lunes, 17 de junio de 2024

No esperes a morirte

Rosario Sánchez Infantas


Ver cómo el ataúd descendía lentamente hasta desaparecer de su vista era la señal de que hasta nunca había llegado. En los últimos años, con cierta regularidad, se sucedían los entierros de seres queridos contemporáneos.

En el crepúsculo de su vida la escritora octogenaria a veces sentía la desolación que sufriría su único hijo ante su partida definitiva. Consecuencia de una formación materialista no espera nada después de la muerte, e incluso disfrutando muchas cosas de la vida, experimentaba un progresivo cansancio. Por ello sentía que partir de este mundo no iba a ser para ella un trance desgarrador. Solo la conmovía el futuro dolor de su hijo.

Una mañana ordenaba archivos de su computadora donde guardaba cuentos inéditos e ideas para futuros relatos. Días antes, al regresar del entierro de un amigo, se le había ocurrido que podría morir súbitamente y, tal como estaba su computadora, no sería fácil encontrar algún material para una publicación póstuma. «Aun después de muerta hay que dar un buen espectáculo» se dijo y sonrió.

En ello estaba cuando sonó la notificación de un nuevo correo electrónico. Hacía mucho que no eran de su interés este tipo de comunicaciones, pero la curiosidad es un rasgo innato que perdura en el tiempo. Se trataba de un mensaje que provenía de alguien desconocido de quien solo aparecía una dirección, con unas iniciales extrañas precediendo a un dominio popular en su país. Abarcaba dos carillas e intercalaba versos de una canción andina que llevaba décadas sin escuchar. Escucharla ahora le conmovía intensamente y producía nostalgia sin poder identificar el por qué.

Querida Charito:

Así iniciaba el mensaje. ¿Quién la llamaba así? Era muy próxima y afectuosa la expresión. Sintió que valía la pena leerlo porque le pareció hallarse en territorio conocido.

Por fin pude hacerme un tiempo y escribir. No creía posible que algún día diría: no tengo urgencias. ¿Qué urgencia puede haber cuando ya ocurrió lo que, para casi todos, era lo peor posible? Pero no se crea que todo aquí es tocar arpas celestiales, no. Hay afanes. Ya te iré contando.

Así solo se podría expresar alguien escribiendo del más allá. Pero ¿era eso posible?

No le pareció un embuste de los que ofrecen donaciones diversas, como las entregas de herencias de parientes desconocidos a cambio de una módica cantidad de dinero para las imprescindibles gestiones. Pero sobre todo el tono del narrador le resultó atractivo. Siguió leyendo.

Conductistas, humanistas, cognitivistas, psicodinámicos. Arduas luchas llevadas a cabo para mantener el neuroticismo a raya. Y quién lo diría. Desprovisto del auto juicio humano, la palabra brota límpida y fresca, encandilando el espíritu propio y el de quien la quiera escuchar. Palabra universal, atemporal que puede emocionar a criaturas por lustros, décadas, centurias. Palabra poderosa de numen acumulado y ojos limpios.

Era algún escritor o escritora con un alto nivel de neuroticismo. Le pareció conocida esa experiencia, esa lucha constante por controlar la inestabilidad, la inseguridad, preocupación, ansiedad y culpa.

A continuación, tras un interlineado doble, como destacándose, aparecían dos líneas de texto que interpretó como el segmento de la canción que debía escucharse: 

No quiero que sufras por mi ausencia

tampoco que pienses que yo te olvido.

Sabes bien que mi corazón es tuyo

 entonces ten piedad hasta mi muerte.

Ahora, como en el pasado, se dejó llevar por la emoción que le producían estas letras y la melodía. ¿El autor del mensaje también era sensible al contenido o a la melodía de la canción? De pronto le pareció exagerado «mi corazón es tuyo» y «ten piedad hasta mi muerte». El fragmento de canción enfatizaba la visión melodramática que algunas personas poseen («poseemos», se corrigió). O ¿era fina ironía burlándose de dicho sentimentalismo exagerado? Le pareció conocida esa actitud. A ella, en el pasado, le había divertido que sus personajes expresaran sentimientos contrarios a lo que realmente sentían. Y le agradaba mucho encontrar algún lector perspicaz que lo notase.

Era tan fácil como dejarse llevar. Ya lo decía la filosofía Zen, miles de años atrás. Sin embargo, es una epopeya difícil de realizar cuando la posibilidad del despido, las deudas, el infundio del competidor hostil y la táctica del contrincante vil, habitan en la realidad y en los intersticios del cerebro. Tarea difícil para los psicólogos lidiar con temperamentos enraizados en peculiaridades de sistemas nerviosos heredados por miles de generaciones previas.

Recordó a un personaje suyo que, tratando de controlar la amenaza flotante del futuro abrumador, pasó setenta años de su vida hasta la hora de su muerte, armando horarios muy precisos, que luego abandonaba. Comediante magnífico que vivió tratando de no ser aquello que era: muy sensible; e ignorando su naturaleza empática y comprensiva, con predisposición a la apreciación artística. 

Tus ojos los míos no se verán hasta nunca.

Solo este retrato te dará una mirada.

Tras escuchar este fragmento imaginó vívidamente varias situaciones en las cuales compartió momentos felices con su hijo. Por un instante se representó, con muchos detalles, situaciones muy importantes en las cuales jamás él la volvería a ver. Sabía que se amaban de manera entrañable. Rodaban unas lágrimas por sus mejillas cuando de súbito pensó: «Mi interlocutor está bromeando». Cuando volvió a leer Solo este retrato te dará una mirada pensó en cómo y por qué su interlocutor había elegido esta canción, estas letras. Le pareció que el autor las habría escrito pensando en la ruptura de una relación amorosa. En ese contexto el mensaje le pareció exagerado, melodramático; un mensaje que quizás buscaba conmover, enternecer y a lo mejor desistir de la separación. En suma, un chantaje emocional. Quizás su interlocutor la colocaba indirectamente frente a sí misma. Sonrió. Se reconoció algo dramática. Tenía que serlo para sacarle provecho a su vida y poder escribir; pero también solía ser aguda, cuando recordaba serlo. Buscaba trascender la realidad inmediata, con su capacidad de asombro, su búsqueda de la belleza y de lo divertido, cuando no lo olvidaba. Algo de esto les había puesto a algunos de sus personajes femeninos.

Y ¿qué crees? Tras mucho tiempo publicados, se hacen nuevas lecturas de mis cuentos, deslumbro nuevos espíritus, reina el sueño y el ensueño, derrota del tiempo y la tecnología, los límpidos amores secretos son bienaventurados, se honra el vivir a flor de piel, la pasión es sagrada. No esperes a morirte para disfrutarlo.

Qué buena noticia. Un escenario de ensueño. Al reparar en la última exhortación hipotetizó que se le está instalando el mal de Alzheimer o algún otro proceso degenerativo senil. Pero imaginó que iba a ser divertido. Fue a verificarlo. En uno de sus cuentos, en el pasado, ella le había otorgado la frase a su personaje, escritora como ella: «No esperes a morirte». Ahora alguien, desde el más allá, empleaba esta recomendación suya. Menos mal que era un interlocutor con gustos compartidos, que la conocía bastante, algo irónico  y con vocación de cómplice.

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