Rosario Sánchez Infantas
En el crepúsculo de su vida la escritora
octogenaria a veces sentía la desolación que sufriría su único hijo ante su
partida definitiva. Consecuencia de una formación
materialista no espera nada después de la muerte, e incluso
disfrutando muchas cosas de la vida, experimentaba un progresivo
cansancio. Por ello sentía que partir de este mundo no iba a ser
para ella un trance desgarrador. Solo la conmovía el futuro dolor de su hijo.
Una mañana ordenaba archivos de su computadora donde guardaba cuentos
inéditos e ideas para futuros relatos. Días
antes, al regresar del entierro de un amigo, se le había ocurrido que podría
morir súbitamente y, tal como estaba su computadora, no sería fácil encontrar
algún material para una publicación póstuma. «Aun después de muerta hay que dar un buen espectáculo» se dijo y sonrió.
En ello estaba cuando sonó la notificación de un nuevo correo electrónico.
Hacía mucho que no eran de su interés este tipo de comunicaciones, pero la
curiosidad es un rasgo innato que perdura en el tiempo. Se trataba de un
mensaje que provenía de alguien desconocido de quien solo aparecía una dirección,
con unas iniciales extrañas precediendo a un dominio popular en su país. Abarcaba dos carillas e intercalaba versos de una
canción andina que llevaba décadas sin escuchar. Escucharla ahora le conmovía intensamente y producía nostalgia sin poder
identificar el por qué.
Querida Charito:
Así iniciaba el mensaje. ¿Quién la llamaba así? Era muy próxima y afectuosa
la expresión. Sintió que valía la pena leerlo porque le pareció hallarse en
territorio conocido.
Por fin pude hacerme un tiempo y escribir. No creía posible que algún día
diría: no tengo urgencias. ¿Qué urgencia puede haber cuando ya ocurrió lo que, para
casi todos, era lo peor posible? Pero no se crea que todo aquí es tocar arpas
celestiales, no. Hay afanes. Ya te iré contando.
Así solo se podría expresar alguien escribiendo del más allá. Pero
¿era eso posible?
No le pareció un embuste de los que ofrecen donaciones diversas, como las entregas
de herencias de parientes desconocidos a cambio de una módica cantidad de
dinero para las imprescindibles gestiones. Pero sobre todo el tono del narrador
le resultó atractivo. Siguió leyendo.
Conductistas, humanistas, cognitivistas, psicodinámicos. Arduas luchas
llevadas a cabo para mantener el neuroticismo a raya. Y quién lo diría.
Desprovisto del auto juicio humano, la palabra brota límpida y fresca,
encandilando el espíritu propio y el de quien la quiera escuchar. Palabra
universal, atemporal que puede emocionar a criaturas por lustros, décadas,
centurias. Palabra poderosa de numen acumulado y ojos limpios.
Era algún escritor o escritora con un alto nivel de neuroticismo. Le pareció
conocida esa experiencia, esa lucha constante por controlar la inestabilidad,
la inseguridad, preocupación, ansiedad y culpa.
A continuación, tras un interlineado
doble, como destacándose, aparecían dos líneas de texto que interpretó como el
segmento de la canción que debía escucharse:
No quiero que sufras por mi ausencia
tampoco que pienses que yo te olvido.
Sabes bien que mi corazón es tuyo
entonces ten piedad hasta mi muerte.
Ahora, como en el pasado, se dejó llevar por la emoción que le producían
estas letras y la melodía. ¿El autor del mensaje también era sensible al contenido
o a la melodía de la canción? De pronto le pareció exagerado «mi
corazón es tuyo» y «ten
piedad hasta mi muerte». El fragmento de canción enfatizaba la visión melodramática que algunas personas poseen («poseemos», se corrigió). O ¿era fina ironía burlándose de dicho sentimentalismo
exagerado? Le pareció conocida esa actitud. A ella, en el pasado, le había
divertido que sus personajes expresaran sentimientos contrarios a lo que
realmente sentían. Y le agradaba mucho encontrar algún lector perspicaz que lo
notase.
Era tan fácil como dejarse llevar. Ya lo decía la filosofía Zen, miles de
años atrás. Sin embargo, es una epopeya difícil de realizar cuando la
posibilidad del despido, las deudas, el infundio del competidor hostil y la
táctica del contrincante vil, habitan en la realidad y en los intersticios del
cerebro. Tarea difícil para los psicólogos lidiar con temperamentos enraizados
en peculiaridades de sistemas nerviosos heredados por miles de generaciones
previas.
Recordó a un personaje suyo que, tratando de controlar la amenaza flotante
del futuro abrumador, pasó setenta años de su vida hasta la hora de su muerte,
armando horarios muy precisos, que luego abandonaba. Comediante magnífico que vivió
tratando de no ser aquello que era: muy sensible; e ignorando su naturaleza
empática y comprensiva, con predisposición a la apreciación artística.
Tus ojos los míos no se verán hasta nunca.
Solo este retrato te dará una mirada.
Tras escuchar este fragmento imaginó vívidamente varias situaciones en las
cuales compartió momentos felices con su hijo. Por un instante se representó, con
muchos detalles, situaciones muy importantes en las cuales jamás él la volvería
a ver. Sabía que se amaban de manera entrañable. Rodaban unas lágrimas por sus
mejillas cuando de súbito pensó: «Mi interlocutor está bromeando». Cuando
volvió a leer Solo este retrato te dará una mirada pensó en cómo y por qué su interlocutor había elegido esta canción, estas
letras. Le pareció que el autor las habría escrito pensando en la ruptura de
una relación amorosa. En ese contexto el mensaje le pareció exagerado,
melodramático; un mensaje que quizás buscaba conmover, enternecer y a lo mejor
desistir de la separación. En suma, un chantaje emocional. Quizás su
interlocutor la colocaba indirectamente frente a sí misma. Sonrió. Se reconoció algo dramática. Tenía que serlo para sacarle provecho a su vida y poder escribir; pero también solía ser aguda,
cuando recordaba serlo. Buscaba trascender la
realidad inmediata, con su capacidad de asombro, su búsqueda de la belleza y de
lo divertido, cuando no lo olvidaba. Algo de esto les había puesto a algunos de
sus personajes femeninos.
Y ¿qué crees? Tras mucho tiempo
publicados, se hacen nuevas lecturas de mis cuentos, deslumbro nuevos espíritus, reina el sueño y el ensueño, derrota del tiempo y la
tecnología, los límpidos amores secretos son bienaventurados, se honra el vivir
a flor de piel, la pasión es sagrada. No esperes a morirte para disfrutarlo.
Qué buena noticia. Un escenario de ensueño. Al reparar en la última exhortación hipotetizó que se le está instalando el mal de Alzheimer o algún otro proceso degenerativo senil. Pero imaginó que iba a ser divertido. Fue a verificarlo. En uno de sus cuentos, en el pasado, ella le había otorgado la frase a su personaje, escritora como ella: «No esperes a morirte». Ahora alguien, desde el más allá, empleaba esta recomendación suya. Menos mal que era un interlocutor con gustos compartidos, que la conocía bastante, algo irónico y con vocación de cómplice.
Muy bueno, muy inspirador, una realidad asegurada
ResponderEliminar