Graciela Martel Arroyo
Las llantas del
autobús iban frenando lentamente, avanzando en forma continua hacia su destino final; la
estación del tren ligero. Las personas
ansiosas de abordar dicho transporte, se
habían bajado una calle atrás, con la finalidad de evadir el tráfico. Soledad
era una de las pasajeras que continuaba sentada; mientras avanzaba se
entretenía viendo el andar de la gente.
Ese día se había levantado a temprana
hora. Por lo tanto, llevaba el tiempo suficiente para llegar a su trabajo sin
sentir esa premura con la que se viaja a
diario.
De pronto, una
sensación de brisa en su cara hace que voltee la mirada. Impresión de que algo
sucede afuera. Busca en el entorno inmediato quedando su vista fija en la entrada de la
estación principal, donde se localiza un hombre hincado en actitud de súplica,
con los brazos abiertos a toda su extensión
y agitando constantemente las manos. El pelo largo se meneaba de acuerdo a las gesticulaciones de sus palabras. Aunado a ello, la ropa vieja
y maltratada daba una impresión de apatía.
A través del cristal
presta atención a la gente que transita
cerca de él. Unos pasan leyendo el periódico cuyas notas exuberantes y
llamativas captan su atención. Otros lo ven y simulan no advertir su presencia.
Aquellos observan y juzgan. Una mujer acelera su andar en condición de rechazo.
Los demás que se ubican cerca, platican y están riendo sin cesar; como si su existencia fuera diáfana y sus palabras no tuvieran repercusión.
Ante la
incapacidad de lograr ser escuchado, en
un arranque de exasperación. Declara:
- ¡Ustedes son gente
sorda, ciega y muda! Tú… ¿Por qué me miras así?
y tú ególatra ¡Que jamás serás
capaz de hacer algo por tu país, por tu gente, por tu raza! No huyas de mí ¡Ten miedo de la gente viva! ¡Sí, de la gente que dice ser tu mejor amigo!
-les decía eufóricamente. ¡Los muertos si son tus camaradas…! Escucha, que
algún día me entenderás…
Soledad había
atravesado la calle con precaución, acercándose lentamente. Sin dejar de
observar aquéllas reacciones que magnetizaron enseguida su corazón y su mente. Se detuvo unos minutos cerca de él, con
el deseo de deducir lo que manifestaba.
Sin embargo…, a una mínima parte del alegato había puesto atención. Debido a que le dio
curiosidad su aspecto de hombre maduro.
Cuya piel se encontraba marchita y traslucida, como si tuviera mucho tiempo sin que los rayos
solares le dieran un poco de tonalidad rosada. Todo ello expresaba
olvido y abandono.
Recordó que
cuando estaba sentada en el autobús se había hecho una percepción diferente de
él. Pensó que era un pordiosero más. De esos…
que viven en la calle, cuya
vulnerabilidad los lleva a dormir en cualquier rincón o aquellos que por alguna enfermedad se encuentran desprotegidos
ante la sociedad. Llegó a catalogarlo en
ese primer momento como una persona que hablaba puras aberraciones, sin darse
aún la oportunidad de escucharlo.
Pone atención a
la disertación, capta que las palabras emitidas son razones de la vida,
verdades dolientes o quizá calamidades previstas. Sabe… que es
un mensaje cuyo significado es profundo. Comprende que existe en su persona una
mezcla de sabiduría con experiencia.
Observa su
enfado por que la gente no le pone
atención, dejando caer los brazos en actitud
de derrota. Soledad se queda estática por unos segundos, cuando él gira
su rostro a todos lados, con el propósito
de encontrar a alguien que se atreva a rebatir su sentir. Y la ve ahí parada,
en un intento de establecer comunicación con ella le estira los brazos. Pero de
antemano sabe que va existir un rechazo. El cual es confirmado cuando con una premura desbordada Soledad retira su
mirada. Enfilándose rápidamente hacia la
entrada de la estación.
Esta acostumbrado a que nadie lo vea, lo escuche o
hable con el. Baja los brazos y comienza
a incorporarse lentamente en una actitud de fracaso. Anhelaba que alguien le regalara un espacio
de su tiempo. Deseaba en todo instante el poder recordar esa emoción que sentía
de joven cuando platicaba con un
amigo, con un hermano o con el ser amado. ¡Ese gusto de saber que aún esta vivo!
Ese día se encontraba tan cansado de hablar solo. De vivir en ese aislamiento, cuyo yugo el mismo se había
implantado. Que en un lapso de inspiración se atrevió a tratar de
conquistar las calles con sus enseñanzas.
