Margarita Moreno
Carmen siente un
recio golpe en la cabeza, destellos de luz distorsionan su visión, por impulso se
escuda la nuca entre las manos, le escurre sangre entre los dedos, aturdida se
tambalea e intenta apoyarse en algún mueble cayendo torpemente al piso; todo vira
a su entorno, un dolor agudo punza sus sienes, está desorientada, no recuerda qué sucedió, ni sabe dónde se
encuentra.
Unos meses antes,
cuando ella y su esposo vuelven de una
cena, los asombra el centelleo de dos torretas que giran al final de la calle.
―¡Ramiro, es la policía! ¿Qué habrá pasado?
―No lo sé querida, vamos a preguntar. ―dice, al tiempo que se
encaminan al sitio.
Al llegar ven a Edmundo y Alice Montiel, los amables vecinos del número 75, a Niven Soto del 56, residente
extraño y conflictivo, a otros afincados y algunos curiosos con los que han
cruzado el saludo, sin conocerlos.
―¡Buena noche a todos!, ―Saluda Ramiro. Disculpe oficial ¿Siguen
las pandillitas robando sanitarios y tubos de cobre?
―No señor, esta vez es algo más serio, no es obra de
raterillos de poca monta. Yo soy el teniente Roy Páez y estoy a cargo de la
investigación. ¿Ustedes son avecindados?
―Soy Ramiro Galván y ella es mi esposa Carmen, vivimos en el
número 78. ¿Qué pasó ahora?
―¡Nos robaron! ―dijo hipando
Julia Ruíz (casa 104) ―se llevaron mis muebles, aparatos eléctricos, pantallas,
laptop, todo lo sacaron en un camión de mudanzas y… ¡Nadie vio nada! ¡No puedo creerlo!
Señores Galván ustedes, ¿vieron algo o a alguien sospechoso hoy?
―inquirió Páez.
―¡No oficial! ¡Nunca ven nada! ―Interrumpió Niven, ―ellos
salen temprano y no vuelven hasta muy tarde, dejan al estúpido perro ladrando
todo el maldito día y…
―Usted
es quien ha informado de los robos anteriores, ¿verdad?
―Sí,
teniente, estoy en alerta permanente, me levanto al alba y veo lo que nadie ve.
Salgo diario a caminar con mis perros;
desde que mi madre murió son mi única familia, siempre llego primero al lugar del
ilícito y notifico de inmediato. ―Afirma
orgulloso.
―¿Hoy también? ―preguntó Ramiro irónico.
―¡Sí, lo hice! Yo descubrí
la puerta abierta y lo denuncié, por eso están todos aquí o ¿no?
―¡Mira,
qué oportuno!
―¡Oye!,
no me gusta lo que estás insinuando. Lo que pasa es que madrugo, no soy haragán
ni me quedo en cama hasta tarde.
―Muchos
saltamos de la cama amaneciendo, ¿Qué tanto podrías tener de ventaja? ¿De qué
hora estás hablando?
―Tres,
cuatro de la mañana a medio sereno, recibo las bendiciones de mi dios, la
energía del universo, alineo mis chakras, equilibro mi centro. A esa hora, bien podría trotar desnudo y nadie se daría
cuenta.
―¡Bueno! ¡Nadie querría! ―dijo
Montiel chanceando, con la mirada filosa de Niven encima. ―¡Vamos hombre! no lo
tomes a mal, todos estamos atemorizados y reconocemos que estás pendiente del
vecindario, especialmente nosotros que solo venimos los fines de semana, imposible
protegernos a distancia.
―¡Bueno, señores! Creo que ya estamos divagando, ¡Por favor!
vuelvan a sus casas, tomen precauciones y recuerden, “la ocasión hace al
ladrón”. Si notan algo sospechoso, lo que sea, no vacilen en llamar. ―finalizó el teniente.
