Carlos Reynafé
El timbre del teléfono no dejaba de sonar. Enciende la luz. Manotea el reloj:
─¡La puta que lo pario! Quién jode a esta hora, son las dos de la mañana ─protesta enojado, hace apenas una hora que se ha dormido.
Tambaleando sale de la cama buscando el receptor que ha quedado sobre la mesa de la cocina. Bosteza, se refriega los ojos, toma el auricular:
─Hola… hola… ¡Hola! ─un sonido callejero escucha, ninguna voz responde─ Queda en espera, ruidos urbanos como trasfondo.
─Hola ─vuelve a intentarlo.
Mas despierto, con el auricular pegado a su oído presta mayor atención. Son voces variadas. Mira la pantalla y la maldita leyenda: “desconocido” lo deja más inquieto. Una discusión acalorada. Sirenas entran en la escena auditiva acercándose progresivamente al lugar. Puertas que se cierran, una moto que arranca con fuerza. El conjunto de sonidos se distancia rápidamente, como si la persona que sostiene el aparato se alejara. Un claro taconeo golpetea las baldosas apagando los otros. Aparecen nuevos, sordos, aplacados y perezosos. Rodolfo sigue con el aparato pegado a su oído, parado en medio de la cocina, descalzo, con unos bóxer blancos como único atuendo. Escucha una fricción entre prendas y:
─Hola.
─¡La puta que lo pario! Quién jode a esta hora, son las dos de la mañana ─protesta enojado, hace apenas una hora que se ha dormido.
Tambaleando sale de la cama buscando el receptor que ha quedado sobre la mesa de la cocina. Bosteza, se refriega los ojos, toma el auricular:
─Hola… hola… ¡Hola! ─un sonido callejero escucha, ninguna voz responde─ Queda en espera, ruidos urbanos como trasfondo.
─Hola ─vuelve a intentarlo.
Mas despierto, con el auricular pegado a su oído presta mayor atención. Son voces variadas. Mira la pantalla y la maldita leyenda: “desconocido” lo deja más inquieto. Una discusión acalorada. Sirenas entran en la escena auditiva acercándose progresivamente al lugar. Puertas que se cierran, una moto que arranca con fuerza. El conjunto de sonidos se distancia rápidamente, como si la persona que sostiene el aparato se alejara. Un claro taconeo golpetea las baldosas apagando los otros. Aparecen nuevos, sordos, aplacados y perezosos. Rodolfo sigue con el aparato pegado a su oído, parado en medio de la cocina, descalzo, con unos bóxer blancos como único atuendo. Escucha una fricción entre prendas y:
─Hola.
─¿Quién habla?
─Rolo, soy Maru, tu vecina, la del edificio
de enfrente. Discúlpame que te joda pero estoy en problemas, ¿me puedes venir a
buscar?
─¿Dónde estás?
─Ahora en la esquina de nueve de julio y
Tucumán.
─En treinta estoy, espérame en Colón y Tucumán,
es más fácil estacionar.
─Dale, te espero.
Rodolfo
se vistió, calzó y bajo a la cochera. Al salir, lo recibe una noche cerrada,
sin luz en la calle, sin luna.
Mientras
conduce comienza a reaccionar. Maruca, es vecina, está casada y vive en el edificio
que da justo al frente del suyo. Una linda mujer que ronda los cuarenta. Su
marido más o menos de la misma edad de Rodolfo que cuenta los cuarenta y dos.
Le sorprende que nunca haya mantenido una conversación prolongada. Solo un
“buenos días” o “buenas noches”. Tal vez un “gracias” al salir o ingresar del mercadito
de la esquina. Nunca más que eso. Esta noche ella se ha dirigido como si lo
conociera de toda la vida. “No me explico porque he salido a buscarla”,
reprocha su actitud inconsciente.
Está
llegando a la intersección y alcanza a verla en la vereda a su derecha, sobre
el carril selectivo para colectivos. Mira por el espejo retrovisor y decidido
ingresa por la zona prohibida para vehículos particulares. Estaciona, abre la
puerta del acompañante. Ella ingresa de un salto, retoma la marcha a buena
velocidad para no perder la onda verde de los semáforos.
