María Elena Rodríguez
Flor Ramírez lleva cerca de ocho meses viviendo sola, su casa de
dos pisos y cuatrocientos metros cuadrados de construcción, de fina y costosa
decoración minimalista, amplios jardines llenos de flores de todas las
variedades y colores, le ha quedado
enorme, desde que Anabel, su última hija de veinte y siete años, se casó.
Voy a tener todo el
tiempo para mí, sí… seguro, son tantas las cosas que tengo que hacer…
Era lo que había estado repitiéndose incesantemente durante esos
meses, siempre con la mirada perdida en el infinito, cuando solía sentarse al
pie del ventanal de su dormitorio el
cual tiene una salida directa hacia el
jardín, pero hasta ahora no concretaba
absolutamente nada que llene y colme
totalmente su tiempo, sus emociones.
Todos los días se levanta a
las siete de la mañana; de forma automática, previo una media hora de
divagaciones mientras mira a través del ventanal acurrucada dentro de sus
cálidas y satinadas sábanas; a Flor le gusta dormir con las persianas abiertas.
Su jornada empieza con una caminata por
los alrededores del barrio. Antes lo
hacía acompañada de Ágata, una fornida perra pastor alemán, mascota de Anabel. Le tomó por sorpresa que
su hija decida llevársela, pues Günter,
quien es ahora su yerno, tiene en su
casa cuatro perros de igual tamaño y raza.
—Ahora te quedas tranquila, ya no tendrás que pasear más a Ágata, ni que desgastarte
tanto peinándola, es demasiado trabajo
para ti— dijo Anabel a su madre.
El día que se llevaron a Ágata, Flor no alcanzó a recordarles sobre
las visitas al veterinario, ni de las vitaminas que debe tomar, o del tipo de
galletas que le gustan, inmediatamente su hija y su yerno le dijeron que tenían
suficiente destreza y organización para cuidar perros grandes. Como fue todo
tan rápido, ni siquiera pudo dar un abrazo de despedida a esa mascota que según entendió, había sido prestada. Se sintió
sola.
Era un día miércoles, esa mañana se alargó su tiempo de ejercicio
y caminata, en la tienda donde compró el
pan, el periódico y una funda de maní fresco y salado, se encontró con el
presidente del barrio quien le dijo que
le harían llegar un documento para que ponga su firma de respaldo, a lo que
ella asintió inmediatamente.
—Es el colmo Flor, volveremos a mandar una carta al municipio, los
contenedores de basura que se colocan en
cada cuadra deben ser retirados todos lo días, si no, se llenan de moscas; perros y gatos pasan hurgando en los desperdicios, y lo que
es peor, seguro que ya mismo aparecerán ratas, ¡sería un desastre!
De regreso se encontró después de mucho tiempo con Zoila, una vecina
que vivía a dos cuadras de su casa.
—¿Caminando sola Flor? ¿qué pasó con tu perra?
—La dueña de Ágata es
Anabel, y sabes que como se casó y…
—¿Se llevó la perra y no te consultó? bueno, los hijos son así,
mejor si esperas poco de ellos Flor, o
mejor nada…
Zoila no se detuvo ni dos segundos para conversar, luego de sus
frases lapidarias siguió de largo y dejó a Flor con la palabra en la boca, o
tal vez ella no tenía nada que responder; se quedó parada sobre la vereda húmeda
mientras a su lado pasaban dos niños con uniforme de escuela a quienes ella quedó mirando por largo tiempo, a la vez
que, junto a una brisa fresca, perdidas en un eco, le sonaron las voces de
sus hijos cuando eran aún niños.
Era miércoles, Flor tenía
dos actividades que cumplir; una era almorzar con sus dos hermanas, y más tarde iba a encontrarse con algunas amigas y antiguas compañeras de
colegio; hasta que den las doce del día,
hora de salir, no tenía nada que hacer.
Al llegar a su casa, inmediatamente se dirigió hacia el
dormitorio, el único espacio que le ofrecía algo de calidez, el resto de esa
enorme vivienda eran solo lugares fríos y sórdidos para su gusto. Abrió el enorme ventanal que daba al jardín, colocó un
almohadón en el piso y se puso a comer el pan (media palanqueta) y luego el
maní salado; decidió que eso sería su desayuno. Flor pensó que debía ser un
poco más ordenada con la alimentación; desde que se fue Anabel ella se había
vuelto muy informal con el estilo de comer, tal vez era momento de
establecer alguna dieta especial, pero
lo pensaría más detenidamente; mañana o tal vez, la próxima semana. En ese instante no le apetecía hacer nada más.