El primero en retirarse es Soto, a prudente distancia lo siguen
Alice y Carmen muy alarmadas por la situación y tras ellas sus esposos hablan
de lo sucedido:
—¿Sabes Ed? A mí
este tipo me parece muy sospechoso, saluda uniendo sus manos en el pecho, baja la
cabeza y recita “Namasté”; habla de Dios, el universo, la bondad y sin embargo, no es negociable contradecirlo, se
pone “loco” usa un léxico terrible, es soez y muy vengativo. Creo que los
rayones en la pintura de mi auto y otras “travesuras” tienen su firma. ¿Casualmente
llega primero al lugar del robo? Igual
él es el ladrón o informa a los atracadores todo lo que hacemos, parece
espiarnos siempre. No trabaja que yo sepa.
—No Ramiro, no lo
creo, mira, es un hombre solitario y muy atormentado, recién murió su madre, está
jubilado. Ciertamente no resulta fácil tratarlo pero, es buen hombre. Hablo con
él siempre que puedo y sí, en verdad vigila en las madrugadas, yo mismo lo he
acompañado un par de veces; me armó con un palo de beisbol y recorrimos todo el
fraccionamiento. Se trata de un bravucón amargado, más digno de compasión que
de cuidado, créeme.
—Tal vez tengas
razón, pero, algo me dice que no es tan inocente de todos estos delitos. No sé,
será que esto nos tiene a todos muy nerviosos.
A la
mañana siguiente, los muros de algunas viviendas amanecen garabateados con
pintura negra, Niven es el primero en notarlo,
luego advierte a los vecinos que han sido marcados como próximas víctimas y los
convoca a una reunión en las canchas de básquet bol para esa misma tarde.
En la asamblea, les
presenta un plan de guardia ciudadana, con un grupo de amigos ex policías, quienes
harían rondas en todo el suburbio, las veinticuatro horas del día, durante los trescientos sesenta y cinco días
del año. Esto desde luego, con el pago de trescientos pesos mensuales por cada
vivienda, por concepto de sueldos y supervisión.
—¿Por qué
contratar seguridad a un particular? Cuando el módulo de policía está a menos
de seiscientos metros. Lo que tenemos que hacer es una solicitud formal de
vigilancia, exponiendo nuestro caso y signada por todos nosotros. —Cuestiona
Armando Villa (casa 65).
—Podríamos cooperar
con veinte pesos cada uno, como estímulo para los patrulleros que hagan los
rondines. Ochenta pesos mensuales, es más razonable que trescientos.―Sugiere
Jorge Lugo (casa 84).
―Cierto, además las patrullas cuentan con radio comunicación
directa a centrales de emergencia y tienen la facultad de usar armas y efectuar detenciones. ―Opina Ramiro.
―¡De
ninguna manera! ¡Eso jamás! ¡No contribuiré para sobornos! ―Grita Niven. ―No estoy de acuerdo, prefiero pagar
a los custodios que conozco y puedo controlar.
―
¿Tú los vas a controlar? ―pregunta Armando.
―¡Por
supuesto!, yo me encargaré de colectar las mensualidades de cada colono, para integrar salarios, pagarlos y exigir que mi
grupo realice su trabajo.
―¿Su grupo? y ¿Qué pasa si se accidentan o los
lastiman? ¿Quién va a pagar por sus servicios médicos? ¿Quién va a responder
ante las autoridades si ellos, hieren o
matan a algún maleante? ―plantea Carmen.
―Es
verdad, nos meteríamos en serios problemas, terminaríamos con una demanda y
saldría peor el “remedio que la enfermedad”. ―Admite el señor
Lugo (casa 84).
―¡Por
Dios! Puedo inscribirlos en el Seguro Popular y asunto arreglado, yo mismo los
llevaré al servicio médico, tengo vehículo. ¿No se dan cuenta? Tenemos que
defendernos nosotros mismos, las autoridades nunca nos ayudarán, esos cabrones
no tienen madre ―bufa iracundo.
―Pues nos guste o no, nuestro deber es avisar a las
autoridades, si no nos hacen caso insistiremos, hay que redactar un pliego
petitorio al ayuntamiento, recurrir a la prensa o las televisoras. Opciones sin
alejarnos de la ley hay muchas. ―declara Carmen.
―Mira
“chaparrita”…
―¡Carmen!
Es mi nombre.
―¡Perdón!
Carmen entonces… esos hijos de pu…
―¡Suficiente,
modere su vocabulario!