─¿Y tu marido?
─Lo llevaron.
─¿Quiénes?
─Detenido… la policía ─comienza a llorar.
Han
recorrido unas diez cuadras del lugar, aminora la marcha hasta detenerse bajo
la sombras de un árbol, lejos de las luminarias de la avenida, con el motor en
marcha. Contiene su adrenalina y puede prestar más atención sobre la compañía.
Ella está vestida con una blusa blanca bajo una chaqueta negra de terciopelo.
Falda corta haciendo juego que muestran unas hermosas piernas, botitas negras
con tacos agujas. Un cabello castaño claro hasta la altura de los hombros. El
intenso y seductor perfume ha invadido el habitáculo del vehículo. Un pequeño
bolso negro con lentejuelas descansan sobre su falda. Pañuelos de papel sirven
para limpiarse la nariz. El rímel corrido no logra desfigurar el hermoso
rostro.
La
observa directamente, sin pronunciar palabra esperando la calma.
Algo
repuesta, ella dice:
─Perdóname la molestia. No tenía a quién
llamar. No puedo volver a mi departamento. Por favor, vamos al tuyo. ¿Podemos?
─Tienes suerte, vivo solo, no debo dar
explicaciones ─apenas puede disimular que suene irónico renegando de sí mismo.
─Gracias.
Mientras
bate café y calienta el agua, Maruca está en el cuarto de baño. Rodolfo ha
puesto música suave para romper la tensión y aplacar su molestia.
Ella
parada en el vano de la puerta observa la espalda del vecino que sirve el café
en las tasas que tiene sobre una bandeja.
─Para ser el departamento de un tipo soltero,
no está nada mal. Ordenado, prolijo, parece que también es buen anfitrión ─la
voz calma. En la cara no hay rastros de rímel corrido.
─No me gusta vivir en la roña, toma asiento.
¿Deseas comer algo?
─No. Gracias.
Enfrentados
en la mesa Rodolfo la observa respetuosamente. Es la primera oportunidad de mirar
su rostro directamente. Termina por confirmar que es una mujer muy atractiva.
Trata de disimular su curiosidad, intentando actuar naturalmente, como si
fuesen conocidos de hace tiempo.
Después
de varios sorbos de café con la mirada pegada al pocillo, ella comienza a
hablar en tono muy bajo, casi confesional.
─Esta noche estábamos en un boliche de la
zona del Chateau, con un grupo de amigos festejando el cumpleaños de uno de
ellos, hasta que llegaron cuatro tipos. Se llevaron a Ciro afuera. Ciro es mi
marido, se llama Diego Ciro, todos lo nombran por su apellido. ─a medida que
habla, su rostro se transforma─ Como se demoraba me acerque a ellos. Lo habían golpeado
y empecé a los gritos. Se armó una grande, la gente que estaba cerca pensaron
que me habían pegado a mí. Sólo ligué un empujón y una caída. Intervino la seguridad
del lugar y nos separaron. Con Ciro aprovechamos esa confusión y escapamos. ─angustia
en su voz tensa, agitada la respiración. ─Al Salir, otro coche estacionado nos
siguió. En el centro cruzaron su vehículo al nuestro. A él lo sacaron a las
trompadas del coche, quedé sola, a los gritos. La policía apareció, intervino y
detuvieron a todos. Escapé apenas sacaron a Ciro, calculo que no me querían, o
no les interesaba en ese momento… Me arrinconé en el kiosco de diarios que hay
en la esquina. Paralizada y temblando empecé a pensar en pedir ayuda. Por
suerte tengo tu número. Llamé. Gracias por atenderme.
─Fue un placer hacerlo en plena madrugada ─irónicamente
contesta─ ¿en que andan?
─Él en la droga, distribuye. Fue muy cruel confirmar
mis sospechas.
─¿Y ahora?... ¿Cómo conseguiste mí número?
─Buenas preguntas las tuya. No sé. Por lo
pronto, no me animo a dormir esta noche en casa, tengo miedo. Mi familia vive
lejos, no hay nadie conocido cerca y vos me has inspirado confianza desde el
primer momento que te he visto, averigüé tus datos con el portero de la mañana.
