jueves, 9 de diciembre de 2021

Congruente

Miguel Ángel Salabarría Cervera


Al leer el periódico en San Francisco, México, me enteré que se había creado la Comisión de los Derechos Humanos, a insistencia de la lucha emprendida por Nadia Cervera, desde tiempo atrás. Me sumergí en la noticia porque era un parteaguas en la historia del país y de San Miguel, México.

Me vinieron a la mente los años cuando estudiaba en la Facultad de Economía que se encontraba en la segunda planta del edificio, en la inferior se hallaba la Facultad de Derecho, era frecuente que los estudiantes de ambas facultades se conocieran, además las actividades que realizaban los alumnos de la planta baja eran vistas por quienes estudiábamos Economía.

En ellas era habitual la participación de Nadia, que siempre defendía sus puntos de vista y denunciaba las irregularidades de las autoridades de su facultad o de la universidad, así como también, las actitudes oportunistas de diferentes grupos ideológicos que no eran pocos en nuestra universidad. Nadia era ampliamente conocida, respetada y admirada por unos, criticada por otros con aversión.

Época de efervescencia estudiantil en San Miguel y en todo el país, permeaba un cambio de paradigma que llegaba no solo a nuestra universidad, sino a la sociedad y de alguna manera impactaba el nuevo modelo neoliberal, siendo esto el contexto en que se desarrollaba la acción de Nadia y de nosotros.

Al egresar de Economía dejé de verla, pero supe que se trasladó a la capital del país, a estudiar Maestría en Derechos Humanos en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Por notas periodísticas sabía sobre las actividades políticas y sociales que realizaba, reivindicando los derechos de los trabajadores del campo de origen indígena provenientes de estados pobres y marginados, los cuales eran contratados para laborar en condiciones de explotación y vivían hacinados en galerones en los campos agrícolas. No le importaba acudir a estos lugares bajo el inclemente sol y recibir malos tratos de los guardias privados que le negaban el acceso.

Ella esperaba una oportunidad para coincidir con los dirigentes agrícolas y organizar acciones en defensa de los derechos humanos y laborables de ellos. Así mismo, amparaba a campesinos paupérrimos involucrados en el narcotráfico, que por la situación económica se convertían en sembradores y cultivadores de amapola y marihuana en la Sierra de San Miguel.

No eran escasas las amenazas de muerte que recibía, sin embargo, Nadia lograba hacer realidad sus ideales de justicia sin importarle poner en peligro la vida.

En las reuniones nocturnas sabatinas que tenía con amigos con los que coincidía ideológicamente, le recomendaban mesura en su quijotesca vida, pero Nadia rechazaba los consejos.

El prestigio de ella se extendió más allá de San Miguel; la oficina en que atendía era concurrida por personas lesionadas en sus derechos por las autoridades o algún grupo de poder; por este motivo sus amigos le recomendaron que contratara guardaespaldas, pero Nadia les respondió que no los necesitaba.

Un domingo por la noche llegó al domicilio de ella Bartolomé, quien llamó con insistencia a la puerta, los golpes hicieron que Nadia preguntara quién llamaba con tanta insistencia.

─Soy Bartolomé me urge hablar contigo.

Al reconocer la voz, le abrió la puerta y le dijo.

─¿Me traes dinero? Porque ya casi me tumbas la puerta con tanto golpe. Entra a la sala.

Apagó el televisor, le sirvió un refresco y preguntó:

─¿A qué se debe tanto argüende?

─Nadia, tú sabes que estoy también en el periodismo y uno tiene contactos...

─Ya. Existen siempre personas que te proporcionan información sin pedírsela.

─Precisamente por esto vengo a verte.

─Al grano, dime.

─Te quieren matar.

─Ya lo sé. Desde hace mucho recibo amenazas.

─Esta vez va en serio, es alguien muy poderoso, no quisieron decirme quién era, pero han contratado a gatilleros profesionales de los narcos para hacer el «trabajo».

─Tendré que cuidarme.

─Nadia, mejor vete del país. Es lo más seguro.

─No tengo dinero para irme. Además, algún día regresaría.

─Me platicaste que te ofrecieron una beca en el extranjero, creo que es la oportunidad para tomarla mientras se calman las aguas.

─Esto es huir y no enfrentar la realidad.

─Nadia, no lo mires así. Si te matan, mucha gente ya no tendrá quien las apoye, en cambio, te vas y luego regresas, ya todo estará en paz y podrás atender a la gente que te busca.

─Bartolomé, eres bueno para convencer, ya casi lo haces.

Ambos soltaron una estruendosa carcajada.

─Mira no te prometo nada… lo voy a consultar con la almohada.

─No seas necia, toma la beca y te vas a pasear.

─Ja, ja, ja. Ahí te aviso.

Se despidieron, él se dirigió a su auto, ella cerró la puerta, apagó la luz de la sala, para encaminarse a su recámara, dejó una pequeña lámpara encendida junto a su cama para luego acostarse y quedó en pocos minutos profundamente dormida.

El lunes se levantó a la siete de la mañana como estaba acostumbrada, se duchó, fue a la pequeña cocina preparó un jugo de naranja y café, para luego sentarse en el comedor a ingerirlos, más que a desayunar, a reflexionar sobre las palabras de su amigo la noche anterior.

Ese día al llegar a su oficina se comunicó con Bartolomé para decirle.

─Voy a aceptar la beca que hace tiempo me propuso el gobierno, espero que todavía esté abierta la oferta.

─¡Vaya, esta sí es buena noticia!

─Te llamo luego para decirte si me la conceden o no.

