viernes, 22 de abril de 2022

Vamos a recuperar el mundo

Omar Castilla Romero


Alan comenzó su jornada en el ministerio cultural donde compartía con Akiko una de las veinte mil oficinas de la ciudadela burocrática veintiuno. Se encargaban de decidir que obras visuales y escritas eran dignas de ser conservadas. Recibían por su trabajo un sueldo adicional a la asignación básica de todos los habitantes de la colonia, proeza posible gracias al excedente de riqueza que ocasionó el remplazo de la mano de obra humana por robots, y necesaria debido a la alta tasa de desocupación consecuencia de este cambio. Akiko estaba concentrada leyendo un libro cuando sus vivaces ojos negros se posaron en la película que veía su compañero. Por eso se sentó a su lado después de abrir un ventanal que dejó entrar la fresca brisa primaveral de las zonas verdes aledañas. Y es que los ingenieros de la estación espacial Ceres lograron emular con éxito muchos aspectos del clima terrestre. La construyeron alrededor de dicho asteroide comunicándose con este a través de una serie de columnas en las que descansaban las ciudadelas. Cada año la roca ubicada en el centro de la estación se hacía más pequeña y la estructura a su alrededor, mayor.

La película tenía un nombre casi impronunciable y era protagonizada por un monstruo verde de desagradables modales y mal humor. Comían papas fritas y refrescos a la vez que se reían de las irreverencias de los personajes.

—Bien, ¿y qué te parece? —preguntó Alan.

—Es entretenida y tiene más significado del que uno cree.

—Entonces, ¿vale la pena ponerla en el catálogo?

—Sin duda, guarda un parecido al Quijote de la Mancha.

—¿Quién… Shrek?

—Sí —respondió Akiko a la vez que sorbía lo que quedaba del refresco—. Ambas son sátiras de otros géneros, y don Quijote al igual que el ogro es víctima de burlas y prejuicios. También hay una semejanza entre Burro y Sancho Panza, compañeros parlanchines e ignorantes, y tanto Fiona como Dulcinea son toscas y faltas de modales, todo lo contrario a las princesas de los cuentos de hadas e historias caballerescas.

—Es sorprendente cómo el arte se retroalimenta de sí mismo. ¿No crees que nuestro trabajo es divertido?

—Sí y lo sería más si todas las obras fueran igual de buenas.

—Muy cierto. Me pregunto si algún día la producción literaria de la colonia llegará a igualar a la de la Tierra.

—Hasta hace cinco años había solo un libro escrito a escondidas en la colonia, porque durante el mandato del canciller estaba prohibida cualquier forma de arte que a su juicio entorpeciera las actividades productivas. Pero después de su derrocamiento ha habido una explosión de obras, así que dentro de unas décadas serán decenas de miles.

—¿Sabes donde está ese libro?, me gustaría leerlo.

—De casualidad tengo una copia. —Se levantó y buscó en un estante—. Cuídalo, porque lo debo devolver.

El libro estaba encuadernado y empastado. Tenía por nombre Durante la pandemia, contenía varios cuentos y en la última página solo un título: Vamos a recuperar el mundo. Relataba trágicas vivencias matizadas con un toque de humor negro. Pero leyendo entre líneas mostraba también una conspiración que incluía sociedades secretas y alienígenas que buscaban apoderarse del planeta por medio de un plan exquisitamente orquestado. También mencionaba que el contratista que diseñó la estación espacial Ceres robó una nave y tomó dirección a Marte en busca de algo o alguien. La construcción de la estación había sido financiada por un sórdido hombre llamado Duche. Murió en circunstancias misteriosas y fue remplazado por su esbirro Orver quien instituyó un régimen del terror multiplicando el sufrimiento de sus habitantes. Por suerte fue depuesto y en su remplazo gobernó una junta tecnocrática que tomaba sus decisiones con base en la ciencia. La historia había dejado pensativo a Alan. Durante el almuerzo su mirada se perdía en lo profundo del amplio comedor común.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Akiko.

—Es el libro, me pregunto si tiene algo de cierto.

—A mí me parece pura ficción.

—Pero nombra personajes reales como Duche y el canciller Orver.

—A ver si entiendo —interrumpió Jean Paul que estaba sentado en la misma mesa y trabajaba en el área de radioastronomía—, según el libro, el individuo viajó a Marte, ¿qué tal si dirijo el radiotelescopio hacia allá.

—No es mala idea, pero ¿te dejarán hacerlo?

—No tienen por qué saberlo.

—Bueno, entonces hazlo y nos cuentas.

Al siguiente día se volvieron a reunir en el comedor y a Alan le sorprendió el rostro pálido de Jean Paul.

—Hola JP, ¿pasa algo?

