche, cuando hablé con él, me dijo que tal vez su perro y Perla puedan hacerse compañía —dijo, prestando mayor atención a sus palabras.
—¿Le dijiste que ella va a ser mamá?
—¡Claro que sí!
—¿Y piensa quedarse también con los perritos cuando nazcan?
—¡Eso habrá que verlo, Eli! Él ama a los animales pero vive solo. No creo que pueda hacerse cargo de toda una familia de perros.
—¿Y crees que él pueda atender el parto?
—Para nada —le dijo, poniendo mucho énfasis a la frase—. Tendremos que ayudarlo. Esa podría ser una bonita experiencia para Abril, ¿no crees?
—¿A qué te refieres?
—¡A asistir a Perla cuando vayan a nacer los perritos!
Continuaron la conversación y luego papá fue a dormir. Él tiene que descansar mucho cuando está en casa porque trabaja en turnos de veinticuatro horas, desde las ocho de la mañana de un día hasta la misma hora del siguiente. Como hay tantas emergencias en Litoral, él siempre llega trasnochado y muy cansado.

§

MÁS TARDE VOLVÍ de la escuela. Papá dormía. Luego de almorzar, mamá y yo, sentadas a la mesa, sosteníamos nuestra acostumbrada “tertulia de la tarde” —como dice ella—. Las ventanas estaban abiertas y la brisa movía un poquito el árbol de durazno del jardín.
—¿De veras papi dijo eso?
—¿Qué te parece? —me preguntó, susurrando, como mi cómplice que es—. ¿Te imaginas tener la oportunidad de ver nacer a los perritos? —dijo, frotando sus manos.
—Yo sería muy feliz.
—Entonces anda y llama a Fabián. Dile que más tarde iremos por Perla.
—¿A qué hora?
—Como a las cuatro.
Entonces fui e hice la llamada. Siguiendo las indicaciones de mamá, le conté a Fabián la idea de llevar a nuestra amiga a casa de Gabo.
Más tarde fuimos los tres a recoger a Perla. Fabián nos estaba esperando y nos la entregó. Él sabía que aquello era lo mejor para la perrita pero a la vez sentía mucha tristeza. Él quiso acompañarnos pero su mamá le dijo que no pues era probable que tardáramos en regresar.
—¡Cuídenla mucho! —nos dijo, casi llorando.
—No te preocupes, Fabián. Un día de estos la llevaremos a un veterinario. Si todo está bien trataremos de que tenga a sus perritos en casa de mi amigo. Él tiene mucho espacio y allí será muy feliz —le dijo papá, procurando tranquilizarlo.
Entonces nos despedimos y salimos rumbo a la casa de Gabo.
Cuando íbamos de camino, en la radio de mi papá, que siempre está conectado con la estación de bomberos, se escuchó una alarma.
—Fran, ¿me copias? —dijo una voz.
—Sí, base, lo copio.
—Sabemos que estás en hora de descanso pero tenemos varias emergencias a la vez y el personal que tenemos no da abasto.
—¿De qué se trata?
—Un cocodrilo entró en una vivienda y la familia ha solicitado ayuda. Tenemos a Jiménez disponible aquí en la estación, pero nos hacen falta dos hombres más.
—Yo podría ayudarlos y estoy llegando a casa de Gabo. Quizá él pueda acompañarnos.
—Pero papi, ¿vas a ir…? ¡Estás de descanso y tenemos que atender a Perla! —interrumpí.
—Abril, hay una familia en peligro y es mi deber ayudar. Estas son cosas que suceden pocas veces. No me habrían llamado si no fuera una emergencia real —me explicó, presionando un botón en la radio para que en la base no nos escucharan.
—Base, ¿me copia? —continuó.
—Te copio
—En cuanto hable con Gabo informo si podemos apoyarlos.
—Entendido.
Continuamos nuestro camino y en unos minutos llegamos a la casa de Gabo. Mi papá bajó del auto de prisa y corrió a buscar a su amigo. Mamá, Perla y yo nos quedamos en el auto esperando. 
Gabo vive en una pequeña casa de madera construida en el centro de una propiedad hermosa y grande, con muchos árboles. La puerta de la casa se abrió y los vimos conversar.
Minutos después regresaron. De manera apurada papá nos dijo que Gabo estaba de acuerdo en ayudar con la emergencia del cocodrilo, así que subieron al auto y nos dirigimos de inmediato a la Estación Norte.
Mientras íbamos papá se encargó de presentarnos.
—Eli, Abril: él es Gabo, mi compañero y amigo ¬—dijo, mientras manejaba.
Luego, dirigiéndose a él dijo:
