Nelly Jácome Villalva
Corría un viento
helado que se filtraba por la blusa que llevaba puesta, la calzada lucía algo
mojada y los autos parecían no moverse, el caos siempre ha provocado en mí
ganas de escapar, así que entré a la biblioteca, cogí el primer libro
disponible, pues no tenía ninguna preferencia, o sí, -tal vez buscaba algún tema que me recuerde abrigarme antes de salir tan
temprano –me reprocho al tiempo que dibujo una sonrisa disimulada, como
pensando que nadie lo notara, miro a mi alrededor e irónicamente constato que
estoy sola salvo por la bibliotecaria que está en una esquina, entonces me
siento junto a la ventana mientras froto mis manos preparándome a leer.
Mirando el vacío
de la biblioteca, siento uno más grande en este momento, -¡Bah Lili! No te vas a venir
ahora con esas cosas. Empecé a leer el libro seleccionado y en
unos segundos que levanté mi rostro, percibí tu presencia por la ventana que
daba al frente de aquella cafetería añeja, desde la cual todavía se huele ese
aromático café que nos servimos juntos hace casi dos años, recuerdo que vestías
tus jeans preferidos con esa camiseta que decía no sé qué en algún idioma
oriental que nunca desciframos. Pasaste tan a prisa que apenas pude distinguir tu
cabello castaño bien corto, ahora llevabas traje y me pareció ver unas cuantas
líneas que marcaban tu rostro, te seguí con la mirada hasta que ya no distinguí
tu figura. Eras experto en desaparecer
cuando las cosas se ponían duras, no estaba entre tus atributos el hablar claro
y resolver los líos que de la nada, decías, te surgían.
Tomé la decisión
de salir inmediatamente de la biblioteca y darle alcance, tenía que preguntarle
a dónde fue, con quién estuvo o con quién está, tengo que saberlo, tengo que
preguntarte aun cuando la herida no haya cerrado, aun cuando en algunos años más
ya ni siquiera recuerdes quién soy, -no
quiero la soledad de la biblioteca en mi vida –digo quedamente.
-¡Hola! Acabas
de pasar muy cerca de mí y no me viste -le dije jadeando, mientras tomaba su
brazo para sujetarme y no caer. Pasaron
varios segundos, que me fueron horas, sin que reaccionara, no esperaba
encontrarme, era evidente. Seguramente estarías pensando en qué respuesta
darme, porque sabías que el mes siguiente te casabas en la iglesia de la
esquina. -¡Qué bueno verte! -me dijiste
al fin, forzando una sonrisa y fijando tu mirada hacia las nubes, que en ese
momento no eran escasas. Estabas muy
nervioso, recordaste de pronto, que en un par de horas te encontrabas con tu
novia para sellar el contrato del departamento donde van a vivir y antes tienes
que ir al banco… Ya no pude escuchar lo que decías, obtuve refugio en aquel
viaje a la playa que hicimos juntos para festejar nuestro compromiso, sentí ese
nerviosismo previo a encontrarnos en el aeropuerto, porque sabía que algo nos
pasaría en ese paseo, que al regresar no sería la misma.
-¿No te
arrepientes haber venido? –preguntaste en tanto salías del baño para venir a mi
lado, moví la cabeza diciendo no. Y cómo iba a arrepentirme si pasé una noche que
difícilmente podré olvidar. Aún sentía sus besos, esa mirada seductora que
lanzaba una invitación al juego, tus caricias, la forma como ibas de a poco quitándome
la ropa y luego tocarnos, entrelazar tus muslos a los míos y sentir que ya no
teníamos más tiempo. No tuvimos más
tiempo, ese fue nuestro momento, que terminó por cosas que ya ni recuerdo, y
ahora estás frente a mí tan lejano.
Se hace tarde y
tienes que irte, así que adiós, el próximo mes no entraré a la biblioteca.
Un poco triste.
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