—Envié la señal.

—¿Y te respondieron? —preguntó Akiko intrigada.

—No y con el radiotelescopio no escuché nada, pero había emisiones de alta energía que no han podido ser hechas por un objeto inanimado.

—Entonces piensas que ahí hay alguien.

—Alguien no, debe haber toda una civilización.

—Esto se torna cada vez más inquietante —dijo Akiko.

—Por qué no buscamos si este personaje en verdad existió. ¿Cómo se llama?

—Su nombre es Robert Villeneau.

Obedeciendo un comando de voz, la manilla de la muñeca izquierda de Akiko empezó a buscar información sobre Villeneau. De inmediato se desplegó una pantalla holográfica en la que aparecieron ciento diez archivos que escudriñaron hasta acabado el receso, luego de lo cual volvieron a sus trabajos. Se reencontraron más tarde en un bar de la ciudadela sesenta dedicada a las actividades lúdicas. Se escuchaba de fondo una versión moderna de somewhere over the rainbow mientras tomaban gin-tonic y Daiquiris.

—Aunque este individuo sí existió, no hay pruebas de que lo que dice el libro sea verdad —dijo Alan.

—Se me ocurre que busquemos naves perdidas cuya fecha coincida con la desaparición de Villeneau —agregó Jean Paul.

Encontraron tres, de las cuales dos no coincidían, pero la tercera sí. Ya tenían el rompecabezas armado. Al día siguiente fueron a la oficina del gobierno central en la ciudadela uno. Iban con sus mejores vestidos de trabajo y a Akiko en particular le sentaba bien, haciendo resaltar su esbelta figura. Fueron atendidos en una fría oficina de paredes grises con una réplica del grito de Munchen en el fondo, aunque quizás fuera la original. Una mujer corpulenta de unos cuarenta años tomó la vocería. La expresión de su rostro era tan fuerte como el aroma del perfume que usaba. La acompañaba un hombre de unos cincuenta años con entradas pronunciadas y rostro aguileño que llevaba uniforme militar. Sin rodeos les preguntaron que deseaban y ellos contaron su historia.

—Deberían saber que está prohibido analizar cualquier cuerpo celeste sin autorización.

—Lo sabemos señora, pero quería corroborar una inquietante teoría —respondió JP.

—Miren chicos, a su edad uno quiere cambiar el mundo, pero hay cosas que es mejor dejar así. Sea lo que sea que haya en Marte, parece una caja de pandora que es mejor no abrir. Les pido que olviden este asunto y sigan con su vida.

Alan se sintió decepcionado ante la respuesta y le molestó ver el rostro sonriente de Akiko.

—¿De qué te ríes?, ¿Crees que esto es gracioso?, hasta aquí llegó cualquier intento por descubrir la verdad.

—Tontito, ¿sabes quién es ese señor?

—No, ni idea.

—Es Jacob Cohen, el tipo a quien vino a rescatar la primera ministra.

—¿Es él? No lo distinguí. Pero ¿eso en qué cambia las cosas?

—Según se cuenta, la primera ministra y él no pasan por un buen momento, al punto que lo relegó a un puesto sin importancia para que no interfiriera en los asuntos de la Colonia.

—¿Y por qué? —preguntó Jean Paul.

—Cohen es partidario de volver a la Tierra, pero ella considera que el planeta está perdido y es mejor concentrarse en buscar un nuevo hogar.

—Entonces, ¿crees que nos dará una mano?

—Espero que sí.

Pasaron cuatro días. Akiko y Alan se encontraban en su oficina del ministerio cultural cuando llegó alguien a verlos.

—Buenos días, ya nos conocíamos, yo soy…

—El almirante Jacob Cohen —interrumpió Alan —, disculpe que no lo reconociéramos señor, bueno yo, porque mi compañera sí.

—Madame —dijo Jacob haciendo una reverencia hacia donde estaba Akiko. Lo invitaron a que se sentara en uno de los sillones circulares—. El motivo de mi visita tiene que ver con su hallazgo. En Marte hay más de lo que pueden imaginar.

—Y por lo visto nunca sabremos qué es señor, porque no hay ningún interés en averiguarlo.

—Hay mucha gente que sí quiere, pero los que gobiernan han olvidado cual era nuestro objetivo. Pero yo no lo he hecho —dijo poniendo su mano en el pecho—, ¡yo no!

—Por eso está distanciado de su... —Akiko se interrumpió cubriéndose la boca con sus manos.

—¿De mi Gina?, sí en parte es por eso, los años la han ablandado, pero eso no demerita lo que ha hecho en este lugar. Ya no encajo aquí y estoy dispuesto a ir por la verdad, si quieren acompañarme hay un espacio en mi nave.

