Sonia Manrique Collado
─Parece que no entiendes –dice la mujer joven a su
acompañante quien la toma de la mano cariñosamente.
─No, Elenita –responde él sonriendo-. Te entiendo
perfectamente, has sufrido mucho por culpa de ese hombre y ahora desconfías de
todos.
─Bueno, eso también es cierto –dice ella tratando de
evitar su mirada. ¿Cómo explicarle que nada tiene que ver su desengaño amoroso
del pasado con el presente?
Ella y él están sentados en una mesa de un pequeño
restaurante. Mientras conversan, miran a las personas que pasan por el lugar,
unos acompañados, otros solos. La mujer joven tiene los ojos desencantados.
─He tratado de explicarte hace tiempo, pero no
quieres comprender –vuelve a decir ella.
─Te digo que todo saldrá bien –dice él
resueltamente-. Lo que más quiero es tener una familia contigo, tener dos
hijos.
─Dos hijos –repite ella vagamente.
─Dos hijos, a menos que quieras más –sonríe él.
En las otras mesas están varias parejas conversando,
hay mucha luz, todos parecen felices. Se escuchan las voces y risas de afuera,
los planes. La Navidad está cerca y el ambiente es festivo. Sólo la mujer joven
siente una tremenda carga de la cual está decidida a librarse hoy. Hoy es el
día.
─No sé si me guste tener hijos –dice ella
finalmente.
─Te gustará, Elenita –responde él en el acto-. Toda
mujer ha nacido con el instinto maternal.
─Ése es el problema, todos creen saber lo que
nosotras queremos –reflexiona ella.
Lleva saliendo con Javier cuatro meses. Sale con él
todos los sábados sin fallar. Le agrada su puntualidad y su aparente
compromiso. Casi el hombre perfecto.
─¿Y si nos fuéramos a los Estados Unidos? Tengo
amigos que se han ido, ahora están ganando bien.
─Estados Unidos –repite ella sin sonreír-. Para eso
se necesita visa.
─La podemos conseguir, Elenita –dice él-. Todo es
posible si uno quiere.
─Ajá, si uno quiere –dice ella- ahí está la clave.
Desde que empezaron a salir, Javier y Elena van a
los lugares que están cerca de la plaza principal de la ciudad. Ahí hay
diferentes sitios para comer, tomar café y helados. Desde el lugar donde están
ahora se puede ver la catedral, alta y majestuosa. Personas entran y salen
constantemente. “A todos les gusta la catedral”, piensa ella.
─¿En qué piensas, Elenita?- la interrumpe la voz de
Javier.
─Nada –dice ella- miraba la catedral.
─De repente nos casamos ahí –vuelve a sonreír él.
Ella no sonríe, es hora de hablar y no sabe cómo
hacerlo. El día anterior había conversado con su mejor amiga y sólo recibió
reproches. “¿Por qué aceptaste salir con él si no te gustaba?” la criticó
duramente. Mejor habría sido no haber tocado el tema, de todas maneras, nadie
comprende.
─Ya que hablas de eso –lo mira fijamente-, tengo que
decirte algo.
Él la mira interrogante pero trata de sonreír. La
toma de la mano, ella la retira. Un hombre y una mujer salen del lugar
abrazados.
─He tratado de decirte en todas las formas pero
parece que no quieres entender.
─¿Qué es lo que tengo que entender, Elenita?
─Que yo no quiero tener hijos, ni casarme, ni nada
–dice ella de golpe.
Él no reacciona por un momento, ¿qué estará
pensando? Ella se siente la peor persona del mundo y sólo quiere desaparecer.
─Bueno, no es que no quiera –trata de decir
suavemente-, pero por mis problemas de salud tener hijos se me haría muy
difícil.
─Pero si ya hablamos de eso –dice él aliviado-. Hay
tratamientos.
─No los hay –dice ella recuperando la dureza -. O
tal vez existen pero sólo para los que tienen plata. No me gusta estar soñando,
lo que importa es la realidad.
Javier no responde esta vez. Sus ojos se dirigen
hacia el café, luego mira a los lados. Elena ve el abatimiento en su mirada y
eso lo hace parecer incluso más delgado y más viejo. Él tiene poco más de
cuarenta años pero algunas arrugas le dan un aire de envejecimiento prematuro.
“¿Por qué tendrá esas arrugas debajo de los ojos?” se pregunta ella y por un
momento siente pena.
─Ha sido mi culpa por no hablar directamente desde
el principio. Bueno, en realidad quise hacerlo pero parece que tú no querías
entender.
─Sin hijos para qué sirve la vida –dice él con
amargura.
─Por eso te digo la verdad, Javier. Para que busques
otra persona, alguien que quiera lo mismo que tú.
Elena siente alivio al decir esas palabras. Las
últimas semanas su carga se había hecho insoportable. Ya es hora de irse.
─¿Vamos? Ya van a cerrar –sugiere y toma su bolso.
─Sí, vamos nomás –asiente él.
Salen del restaurante y empiezan a caminar en
silencio. Es sábado por la noche y hay mucha actividad, chicos y chicas jóvenes
conversan, ríen o gritan. Los vendedores de la calle ofrecen tamales, pasteles,
bolsas negras, pilas.
Cuando llegan al paradero de buses, la mujer joven
trata de sonreír.
─Disculpa –dice a media voz-. Creo que te hice
perder el tiempo.
Él mueve la cabeza tristemente. Le pone una mano en
el hombro, como amigo.
─De todas maneras lo voy a pensar, Elenita –dice
débilmente-. Siempre he soñado tener hijos pero voy a ver.
─Bueno, ya me voy –susurra ella. Se despiden con un
beso.
Elena toma el bus, se sienta y le hace adiós con la
mano. Javier responde de igual manera y se aleja cojeando, luce vencido. “Qué tremenda irresponsabilidad de su madre que no lo hizo vacunar”, piensa ella.
Sus ojos se ven molestos.
Un poco triste , pero siempre es bueno ser sinceros.Saludos
ResponderEliminarAhí termina?
ResponderEliminarSí, es el punto final a una relación no muy feliz.
ResponderEliminarAhhhhhhh pucha recién entiendo.... la cojera... la vacuna...
EliminarQúe buen cuento.
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