miércoles, 9 de febrero de 2022

Señor y señor Jones

Joe Monroy Oyola


Arnold mira la hora en su reloj de pulsera: son las seis con siete minutos de la tarde. Apaga la computadora, toma un portarretrato plateado que está sobre el lado derecho de su escritorio, lo contempla. Levanta el auricular, luego de poner el marco en su lugar, digita un número, pero antes que timbre... corta. Sale de su oficina tocando la puerta del bufete contiguo:                                         

—Buenas tardes, ¿se puede? —pregunta a la vez que va entrando—. Espero haya tenido un feliz primer día de trabajo con nosotros, abogada Estella...

—Buenas tardes, adelante: Estella Rossini es mi nombre. ¡Y, gracias, colega ¿Arnold?! —contesta con una amplia sonrisa mientras que con sus ojos lo recorre. Déjeme mover los expedientes que están sobre esta silla, tome asiento. Pero, llámeme solo, Estella —dice mientras extiende su mano con una pequeña confitera de cristal. ¿Gusta un chocolatito?, se los envían a mis padres desde Italia.

«¡Que cuerpazo de este hombre!, está alto, no tiene anillo de matrimonio, debe tener unos treinta años..., es cortés, viste muy bien, así me lo recetó mi doctor, ¡se ve perfecto!».

—Me llamo: Arnold Jones. No se incomode Estella. Hoy nos presentaron a su llegada, ya estoy de salida, me voy al gimnasio; tan solo quería ponerme a su orden, en caso de que necesitara alguna ayuda no dude en preguntarme mientras se ambienta en nuestro edificio. Gracias por el chocolate, la verdad, cuido el consumo del azúcar y de las calorías.

—A mí, en cambio, me encanta comer chocolates y pastas, mis padres son italianos: Rossini —dice mientras sonríe y se arregla de manera muy delicada su cabello castaño—, no voy a ningún gimnasio, pero me gusta la danza, el baile, así me mantengo.

—Está usted en excelente forma, la felicito.

«¡¡¡¿¿¿Qué diantres me pasó con esta chica para decirle esto???!!!».

Estella sonríe, toma una de las golosinas y le da un pequeño mordisco, intercambian tarjetas, él se despide con un apretón de manos. Ella se mete en la boca dos chocolatitos y se chupa los dedos. Arnold sale del estacionamiento de la oficina en su Audi convertible color azul. Después de unos minutos llega al gimnasio, entra portando un maletín deportivo blanco. Al terminar de trotar sobre la faja caminadora seca su rostro y manos con una pequeña toalla blanca, sigue con una rutina de pesas, de pronto suena su celular, posa las mancuernas sobre el piso que provocan un sonido metálico, se tapa con la mano su oído izquierdo, la música está con volumen alto, el sopor emanado de los cuerpos cubre el ambiente y va opacando los vitrales gigantes, que, en forma de ele, conforman la esquina oeste del gimnasio, los soplidos y pujos condensados de hombres y mujeres, producto de pequeñas victorias o penosas derrotas caen decantados por los vidrios; Arnold saluda a Michael: Disculpa, se me hizo tarde, ya casi termino. Miki le cuenta: te he preparado pescado a la parrilla y tu ensalada de lechuga con queso, pasas, además, almendras; Arnie le responde: ¡Guau, gracias, me baño y te veo pronto!

—Arnold, no olvides que hoy veintiséis de noviembre es cumpleaños de tu papá, llámalo.

—Gracias, lo sé no lo olvidé. Lo llamo del auto; nos vemos luego.

Arnold se dirige a su auto, viste un buzo color negro, zapatillas plomas, el viento otoñal de Texas abre su casaca. Enciende su auto, apaga el radio; tengo años llamándote, no quieres hablar conmigo, ni verme; pero, te llamaré papá..., entonces digita el número, le tiembla la mano y presiona la tecla de llamada; suena el teléfono una y otra vez... George, observa la pantalla del teléfono de casa que está sobre un pequeño tapete blanco tejido a crochet, el mismo que le regaló su abuelita Brinda el día de la boda, está sobre una mesita de madera circular color marrón oscuro, con patas ornamentadas y delgadas, ubicada entre los muebles junto al agasajado: ¡Es Arnie! Musita George; tiene entre sus manos una de las placas de identificación militar en oro que mandó a confeccionar con su nombre, la otra la porta su hijo con su propia información. 