Flor no era muy interesada en las noticias, pero igual se leyó todo el
periódico. Se enteró de la política, la economía, la cultura; nada le
resultó novedoso, se distrajo más
tiempo con las secciones de variedades, vida de artistas y casos curiosos, ese
día, el gran suceso era un listado de
las diez especies de animales que habían
desarrollado tamaños extraordinarios, se informó sobre estrenos de obras de
teatro, descubrimientos médicos, y más primicias.
Estuvo tan distraída que el tiempo le pasó sin que se dé por enterada, así que
de un brinco se levantó, cerró el ventanal dejando el periódico, los restos de
pan y maní regados en el piso; inmediatamente entró al baño a ducharse, tenía
los minutos contados para estar lista, salir y llegar a tiempo, no le gustaba
hacerse esperar.
En sus incesantes reflexiones en solitario, Flor pudo definir y conceptualizar
su estado de ánimo —estaba en reposo— cual agua mansa, silenciosa, como ella misma
solía decir. A veces le colmaba un mutismo total; era común que si alguien le
hablaba se perdía en medio de una conversación.
Manejando el carro rumbo a
la casa de Rocío, su hermana mayor, pensó en Pedro y José Antonio, los hijos
mayores que se mudaron hace cuatro y
seis años respectivamente; por un momento abrigó la ilusión de pasar gran parte
de su tiempo cuidando a nietos que nunca llegaron; entonces se activaban en su
memoria las gastadas muletillas repetidas, unas veces por sus hermanas y otras,
por sus amigas:
Verás Flor, la tarea de
madre nunca se termina, te encontrarás siempre preparando almuerzos para tus
yernos o tus nueras el fin de semana, porque ellos quieren descansar, no
dejarás nunca de ser la mamá que les atiende en todo.
Llevarás a sus hijos a todas partes, tendrás que
comprarles juguetes y todo lo que se les antoje, ya verás, ser abuela también
cansa.
Alguna vez le alertaron con esa idea, pero no fue ese su caso. Sus
hijos eran muy informales, no tenían
expectativas de hacer crecer sus respectivas familias, y si bien le visitaban con sus parejas, no se
concretaron con frecuencia esas escenas tradicionales que ella imaginó, además, en general, los muchachos y Anabel,
por cuestiones de trabajo constantemente estaban de viaje.
¿Qué quisiera?, sí, tener
mis nietos, mis amigas hablan mucho de eso… ¿y si de pronto la decisión de mis
hijos es no ser padres? , ahora las parejas de jóvenes son muy diferentes,
tienen otra visión y otros intereses, además yo pienso que eso está muy bien…
Flor llega a la casa de su hermana
Rocío, la mayor. Era la clásica mujer de
rutinas y estilos de vida convencional, con tres hijos casados, seis nietos y
tres nueras a quienes controlaba —en el buen sentido—, según ella mismo decía; tenía ocupado la mayor parte de su tiempo, y
el que le sobraba era utilizado para interpelar
al prójimo y dar consejos, que mucho se parecían a dictámenes y preceptos, esa tarde no fue la excepción.
—Estás muy sola Flor, de pronto una pareja te haría bien.
Después de su viudez luego de ocho años, tuvo dos relaciones con
las que no llegó a nada, fue muy discreta en las mismas, sus hijos siempre se
mantuvieron alertas, y eso hizo que en ella
se desvanezca en cualquier pretensión de “rehacer la vida”.
¿Rehacer la vida?...como
que mi vida estuviera rota.
—Esperemos que Anabel se embarace rápido, y mejor si tiene hijos seguidos,
eso te ocupará bastante el tiempo. Así sucede cuando uno se queda sola Flor, no
te preocupes.
No estoy preocupada…
Flor no dijo nada, era muy prudente cuando se trababa de los
“consejos” de Rocío, atribuciones que ella se las tomaba de buena manera, sabía que en el fondo se inquietaba
por ella. Cuando llegó Cristina, la
menor de las hermanas y también abuela, almorzaron.
—Come Flor, no me dirás que estás cuidando la figura, ¿a tu edad?
¡por favor!
Rocío era una excelente cocinera, no había dudas. Se había esmerado
con una lasaña de pollo y otra de carne, así que prácticamente les exigió que coman de las dos, le
acompañaron con una ensalada mixta y
champiñones, más cuatro rebanas de pan de ajo, jugo de fruta, luego pastel de manzana, para terminar, un café con alfajores, Flor comió seis.
