Karina Bendezú
Kaori
llegaba después de la escuela a visitar a doña Zelmira, dueña del restaurante
más rico del pueblo, la amable señora la recibía siempre con una deliciosa
mazamorra típica del lugar. La niña de
ascendencia japonesa tenía los cabellos tan negros como el carbón pero suaves y
finos como la misma seda. Kaori de siete años, era risueña y sociable, a quién
todos conocían después de vivir varios meses en el pueblo. Kaori pasaba mucho
tiempo donde Zelmira, se sentía a gusto allí, su padre andaba algo nervioso y
evitaba verlo. De camino a casa, Kaori aprovecha el buen tiempo para ir a la
laguna, a pasear y refrescar sus pies en el agua, el día estaba soleado y el
reflejo de la luz del sol iluminaba el paraje de un color verdoso que la
encandilaba. En la quietud de la tarde, de improviso, se oye el canto de aves
que se acercan, a su vez, caen cientos de hojas secas de los árboles encima de
Kaori, en ese instante, la niña sintió un extraño presentimiento que la
afligiría horas después, Kaori decide volver a casa cuanto antes.
El
padre de Kaori, Makoto, recordaba el día que emprendía el viaje hacia tierras
cálidas, dejando atrás el cemento y la vida urbana. La familia de Kaori,
viviría ahora en plena sierra, cerca de lagunas de aguas cristalinas vertidas
por cascadas que caían desde lo alto de las montañas. A medida que avanzaban,
se abrían paso hacia un paisaje rodeado por una vasta y variada vegetación,
circundada por empinadas y rocosas cimas que se imponían ante ellos. Makoto era
un prestigioso profesor de ciencias y obtenía un nuevo puesto de trabajo en una
escuela ecológica en la zona central. Ingeniero agrónomo él, enseñaría a niños
y jóvenes estudiantes a tratar los frutos de la tierra y sus animales,
prepararlos para una vida sustentable y en armonía con el medio ambiente. Toda
la familia lo acompañaba, su esposa Yukiko, su pequeña hija Kaori y Aki que aún
se encontraba en el vientre de su madre. Para el profesor Makoto y su paciente
esposa Yukiko la vida en el campo les traería paz y armonía a sus nuevas vidas.
Luego de varios intentos por quedar embarazada, la señora Yukiko esperaba a su
segundo hijo. Yukiko dio la buena noticia a Makoto y juntos fueron a ver al
doctor. Efectivamente, estaban esperando otro hijo, un nuevo ser que llevaba un
mes y medio de vida en el vientre de la madre. La mudanza y el cambio de clima
asentarían a Yukiko y al bebé, pensaba Makoto mientras manejaba por la
carretera, él haría todo lo posible para mantenerlos bien cuidados y
protegidos.
En
medio del campo, Yukiko con ocho meses de embarazo, se encontraba en la extensa
huerta de la nueva casa cultivando sus frutos en la fértil tierra. Yukiko y su
marido eran unos apasionados de la jardinería, sembraban repollos, lechugas,
espinacas, zanahorias y tomates. El algodón y las flores, en especial las
orquídeas, eran sus preferidas cuidándolas con mucho cariño. La brisa del
viento empezó a correr, Yukiko de pronto, se preguntó por su hija. En ese
instante, Kaori se le acerca cariñosamente por detrás, Yukiko gira el torso y
le da un dulce beso en la mejilla.
-¡La
brisa del viento te trajo hasta mí! ¿Dónde te habías metido Kaori? - le
pregunta su madre.
-¡Estuve
en lo de Zelmira mami! –responde la pequeña.
-¡Ah!
¡Estuviste probando su deliciosa mazamorra!
-¿Cómo
sabes mami?
-¡Tienes
restos de mazamorra en tu bigote!
Ambas
se miraron y rieron.
-Es
momento de entrar a la casa –se levanta Yukiko y continua -está empezando a
refrescar, vamos que preparo algo rico y calientito para comer.
La
nueva residencia de los Tanaka era una típica casa campestre, rodeada de
arboleda y extensos jardines de flores multicolores, la huerta y una extensa
galería de cerámicos bermellón que corría por la casona, decorada con plantas y
bancas coloniales abrigadas con mullidos y suaves cojines. Sus techos estaban
cubiertos por típicas tejas rojas que los protegían de las intensas lluvias. En
el interior de la residencia se hallaba una enorme y cálida chimenea que
calentaba los días y las noches frías durante el otoño e invierno. Las paredes
de la casa estaban revestidas en su mayoría por ladrillos que se veían a simple
vista y el amplio salón contaba con confortables muebles de madera que
invitaban a tomar una apacible siesta después de las suculentas comidas que
preparaba Yukiko.