—Amor, debe ser nuestro hijo —expresa Pamela, quien está cocinando pollo al horno.

Ella se acerca al sillón personal reclinable de color verde donde se encuentra George con las piernas estiradas. Las pantuflas, más planas que la pequeña alfombra de la entrada a la casa, están tiradas hacia ambos lados del usuario. El control remoto del televisor en su mano derecha. Está mirando por televisión un partido de fútbol americano, su esposa le toma el brazo y agrega:

—Por favor, contéstale.

El teléfono sigue timbrando mientras Arnold cierra los ojos y pone el celular en su frente...

—¡¡¡Papá, contesta!!! —grita Arnold, sosteniendo su placa de oro con la mano izquierda.

Mientras en el bufete de abogados, Estella sale de su oficina y camina hacia la derecha por el corredor central, está mirando la tarjeta de su colega Arnold Jones, se acerca a la secretaria:

—Buenas tardes ¿señorita...? —pregunta Estella—, buscando con la vista sin encontrar la placa del escritorio con el nombre de la dama que está tipeando;

—¡Buenas tardes! Mucho gusto, soy la señora Whitney. Disculpe, ya puede ver lo ocupados que estamos —contesta esbozando una sonrisa, mientras mueve unos folders que copan casi todo el pupitre.

La abogada se sonroja, sonríe y le muestra la tarjeta, ambas entablan conversación, Whitney mueve la cabeza en forma afirmativa mientras habla, hasta que la secretaria mira para ambos lados y se cubre de forma parcial el lado derecho de su boca con la mano, algo dice.

Estella sin intención deja caer la tarjeta personal, tiene sus labios separados, levanta la tarjeta... La joven abogada le agradece a la señora Whitney, quien le pide que no comente lo conversado. Claro, ni se preocupe le contesta Estella; mientras contempla la foto que la oficinista tiene sobre su escritorio, se la ve abrazada con un hombre de raza negra ambos sonriendo. ¿Es su esposo? La secretaria le confirma que se casaron hace veinte años; esta es nuestra única hija, Jeannette de dieciocho años; ella ha empezado sus estudios de medicina, y le muestra una foto en la graduación de la secundaria. Estamos muy orgullosos. Estella la felicita; y se ofrece para ayudarle a llevar la ruma de expedientes al cuarto de archivos, caminan pasando junto a la pared de vidrio del lado izquierdo que deja ver las puertas metálicas doradas del elevador; entran al área de archivos, se ven cientos, quizá miles de expedientes ordenados en los anaqueles cubriendo todas las paredes, otros que dividen en pasillos esta habitación, Estella dice: se imagina, lo que representan todos estos legajos, cuántas historias de vidas. La secretaria mira hacia el techo; «¿¿y esta, de qué carajos me está hablando?? Que no se haga, si a los abogados solo les interesa el dinero»; la joven letrada inquiere a su acompañante: ¿verdad señora Whitney? ¿Señora Whitney? ¡Sí, claro, tiene razón abogada!, afirma moviendo levemente su cabeza. Estella de regreso en su oficina tipea en la computadora el nombre de Arnold Jones, ve una foto: se toma ambas mejillas al mismo tiempo...

En la casa de los padres de Arnie sigue timbrando el teléfono, George hace un ademán a su esposa con el índice derecho hacia ambos lados, entonces se activa la contestadora automática:

—Papá, feliz cumpleaños, espero que te encuentres bien y disfrutes la deliciosa cena que te habrá preparado mamá... Que tengas una buena noche.