Mientras, Soledad con el corazón sobrecogido por la
angustia que sentía por haber reaccionado de esa forma, aceleraba el paso atropellando
a la gente de su alrededor. Y unos minutos después ya sentada en el vagón se
encuentra inerte. Sabe que va rodeada de pasajeros, pero su mente la lleva
absorta en una lucha interna por argumentar
su actuar. La respuesta a la pregunta
del ¿Por qué reaccione de esa forma? Era
reiterada y engañosamente justificada en que tenía la premura de llegar temprano
a su sitio laboral. Pero en el fondo sabía que esa no era la realidad. Reflexiona
en que quizá el problema que tenía ese hombre era en la forma tan directa en la que desea
transmitir sus enseñanzas. Ya que su
ímpetu provocaba que la gente se
consternara, y a ella le había sucedido
los mismo.
La rutina diaria
del trabajo permitió que en forma
temporal dejara de lado el acontecimiento matutino. Pero…, una vez de vuelta a casa reflexionaba sobre
aquel individuo, cuestionándose: ¿Qué hay en su pasado?, para actuar así ¿Por qué en forma
contradictoria por un lado su apariencia refleja a un ser pulcro, y por otro se
observa que existe abandono? ¿Qué acontecimiento tan doloroso ha vivido? Reflexión cual película corría una y otra vez por su mente.
Soledad era una
mujer madura y desolada. Había
establecido un hogar muchos años atrás;
el cual sucumbió por no poder engendrar hijos. Después de años de
tratamientos continuos, decide separarse
de su esposo. Debido a que el entorno familiar ante esa carencia, se había
convertido en una lucha de poder y de
egos que la hacían vivir en la infelicidad. En los últimos años se habían volcado en una irrupción de ofensas y desaires
tan aniquiladores que de no haberse divorciado quizá ella hubiese sucumbido.
Cuando sucede el
divorcio, suponía que no iba a ser un proceso tan doloroso. Sin embargo, la separación le permitió descubrir que su
esposo se había convertido en su “mundo ideal”
“en su razón de ser”. Lo adoraba tanto,
que no podía concebir su existencia sin que el estuviera a su lado. Pero
el daño generado era tan destructivo… que sabia perfectamente que por no poder engendrar un hijo su esposo
la veía con recelo. Y que jamás
lograrían superarlo.
Por eso cuando por
fin logró separarse de su cónyuge -pensó:
- “Soy la mujer
mas afortunada del mundo. Tengo la oportunidad de rehacer mi vida junto a un hombre que me acepte como mis defectos” –en forma alegre.
No obstante, con
el transcurrir de los días se dio cuenta de que le hacia falta la presencia de
su ser amado. Lloraba intensamente por esa separación. Aunque, sabia
perfectamente que era lo mejor para ambos. Todos esos sentimientos los guardo
en su corazón. Con el paso del tiempo esos rencores la fueron agriando. Se
convirtió en una mujer cuyo carácter amargo
alejaba a las personas que por alguna u otra situación tenían trato con ella.
El
acontecimiento matutino la llevo a reflexionar en ¿Porqué juzgarlo? Si existía cierta similitud entre ambos.
También sufrió situaciones en su vida donde se había sentido relegada. Anhelo más que nunca el poder volver a encontrárselo.
Y sin saber cómo nombrarle decidió llamarlo “El Predicador”.
A partir de esa fecha,
se levantaba a temprana hora para
abordar el tren ligero, a la misma hora de aquel inesperado día, con el
objetivo de volverle a encontrar. Durante algunas semanas repitió dicho
proceder sin lograr nuevamente verle. Cansada de ello decide regresar a su rutina diaria.
Dentro de las
actividades laborales se encuentra la entrega semanal de documentación en las
oficinas ubicadas en la zona sur de la capital. La jefa del piso le encomienda
realizar de dicha diligencia, Soledad en forma molesta cumple con el cometido.
Una vez entregado el trabajo, sale del edificio, enfrente se encuentra una pequeña plazuela la cual tiene que atravesar, mientras lo realiza observa
a un hombre con los brazos abiertos, agitándolos con desesperación e intentando ser
escuchado por los ahí presentes. Al percatarse que era la misma persona que
había encontrado en la entrada del tren ligero, sin meditar se sentó en una de las bancas
cercanas y escucho con detenimiento cada una de sus palabras emitidas. Al término
no corrió cuando volvió a dirigir sus brazos hacia ella. Con una inhalación
profunda le sostuvo la mirada, haciéndole sentir el reconocimiento a sus palabras.