Kaori
llena de alegría al ver a su madre, empieza a cantar y bailar alrededor de
ella.
-Kaori,
¿qué haces? –pregunta Yukiko sonriendo.
-¡Hoy
vi muchos pájaros volando en círculos arriba mío, eran muchos mami, mírame! ¡pí
pí pí pííí! –cantaba Kaori.
Kaori
extiende sus brazos imitando el vuelo de las aves, Yukiko gira al igual que su
hija imitándola en todo, ambas juegan y ríen llenas de felicidad. De repente
Yukiko tropieza con Kaori. Makoto, al escuchar tanto alboroto sale de su
habitación, al verlas, corre hacia Yukiko, llegando justo a tiempo para
sostenerla en el aire, Yukiko estuvo a punto de caer de cara al suelo.
-¡Cuántas
veces te he dicho que estés quieta Kaori! –le grita su padre.
-Estábamos
jugando Makoto, no retes a Kaori –interviene la madre.
-¿Por
qué llegas tarde Kaori?, anda al baño a lavarte las manos que vamos a merendar
–le dice Makoto.
Kaori
siente la misma extraña sensación que experimentó en el lago y con lágrimas en
los ojos corre al baño entristecida, lava sus manos con agua y jabón enjuagando
sus pequeñas lágrimas del rostro.
Mientras
tanto, en la sala Yukiko habla con su esposo.
-¿Qué
te sucede Makoto?, fue solo un tropezón, no reprendas a Kaori ella es sólo una
niña y únicamente desea jugar –le dice Yukiko.
-Pero…
si les pasara algo a ti y al bebé, ¡nunca me lo perdonaría! –responde Makoto
seriamente. Costó tanto que quedaras embarazada…
Kaori
sale del baño y se dirige al comedor donde se encontraban sus padres.
-Makoto,
ahí viene Kaori, ¡tranquilízate por favor! –le pide Yukiko.
Makoto
y Kaori quedaron en silencio durante toda la merienda, sin decir una sola
palabra, a pesar de los intentos de Yukiko por amenizar la comida.
Los
días siguientes, Kaori pasaba más tiempo en el lago del que solía pasar los
otros días, jugando en la laguna de aguas transparentes donde se podía ver
reflejados, el cielo y las pequeñas nubes blanquecinas que paseaban por el
valle. Kaori se entretenía también alimentando a las aves oriundas del lugar
como la “huallata”, algunas garzas, aves y patos silvestres, la niña les
convidaba el pan que doña Zelmira tan gustosa le regalaba en el restaurante. Un
día de otoño a pesar del viento y del frío, Kaori se dio un chapuzón en la
laguna. El tiempo transcurrió, el aire empezó a soplar con mayor intensidad y
el sol que irradiaba el valle con todo su esplendor se había ocultado. Al darse
cuenta que la noche se avecinaba, Kaori se apresuró en regresar a casa.
Mientras
tanto en la casona, Makoto despertaba de una apacible siesta, sale de su
habitación y encuentra a Yukiko de pie en la galería, mirando hacia el
horizonte.
-Yukiko,
¿qué haces afuera?, entra a la casa que hace frío –le dice Makoto.
-Aún
no regresa nuestra hija, ya está por anochecer, estoy muy preocupada por ella
-le dice Yukiko afligida.
-Cálmate
querida, no le hace bien ni a ti ni al bebé, iré a buscarla al pueblo, debe
estar con Zelmira, ¡ay, esa niña, ya me escuchará! -dice Makoto.
De
repente llega Kaori a casa, descalza y con sus ropas mojadas.
-Hola
mami, papi, estaba dando de comer a los pajaritos en mi mano y de pronto
oscureció -dice Kaori.
-¡Niña
desobediente! –le grita Makoto.
Makoto
agarra a Kaori del brazo con mucha fuerza metiéndola a la casa rápidamente.
-¡Makoto,
espera! -le grita Yukiko.
Yukiko
detiene a Makoto y lleva a su hija al baño a quitarle las vestimentas.
-¡Estás
toda mojada hija mía! ¿No ves lo tarde que es? ¡Estaba muy preocupada por ti!
–le dice su madre.