―¡Uh! Ofrezco
un disculpa, es que me encabrono tanto que no puedo contenerme y…
―¡Pues
debería! Hay niños y damas aquí. Si estamos pidiendo respeto, hay que comenzar
por respetarnos a nosotros mismos.
―¡Calma amigos!
La situación ya es bastante crítica. Pelear
no nos lleva a ningún lado, busquemos
una solución, vamos a estar unidos. ―Apela
conciliador Galván.
―¡Por favor!, mi esposo está muy enfermo, hago un gran esfuerzo
en venir hasta aquí para ponernos de acuerdo, les ruego nos concentremos en lo más
importante. ―solicita impaciente Romina Torres (casa 73).
―
¡Qué ciegos están!, no entienden nada… mejor me voy o “reviento”, cuando se den cuenta que mi propuesta es la mejor,
me avisan. Mientras, compren “alarmitas” chillonas, ármense con palos y piedras,
escriban cartas a “Santa Claus” o esperen milagros. Las rapacerías seguirán y ¿quién
sabe? “Dios no lo quiera” hasta habrá “muertito”. ―vaticina al retirarse.
Confortados lo ven
alejarse y continúan con la reunión. Al final, aprueban conseguir precios de
alarmas vecinales, entregar un pliego petitorio al municipio y acuerdan reunirse
la semana siguiente a la misma hora.
Una mañana a eso
de las ocho cincuenta, una pareja camina del brazo por la acera, un auto pasa
aprisa sobre la avenida, ellos saludan a la conductora que sonríe amablemente, se
trata de Andrea Díaz (casas 92 y 94) está llevando
a sus hijos al colegio. La pareja detiene su paso en el jardín del número 99 para
besarse, luego caminan hacia la finca espían por una ventana y confirman que la
casa está sola, echan a correr hacia atrás del inmueble, trepan hábilmente por el
muro hasta la azotea, desprenden un domo y entran, ya en el interior violentan
la chapa principal; él, localiza una maleta de lona en un armario y empieza a
llenarla con objetos de valor, ella hace guardia apoyada en el resquicio de la
puerta. A las nueve con diez minutos, ve regresar el auto que pasó antes, ahora
transita despacio, el sol le cae a plomo en el parabrisas, en ese instante, ella
echa correr a la vía con los brazos en alto pidiendo ayuda, Andrea impresionada
reduce la velocidad, estaciona y baja del carro.
―¿Qué
te sucede? ―le pregunta.
―Mi esposo tuvo un ataque epiléptico, ¡Ayúdame por
favor! soy Celia tu nueva vecina… de hecho, nos saludaste esta mañana al pasar en
tu auto.
―Sí… te recuerdo, te he visto antes con Alice… Tranquila, vamos
a ayudarlo.
―¡Mil gracias! ―dice Celia, mientras se apresura a entrar a
la vivienda,
Andrea la sigue de cerca y en cuanto cruza el acceso, un golpe impacta su cabeza dejándola
inconsciente. La muchacha sale de nuevo y comprueba que la calle está vacía, no
hay testigos de esta infamia; su cómplice sella la boca inerme con cinta adhesiva,
le atan manos y pies, inyectan un narcótico en su cuello, la lían con el tapete
del recibidor, recogen las llaves del auto que escaparon a sus dedos, al punto salen
y ocultan a la víctima en la cajuela, finalmente abordan el transporte y escapan.
―Me reconoció. ―Rezonga ella. ―Él, aprieta
los labios y conduce en silencio.
Esa tarde, Carlos Díaz notifica a la policía la
desaparición de su esposa, ella no volvió por sus hijos al colegio, tampoco visitó
a familiares o amigos, ni está en casa. Presiente que algo muy grave le ha sucedido.
La policía se niega a levantar un reporte de persona desaparecida antes de setenta
y dos horas del hecho. Díaz desesperado ofrece una importante recompensa y la
búsqueda comienza “ipso facto”. Por la noche, un grupo de oficiales examina cuidadosamente
la casa de los Díaz e interrogan aleatoriamente a los vecinos.