Cada semana se
quedaba adrede a escucharle. El sermón era elocuente para su oído; poco a poco se fue modificando la concepción que tenia de la vida. En unas
semanas ese entretenimiento se convirtió en un torrente de sentimientos que le condujeron a
sentir destellos de felicidad. Sus pensamientos fueron completamente ocupados
con la figura y las creencias del predicador. De esta manera fue aumentando el
anhelo verlo y escucharlo día a día.
Sus miradas se cruzaban todos los viernes. Él siempre la veía sentada en la
misma banca y ella gozaba observando a
ese hombre que tanto le fascinaba. El
Predicador se sentía satisfecho porque después de algún tiempo de esfuerzo por fin se deleitaba con la
presencia de una compañera. Aunque, en su
relación aun no se cruzaran palabras, ella
escuchaba, asentía con su mirada, con su cabeza y con su figura.
A partir de ese acercamiento no volvió a
dejar caer sus brazos en señal de derrota.
Ahora los elevaba al cielo con un mayor
entusiasmo y agradecimiento, en un gesto de triunfo.
Cierto día, cuando
estaba escuchando lo que decía, él volvió a repetir las palabras:
- Los muertos son mis
amigos.- decía en forma segura.
Soledad,
no pudo esperar más tiempo y en forma espontanea se levanto de la banca
y lo cuestiono:
- ¿Cómo puedes creer eso?
¿Cómo puedes pretender que un muerto sea tu amigo?
- ¡Si, mis amigos son los
muertos! Durante los años que he existido,
la vida me ha enfrentado a ese dolor que se tiene cuando se ha perdido a un ser amado. De pensar en que hubo instantes donde rechace en forma
rotunda su compañía por miedo de enfrentar
mi realidad, me da coraje de haber desperdiciado ese tiempo. Ahora los
hago participes de mis sentimientos en un sentido positivo. Mis períodos de
soledad son compartidos con ellos. Me socorren al escuchar mis suplicas, mis angustias o deseos. En situaciones de necesidad aclamo su ayuda y
protección. Jamás se enfadan si dentro de mis palabras les he ofendido. Pero
también trato de dirigirles mensajes de agradecimiento cuando ha pasado la
tempestad o en los instantes de
felicidad.
Yo
tuve una esposa… la ame con todo mí ser. Hace aproximadamente cinco años murió
después de tener una enfermedad dolorosa. Pasé por una depresión severa; no acepte lo que la vida me imponía. Pero un día cuando comprendí que su esencia era mi dulce
compañía, decidí cambiar la actitud; a partir de esa fecha ella continua presente en cada uno de los
actos que realizo. Me ilumina con su apariencia, al estar siempre en mi corazón
y me da fuerzas para seguir adelante. Nunca
será una sombra negativa en mi vida. Es un afluente de inspiración, cuyo afecto
perdurará en mi conciencia haciendo que conviva con ella cual si estuviera
viva.
También
debes de considerar que no necesariamente debe fallecer la persona, que mis
palabras se refieren a aquella gente que por causa del destino se han olvidado
o retirado de tu compañía.
Te
puedo asegurar que en la mayoría de las
relaciones humanas la gente insiste en hacerse daño. Vicios destructivamente
aniquiladores que van mermando ese poder tan maravilloso de imaginación y creación.
Una vez oído el
argumento del Predicador, Soledad con
una contemplación se despidió. En el transcurso de la semana meditó en el contenido
del mensaje. Enfrentar sus sentimientos era algo que durante años había evadido,
prefería seguir sumida en los rencores que aceptar la realidad y tratar de
superarla. Aunado a ello, no tenía contacto alguno con su familia
cercana y al estar sus padres ya fallecidos
se acrecentaba más su aislamiento.
Su divorcio pasó
a formar parte de un segundo duelo. Sabía que ese acontecimiento era el más
destructivo de su existencia. Motivado porque al estar su ex esposo aún vivo y sosteniendo una relación con otra pareja; provocaba que sus evocaciones giraran entorno a esa situación que le
generaba demasiado resentimiento. Deseaba que él regresara a su lado, que fuera
partícipe de su vida. Y sino era así…,
entonces que fuera infeliz, como
ella lo era. La irritaba tanto no lograr
su objetivo que trastrabillaba entre los bordes de la locura y la
sensatez. La ira la dejaba inerte y la aniquilaba en vida.