—Gabo, te presento a mi esposa, Eliza, y a mi hija, Abril.
—Hola Gabriel, mucho gusto conocerte —dijo mamá— me puedes decir Eli.
—¡Hola! —fue lo único que dije yo— alzando la mano y saludando, con algo de timidez.
—En realidad siento que ya las conozco: ¡es que me han hablado tanto de ustedes! —dijo.
Las dos sonreímos y nos volvimos a ver como queriendo decir entre dientes a papá: «¡ojalá que hayas dicho cosas buenas de nosotras!».
—Igualmente, Gabriel. Fran nos ha hablado mucho de ti —respondió mamá con amabilidad.
—¡Ah! Y esta debe ser la famosa Perla —dijo Gabo, tratando de acariciarle el lomo, mientras yo la sostenía en mis brazos.
Pero ella, siendo una perrita de no muy buenas pulgas, se erizó y le mostró sus dientes, gruñendo, como si dijera: «¡cuidado me tocas!».
—¡Huy, qué gruñona! —dijo, alejando su mano.
—Ya tendrá tiempo de conocerte, Gabo, vas a ver que es muy tierna —le aclaró mamá.
Y luego dirigiéndose a papá le dijo:
—Fran, ¿qué haremos Abril y yo mientras ustedes atienden la emergencia?
—Me parece que no habría problema en que nos acompañen. ¿Qué piensas Gabo?
—Ningún problema. Ustedes pueden quedarse lejos del peligro —respondió, mientras seguía tratando de hacer las paces con Perla.
Yo no dije nada pero cuando mami me volvió a ver mis ojos brillaron de la alegría... y los de ella también: podríamos verlos en pleno trabajo.
Llegamos a la estación. Allí nos esperaba Jiménez quien tenía preparados trajes, botas y cuerdas. Él resultó ser uno de los bomberos más experimentados de Litoral con gran conocimiento atrapando animales. 
Bajamos del auto.
Yo nunca dejo de encantarme con la cantidad de cosas que hay en las estaciones de bomberos: desde extintores pequeños, pasando por mangueras de todo tipo, hasta grandes vehículos como Rubí. Tienen armarios donde cada bombero guarda sus trajes, las botas, el casco y su ARAC completo. Además, todas las cosas están siempre ordenadísimas y súper limpias.
La Estación Norte, donde trabaja mi papá, es muy grande, tiene un segundo piso con dormitorios y salas de reuniones. Abajo están los garajes donde estacionan a Rubí y al resto de camiones de bomberos. Hay una bodega y un comedor.
Cuando suena el tono de emergencia, los bomberos que están en sus habitaciones bajan rápidamente hacia el primer piso por un tubo vertical al que llaman firepole. Yo soy buenísima deslizándome por ese tubo porque mi papá me ha enseñado la técnica correcta. Es muy divertido.
—Papi, ¿puedo ir a tirarme por el firepole? —le pregunté.
—No, Abril. Esto es una emergencia; tenemos que irnos de inmediato —dijo, con prisa.
Me entristecí, pero entendí que era importante salir lo antes posible. Así que subimos a otro auto, propiedad de los bomberos, una camioneta de doble cabina y usada especialmente para emergencias como aquella… y partimos.
—Bueno chicas, nos van a ver en acción —dijo papá, en la cabina, mientras Gabo conducía rápidamente.
En el camino nos presentamos con Jiménez y minutos después llegamos al lugar. Se trataba de una casa solitaria, cercana a la playa donde muchos vecinos habían llegado a ver lo que ocurría.
El cocodrilo era como de dos metros y medio de largo y al parecer había venido desde el río, siguiendo un canal que los dueños de la casa construyeron para que el agua estancada saliera de su propiedad.
El cocodrilo había pasado por debajo de unos alambres de púa y sin quererlo, aturdido por los gritos de la familia, no daba con la salida. Además había tomado otra mala decisión al ingresar a una pequeña bodega. Ahí estaba encerrado, asustado, pero también dispuesto a atacar a quien se le acercara.
Desde la calle, Gabo, mi papá y Jiménez hablaron con los vecinos y analizaron la situación.
—¿No te da miedo, papi? —le pregunté, en voz baja para que los otros no escucharan.
—No, para nada. Jiménez es muy bueno en esto. Vas a ver que todo saldrá bien —me susurró, agachado a mi altura.