Soto declara: ―Yo
estaba regando mi jardín y vi a la señora Díaz conduciendo su carro, me saludó
al pasar y yo seguí en lo mío, se estacionó enfrente de su casa y entró, más
tarde salió con un hombre, subieron al auto y
se fueron tan rápido que olvidaron cerrar la puerta.
―¡Que buena vista amigo! Hay de menos doscientos metros de
distancia desde su jardín y a esa hora con el sol de frente, es difícil
distinguir bien. Y la casa de donde
salió la pareja es la número 99, la inquilina está en el hospital, ¿qué dice de
esto señor? ―señala el teniente Páez.
―Yo
digo que Andreita tiene un amante y huyó con él. ―dice burlón.
―¿Está
afirmando, que la señora Díaz se fugó
con un enamorado?
―Él
soltó una risotada. ―No hombre, es un
chiste.
―¿Le
parece que estamos para chacotas?
―¡No, no,
no!, yo no sé si se escapó, yo nomás vigilo y alerto por si algo está pasando.
―Bueno,
ya que es un “vigilante”, le voy a agradecer
que me informe a mí directamente, si ve algo sospechoso o si nota algún posible
delito a punto de ocurrir.
―Sí
¡Claro! Ahora resulta que yo debo hacer su tarea y usted recibe su sueldo, ¿no?
Mejor, que cada quien “se rasque con sus propias uñas” ―dice
antes de irse.
El teniente y
sus agentes, vuelven a interrogar a uno por uno a los residentes, Ramiro Galván y Edmundo Montiel, tienen más preguntas que
respuestas.
―¿Alguna noticia del caso de Andrea teniente? ―pregunta Ed.
―Lamentablemente todavía no, en un principio sospechábamos
del esposo, pero la desaparición de la señora Díaz rebasa nuestros temores; parece
obra de un organizado grupo criminal, interesado en este sector de la ciudad. Aún
no hemos conseguido ningún rastro, pero los encontraremos, denlo por hecho.
―La realidad teniente es que ahora los pillos ya no son
improvisados, están mejor equipados que ustedes, se han preparado, tienen una gran
industria de delitos, estamos a merced de gente educada, acaudalada, herederos
de delincuentes de antaño, asisten a la universidad con nuestros hijos o son
profesionistas como usted o yo, se desplazan tranquilos en la sociedad, puede ser cualquier ciudadano, ya no podemos,
ni debemos confiar en nadie. Es francamente espeluznante. Temo que mi viejo
bate, ya no será suficiente ―expone Edmundo.
―Tienes razón vecino, esto es horrible, no lo había visto de
ese modo, lo mejor será tener cuidado y tomar todas las previsiones. Tal vez hasta
compre un arma. ―dice preocupado.
―Lo conveniente señores es confiar en nosotros, no pretendan
hacer justicia por mano propia, jamás resulta bien. Sean precavidos, observen,
denuncien. Cualquier detalle puede ser importante. Tengan la certeza de que
seguiremos trabajando hasta resolver este caso.
Tres días
después, se localiza el cadáver de la señora Díaz. El informe pericial de la
autopsia revela sus extremidades atadas con cintilla plástica, la zona antero
lateral del cuello presenta dos heridas profundas por instrumento cortante de
poco espesor (navaja o bisturí) que escindieron parcialmente vías aéreas de la región
superior de la laringe. El diagnóstico diferencial, determina que fue degollada,
el punto de iniciación de la herida con trayectoria oblicua derecha a izquierda,
hace inferir que el asesino es zurdo o ambidiestro; asimismo, se encuentran cortadas
ligeras en hombros, mejillas y parte media de la barbilla. El cuerpo de la
occisa estaba oculto en el interior de su propio auto, disimulado en un angostillo
umbroso, justo en los divisorios del fraccionamiento. El teniente Paéz está encrespado,
se siente como un perfecto imbécil. ―¡Todo
el tiempo estuvieron tan cerca, jamás salieron del rumbo, la secuestraron y
mataron prácticamente en “mis narices”! ―se
reprocha a sí mismo. Lo asombroso del caso, es que no hay rastros que permitan
evidenciar algún indicio; el lugar del crimen fue aseado meticulosamente.
Finalmente, él no tiene más remedio que llevar la inexorable noticia al esposo.