Yukiko
baña a su hija con agua caliente para quitarle el frío, la arropa y la acuesta
en la cama suavemente.
-Ya
regreso pequeña, te prepararé una rica sopa caliente –la anima su mamá.
Al
rato, Yukiko llega con la sopa y ve el rostro de Kaori pálido, empapado, la
niña estaba toda traspirada. Inmediatamente Yukiko llama a Makoto.
-¿Qué
te sucede Yukiko? –pregunta Makoto.
-¡Kaori
está volando en fiebre! –contesta Yukiko.
-Papi…
perdón… los pájaros… mis amigos… bailo… canto…–delira Kaori.
Makoto
al escuchar delirar a su pequeña hija se da cuenta de lo duro que fue con ella.
Inmediatamente,
Yukiko le cambia el pijama a Kaori y la cobija nuevamente, trata de animarla,
pero la niña no mejoraba, la fiebre aumenta y su estado empeoraba. Makoto llama
al consultorio del doctor, allí le informan que el médico estaba atendiendo a
un paciente al otro lado del pueblo, a dos horas de viaje, Makoto decide salir
él mismo en busca del doctor y traerlo cuanto antes.
La
espera hacía larga para Yukiko, los minutos corrían… en eso, llegaron Makoto y
el doctor, ambos entraron al cuarto de la niña donde Yukiko se hallaba junto a
ella, Yukiko no se había despegado ni un solo instante de Kaori. El doctor
Rodríguez observa a la niña e inmediatamente le da indicaciones a Yukiko para
bajar la fiebre: agua helada, paños fríos y agua fresca para que Kaori beba,
evitando así una posible deshidratación. Makoto esperaba afuera ayudando a
traer lo que pedía el doctor. Unas horas más tarde, la fiebre de Kaori empezó a
descender.
-¡La
niña se pondrá bien! -exclama el médico a los Tanaka.
-¡Gracias
doctor Rodríguez por lo que ha hecho! –agradecen Makoto y Yukiko aliviados.
Makoto
lleva a Rodríguez al pueblo; de regreso, Makoto se aproxima junto a Yukiko y la
pequeña Kaori.
-Yukiko,
ve a descansar por favor, yo me quedaré toda la noche cuidando de Kaori –le
pide Makoto.
Yukiko
se despide de Kaori con un beso en la frente y sale del cuarto algo cansada de
tanto trajín. Makoto la acompaña unos minutos al cuarto y la abraza fuertemente.
-¡Es
mi culpa Yukiko, he sido tan duro con Kaori y mira lo que ha sucedido, ustedes
tres son lo más importante que tengo en la vida!
-Makoto,
nuestra pequeña es fuerte y el doctor hizo una buena labor, nuestra pequeña ya
se está recuperando –le tranquiliza Yukiko.
Al
día siguiente, Kaori despierta con el reflejo del sol que entraba por la
ventana, calentando su rostro, sorprendida, ve a su padre dormido junto a ella.
Kaori acaricia dulcemente la cabeza de Makoto, despertándolo.
-¡Mi
dulce niña estas bien, ya despertaste! –sonríe su padre.
Makoto
la llena de besos haciéndola reír. En ese instante, Yukiko entra a la
habitación y al verlos juntos se acerca a ellos abrazándolos llena de alegría,
de repente, Yukiko aprieta fuertemente el brazo de Makoto.
-Es
hora de ir a ver al doctor –dice Yukiko.
-¡Pero,
mi amor! ¡Kaori está bien, como si nada le hubiera pasado, mírala! –contesta
Makoto.
-Sí
Makoto, es verdad, pero no es por ella que lo digo, es porque ya viene el bebé.
Makoto
atónito se levanta de un salto y corre velozmente a preparar todo para partir
al hospital cuanto antes.
Unas
horas después, en el hospital, el doctor Rodríguez se acerca hacia Makoto y
Kaori que aguardaban en la sala de espera.
-¡No
me imaginaba verlos tan pronto! -bromea Rodríguez.
-Doctor,
¿cómo están?, ¿salió todo bien?, ¿Yukiko y mi hijo? –lo llena de preguntas el
profesor Makoto.
-¡Felicidades
profesor Makoto, tiene un hijo hermoso y sano, su esposa y el bebé los están
esperando! ¡Kaori, tu hermanito salió tan fuerte como tú! –le sonríe el doctor.
Padre
e hija se miran tiernamente y agarrados de la mano, entran a la habitación a
conocer al bebé.
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