—Pero ¿nos darán permiso?

—Nadie ha hablado de permiso, vamos a desertar y espero que por respeto a mi rango no nos disparen.

—Alan y Akiko se miraron perplejos— Entonces, ¿se animan?

—Dios santo —dijo Akiko—, bueno, cuente conmigo.

—Conmigo también —agregó Alan.

—¿Y su otro amigo?

—Él no irá, pero estará encantado de apoyarnos desde acá.

A los dos días se encontraron en el hangar donde estaba el Ulises, la nave de Jacob. Despegaron con destino a una de las nuevas estaciones en construcción, pero a mitad de camino desviaron su curso hacia el planeta rojo por lo que recibieron varios llamados a regresar, el último acompañado de una amenaza a lo que Jacob respondió «Es libre de disparar». Luego se interrumpió la señal. Los siguientes minutos fueron de incertidumbre, pero se tranquilizaron ante la ausencia de torpedos en el radar. El viaje duró una semana y los tres compartieron el espacio de la pequeña nave que tenía dos camarotes, una cocina y un baño, además de la cabina de mando. Hablaron de las películas y libros que analizaban, los mismos que Jacob había disfrutado en su juventud. Akiko le preguntó: —¿Qué tan difícil fue estar en una mina-asteroide?

—Fue la peor experiencia de mi vida. Ver morir a tantos, pensar que lo mismo me ocurriría y luego ser rescatado me hizo creer que estaba destinado para algo más. Desde entonces me he estado preguntando para qué.

En ese momento recibieron un mensaje de JP que decía: Capté esta señal proveniente del valle de Marineris en Marte: «S.O.S. vengan por mí». Envío las coordenadas.

Penetraron la atmósfera marciana en dirección a aquel lugar. El espacio circundante cambió de un tono negro a uno rosa pálido. A lo lejos se vislumbraba la inmensa planicie rodeada por montañas. El aterrizaje fue algo turbulento debido a los fuertes vientos cargados de arena que golpeaban el valle. Había huellas que sugerían un pasado remoto colmado de agua. La asfixiante soledad los hacía sentirse ínfimos. Se pusieron a trabajar de inmediato y la nave les sirvió de refugio. Tenían provisiones para dos semanas por tanto si en una, no encontraban lo que estaban buscando deberían decidir si volver a la colonia a ser juzgados o viajar a la Tierra y afrontar un destino incierto. Desde la cabina podían inspeccionar el cobrizo horizonte marciano y pasados tres días observaron una luz proveniente de un acantilado a un kilómetro de distancia por lo que emprendieron la marcha hacia el lugar protegidos por sus trajes espaciales. Tardaron medio día marciano en llegar al borde de la montaña. La altura a la que estaba el sitio de donde provenía la luz era de unos cien metros. Subieron un sendero escarpado que los condujo a una caverna. Al entrar, la oscuridad imperante fue quebrantada por una voz:

—¿Por qué tardaron en venir?

—¿Es usted Villeneau? —preguntó Alan titubeante.

—Así solían llamarme, pero de eso hace mucho.

—¿Cómo hizo para sobrevivir tanto tiempo aquí?

—No vine solo, aunque mis compañeros fallecieron.

—Qué terrible. Debieron sufrir mucho —comentó Akiko.

—Éramos conscientes de los riesgos. Pero prefiero no hablar de eso. Síganme, quiero mostrarles mi hogar.

Se encendió una luz y entraron a un recinto similar a un refugio antimisiles. Dentro había invernaderos sembrados con vegetales que proveían alimento y servían de fuente de oxígeno y nitrógeno para la atmósfera interna. Tenía un laboratorio donde sintetizaba carne y una planta de reciclaje que no desperdiciaba nada.

—¿Y qué de la vida del viejo Duche? —preguntó.

—Falleció, todos sospechan que fue envenenado por Orver.

—Ese maldito mañoso, algún día recibirá su merecido.

—Ya lo recibió, en parte gracias al almirante Cohen —dijo Alan señalando a Jacob.

—Increíble lo desactualizado que está uno aquí —respondió a la vez que hacía el saludo marcial.

—¿Por qué decidió venir acá? —preguntó Jacob sin rodeos.

—Aquí estaba el cielo.

—¿Qué significa eso?

—En este planeta hubo una guerra hace eones la cual destruyó su civilización. Los sobrevivientes viajaron a la Tierra en busca de un nuevo hogar. Fueron nuestros creadores y el recuerdo de esa guerra permanece en textos sagrados como la biblia. Ahora descansemos, mañana será un largo día.

