Karina Bendezú
Los habitantes de la
pequeña ciudad bajaban a la costa a disfrutar de sus extensas playas y del
radiante sol. El verano había llegado con todas sus fuerzas llenando de energía
a los pobladores. Su turno en el bar había terminado, se quitó el delantal,
agarró las propinas y caminó hacia el mar. En la playa, sus amigos surfistas encendían
una fogata para comer malvaviscos y celebrar la alegría de vivir, al verla
pasar, la invitaron a acompañarlos. La bella Gaby se les uniría enseguida.
- ¡Gaby, estamos
preparando unos malvaviscos!
-¡Estoy con ustedes
chicos! –les contestó con una dulce sonrisa.
Pero la joven siguió su
camino hasta el mar para mojar sus bronceados pies quedándose allí por unos
minutos, ensimismada… ¿En qué estaría pensando? De pronto, un empujón la sacó
de su recogimiento y sintió que una personita le abrazaba fuertemente. Era
Alex, su travieso hermano de diez años que la seguía a todas partes.
-¡Qué haces pequeño
diablillo! –le preguntó Gaby.
-¡Ven a la fogata, te
estamos esperando! –contesta Alex.
Gaby miró a Alex con
ternura y accedió feliz a los pedidos de su hermano. Lo abrazó fuertemente: la
calidez de sus manos siempre lo reconfortaban. Ambos corrieron hasta la fogata,
se sentaron alrededor de ella y comieron los deliciosos masmelos. Luego de un
par de horas regresaron al bar, allí los esperaba su padre que cerraba el local.
Los tres partieron en el jeep.
Gaby corría tabla, era
una excelente deportista del surf, su pasión y estilo de vida. También lo practicaban
su padre, sus tíos, primos y ahora su hermano Alex con el bodyboard. Gaby se
había criado prácticamente en el mar; muy temprano por las mañanas, en compañía
de su padre, la joven de cabellos largos y silueta esbelta, bajaba a la playa a
conectarse con la inmensidad del océano. Al día siguiente, seis de la mañana y ataviada
para la travesía con su wetsuit, recostada en su tabla, Gaby se desliza suavemente
braceando las aguas entre ola y ola. Mar a dentro se sienta sobre su tabla de
surf para contemplar el amanecer. Suspira, en ese instante recuerda con
nostalgia a Juana, su madre.
La madre de Gaby había
fallecido en un accidente de auto hace un par de años. Juana, al no querer
pasarse la desviación camino a su casa intenta girar a la izquierda desde el
carril derecho donde se encontraba. Un auto que iba a gran velocidad por el
carril izquierdo no llega a ver el giro de Juana y colisiona directo a ella.
Juana, muere a los pocos minutos del impacto. Gaby iba sentada en el asiento del
copiloto, sólo llega a recibir algunos golpes y cortes. Desde ese día, la joven
surfista pasaba mucho tiempo en el mar, en silencio, en soledad con las olas y
sus pensamientos.
Alex también era un apasionado
de los deportes acuáticos, un niño intrépido y audaz. De gran desempeño con el bodyboard, braceaba recostado
en su morey impulsándose hasta lo alto de las olas para deslizarse sobre ellas,
realizando piruetas y giros, nadando por la pared cilíndrica de la ola para
luego seguir la trayectoria velozmente hasta llegar a la orilla. A veces,
perdía el equilibrio pero siempre lo volvía a intentar. El mar estaba algo
crecido y las olas eran perfectas para todos los que allí surfeaban. Alex deseaba
deslizarse en olas mucho más grandes, le entretenía estar allí demostrando sus
aptitudes sobre el mar.
Recién egresada del
colegio, Gaby practicaría su deporte favorito durante las vacaciones. Con
paciencia decidiría qué estudios seguir en la universidad, aún no estaba segura.
En sus momentos de soledad en el mar, surfeando las olas, Gaby lo observaba
todo. La naturaleza era mágica y poderosa, decía. Gaby estaba siempre atenta al
movimiento del oleaje, los niveles de la marea y la velocidad del viento para
poder surfear mejor. Todo ello le ayudaba a desconectarse, seguir adelante y
dejar atrás la tragedia del accidente.
En el bar, Gaby trabajaba
por las tardes ayudando en el negocio de su padre. Sus padres, Mike y Juana,
habían construido un resto-bar en la costa del Pacífico allá por los años ´70.
De madera y materiales rústicos, el resto-bar llamado Sunset, era el punto de
encuentro de surfistas, lugareños y turistas que disfrutaban del mar. Allí
servían comida naturista que mantenía el sabor original de los alimentos,
bebidas, jugos naturales y las delicias que el océano Pacífico ofrecía.
Mike, desde el
accidente de su esposa, vivía sólo para sus hijos y el trabajo. Dedicarse a tiempo completo a atender el resto-bar le
hacía mantener viva la presencia de su esposa que extrañaba con todas sus
fuerzas. A pesar de cuidar a sus hijos, los tres ya no charlaban como antes, en
familia, y notaba que Gaby se distanciaba poco a poco de él.
Reunida en la noche con
sus amigos surfistas, Gaby pasó unas horas nadando bajo la luna y las estrellas
que brillaban intensamente. Alex estaba con ellos. Era la primera vez que
acompañaba a su hermana. Alex era aún muy chico para ir de noche a surfear,
pero gracias a su carácter tan vivaz e insistente había convencido a su hermana
de acompañarla. A raíz del accidente de su madre, Gaby temía que su pequeño
hermano se lastimara.
