Ricardo Sebastián Jurado Faggioni
La
familia decidió pasar sus vacaciones en una hacienda. Cuando llegaron al lugar
de hospedaje, esta era amplia, las paredes estaban construidas de madera y el
piso también. Tenía un patio para que los niños pudieran jugar. El mayor de
once años se llama Tom es alto, delgado, blanco y le gustan las actividades al
aire libre. El menor tiene siete años y su nombre es Ernest.
Ambos
disfrutaban cabalgar en los caballos, después de hacer deporte descansaron en
la finca. A la mañana siguiente fueron a explorar a fuera de la hacienda, hasta
que encontraron un bosque.
A
medida que iban avanzando un ser los seguía sin que se dieran cuenta. Este
medía dos metros de altura, su forma era como la de un lagarto y tenía cara de
serpiente, la piel era verde. Para poder llegar a los humanos se transformó en
una niña de doce años. Para que no terminen en peligro ella salió de unos
arbustos, puesto que estaba convencida que los suyos los tomaría como
prisioneros.
—No
sigan caminando —les advirtió Laurel.
—¿Por
qué? —preguntó Tom.
—He
estado antes, más adelante hay unas cuevas tenebrosas, les recomiendo que no
vayan a investigar, es mejor que regresen por donde vinieron.
Al
verla decidida, obedecieron y se fueron del bosque. Sin embargo, Laurel los
venía siguiendo a escondidas para aprender cómo era su cultura. Se percató que
tenía una familia y vivían en un hogar. Se podía percibir el amor, eso les
hacía falta a los de su especie. Se acordó que ella venía de un planeta
distinto, los suyos vivían en las cuevas. Cuando visitaban otras tierras sabía
que era para destruirlos y tomar los recursos que este poseía.
Por
primera vez sintió tristeza, se marchó de aquella finca. Regresó a su hogar en
la forma original. Tomó conciencia que los suyos solo estaban para ocasionar
caos. Sabía que si se alejaba de su familia, rompía la primera regla, no te
apegues a los de las otras especies. Comprendía que los anunnakis solo quieren
el dominio y no importa lo que le suceda al resto. Ella iba a impedir que la
tierra fuese destruida, así esto le costara su vida.
Tom
y Ernest se encontraban jugando en su cuarto, en él había dos camas, las
paredes eran de color azul y había una ventana que apuntaba hacia el
patio. Sin embargo, se estaban aburriendo. Entonces se fueron para
dirigirse al bosque.
Alejados
de su hogar, encontraron una cueva. A la entrada tenía un símbolo extraño, un
hombre con cabeza de lagarto. Esto les llamó la atención para indagar, después
sacaron sus teléfonos celulares para alumbrar.
Se
dieron cuenta de que si seguían andando, descubrirían un sitio hermoso.
Este estaba lleno de árboles, tenía un lago cerca, la brisa hacía que el lugar
se sintiera cómodo. Laurel gracias a su instinto cazador, supo que los
niños habían ingresado. Volvió a transformarse en humana porque estaba
convencida de que los suyos los tomarían como prisioneros.
Vertiginosamente
quería llegar a la salida, no obstante su escape fue interrumpido por dos
guardias lagartos. Ella con sus poderes mentales los alza y los tira cien
metros hacia la derecha. Sin mirar atrás siguieron hacia la salida de la cueva.
Una vez más utilizó sus poderes psíquicos para mover unas enormes rocas y que
estas sean un impedimento para que los siguieran.
Cansados
de correr, los tres se detuvieron a la mitad del bosque. El mayor estaba con
miedo y no comprendía lo que estaba viviendo.
—¿Quién
eres? —preguntó Tom
—Me
llamo Laurel, pero en realidad mi especie se llama los Anunnakis —respondió
ella.
—¿Qué hacen ustedes en nuestra tierra?
—Somos
seres que venimos a destruir, y decidimos qué pasa en la política, religión y
economía.
—Entonces,
¿por qué nos ayudas?
—Toda
mi vida había visto odio, en su especie descubrí el amor. En tu familia vi cómo
cenaban juntos, se abrazaban. Ese sentimiento me hizo cambiar mi parecer.
Después
de la conversación los tres continuaron en su escape. Tom y Ernest sabían que
no podían volver a la finca. Entonces decidieron regresar junto a Laurel a la
ciudad. Ella les explica que solo tienen una opción: luchar por su
sobrevivencia y destruir al líder para poder volver con la familia.
A
su vez les explicó que cualquier persona puede ser un Anunnaki y que no
confiara en nadie más que en ella. La única manera de vencerlos es no dejándose
controlar. Los tres se encontraban en la carretera, esperaban el bus para irse.
Una vez en la ciudad buscarían al líder político Xion, este era blanco, calvo,
alto y de cincuenta años. La vista del cielo, por encima de los modernos
edificios, la enamoraba cada vez más de la Tierra.
Llegar
al gobierno era impactante, sus puertas medían seis metros de altura. El piso
era de piedra y la entrada a la oficina del presidente era elegante. Xion se
encontraba sentado en su silla preparando los próximos discursos. Laurel a sus
amigos les dijo que se quedaran afuera, puesto que esta sería su batalla.
Además, les agradeció por haberles enseñado lo que es el amor y que este puede
acabar con lo hostil y cruel. Usó su habilidad de hacerse invisible para
poder ir rápidamente donde Xion, pero este que ve el futuro ya tenía abierta la
puerta de su oficina.
—Sabes
qué la decisión que vas a tomar acabaría con tu vida —dijo Xion.
—Sí
lo sé, pero debemos acabar con lo que hacemos, destruir no es el único camino
—respondió Laurel.
—Los
humanos son ineptos, usan mal el libre albedrío y por eso estamos los anunnakis
para controlarlos.
—Te
equivocas, ellos aman, aprenden de sus errores, se caen, se levantan y sobre
todo luchan por mantenerse unidos.
—¡Silencio!
Después
de aquel grito, Xion con sus poderes mentales elevó a Laurel, despacio la iba
asfixiando. Se acordó del consejo que les dio a sus amigos, si no dejas que te
controlen obtendrás la victoria. Ella comenzó a tomar fuerza y el poder
del enemigo se desvaneció. La que dominaba el combate era Laurel, logró
inmovilizarlo.
—Puedo
asesinarte, pero me convertiría en ti, y he escogido ser mejor que tú.
—¡Volveré
con más fuerza y te arrepentirás de habernos traicionado!
Al finalizar el enfrentamiento Xion desapareció. Laurel regresó en a su forma humana para ir con sus amigos y volver a la finca. Los padres de los chicos aceptaron a su nueva compañera, luego los cinco disfrutaron de una gran cena.
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