Al siguiente día se levantaron y Villeneau les explicó que al otro lado del valle estaba alguien que en el pasado había salvado a la humanidad. Su intención había sido llegar allá, pero la nave se averió y quedaron perdidos a mil kilómetros de su objetivo. Buscaron la manera de recorrer la distancia y así uno a uno sus compañeros fallecieron, quedando solo él. Por último, les dijo que debían tener cuidado con los hombres ameba.

—¡¿Hombres ameba?! ¿Quiénes son?

—Habitan este planeta. Son ovalados, gelatinosos y se mueven a gran velocidad.

—Vaya, siempre pensé que los extraterrestres se parecerían un poco a nosotros —comentó Alan con un encogimiento de hombros.

—No hay razones evolutivas para que así sea —agregó Akiko —. Solaris, un libro que leí no hace mucho planteaba esta situación al punto que a los humanos les costaba clasificar la vida extraterrestre como tal.

—Sin embargo, si asumimos que el universo tiene trece mil ochocientos millones de años, es posible que haya habido una civilización avanzada capaz de sembrar la galaxia de vida…

—¿Algo así como una panspermia dirigida? —preguntó Akiko interrumpiendo a Villeneau.

—Preciso, eso fue lo que ocurrió. Estos seres crearon a los niuk que vivieron en Marte hace un millón de años. Un individuo de esta raza es a quien venimos a buscar.

—Bueno entonces marchemos —dijo Jacob.

—Antes necesito que lleven esto consigo. —Les lanzó unas pistolas de agua.

—¡¿Qué?!, ¿vamos a jugar?

—He tenido tiempo de sobra para estudiar a estas criaturas. Evitan lugares con reservas de agua y oxígeno, y cuando se les analiza a través de este espectroscopio —señaló un binocular en una mesa—, se aprecia que están hechos de hidrógeno, Helio y litio en su mayoría. Por tanto, estas pistolas con peróxido de Hidrógeno les deberían hacer daño.

Iniciaron su viaje. Desde lo alto se apreciaban las ruinas de ciudades monumentales corroídas por la arena. Su arquitectura era semejante a la del antiguo Egipto y Mesopotamia. Villeneau señaló en frente suyo un majestuoso palacio casi destruido, que en la medida que se acercaban se hacía más colosal. De pronto unas luces se interpusieron por lo que desviaron su curso hacia un estrecho cañón chocando el ala derecha de la nave con una roca por lo que debieron aterrizar. Vieron descender a los alienígenas y sintieron en sus cabezas una voz que les ordenaba bajar. Al hacerlo se encontraron frente a frente con los hombres ameba y de nuevo la voz «¿Qué hacen en Marte?». Al verlos enmudecidos de pavor cambiaron a una forma antropomórfica de coloración azulada.

—Respondan, ¿por qué vinieron?

—Buscamos a alguien —contestó Villeneau.

—No hay nadie a aquí. Es mejor que se marchen.

—No nos iremos hasta encontrarlo —dijo Akiko decidida.

—En ese caso no nos dejan otra opción…

Antes de que ellos atacaran, Villeneau y Jacob como si de un acto coordinado se tratara, accionaron sus pistolas con peróxido de hidrógeno hacia los hombres ameba cuya masa se convirtió de nuevo en protoplasma y se empezó a desintegrar. El sobreviviente lanzó su arma al piso.

—Si vienen por Enkiuk, los ayudaré.

—¿Por qué confiaríamos en ti y qué sabes de él?

—Solíamos ser amigos y teníamos claridad sobre que era lo correcto, pero a diferencia de él, yo opté por no hacer nada. Como consecuencia, la Tierra está convertida en un lugar inhabitable para los humanos y quiero resarcir mis errores.

—Ahora que está perdido, recordó la diferencia entre el bien y el mal—dijo Jacob—, deberíamos dispararle

—En una cosa tienen razón. Merezco que me disparen, pero no se engañen, tengo más poder del que imaginan. —Hizo una pausa y luego agregó—: Bien, entonces, ¿vamos a despertar a nuestro amigo?

Tomaron juntos una nave que los llevó al palacio de Enkiuk. Cruzaron la terraza intercalada con grandes columnas coronadas por un techo triangular. Estando dentro recorrieron los amplios salones y llegaron a una pared decorada con bajorrelieves de figuras humanoides. El extraterrestre tocó una pirámide situada en el centro del dibujo y al instante se abrió una compuerta que los llevó a otra estancia donde había un gigantesco sarcófago de piedra. Corrió la tapa superior y dentro estaba un ser colosal embebido en un líquido verdoso.

—¡Xénel! —exclamó al despertar—. ¿Qué haces aquí con estos humanos?

—Hola Enkiuk, pasaron muchas cosas mientras dormías. En marcha, tenemos un largo camino.

—¿Y a dónde vamos?

—A recuperar el mundo.

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