Pamela le sirve la cena a su esposo y le pregunta por Ann, la hija de ellos, George le explica que solo tuvieron un hijo: Arnie, no tuvieron más descendencia, le recuerda que después del primer y único alumbramiento encontraron un tumor maligno en su útero, por lo que tuvieron que realizarle una histerectomía total; ella llorando le dice que miente; pero luego se calma y continúan cenando en el comedor, el viejo televisor está conectado al prehistórico betamax como en cada festividad, se ven las imágenes: están sentados alrededor de una mesa metálica color verde colocada en el jardín, las hamburguesas llaman la atención cocinándose sobre las brasas de la parrilla, George tiene un gorrito cumpleañero color verde olivo que tiene una bolita de felpa amarilla colgando entre la ceja y el ojo izquierdo; mira a la cámara riendo con la boca llena. Arnie apenas más alto que la mesa está abrazando por el cuello a su papá, solo se distingue la blanca mano izquierda de Pamela, donde brilla la sortija de matrimonio que le compró George poco antes de la boda, y su voz junto a la cámara indicándoles que se junten más; se escucha la canción de cumpleaños, entonces madre e hijo cantan en desafinado dúo lleno de risas, bocas repletas de comida, el viento que sopla hace salir volando el gorrito, levanta la llama y dispersa el humo de la parrilla; pero en el comedor los esposos sin prestar atención al viejo video, en silencio comen mirando cabizbajos cada quién su plato. Pamela menea la cabeza: el que necesita ir al siquiatra es él yo no volveré jamás a esos hospitales no estoy demente claro tengo una hija Ann o Ida no recuerdo su nombre, pero debo tener alguna en sabe Dios qué lugar no voy a tomar más esas medicinas yo estoy sana no estoy loca

Arnold llega a su casa, apaga el motor, levanta su celular, digita un número, está la foto de su papá, observa la imagen, su mirada se queda firme... El pequeño Arnie está en su dormitorio sobre la cama, en una pared hay un poster de los Dallas Cowboys, en otra, una bandera de los Estados Unidos, debajo la foto del pelotón de marines que integraba su papá; una espada de plástico plateada, camioncitos sobre el piso; Arnie sostiene una pequeña muñeca rubia vestida con falda rosada y blusa blanca, le está peinando la diminuta cabellera con un cepillo de pelo en miniatura, cuando de modo repentino se abre la puerta de su dormitorio:

—¡¡¡Arnie esconde la muñeca, papá viene del garaje!!! —vocifera Pamela cerrando apurada la puerta; el niño se apresura a esconder la muñeca debajo de su almohada y acerca hacia sí unos juguetes desde el otro lado de la cama... George entra al cuarto de su hijo, tiene entre sus manos un trapo blanco con manchas de grasa que van oscureciendo la toalla conforme se limpia en ella, le dice a su niño que estaba limpiando el motor del carro; imagínate toda la grasa que había hasta en la maletera, verás lo bien que la dejé, vente para que me ayudes a limpiar los vidrios; el niño mueve sus labios hacia un lado le dice que claro, iría con él.  George mira sobre la cama: unos tanquecitos de guerra, soldaditos plásticos;

—¡Bien capitán Arnold Jones, ese es mi hijo, serás un marine como tu padre!

—Voy a ponerme mis zapatos, papi...

Arnold se sobresalta con un ruido en la ventana de su carro, era Michael, Miki como lo llama, quien le pregunta si su papá le había contestado, Arnold menea la cabeza, su llanto fue consolado con un abrazo; le comenta que sí llamó a su padre, pero como siempre no le contestó. ¿Está lista la cena? ¡Claro!, le responde Miki. Entran abrazados. 

Mia familia 

Estella llega a la casa de sus padres, en la ciudad de Addison dentro del condado de Dallas, donde también vive ella.

Al cerrar la puerta tira sus zapatos en la entrada. Siente ese frío en los pies. Camina por la sala que luce en la pared derecha un hermoso cuadro de la Torre inclinada de Pisa. Los muebles hechos de caoba labrada con diseños estilo barroco están cubiertos con tela dorada. Pasa por los inmensos ventanales que parten casi desde el piso de madera hasta llegar al cielo raso, dejan ver el jardín bien cuidado, una área del mismo está cultivada con plantas de frutos comestibles: tomates y pimientos.