No resultó difícil. Un poco de coqueteo, inclinarse para que la blusa muestre el
contenido,… sonrisas,… palabras sensuales,…fácil para una mina como yo,… pocos
se resisten.
─¿Y tu marido qué sabe de mí?
─Sobre vos, nada, es mi secreto.
─¿Secreto? No entiendo.
─Boludo, no puedo decirle: ¡El tipo del
frente me gusta…!
─Te agradezco la confesión, pero, ¿no piensas
que me estas metiendo en un lío que no me interesa?
─Lo sé, discúlpame. No tengo a quien
recurrir.
─Eso lo dijiste. ─Ella bajó la vista, sus
ojos tenían el brillo de alguien que contiene lágrimas.
Termina
el café y tiende la taza como pidiendo más. Rodolfo se la llena nuevamente y le
dice:
─Me quedan muchas preguntas. Tengo sueño, me
voy a dormir. Te comunico que solo tengo una cama de dos plazas, no hay sofá. O
duermes en el suelo, o te tiras junto a mí. No te preocupes, no te voy a tocar.
Te puedo prestar alguna remera, no tengo otra cosa para que uses de pijama. En
el mueble del baño hay toallas limpias y todo lo que puedas necesitar. Apaga
las luces cuando te acuestes. ─lo dijo molesto, muy cansado y puteándose
internamente por lo boludo que fue en salir a buscarla.
Ni
bien puso la cabeza sobre la almohada, cayó en un profundo sueño.
El
perfume de Maru, intenso como los verdes ojos de ella, fue lo que lo despertó. Se
incorporó en la cama y lo primero que vio fue el portentoso culo desnudo a su
frente. Ha puesto la almohada a los pies de la cama, se acostó dándole la
espalda a Rodolfo.
El
reloj marca las nueve. Las cortinas están corridas, el sol débilmente atraviesa
el entramado de la tela dejando en tenue penumbra la habitación. Su ropa está sobre
la silla, bajo la ropa de ella, al ponérsela, siente el abrazo del aroma dulzón
y provocativo enervando su instinto animal. Comienza una lucha por domarlo. El
lobo que lleva dentro quiere saltar sobre la presa que está servida en sábanas
de plata con ribetes rojos. “Apetecible, abordable, deseable… ¡A la mierda!” le
dice a su lobisón mandándolo a la cucha.
En
la cocina toma conciencia que le faltan provisiones. Trabajó toda la semana y
no ha tenido tiempo de reabastecer la alacena. Del escritorio saca una hoja y
deja una nota pegada en la puerta de la heladera:
“Me voy de compras, no tengo nada para el
desayuno ni el almuerzo. Regreso en dos horas. Si te vas, deja la llave en el
buzón de la correspondencia. Gracias”.
Llegó
tres horas más tarde. Encontró las llaves donde indicó. Al ingresar al departamento
notó una presencia extraña en el ambiente. La cama sin tender, el baño mojado,
la remera que usó Maru colgada en el picaporte de la puerta de entrada a la
cocina y la nota hecha un bollo tirada sobre la mesa. Señales de convivencia a
las que no está habituado. Si bien no es un obsesivo por la limpieza, lo es por
el orden.
Guardó
las compras. Corrió las cortinas del living, salió al balcón. Las ventanas del
departamento de su vecina están bajas, no hay señales de vida detrás.
Pensando
qué hacer de comer se enfrasca en las faenas domésticas y rutinarias de los
domingos. Puso la selección de música almacenada en el disco de su notebook
comenzando con: “Sabor de verano, de Café del Mar” olvidando lo acontecido, se
sumerge en las tareas. El sonido del portero eléctrico lo distrae:
─¿Quién?
─Soy yo ─la voz de Maru, nerviosa.
Acciona
el botón y el ruido de la puerta que se abre dándole paso indica que no
almorzará solo. El agua está a punto de hervir, deberá aumentar la ración.
Descorcha un tinto Merlot. Vierte el vino en las copas. El color granate le
alienta el paladar.
