Rosario Sánchez Infantas
«Han permanecido con la emoción intacta fragmentos de mi vida que
creía olvidados». Sentada en una de muchas cajas desperdigadas por la habitación Alina
revisa los libros, sobres, carpetas y cuadernos que va desempacando y los ubica
en rumas separadas. «Y es que,
en una mudanza no solo cambian de lugar muebles y enseres. Se actualizan
recuerdos, sentimientos y decisiones al revisar los esbozos de poemas y relatos
en esos viejos papeles que acompañan mi paso errante. Este maltrecho cuaderno etiquetado
“Ideas para desarrollar” incluye impresiones sobre mi permanencia en la pasantía que realicé en la universidad de una pequeña ciudad de la
amazonia peruana. Están resaltados “disfruto su clima cálido y húmedo que
induce a pecar”, “la exuberancia de flora y fauna rodean con su belleza salvaje
los atisbos de civilización”, “personas sensibles y que esforzadamente producen
y difunden cultura regional”... También hay escritos… sin límites precisos
entre la ficción y la realidad».
*****
El que mucho abarca, poco aprieta
Asumió que tendría un desempeño amatorio triple por lo cual se abasteció bien
para el encuentro furtivo con su amante. Eduardo, un joven profesor, poeta y
editor independiente, le había dicho a su esposa que iría a coordinar la
edición de un libro de un nobel escritor. Ya salía de casa cuando escuchó en la
radio que era jueves y no miércoles como lo había creído. ¡Alina, ya habría
viajado! ¡Su cita era el día anterior! La culpa lo ponía torpe. Aprovechando que su cónyuge tomaba un baño envolvió los tres
ejemplares (con textura, sabores y aromas diferentes) en abundante papel toalla
y los colocó dentro de varias bolsas plásticas. Luego introdujo el paquete
resultante al fondo del tacho de basura.
Llovía a cántaros, pero debía buscar cómo pasar las tres horas aproximadas
que había dicho duraría la reunión. Habiendo vivido siempre en la pequeña ciudad
tenía muchos conocidos que podrían delatar haberlo visto deambulando. Comenzó a
caminar sin rumbo fijo y al pasar por un antiguo cine que fungía de iglesia
ingresó convenciéndose de que allí pasaría desapercibido y a lo mejor surgiría
alguna idea para escribir.
Eduardo jamás había estado en un culto como este. Toma asiento entre aproximadamente
doscientas personas. A su costado derecho lo saluda con una venia un muchacho
de alrededor de veinte años. Luce una corbata de poliéster sobre una camisa percudida,
grande y con el cuello roto en varios tramos. A su costado izquierdo un anciano
obeso rasca con mucha frecuencia su cabeza de cabello ralo, grasoso y con
grandes partículas de caspa; sonriendo le ofrece una biblia que saca de una
arrugada bolsa plástica. Se van intercalando discursos y participaciones de una
orquesta. Con la mirada perdida o con los ojos cerrados los asistentes agitan
los brazos y se bambolean al son de ritmos andinos y selváticos. El poeta piensa
que tiene la mente muy sucia o leer a Freud lo hace interpretar sexualmente las
letras de las canciones: «¡En mi padre me gozaré!», «El señor es mi
luz, mi rey, el que me hace vibrar de gozo», «El presente y el futuro, todo lo sabes Señor, úsame como quieras». En
éxtasis, unos ríen, otros lloran, y algunos van cayendo al piso y convulsionan.
Eduardo se levanta para irse. El pastor está invitando a pasar a la parte
delantera del auditorio a quienes requieren especial oración de la comunidad.
Uno de los ayudantes del culto lo toma del brazo y lo acompaña hacia adelante. Se
le hace muy difícil contrariar la marea cristiana que grita «Gloria a Dios»,
«Aleluya» porque varios hermanos van siendo conducidos hacia adelante. El
pastor, lee citas bíblicas, exhorta, amenaza con castigos severísimos de Dios, pero
lo que resuena en la cabeza del poeta son las referencias a la fornicación, al
adulterio: «¡Imagina lo que hará el Señor contigo! ¡Arderás en el
fuego del infierno por toda la eternidad!». Por un instante piensa que el
pastor sabe que es infiel a su esposa.
Mientras continúa la enérgica exhortación para que el demonio abandone a
estos infelices hermanos, atrapados por el pecado o la enfermedad, Eduardo encuentra que la palabra adulterio tiene una connotación muy fea. Por un instante lo sobrecoge pensar que su
esposa se entere de su aventura. «¿Es una aventura o un encuentro tardío con
Alina, el amor de mi vida? Yo no quiero lastimar a Yelitza ni a mis hijos; pero
mi existencia es más intensa, más estimulante, más divertida; soy mejor persona
con Alina… ya no podría soportar subsistir sin ella en la anodina rutina».
Ante las frases del pastor brotan
muchos «¡Aleluya!
¡Gloria a Dios!».