Toca las largas y blancas cortinas con bobos dorados, el olor a salsa casera que sale de la cocina parece invitarla a seguir los rastros amorosos de mamá. Saluda a doña Sofía, su madre, con dos besos en las mejillas, se cruza camino a la cocina con su hermano menor Giacomo, el ingeniero civil, se besan y abrazan soltando un par de risotadas; sale del baño don Lorenzo, el padre de Estella, con un periódico bajo el brazo, se estrechan, conversan en voz alta. Estella toma a su madre de la mano llevándola a su cuarto. En la intimidad de la habitación, le cuenta a su madre cómo conoció a Arnold en su nuevo trabajo, que era americano, de cabello rojizo, con inmensos ojos verdes; mamá, también es abogado, un hombre respetuoso y amable; dijo que me veía linda, no me quitaba la vista de encima. Doña Sofía le pregunta: pero ¿estás segura de que es soltero?, mira lo que te pasó la última vez con ese tal Bob: guapo, rico, pero te resultó casado y con hijos. No te confíes, averigua en internet como ustedes los jóvenes saben hacerlo, porque los hombres con tal de entretener la sua cosita son capaces de cualquier mentira. Entonces Estella le confiesa a su mamá que ya había revisado, pero que detrás de su foto del perfil personal estaba una bandera del arco iris. Doña Sofía se tomó ambas manos: ¡Que lindo, entonces le gusta la naturaleza ¿será ecologista?! Estella le comparte la confidencia de la señora Whitney en la oficina, que Arnold vivía con un hombre. De la habitación sale un grito: ¡¡¡¿¿¿Te has vuelto loca hija???!!! El once de abril del siguiente año ya cumples veintinueve años; desde que empezaste en esa «iglesia» quieres rescatar gatitos, perros, ayudas con un voluntariado a indigentes, y ahora esto. ¡¿Acaso quieres matar a mi Lorenzo?!, él, sesentón y con su presión alta, no va a soportar esta barbaridad, desgañita la madre. Estella le contesta: Estoy orando mamá: ¡Dios obrará, él lo cambiará! ¡verás madre!

¿Presentimiento, prejuicio? 

George ha terminado de cenar junto a su esposa, vuelve a su «escondite», aquella silla reclinable que le sirve para apartarse del mundo, sin visitar ni conversar con amistades o familia alguna, Pamela estaba lavando la vajilla, el chorro de agua del caño que conveniente cubre el contenido sollozo de un padre. ¿Cómo pasó? ¡¡¡¿Por qué no me di cuenta?!!! Aquel día que lo trajo a casa un año antes de graduarse, ese muchacho se notaba tan delicado, y yo creyendo que a lo mejor era autista, o que pasaba por depresión, tan retraído; nada gané contándoselo a Pamela: Viejo, es tu imaginación me dijo que tal vez por ser militar yo no admitía la debilidad, ¿a quién se me ocurrió preguntarle? Fue toda mi culpa, maldito homosexual con cara de inocente, permití que estuviera cerca de mi hijo. Debí ponerme fuerte para que siguiera la carrera militar, como yo. Ni crea que lo voy a perdonar, la vergüenza de tener un hijo maricón; terminaron yendo a la misma universidad, ahora dice su madre que se van a casar. ¡¡¡Muerto, muerto está para mí!!! El control remoto impacta el piso y ruedan las dos pilas del aparato electrónico, una va hasta debajo de la mesa de centro de la sala, la otra desaparece en algún lugar del comedor.

Cada mañana Estella entra a la oficina de Arnold, saludándose comparten el oloroso café arábico que prepara en la cocina de los empleados, hay ocasiones cuando les toca trabajar en la misma causa, conforman un buen equipo, los casos victoriosos van dando que hablar, la atónita secretaria se convierte de animada espectadora, en leal cómplice de Estella. Una noche Miki intenta comunicarse con Arnold, le marca, son la siete y media; es jueves no le toca gimnasio, teníamos que encontrarnos con los chicos en el bar, es noche de concurso. Desde cuando le conversé que podríamos casarnos y luego adoptar un niño, ha cambiado tanto, hasta dejé de ejercer la abogacía para dedicarme a él y a la casa; ni modo no creí que debíamos dormir más en la misma habitación. Se endereza o lo enderezo, tantos años para nada, no es justo; pero extraño su voz cuando me decía: Dulces noches mi Miki. Y ahora ¿por qué no contesta? Bueno, te lo pierdes. ¡Me voy a ver a los chicos! Michael apaga el celular. Al salir de la casa observa un auto negro con las lunas polarizadas estacionado muy cerca.