La
puerta del departamento está sin llave, entra como si estuviera en su propia
casa. Estuvo a punto de comentar algo y se mordió la lengua: “Claro, hemos
dormido juntos…” piensa acallando nuevamente el lobo interno. Ella está
descollante, con unas calzas blancas que marcan su torneado cuerpo sin pudor
alguno, una remera que apenas cubre su ombligo, dejando al aire la tersa piel
del abdomen. Los pechos debajo de la tela de algodón, retozan libres y dos
pezones le apuntan rígidos, como si fueran escopetas a punto de fusilarlo. Ese
perfume, tapa los olores de la cocina.
─Hola, ¿te mudas, o te vas de viaje? ─una
maleta que duplica su peso, rueda por el cerámico.
─Ya te dije…
─¡Ya! ─con un ademán como entregándose
vencido contesta ─no tengo donde ir y a ese “no tengo”, lo vienes a hacer acá.
¿No era que no podías volver a tu casa? ¿De dónde traes esa valija?
Ella
encoge los hombros poniendo una cara de “yo no fui” enmarcada en una mueca
infantil y responde:
─De mi auto que está en la cochera…Lista para
irnos de viaje esta noche.
─Hace de cuenta que estás en tu casa, ponete
cómoda. Ya veremos donde te acomodas… ─contesta con cierto toque de irónica
comprensión, encubriendo su disgusto y maldiciendo la hora en que decidió
buscarla.
Se
voltea para depositar en la olla unos sorrentinos a los cuatro quesos y retirar
la salsa del fuego. Acomoda otro cubierto en la mesa, enfrentando los platos. Quiere
mirar de frente a Maru. Intentará desentrañar los secretos de ella, anular su
lado seductor que maneja a la perfección haciéndolo sentir como una presa
fácil, cosa que le incomoda sobremanera.
En
el fondo de los platos vierte una cucharada de crema, coloca los sorrentinos sobre
ella y vuelca la salsa boloñesa para después, con una lluvia de queso parmesano
en hebras, coronar la presentación.
─Ni que estuviera almorzando en el “Sheraton”.
─Estás en la “cocina de Rodolfo”. Pero no te
ilusiones, esto no es todos los días.
Levantando
las copas, le dice:
─Para que se resuelvan todos tus problemas.
─Gracias. ¡Qué vino! ─exclama ella.
─Me alegro que te guste ─en el fondo de la
boca le queda un largo sabor del vino que tapa su fastidio─ es ideal para
acompañar estas pastas.
─Están exquisitas. Mil gracias. Serás
ampliamente recompensado por lo que haces por mí.
─No espero recompensa. ¿Cómo has dormido?
─Di muchas vueltas hasta meterme en la cama.
Me encerré en el cuarto de baño a llorar. Hace tiempo que debo tomar pastillas
para dormir. No tenía nada. Te envidio la forma en que reposas. Quedé mirando
tu sueño, tan placentero, tan pleno. Hace años que no puedo descansar de esa forma.
Siempre de a ratos, con los ojos abiertos. Llena de miedo.
Su
rostro ha perdido la frescura tras poner rígidos los músculos faciales. Su
mirada fría, calculadora, aprieta los dientes. Continúa:
─Es algo que viene incorporado en los genes.
Mi padre fue un tipo manipulador. Enfermo por la guita. No tenía escrúpulos ni
compasión por nadie. Fui sometida y apaleada por mi viejo. Mi vieja no existía.
Que en paz descansen los dos… Ella dominada con los deseos y caprichos de su
marido. Dicen que la historia marcha en espiral, las cosas viejas vuelven pero
evidentemente no al mismo lugar, si no que caen en otro más actual, más
moderno. En mi caso, en mi marido. Elegí a un tipo igual a mi viejo, o peor, no
sé... He quedado enredada en esos preceptos de ser una servidumbre. ¡El hombre
proveedor, la mujer complaciente! –gesticula con ademanes, remedando
seguramente a su padre- hoy pago las consecuencias de mi error. Siempre me
resultó cómodo que me dieran todos los gustos, exploté mi cuerpo y mi
autoestima la basé en él. Te he mirado y esa tranquilidad tuya me conmueve
hasta las tripas, yo no recuerdo haber tenido reposo igual.