En las noches, los
chicos y chicas surfistas, amigos y familiares bendecían las nuevas tablas de surf
pidiendo buenas olas y dando gracias por las magníficas que surfeaban, siempre
todos juntos, alrededor de una fogata, cantando y bailando al compás de la
música. Uno de los chicos, se acercó con pequeños pescados recién salidos del
mar y los compartió con todos cocinándolos al fuego de la gran lumbre.
Los siguientes días
pasaron y el clima empezó a cambiar, aumentando así, el tamaño de las olas. Algunos
avezados surfistas se adentraban a ellas, superando el rompiente nadando y
buceando bajo el agua para avanzar y poder surfearlas. Alex veía desde la orilla
de la playa, la destreza con que los chicos y chicas sorteaban las olas. Él
pertenecía al mar y deseaba experimentar aquellas proezas que realizaban los jóvenes
surfistas en el oleaje. Para él, ese era el momento ideal de surfear aquellas imponentes
olas.
Y así lo hizo, sin que
nadie lo viera, o más bien dicho, lejos de la vista de su padre y hermana, Alex
siguió sus instintos. Con el wetsuit puesto, cogió su morey y se recostó sobre él
nadando fuertemente mar adentro. Sorteó con gran dificultad las primeras olas hasta
llegar a la más grande. De pronto, una multitud se conglomeró en la orilla de
la playa. Todos veían al pequeño niño entrar al mar embravecido. El padre de
Alex salió del resto-bar al ver tanta gente reunida en la playa. ¿Por qué tanto
alboroto?, se preguntó. No podía creer lo que veía. Se agarró la cabeza de la
impresión. Gaby preocupada se acercó inmediatamente a su padre y le preguntó
qué pasaba.
-¿Papá, te sucede algo?
¿Qué está sucediendo allá afuera?
-¡Tu hermano, tenemos
que sacarlo de allí! –gritó Mike mirando hacia el mar.
Gaby giró la cabeza en
dirección al océano y vio las inmensas olas que rompían con fuerza generando grandes
cantidades de espuma blanca. A lo lejos, vio a su pequeño hermano tratando de
llegar a ellas. Padre e hija corrieron hasta la orilla llamando a gritos a Alex
sin recibir respuesta alguna. Angustiada, Gaby agarró su tabla y fue en busca
de su hermano.
Alex braceó con todas
sus fuerzas hasta llegar a la ola que lo estaba esperando. Se colocó en la
posición correcta, agarró fuertemente su morey y empezó a deslizarse sobre la
gigantesca ola, escabulléndose sobre el tubo que ella formaba. En él, Alex pudo
dar un Aéreo Rollo 360 (subir a lo alto de la ola, golpear con él la tabla y
realizar un giro en el eje que va de la cabeza a los pies en el aire) para
luego caer al mar. Lleno de emoción, había logrado su proeza. La gente de la
playa aplaudía alegremente la maniobra del pequeño muchacho. Pero al terminar
el giro, segundos después, Alex se resbaló, soltándose del morey cayendo así al
agua. En seguida salió a flote, pero justo, una gigantesca ola rompía arriba de
él, hundiéndolo nuevamente. Sus aguas formaron un remolino que lo envolvieron
por completo.
La gente entró en
pánico y llamaron a los paramédicos, los salvavidas intentaban rescatar a Alex,
queriendo acercarse lo más cerca posible a él, pero aún no podían verlo
reflotar. Gaby en el mar y desde su tabla observaba atenta verlo resurgir junto
con otros surfistas que allí se encontraban. Segundos después Gaby pudo ver a
su hermano inconsciente flotar muy cerca de ella. Gaby dio el aviso a los
salvavidas y juntos llevaron a Alex a la playa. Los paramédicos realizaron las
técnicas de resucitación correspondientes. Alex aún no reaccionaba. Gaby y Mike
abrazados, temían lo peor. Alex tenía los labios morados y la tez blanca, el
oxígeno no llegaba a sus pulmones. Allí, al lado de su pequeño hermano, en una
milésima de segundo, Gaby rememoró el fatídico accidente de su madre,
reviviéndolo todo nuevamente. Se vio al lado de ella, minutos antes de que
Juana falleciera.
Gaby, visualizó su
dulce sonrisa y recordó sus últimas palabras de amor hacia ella.
-“Amada hija no temas,
sigue adelante, tu eres un ser muy especial. Hija mía, te amo, los amo a los
tres”.
Gaby despertó del
ensueño e intempestivamente empujó al paramédico inclinándose sobre Alex. Se
recostó sobre el pecho de su hermano, abrazándolo fuertemente, llenándolo de la
energía que su cuerpo emitía. Con lágrimas en los ojos, le pidió desesperadamente
que despertara, que no la dejara sola. Le acariciaba el rostro con ternura para
que reaccionara. Mike, desolado, veía conmovido el acto de amor de su hija. De
pronto, Alex empezó a reaccionar, escupiendo el agua que había tragado. Los
paramédicos subieron a Alex a la ambulancia. Gaby y Mike lo acompañaron hasta
el hospital.
A un mes del accidente
de Alex en el mar, Gaby le contó a su padre la experiencia vivida minutos antes
de morir Juana. Mike abrazó fuertemente a su hija.
Y ese verano llegó a su
fin, cambiando las vidas de Mike, Alex y Gaby para siempre. Mike pudo rehacer
su vida, empezaba a salir con una joven mujer, Alex se deslizaba nuevamente
sobre las olas con su morey, pero esta vez con más precaución y Gaby que pasaba
ahora más tiempo con su padre, ya estaba lista para ir a la universidad.
Estudiaría medicina.
Excelente historia con final feliz.
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