Los bomberos planificaron la forma para atrapar al cocodrilo. Todas las personas que estábamos allí debíamos alejarnos lo suficiente. Mamá me ayudó a subir a una enorme piedra en la calle, con la suerte que desde allí podía observar, por encima de la tapia de la casa, a lo lejos, lo que sucedía.
Entonces los bomberos iniciaron su tarea. Lo primero que hicieron fue vestir sus trajes y colocar sus botas y guantes. Tomaron cuerdas y una manta grande y se dirigieron en busca del animal.
Entraron a la bodega y, ante el asombro de todos, cerraron la puerta. 
—¿¡Es en serio…!? Mami, los tres se encerraron con el cocodrilo en la bodega —dije en voz alta.
—¿De verdad?—preguntó asustada, subiendo también a la piedra para poder ver.
Lo que ocurrió en ese momento adentro de la bodega me lo contó papá, con lujo de detalles, cuando ya todo había terminado e íbamos en el auto de regreso a la estación.
—Nos repartirnos al cocodrilo —me había dicho.
—¿Repartirlo?
—Así es: yo, por ser principiante, tomaría su cola; Gabo lo tomaría del lomo; Jiménez lo sostendría del hocico.
—¡Wooow!
—Pero lo primero que debíamos hacer era cansarlo. Para lograrlo le tiramos una manta encima. Jiménez se acercó un poco y lo consiguió a la primera.
»Como no podía ver, el cocodrilo brincó para un lado y luego para el otro. Se retorcía y movía su cola sin control. Durante unos diez minutos estuvimos concentrados en cansarlo.
»En cuanto se calmó un poco Jiménez saltó y lo tomó del hocico. El lagarto, instintivamente, cerró su quijada, pero Jiménez entonces se apresuró y le hizo un lazo con la cuerda. El cocodrilo tiene mucha fuerza al momento de morder o de cerrar su boca, pero es débil tratando de abrirla cuando algo se lo impide.
»Luego Gabo y yo saltamos sobre el reptil siguiendo las órdenes de Jiménez.
—¿Te dio miedo? —le pregunté.
—No, para nada. Yo sentía mucha confianza de trabajar con mis compañeros.
—¡No te creo!
—Bueno, déjame entonces seguir con la historia.
»El siguiente paso —dijo— consistió  en terminar de amarrar al cocodrilo. Jiménez aseguró aún más el hocico, Gabo hizo lo mismo amarrando las patas delanteras del animal y yo me encargué de las patas traseras, atándolas a la cola.
»Lo habíamos inmovilizado totalmente. En ese momento los tres respiramos aliviados —finalizó contando.
Luego salieron de la bodega y lo que sucedió sí pude verlo con mis propios ojos: los bomberos pidieron ayuda a unos vecinos y con mucho cuidado levantaron entre todos al cocodrilo. Lo sacaron y lo llevaron hasta el carro de los bomberos en hombros. Mi papá y sus compañeros nos pidieron esperar mientras iban a soltarlo lejos.
—¿Y cómo fue que lo liberaron? —pregunté, continuando mi interrogatorio mientras volvíamos a la estación.
—Lo que hicimos —siguió contando papá— fue tomar el camino río arriba. Jiménez conoce muy bien la zona y sabe dónde hay mayor población de cocodrilos. Cuando estuvimos en un lugar apropiado, bajamos al animal a tierra y poco a poco comenzamos a desatarlo. Tuvimos mucho cuidado, pues el animal podía responder bruscamente. Por suerte, nuestro cocodrilo estaba muy cansado. Así que cada uno se encargó de desamarrar lo que anteriormente había atado y luego bastó sostenerlo con fuerza para retirarle la manta de los ojos.
»Ese último paso lo hizo Jiménez en solitario, mientras Gabo y yo nos alejábamos. Una vez liberado, el cocodrilo tuvo que esperar un rato más, probablemente para recuperar fuerzas. En cuanto pudo, movió su cola bruscamente pero volvió de nuevo a la calma. Un minuto después empezó a caminar muy lento y luego apresuró el paso hasta que lo vimos perderse al entrar al río.
»¡Qué gran satisfacción ver al cocodrilo libre, entrando al agua! Debió sentirse muy aliviado de volver a casa.
—¡Qué bonito, papi! ¡Qué lindo todo lo que haces! —le dije, cuando regresamos a la estación.
—¿Tú crees?
—Sí. Por eso cuando esté grande yo quiero ser como tú.
—¿Sabes, Abril? Esa es una de las cosas más hermosas que me han dicho en mi vida —me respondió, mientras sus ojos, un poco aguados, se encontraban con los de mamá; Gabo y Jiménez guardaban silencio.