—Caray, se está haciendo tarde Arnie, ya me voy. Nos vemos mañana —dice Estella moviendo en círculos el llavero—. Sabes, está fallando mi carro, este sábado lo llevaré al taller de mecánica.

—Claro, no dejes pasar más el tiempo. Hasta mañana Estella —le contesta, y cuando ella sale caminando muy despacio, él se queda contemplando su silueta, la forma en que camina.

Al llegar al estacionamiento de la oficina para tomar su carro, Arnold encuentra a Estella con el capó del auto levantado, se acerca; ¿cuál es el problema?, ella le dice que no arranca y patea la llanta delantera derecha; él le agrega: si gustas te puedo llevar a tu casa, ¿No te resulta una gran molestia Arnie?; el cordial colega le afirma: claro que no, ja, ja, ja, creo que ya somos amigos ¿verdad? Gracias eres un caballero; espero que tu «amigo» Miki no te pegue, Estella se ríe. No, no va a pasar nada, nos tenemos confianza el uno al otro.

—Arnie, te voy a cambiar de nombre, te llamaré «angelito» desde ahora.

«Angelito, me contaste que detestas la mecánica, fue tan fácil desconectar el borne de la batería...».

Michael está bebiendo tequila, esa noche hay concurso de imitadores aficionados, las mujeres representan artistas masculinos, los hombres a las artistas féminas. Miki está bebiendo sentado en la barra, sin control alguno, lleva su quinta copa, viste un pantalón jean azul, polo rosado, zapatillas azules. Uno de los concursantes, un joven afroamericano vistiendo como bailarina de mambo se acerca junto a él y se saludan. Después de mirar juntos el concurso, Michael llama a la chica que atiende en el bar, ella viene disfrazada de Charles Chaplin, y le paga la cuenta; Miki es ayudado a caminar, están a punto de subir al auto del joven afroamericano cuando un vehículo con los vidrios polarizados se acerca, baja un hombre con pasamontañas que cubre su rostro y tiene un bate metálico plateado en sus manos, los sorprende por la espalda golpeándolos, caen las víctimas a la vereda, el agresor los empieza a patear, Michael se sobrepone y forcejea con el atacante, pero un golpe en el rostro lo hace caer exánime. Quedan sobre el pavimento dos cuerpos con los rostros ensangrentados, el reloj de Miki está sobre la vereda, dejó de funcionar a las nueve y cincuenta y un minutos, una de las zapatillas azules llega hasta la pista, hay salpicaduras de sangre junto a los agredidos... 

Cena de familia 

Doña Sofía estaba mirando por la ventana, regresaba a la cocina; Lorenzo mira pasar a su mujer, una y otra vez, su esposa se le acerca: querido, la nena ha llamado, se le malogró el carro y un compañero de trabajo la está trayendo, cámbiate que lo va a hacer pasar a cenar con nosotros, y date una peinadita, dile al nene que se cambie también. Lorenzo le contesta ¿¿Cuál nene?? Giacomo tiene veinticuatro años, además mi ropa no tiene nada de malo; entonces, Sofía le insiste: ¡estás con pijama!

—Baja la velocidad, es en esta casa blanca, no, no, retrocede, es la primera —indica Estella, señalando con el índice de su diestra, mientras con su mano izquierda toca en forma delicada el hombro derecho de Arnold—. Aquí mismo es.

—Déjame ponerme mi corbata, no quisiera mostrar pocos modales a tu familia...

—¿¿¿¡¡¡Ja, ja, ja!!!??? —Mira, cuando mi papá se viste con terno le preguntamos: ¿dónde es la fiesta de disfraces? Estás bien, anda entremos.

—Bueno, como digas.