Sabe que necesita en forma angustiosa apaciguar su espíritu,
y que para ello requiere de una actitud completamente diferente a la que
durante años ha asumido. La cabeza duele, el corazón sangra ante las heridas
profundas y crecientes, pero ese espacio de éxtasis agraviante la lleva a la
búsqueda de un proceso de vida incomparable. Su mente repetía una y otra vez:
los muertos son mis amigos; de día y de
noche. Hasta que transformó ese pesar en una oportunidad de dar un giro a su
vida e iniciar una etapa en donde la
soledad deja de ser su fatídica compañía.
Su corazón
pretende que sea por fin perdonado el ser amado. Sabe de antemano, que nunca podrá desearle la muerte. Momento
existente y diáfano en su alma cuando resuelve ubicar el apasionado amor en baúl
de recuerdos. Nostalgia al dejar el pasado y
galanteo ante la libertad de su alma. Gesto coqueto, porque sabe que esa persona que en años fue
vital en su existencia ha pasado a ser considerado como uno de sus mejores
amigos. Que debe perdonar y dejar que su
alma lo ubique como aquel amor ya muerto; pero cuyo recuerdo le sirve de
inspiración para aprovechar la oportunidad de ser nuevamente feliz.
El proceso fue
largo y la espera del Predicador igual. Debido a que Soledad no se había
presentado en semanas a escucharle. Sin embargo, ¡Él sabía que iba a regresar! Ese
día se levantó a temprana hora, sintiendo en el pecho una sensación de agrado
al respirar; en forma interna agradecido a la vida por la nueva ocasión que le
brindaba. Si, se consideraba premiado
por el hecho de respirar diferente y tener la emoción de un futuro más promisorio.
Soledad llegó al
trabajo con una sonrisa que permitía ver su dentadura imperfecta acompañada de cierta
luminosidad en el rostro; al grado de consternar a sus compañeros. Ellos que por
años habían recibido una mueca grotesca
acompañada con un susurro forzado de saludo;
quienes inmediatamente habían notado el cambio. Por la tarde, ansiaba el momento de trasladarse a aquella
plazuela donde viernes a viernes se daba la oportunidad de escuchar al Predicador, ¡Si, aquel hombre que había penetrado en sus
pensamientos! Además de ser el causante de que reviviera la sensación de estar ilusionada.
Cuando por fin
llegó, el Predicador de lejos observo su andar, cuya melodía prorrumpida por su taconeo era diferente a aquel sonido triste
de la primera vez de su encuentro. Los pasos cortos y rápidos o la carrera de
una mujer asustadiza que ante lo ignorado o quizá repudiado por su aspecto huye de la estación, ha quedado en el pasado.
Cuando vuelven a
encontrar su mirada, se observa entre la misma la complicidad surgida ante las ideas. Continuando con una sonrisa picara que
permite brotar la comprensión existente
entre ambos, percepción de pasión y de deseos
de libertad ante la vida.
No fue necesario
emitir en esos segundos un discurso, solamente la contemplación hablo hasta llegar
al alma… En esta ocasión Soledad no se sentó en la banca de siempre a escuchar
el discurso. Al contrario, se coloco a
un costado de él. Haciéndole sentir con esa actitud que compartían juntos aquel
momento. Durante ese tiempo observo los
modos que tomaban las personas, la simulación ante la realidad de la vida… al fingir
que leen, que no ven, que llevan prisa, que se espantan, que observan y juzgan,
que manifiestan condición de rechazo.
En este momento
la del arranque de exasperación fue ella…. Al interrumpirlo y decir:
- Yo también fui una de
ustedes tan sorda, ciega y muda como lo son ahora. Era tan ególatra que durante años he vivido ensimismada en mis
propios pensamientos. Sin darme la oportunidad de romper con todos aquellos
preceptos que me ahogaban.
¡Escucha, reflexiona y vive! ¡Date la
oportunidad de respirar un aire alentador!
El Predicador
estaba perplejo ante lo que observaba. Jamás imagino que el don de la palabra
hubiese trascendido hasta el grado de tener a su lado a una persona que compartiera con él los deseos de ayudar
al prójimo.
En forma lenta, estiro sus manos hacia Soledad. Ella las tomo
suavemente y él se incorporó, diciéndole…
- Jure manifestarme de
rodillas hasta que encontrara a mi paso alguien a quien mis palabras la
transformaran. A partir de hoy, mi
discurso sigue…
¡Pero lo brindaré de pie, porque doy por
hecho que lo he logrado!
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