―Siento mucho su pérdida señor Díaz ―murmura el oficial
bajando la cabeza.
―¿Por qué matarla teniente? ¡Yo pagué el rescate! ¿Por qué?
―Desgraciadamente amigo mío, su esposa debe haberlos visto o
los conocía y eso le costó la vida. ¡Le prometo que voy a dar con esos
miserables y recibirán un castigo ejemplar!
―¡Cállese! ¡No creo en sus versiones oficiales! ¡No prometa
lo que no sabe cumplir! ―le grita entre sollozos.
En la siguiente junta,
los colonos, pactan colocar una alarma vecinal con sirena de 160 decibeles y luz
estroboscópica; la carta para el municipio se firma por todos los presentes, se
notifica que la policía ya está haciendo rondas en todo el vecindario y acuerdan
reunirse puntualmente la semana siguiente.
Carmen, sale de
la reunión charlando con Alice y Ed quien le pregunta:
―¿No pudo venir Ramiro? Me gustaría comentar algunas ideas con
él.
―Está de viaje, llegará en cualquier momento, seguro
podrán conversar.
―¡Claro! La semana pasada me platicó que viajaría para
cerrar la venta de un terreno. ¡Felicidades! Con más razón quiero que vea
las medidas de seguridad que he puesto en casa, podría interesarle, nunca
sobran las precauciones, sobre todo ahora que sabemos el gran riesgo que corremos
todos.
―Querido, podemos mostrarle
ahora y luego que le comente a su esposo cuando vuelva ―sugiere
Alice al momento que llegan afuera de su edificio.
―Buena
idea mi amor, ¡Ya estamos aquí!, ¡Vamos vecina acompáñanos por favor!, me
adelanto para abrir e irte explicando.
Ella dudó un
momento, pero no quiso ser descortés y los
siguió. La reja de la entrada lucía un diseño muy elaborado que permitía ver parte
de la fachada, los remates superiores semejaban manojos de afiladas navajas, el marco de la puerta principal tenía una
especie de refuerzo metálico alrededor, velado con pintura del mismo color que
la pared.
―¿Colocaron
una placa de metal rodeando todo el marco? ―pregunta.
―Sí,
la intención es que resulte imposible abrir la chapa desde el exterior, pasa
por favor, ―la invita, mientras gira
los siete tiempos en el picaporte de la puerta. ―Como podrás
observar, colocamos herrería de protección interior en ventanas y puertas, el patio trasero, está protegido por una
jaula de aluminio anodizado que solo tiene acceso por una escotilla, imposible entrar o salir. ¿Qué
te ha parecido? Carmen siente que un
escalofrío angustiante le escurre por la columna vertebral, pero se domina y responde:
―¡Dios mío amigos! ¡Estoy asombrada!, literal, han construido un “búnker”, una “casa de
seguridad” ¿no? Disculpen, no quiero ser impertinente pero, con franqueza
pienso que han sacrificado en un buen porcentaje la iluminación.
―Tienes razón, la
inseguridad nos ha vuelto paranoicos. Mi esposo insistió
en proteger los domos por dentro con vitroblock, el resto lo cegó con cemento, ciertamente
quedó muy oscuro, pero, a prueba de transgresores.
―Aclara al tiempo que un claxon suena en la calle.
―¡Es
Ramiro! ¡Regresó! voy a buscarlo para que hablen con él ―dice
con emoción en la voz.
―¡Perfecto!
Vamos, tiene que darnos su opinión ―propone Alice.
―Vuelvo
enseguida ―murmura acercándose a la salida.
―Oye, espera un segundo amiga, antes tengo que abrir
porque aquí todo tiene “truco” ―advierte amable
la señora Montiel. Carmen sonríe, pero, se siente incómoda, el lugar es
asfixiante, la luz mortecina, ella comienza
a sentir claustrofobia, desea salir corriendo para
abrazar a su marido. Disimula su ansiedad y fija
su atención en la sofisticada cerradura que resulta tan complicada para abrir;
a su espalda, Ed en silencio toma un
bate apoyado en un muro, lo eleva lentamente y con ímpetu de un rayo libera su iniquidad
en el parietal derecho de la señora Galván.
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