—Flor, parece que estás comiendo más de la cuenta, tanto dulce no
es bueno, los alfajores son pesados para el estómago— le dijo Rocío.
Poco a poco Flor sabía que iba a superar esa sensación de vacío que le invadía
por la presión que ejercía sobre ella, todo su entorno más cercano. Luego del almuerzo, decidió
no volver a la casa, prefería hacerlo en la noche, su vivienda era tan enorme, que llegar pasado el medio día
solía deprimirle un poco. Cuando dieron las cuatro de la tarde se retocó el
maquillaje y recibió los últimos consejos de Rocío; Cristina, la hermana menor,
salió inmediatamente después de comer.
Flor se dirigió a la casa de Lisbeth, su querida amiga desde
cuando estaban en la escuela, quien ahora se hallaba empeñada en reclutar a las
compañeras de la vida estudiantil; ella también
ejercía el cargo desinteresado de
consejera.
—Ojalá tengas suerte con tu hija mujer Flor. Es que entre mujeres es diferente. Ella
se dará cuenta de lo sola que estás y te
dará nietos.
—¿No almuerza Anabel con su
marido en tu casa?
—Ponte más guapa y búscate un novio.
Eran las insistentes expresiones que casi se había acostumbrado a
oír durante esos meses. Su silencio y sobrecogimiento no le complicaron la vida.
En la reunión las amigas hablaron de muchas cosas, no solo de los
típicos temas que endilgan de forma estereotipada a las mujeres
que han sobrepasado los cincuenta años: las cirugías y los calores de la
menopausia. Realmente se divertía, estaban planificando hacer un viaje juntas,
un viaje largo, una excursión, libres de hijos y esposos.
—Tú te libraste de eso Flor, por suerte. Es difícil mantener un
matrimonio después de tantos años.
—Mejor estar sola Flor, que alivio no tener que dar cuenta de tu
vida a nadie.
—El tiempo de una mujer es sagrado, de eso no de se dan cuenta ni
los hijos y peor los esposos ¡es terrible!...
Lizbeth se afanó en la
atención a sus invitadas; les sirvió sushi,
canapés, variedad de quesos y jamones, empanas rellenas de carne, varios
bocaditos, pastel de chocolate, agua,
gaseosas y té; con esa diversidad de comida satisfacía los diferentes gustos de todas sus amigas. Para evitar levantarse
a cada momento y llenar su plato con tan deliciosos entremeses, Flor optó por sentarse junto a la mesa y probar
de todo, mientras las miraba y escuchaba
conversar, quejarse de la vida, y recibir unas cuantas críticas.
—Qué manera de comer tienes Flor, bueno, la suerte es que no te
engordas.
—Si un hombre te ve comer sale corriendo.
—Preferible darte de vestir y no de comer.
Flor no se tomaba a mal los comentarios, más bien le provocaba
risa que le hagan broma con eso.
Ya voy a moderarme en la comida, haré más
ejercicio también.
La jornada se extendió casi hasta las nueve de la noche. Cuando
llegó a su casa, Flor encendió la luz de entrada de la puerta principal, la
cual quedaba prendida hasta el día siguiente, fue directamente al baño, se aseó, se puso la
pijama y luego se metió en la cama.
Tenía cansancio y mucha pesadez. Dio varias vueltas para acomodarse, no
encontraba una posición que le haga sentir holgada, entre conciliar el sueño y
despertarse por varias ocasiones , le pasaron algunas horas, no se sentía bien.
En su intento por dormir, poco a poco empiezan a desfilar sobre su
cabeza las imágenes de todo lo sucedido durante ese día, desde la mañana muy
temprano cuando se encontró con el presidente del barrio, y luego todo se repite
de forma casi automática. En medio de un absoluto y total silencio, Flor se
levanta de la cama y sale directamente al jardín, la hierba está mojada de
rocío y ella siente la humedad en sus
pies descalzos.
Aprecia dentro de sí misma
el vacío, la nada, pero se da cuenta de que es
diferente, seguramente está vaciada de todo lo que no le hace falta, se siente
fluir en medio de esa fresca noche, y se deja llevar por las sensaciones que le
invaden…está muy oscuro pero los pájaros cantan y las flores lucen sus colores
de forma más intensa, llenas de escharcha…es algo inusual pero ella no se
sorprende.
