jueves, 12 de diciembre de 2013

Reencuentro fugaz

Nelly Jácome Villalva


Corría un viento helado que se filtraba por la blusa que llevaba puesta, la calzada lucía algo mojada y los autos parecían no moverse, el caos siempre ha provocado en mí ganas de escapar, así que entré a la biblioteca, cogí el primer libro disponible, pues no tenía ninguna preferencia, o sí, -tal vez buscaba algún tema que me recuerde abrigarme antes de salir tan temprano –me reprocho al tiempo que dibujo una sonrisa disimulada, como pensando que nadie lo notara, miro a mi alrededor e irónicamente constato que estoy sola salvo por la bibliotecaria que está en una esquina, entonces me siento junto a la ventana mientras froto mis manos preparándome a leer.

Mirando el vacío de la biblioteca, siento uno más grande en este momento, -¡Bah Lili! No te vas a venir ahora con esas cosas.  Empecé a leer el libro seleccionado y en unos segundos que levanté mi rostro, percibí tu presencia por la ventana que daba al frente de aquella cafetería añeja, desde la cual todavía se huele ese aromático café que nos servimos juntos hace casi dos años, recuerdo que vestías tus jeans preferidos con esa camiseta que decía no sé qué en algún idioma oriental que nunca desciframos. Pasaste tan a prisa que apenas pude distinguir tu cabello castaño bien corto, ahora llevabas traje y me pareció ver unas cuantas líneas que marcaban tu rostro, te seguí con la mirada hasta que ya no distinguí tu figura.  Eras experto en desaparecer cuando las cosas se ponían duras, no estaba entre tus atributos el hablar claro y resolver los líos que de la nada, decías, te surgían.

Tomé la decisión de salir inmediatamente de la biblioteca y darle alcance, tenía que preguntarle a dónde fue, con quién estuvo o con quién está, tengo que saberlo, tengo que preguntarte aun cuando la herida no haya cerrado, aun cuando en algunos años más ya ni siquiera recuerdes quién soy, -no quiero la soledad de la biblioteca en mi vida –digo quedamente.

-¡Hola! Acabas de pasar muy cerca de mí y no me viste -le dije jadeando, mientras tomaba su brazo para sujetarme y no caer.  Pasaron varios segundos, que me fueron horas, sin que reaccionara, no esperaba encontrarme, era evidente. Seguramente estarías pensando en qué respuesta darme, porque sabías que el mes siguiente te casabas en la iglesia de la esquina.  -¡Qué bueno verte! -me dijiste al fin, forzando una sonrisa y fijando tu mirada hacia las nubes, que en ese momento no eran escasas.  Estabas muy nervioso, recordaste de pronto, que en un par de horas te encontrabas con tu novia para sellar el contrato del departamento donde van a vivir y antes tienes que ir al banco… Ya no pude escuchar lo que decías, obtuve refugio en aquel viaje a la playa que hicimos juntos para festejar nuestro compromiso, sentí ese nerviosismo previo a encontrarnos en el aeropuerto, porque sabía que algo nos pasaría en ese paseo, que al regresar no sería la misma. 

-¿No te arrepientes haber venido? –preguntaste en tanto salías del baño para venir a mi lado, moví la cabeza diciendo no. Y cómo iba a arrepentirme si pasé una noche que difícilmente podré olvidar. Aún sentía sus besos, esa mirada seductora que lanzaba una invitación al juego, tus caricias, la forma como ibas de a poco quitándome la ropa y luego tocarnos, entrelazar tus muslos a los míos y sentir que ya no teníamos más tiempo.  No tuvimos más tiempo, ese fue nuestro momento, que terminó por cosas que ya ni recuerdo, y ahora estás frente a mí tan lejano.


Se hace tarde y tienes que irte, así que adiós, el próximo mes no entraré a la biblioteca.

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