─¿Y Ciro?
─Un reverendo hijo de puta, con mayúsculas y
subrayado. Me usa y me he dejado usar. El brillo de la abundancia me encandiló
hace tiempo, pensando que eso era la vida. Ahora está preso y no creo que zafe
esta vez. Es más, a estas horas seguramente ya está muerto… Metido hasta los
huesos,… le cagó un negocio muy grande a un político de mucho peso.
A
medida que Rodolfo la escucha, va tomando consciencia donde está parado. Suda
frío.
─¿Y a vos, qué te toca en todo esto?
─¿Yo?, ya no existo, doblemente condenada.
Escapé, pero nunca me sacaré los sicarios de encima. Sé demasiadas cosas que no
debiera. Así mismo, es lo que menos me importa.
─No entiendo ─lo dice y nota que no ha
probado bocado alguno─ come, te hace falta reponer energías.
─No tengo ganas ─habla tomándose el bajo
vientre con ambas manos y una expresión de dolor en el rostro─ no puedo, no aguanto
el dolor, son muchas horas sin medicamentos.
─¿Qué tienes?
─Nada más ni nada menos que cáncer de útero. Hace
tiempo me diagnosticaron. La ginecóloga me dio unos meses de vida si no me
sometía a un tratamiento… Le dije que se fuera a la mierda…
Rodolfo,
con el cubierto en viaje a su boca, pierde el habla. No puede creer que esa
mujer tan vital en apariencia fuera un cadáver andante.
─Discúlpame, me cruzo a buscar un poco de
morfina para calmarme, no soporto este dolor. Vos quédate tranquilo que estás
fuera de todo. No tienen como vincularte.
Con
dificultad se levanta y encamina los pasos fuera del departamento dejando la
puerta abierta. La pierde de vista al cerrarse el elevador, una horrible
sensación lo invade.
Rodolfo
desde el balcón la observa cruzando la calle, hablando por celular. El viento
juega con los cabellos de ella. Una moto dobla la esquina. Ella con las llaves
por abrir la puerta de ingreso al edificio y el reflejo del vidrio muestra su rostro.
La moto se detiene a su espalda. El acompañante descarga el tambor de un arma sobre
Maru y restos del cuerpo se esparcen manchando de rojo piso, paredes,
convirtiendo en miles de astillas ese reflejo último. Un grito desgarrador
brota de sus intestinos. La música que suena como telón de fondo desde el disco
de su notebook es: “Que pena” por Gal Costa y Jorge Ben.
Horas
más tarde dispuesto a dormir, revive la escena donde ella ingresa con la valija.
Rodolfo cae en la cuenta que no la ha vuelto a ver. La encuentra debajo de la
cama. Hay ropas, agendas, notas, documentos y dinero. Una bolsa con “vidrios”…
¿O, son diamantes?... “¿Quién mierda vendrá a reclamar esto?” se pregunta.
De
madrugada, con el aroma del perfume presente en la almohada recuerda algo que
leyó: “más que renunciar al acto sexual
en sí, fue no poder compartir esos momentos de intimidad con ella. Al fin y al
cabo, perder una mujer consistía en eso”. Puso la mente en modo
indiferente, apagó la luz y la oscuridad lo invadió todo.
Felicitaciones. Me encanto!!!!!
ResponderEliminarMe parece un cuento descriptivo lineal y local eso lo vuelve interesante y atrapante recorriendo los paisajes cordobeses. Muy lindo!!!!
ResponderEliminarMe parece una buena historia, captura, interesa y te mantiene con un poco de suspenso, me quedé con deseos de un poco más de relato antes del final, pero me gustó mucho. Enhorabuena. Margarita
ResponderEliminarMe parece una buena historia, captura, interesa y te mantiene con un poco de suspenso, me quedé con deseos de un poco más de relato antes del final, pero me gustó mucho. Enhorabuena. Margarita
ResponderEliminar