…soltar, soltar la vida,
desapegarse, fluir, vaciarse de todo, no
tengo odios, no hay rencores, nada me falta, hay algo más, la vida entera es algo más, esta
es la soledad, la edad del sol, me siento bien, estoy bien…
Flor siguió con esas reflexiones, a su jardín le llegaba casi por
completo la luz del poste de la calle, pero era de color violeta muy
fosforescente; cuando en medio de sus cavilaciones sobre la belleza de la vida
y el tomar conciencia de lo observado, le pareció extraño que todos los
contenedores de basura del barrio estén en su casa, ¡en su jardín! no tenían
tapas y estaban totalmente repletos.
¿Qué raro? ¿por qué
habrán hecho eso sin pedirme permiso?
Inexplicablemente percibió los
aromas de todo lo que había comido ese día, lo que le provocó un agria sensación en el estómago, luego le llegó el pestilente olor del basural, automáticamente aparecieron desperdicios con formas extrañas, en
porciones gigantescas, gelatinosas y
brillantes.
En breves segundos Flor sintió
una presencia, bajó la vista hacia la hierba y se encontró acechada de manera fija y profunda,
era la mirada de un ser mutante, enorme,
tendría alrededor de sesenta centímetros
de largo, con una cola extensa y puntiaguda, era un roedor negro y monstruoso
que permanecía frente a ella en posición de alerta, listo para atacar.
Flor se quedó paralizada, empezó a sentir frío, la luz violeta del
poste se transformó en un rojo intenso, su corazón parecía que le iba a salir
del pecho, escuchaba sus latidos a un volumen agudo y estridente, inmediatamente desató la lluvia con una fuerza inusual, su pijama blanca se
manchaba con gotas de agua color negro, también le caían trozos de maní, pero
tenían el peso similar al de piedras pequeñas, además de restos de pan; el animal mojado que lucía más repulsivo, seguía vigilante como si
estuviera preparado para saltar sobre ella.
Retrocediendo mucha con
habilidad y cautela, Flor, de un solo brinco entró a su dormitorio y cerró con
fuerza el ventanal contra el cual se estrelló el roedor. Se quedó mirando a
través del cristal con la respiración
entrecortada, a los pocos segundos vio
como sorpresivamente apareció en el jardín Ágata,
su bella Ágata, valiente e intrépida
se enfrentaba con ese roedor repulsivo.
—¿Te devolvió la perra tu hija?
¡Qué extraño era eso! Flor regresó a ver hacia atrás, no sabía de
donde salió la voz de Zoila, su amiga con
la que se encontró en la mañana mientras
hacía su caminata diaria.
Es jueves, Flor ha dormido
más de la cuenta, tuvo una noche espantosa, recién alrededor de las cinco de la mañana pudo conciliar el
sueño, se levantó casi a las cuatro de la tarde con un intenso dolor de
estómago, tenía pesadez, aturdimiento, y una jaqueca insoportable; con mucho desgano abrió
el ventanal, se fijó que del día anterior quedó en el piso la almohada que puso
para sentarse, el periódico, migas de pan y restos del maní salado; los recogería luego, era urgente ir al baño.
Después de unos minutos sonó la regadera, mientras tanto, en el suelo,
sobre el periódico, un pequeño roedor
negro comía esos residuos, sus patas merodeaban encima de una de las noticias que Flor leyó ayer,
aquella relacionada con los seres
mutantes:
Ratzillas’, ratas
gigantes mutantes resistentes a venenos que azotan Inglaterra
Un tipo de rata
mutante está causando dolor de cabeza y temor entre los
británicos. Es una rata gigante,
mide hasta unos 60 centímetros de largo, razón por la que muchos la han
apodado "Ratzilla". Lo que
más sorprende de este raro animal no es su tamaño, sino una mutación que hace
que sean resistentes a los venenos para eliminar ratas que son utilizados
desde los años 50 del siglo pasado…
|
Pronto timbrarán en la puerta de la casa de Flor; por tercera vez en el día llega Clemente, el asistente del presidente del
barrio, en la mañana fue dos veces pero nadie atendió a su llamado, lleva la
carpeta con las firmas de respaldo que presentarán en el municipio, falta su
rúbrica; paralelamente, han pasado los filtros de seguridad de ese conjunto residencial, Anabel y Günter;
ella tiene una sorpresa para su madre, en
el asiento posterior del vehículo duerme plácidamente una cachorrita de dos
meses, la parió Ágata.
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