Antes que Estella abra la puerta, María, una dama guatemalteca que ayuda en la cocina y en la limpieza, los invita a pasar: adelante niña, señor buenas noches; Estella la presenta: es María, quien ayuda a mi mamá, Arnold la saluda: mucho gusto.  Lorenzo baja vistiendo un terno azul camisa celeste, bufanda roja, aunque calzando chalupas, la familia se reúne con el invitado, Giacomo sirve las copas con vino tinto italiano. Doña Sofía engalanada con un vestido negro brillante de mangas largas, el collar de perlas parece competir en brillo con el reloj de pulsera, va bajando por la escalera en curva, a paso lento tomándose del pasamano con la izquierda. Estella mueve su cabeza escondiendo su sonrisa, al llegar a piso firme saluda: Bienvenido joven. La cena transcurre en un ambiente cordial; padre, hijo, hija fluyen graciosos en informalidad. Están en el comedor, comiendo sobre aquella larga mesa de madera con doce sillas, un cuadro muestra una campiña con ocho mujeres vistiendo traje de jornada levantando unos inmensos racimos de uvas negras, Arnold conversa en forma amena con don Lorenzo y Giacomo, por momentos doña Sofía y Estella comparten la plática también. Arnold mira su reloj y nota que son las diez y cuarenta y un minutos. Se levanta de la mesa agradeciendo la cena. Estella lo acompaña hasta la puerta, ambos sonríen, el doble beso en las mejillas hace ruborizar al joven abogado; se cierra la puerta. Mientras cada hermano se retira a su habitación, Lorenzo después de tirar el saco sobre uno de los muebles ayuda a su esposa recogiendo la vajilla y llevarla a la cocina donde María está lavando los trastes; vieja, me encantó este muchacho: educado, buena presencia, profesional, tenemos que hablar bien con nuestra hija, ¡que este no se le escape! Aunque ella está con eso de que está esperando al hombre que Dios mande a su vida; él debe estar muy ocupado allá en el cielo, así que...; Sofía posa su índice izquierdo sobre los labios de Lorenzo, empieza a hablarle en voz baja, ella mueve la cabeza y le caen unas lágrimas; él se queda paralizado, junta los extremos de los dedos de cada mano y menea a la vez ambos brazos de arriba hacia abajo: ¡¡¡Está loca!!! Yo quiero tener nietos que corran, jueguen fútbol, se peleen; él observa a María y le dice a su esposa que mejor hablen en italiano; entonces Lorenzo vocifera:

—¡¡¡Voglio nei nipoti, non delle farfalle che volano via; se nasce un uomo che lo chiama: Giussepe Maria; se nasce una donna: Maria Giussepe, non si sa mai!!!

Entonces, María que está en el lavadero de la cocina estalla en risa. Doña Sofía voltea el rostro hacia la dama guatemalteca, se acerca despacio con el cuello estirado para adelante con los ojos achinados, le quita el celular que tiene en la mano y lee: TRADUCTOR

—¡¡¡Quiero nietos, no mariposas que salgan volando!!! Si nace varón que le ponga por nombre: José María; si nace mujer: ¡¡¡María José, por si acaso!!!

Doña Sofía borra lo traducido, tira el celular cerca del lavadero, se van al dormitorio. 

¿Quién está libre de culpa? 

Arnold, al salir de la casa de Estella revisa su celular, tiene llamadas perdidas de Miki, encuentra un mensaje de texto, sube a su auto. En el nosocomio pregunta por Michael, dos policías se acercan, le hablan. Luego de unos minutos entra al cuarto L 271. Miki está consciente, el recién llegado se sienta al lado, una enfermera le termina de tomar la presión al paciente, revisa el suero y se retira. Para Arnold es difícil asimilar a través de los policías, la declaración de testigos: Michael se estaba besando con la otra víctima del ataque y que se iban juntos al momento de ser atacados; pero él también sabe que está coqueteando desde semanas atrás con Estella. Al día siguiente el joven abogado no se presentó. El domingo dieron de alta a Michael y a la otra víctima. Miki al llegar a casa le pide conversar a Arnold, se sientan en la sala. Están hablando en forma calmada, luego de unos minutos cojeando va a su cuarto, abre el closet de la habitación, empieza a empacar sus ropas. Al cabo de una hora suena el timbre de la casa, desde su cuarto dice: por favor, es el señor del taxi, otro día mando a recoger el resto de mis cosas y sale con una maleta. Un abrazo sella la despedida. Ya en el auto, Michael entrega un papel al conductor; lléveme a esta dirección. Al llegar al destino indicado dice al conductor que por favor lo espere unos pocos minutos...; apoyado con su diestra en un bastón toca el timbre, tiene un sobre pequeño en su mano izquierda. La puerta se abre, una mujer madura lo mira atónita, y lo hace pasar, lo acompaña hasta la sala, George lo mira sorprendido: Buenas tardes, señor Jones. Imagino su sorpresa de verme llegar a su casa; George trata de hablarle: ¿Qué hace...? Michael le pide que no lo interrumpa:

—Sabe señor Jones, sí, soy homosexual, pero también un ser humano con sentimientos, que a pesar de todo lo respeta. Arnie lo ama, pero sufre con su desprecio y condena. Tan solo vengo a decirle que él y yo hemos terminado. Ahora es cuando más los necesita a ustedes, sus padres. Lo quiero, pero sé lo que él aún ignora: algo lo cambió. Él dejó de ser homosexual.  ¡Jamás entenderé cómo pasó! Siento que anhela una familia, hijos, el amor de una mujer.

—¡¡¡Maricón que haces aquí, lárgate antes de que llame a la policía!!! —contesta George de manera desaforada haciendo el ademán de pararse—. ¡¡¡Ustedes los homosexuales son enfermos peligrosos, escoria de la humanidad!!!

—No se preocupe, ya me retiro, pero le traigo dos cosas que perdió: —dijo Michael entregándole el sobre—. Esta primera es algo material; hace unas noches de manera involuntaria quedó en mi poder, ábrala si tiene la hombría de la que se ufana.

George abrió el sobre y dejó caer en su mano derecha el contenido...

—Es la placa que perdió en el cobarde ataque de hace unas noches contra mí y otra persona, en las afueras de un club. La segunda, es la misericordia; su delito podría costarle años en prisión; por ello le muestro compasión; porque todos cometemos errores, ofensas, bajezas. Si no conoce el perdón, no podrá darlo a otro. Pero, no le diga nada a Arnie de la medalla; ¡No lo confunda con su falta de hombría! Michael da la vuelta en la sala, Pamela observa en silencio, la puerta de la casa se cierra. La prenda metálica, sobre la temblorosa mano de George, muestra aún rastros de sangre seca.

El martes siguiente Arnold está en su trabajo. Estella al verlo llegar se acerca con dos tazas de café, se sienta muy junto a él, a través del vidrio se contempla a una mujer tomando las manos de un varón. Ella empieza a orar, él rompe en llanto: Entonces la señora Whitney camina presurosa y sin preguntar abre la puerta de la oficina de Arnold para dejar caer las persianas, cerrar la puerta y poner un letrero plástico que dice: En conferencia.

Estella camina en forma pausada del brazo de don Lorenzo, su papá. La hermosa voz de una soprano, acompañada por el antiguo órgano de la iglesia, regala una bella interpretación del Ave María. Un niño sostiene la larga cola del vestido blanco de la novia. Una niña va dejando caer pétalos blancos.  Pocas personas notan que el vestido tiene pliegues para disimular la barriga de cinco meses. Padre e hija van por el pasillo central. Hacia los lados, dos hileras de bancas de madera decoradas con rosas blancas cuya fragancia cubre la iglesia que está llena de invitados, cada quien más elegante que el otro. Al frente el pastor en los atrios.  Arnold embelesado la espera; a su lado, como testigo su mejor amigo: Miki, a quien George y Pamela saludan. Aparte de familiares y compañeros de trabajo, también asisten amistades comunes de Michael y Arnold; Doña Sofía le hace muecas a Estella que meta la barriga, Giacomo se ríe pues su papá viste un terno plomo brilloso, camisa blanca, corbata negra con rombos blancos, pero un gran juanete en su pie derecho le impidió cambiarse las sandalias por los zapatos negros traídos de Italia. Los novios se contemplan, de pronto, ella siente náuseas, sobreviene una violenta arcada..., el pastor trata de dar un paso atrás...; ocurre justo cuando el fotógrafo toma la foto para la posteridad.

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