Le parece poco recíproco, después de haber sido ayudado por la comunidad
que lo observa, no dar una buena contribución en la canastilla que una joven le
coloca delante suyo, aunque le duele desprenderse del único billete que lleva. Dos
horas después de que ingresó a la casa del padre al ir saliendo se
descubre negociando con éste, pidiéndole que por lo menos fortalezca el amor de
Alina y que…, ¡su esposa nunca se entere!
Cuando regresa a casa su esposa ve
la televisión. Ansioso constata que el tacho de basura seguía sin novedad
alguna. En contra de su costumbre saca la bolsa de
desperdicios a la esquina próxima a su vivienda para desprenderse del
cuerpo del cuasi delito.
A la mañana siguiente al salir a
comprar el diario observa, preso de terror, que el recipiente de su basura ha
sido despanzurrado y que dos perritos pequeños se disputan, estirándolo, un
profiláctico. A veces uno lo suelta y el otro cae de espaldas y golpeado su
rostro con el látex; a veces el segundo lo suelta y el primero cae golpeado.
Toma un taxi y no deja de sentirse
observado hasta que llega al cuarto piso y cierra la puerta de su aula tras de
sí.
******
Noche de miércoles
Esa noche Alina dormía
profundamente cuando entró la llamada de Eduardo.
–Hola, Ali querida. Tenía que llamarte –dijo casi en un murmullo. Era
evidente que no quería que alguien más escuchara.
–Por el tono de voz que traes supongo que no es nada bueno. Pero ¡adelante,
soy toda oídos! Al mal paso darle prisa –aseveró con cara de resignación, más
para ella misma que para su interlocutor.
–Espera un momento voy a cerrar mi estudio –susurró–. Anoche cuando me
llamaste a preguntar si la luna llena ya me había dado tu mensaje subí a la
azotea, contemplé la luna y mientras creía descifrar tu mensaje un viento
inesperado cerró de golpe la puerta... ¡la que solo se abre del otro lado! Me
quedé atrapado, ¡cuando ya iban a dar las doce de la noche!
– ¡Oh!, ¡qué penita! –respondió conteniendo la risa–. Y ¿qué hiciste?
–Traté de emplear la fuerza bruta, luego busqué algo que me sirviera de
palanca, me tropecé en la oscuridad, tumbé varias macetas de geranios y comenzó
una reacción en cadena de perros furiosos ladrando. Casi inmediatamente el
vecino comenzó a tocar su silbato y se asomó, con linterna en mano, a mi
azotea.
–¡Cuál Diógenes! –exclamó divertida y se tapó la boca con ambas manos,
mientras la risa contenida sacudía su cuerpo.
–¿Perdón?
–Dije, ¡Válgame Dios! Y ¿cómo acabó todo? –preguntó y siguió sacudiéndose
en un ataque de risa silenciosa.
–Me tuve que identificar ante mi vecino, inventar que venía a rescatar al
cachorro que no tengo y pedirle que por favor tocara mi puerta para despertar a
mi esposa, que como te conté, toma ansiolíticos para dormir.
–Para que contemple la luna –dijo ella muy bajito, para sí.
–¡No! Para que suba a abrirme la puerta de la azotea –aclaró él, sin
entender la broma.
–Y ¿qué cuento le inventaste? –preguntó ella agarrándose el vientre con un
gesto de dolor, sin dejar de reírse tapando el auricular del teléfono.
–Que estoy escribiendo un poema referido a la luna y debía contemplarla.
–¡Luna de miércoles!... podría llamarse –dijo Alina, tapó el receptor del
teléfono y soltó la carcajada. ¡Menos mal que no le pregunté por el mensaje que
le encargué, para él, al caudaloso río Huallaga!
******
Sagradas escrituras
El dios que era amor, se conmovía intensamente con el
amor de los amantes. Callaba por no contravenir los mandamientos, normas y
preceptos que los hombres le han atribuido. No tener ocasiones para recibir al
ser amado en su ternura, en su alegría, tristeza, vergüenza y miedo, es la
verdadera soledad, intuía. Desplegar la sexualidad en horarios preestablecidos
y en ambientes clandestinos, a mí me pondría muy triste, se decía. Imaginaba la
interminable noche insomne cuando se veía al amante disfrutando con su familia.
Suspiró compungido. «No se hacen fotografías que, venciendo a la muerte,
capturasen su amor».
Con diversos heterónimos, cada cinco o seis años aparecen
las conmovedoras novelas que escribe.
******
Muchos años antes quizás me hubiera
sentido halagada. Un poeta veinte años menor que yo se enamoró apasionadamente
de mí. Tal vez era una gran persona, nunca lo sabré. Esta vez me concedí la
dignidad de seguir envejeciendo lejos de él y agradecerle por su amor. No podrá
acusárseme de falta de imaginación. Me dio para tres relatos ficticios –dijo
Alina con una sonrisa melancólica y sacudió el polvo del cuaderno que acababa
de leer.
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