§

EN SEGUIDA NOS despedimos de Jiménez y tomamos nuestro auto para regresar a casa de Gabo.
Al llegar, él bajó de primero y nos indicó que iría a liberar a Roco, a quien había dejado dentro de la casa. Nosotros también bajamos, cruzamos el portón y entramos a la propiedad de Gabo. Dejamos a Perla en el carro. 
En eso, con una alegría de perro amistoso, Roco vino a nuestro encuentro y Gabo tras él: Roco resultó ser un perro Shar Pei hermoso, pequeño, blanco con manchas pardas, negro alrededor del hocico y de orejas caídas. Corría… pero con dificultad. 
—Pobrecito, ¿qué le pasó a él? —pregunté a Gabo, agachándome para acariciar al perro.
—Es una triste historia, Abril —me explicó papá—. Un día de estos le pedimos a Gabo que nos la cuente completa. ¿Verdad? —dijo, buscando al amigo con su mirada.
—¡Ah sí, sí, claro! Ya te la contaré con lujo de detalles —dijo Gabo, distraído mientras cuidaba que Roco no me lastimara.
—Está bien —respondí, pero en realidad quería que me contaran por qué razón al perrito le faltaba su pata trasera izquierda.
Cuando Roco se familiarizó con nosotros, mi papá fue a traer a Perla del auto. Temíamos que ella, siendo temperamental, atacara a Roco. El perro dio varias vueltas olfateándola. Ella le mostró los dientes un par de veces y al parecer Roco comprendió que era preferible guardar distancia. Perla estaba intranquila, con las orejas gachas y el rabo entre las patas. Sin embargo, poco a poco tomó confianza y entonces caminó hacia la casa, merodeando por los rincones. Roco no perdía detalle pero se mantenía alejado. Después de un rato terminaron aceptándose.
—Al parecer se van a llevar bien —dijo mami.
—Yo creo que sí —replicó Gabo, sintiéndose aliviado pues en el camino nos había dicho que tenía temor de que Roco no quisiera a Perla.
Luego entramos a la casa de Gabo, que resultó estar llena de cosas viejas, como si fuera un museo. En el patio trasero había dos casitas de madera, como hechas para jugar de muñecas. Una de ellas estaba un poco vieja y era de Roco; la otra estaba recién construida y sería para Perla. Todos nos sentimos más tranquilos sabiendo que ella estaría mucho mejor allí.

§

UNOS DÍAS DESPUÉS, un sábado por la mañana, Gabo nos llamó para que fuéramos de prisa a su casa: los perritos iban a nacer. Fuimos de inmediato y llegamos a tiempo para ser testigos de la maravilla del nacimiento de dos lindos cachorros. Afortunadamente, todo en el parto salió muy bien y Perla resultó ser una gran mamá. 

Luego de tomar mucha leche, los perritos entraron en un sueño profundo. Roco, merodeando alrededor de las casitas, cuidaba celosamente de su nueva familia.

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