Se puso en contacto con la persona que años antes le había hecho la propuesta de irse a estudiar al extranjero, pero al no estar, dejó el recado pidiendo que le devolvieran le respondieran el mensaje. Abstraída en el trabajo, se olvidó del asunto.

Faltaban treinta minutos para las tres de la tarde, cuando recibió una llamada del individuo que tiempo atrás le ofreció irse al extranjero a estudiar. Contestó y la invitaba a comer, para tratar el asunto, ella aceptó y quedaron en verse en media hora en un restaurante discreto.

Al descender de su auto, fue abordada por un sujeto, suponiendo ella que estaba pendiente de su llegada; la condujo a la mesa donde era esperada por el funcionario de gobierno, quien se puso de pie, la saludó con respeto y afecto, para luego invitarla a sentarse. Ella accedió e inmediatamente un mesero trajo el menú, ambos comieron platicando de temas intrascendentes como las últimas derrotas del equipo de beisbol, deporte al que todos eran aficionados; así transcurrió la comida. Luego pidieron un café y el funcionario le comentó.

─Nadia, recibí tu llamada e imagino que es sobre la oferta que por mi conducto se te hizo, para irte a hacer un posgrado al extranjero, siempre es positivo continuarse preparando, para ser una mejor profesionista.

Ella advirtió el tono irónico de las palabras y sonrió, para responderle.

─Es muy importante hacerlo, más en un lugar como San Miguel.

─Además es bueno cambiar de aires, para ver la vida de otra manera y así ser diferente acorde con la dinámica social.

─Solo que la dinámica social es a veces, ni muy dinámica, ni muy social.

─Cuestión de perspectivas. Sin embargo, la beca sigue abierta, envíame por favor el sitio a donde quieres irte a estudiar y se arregla. ─Como despedida agregó─: Estos últimos tiempos la inseguridad ha crecido en todos lados y es bueno tomar distancia.

─Yo me siento segura y tranquila, no tengo nada que me quite el sueño.

Se despidieron con seriedad y cada quien tomó su rumbo.

Esa noche al llegar a su casa, Nadia se dedicó a consultar páginas de posgrados en Derechos Humanos en universidades europeas, se decidió por la que se ofertaba en Barcelona, le pareció adecuada a sus expectativas, además era la tierra de sus ancestros y tenía lazos parentales. Checó los requisitos y los tiempos, iniciaría en un par de meses, por lo que le pareció idónea; posteriormente recopiló los requisitos que le solicitaban, dejándolos listos para iniciar los trámites al día siguiente. Luego se sirvió un café, hundiéndose en sus pensamientos mientras miraba el humo que salía de la taza.

Temprano llegó a su oficina al día siguiente, antes de atender a la gente que ya la esperaba, se comunicó con la persona del gobierno que el día anterior le había confirmado la oferta del posgrado.

─Me da gusto recibir tu llamada, imagino que ya tienes todo listo para iniciar los trámites.

─Sí, se los puedo enviar hoy y espero su respuesta.

─Sabia decisión, es el momento adecuado.

─Muy bien, se los mando en el transcurso de la mañana. Buenos días.

Continuó con las actividades agendadas y fue transcurriendo el tiempo.

Era viernes por la tarde, cuando recibió la llamada de la persona del gobierno, para confirmarle que todo estaba arreglado, solo se requería la fecha de partida para reservarle el boleto; la rapidez con que se dieron los tramites le hizo sonreír y pensar que eran verdad las palabras de Bartolomé. Se dejó caer en la silla, acudiendo de inmediato un sinnúmero de pensamientos entre sus posibles enemigos y sus pendientes, se sintió agotada y sin esperarlo, se quedó dormida. Eran pasadas las ocho de la noche, cuando la secretaria la llamó para decirle que ya se retiraba, Nadia le dio las gracias por despertarla, apagó las luces, abordó el auto y se marchó a su casa.

La siguiente semana dedicó el tiempo a organizar los asuntos pendientes de la oficina, auxiliada por la pareja de abogados con quienes trabajaba, dio instrucciones sobre cada caso en particular, hasta quedar todo concluido. Luego llamó al funcionario de gobierno para decirle que el vuelo sería para el miércoles de la siguiente semana. Él accedió quedando en mandárselo el lunes al despacho.

Antes de retirarse, le habló a Bartolomé, para decirle que todo estaba arreglado y que invitara a los amigos para el sábado por la noche a su despedida de San Miguel.

Alrededor de la nueve la noche del sábado empezaron a llegar las amistades a la casa de Nadia, como es costumbre, no podía faltar la música representada por la Banda o Tambora, que es la identidad en esa región. Hicieron acto de presencia las «carnitas» para asar y comerse con tortillas de harina e innumerables salsas y no podían faltar las heladas cervezas. Se bailó, platicó, cantó con alegría y nostalgia hasta que los primeros rayos del sol avisaron que el domingo había llegado; las despedidas se prolongaron y las promesas de estar en contacto con Nadia para mantenerla enterada de lo que ocurriera en San Miguel.

Llegó el miércoles y partió Nadia a estudiar el posgrado, poniendo a la vez tierra de por medio para darle un respiro a su agitada vida.

El tiempo transcurre irremisiblemente y las fechas se cumplen, así sucedió con Nadia que concluyó sus estudios de dos años en tierras catalanas, caracterizada su población por ser luchadora y con convicciones e identidad bien definida, sin duda esto fortaleció el carácter y la personalidad de Nadia, que de por sí, ya tenía estos ingredientes.

Se reincorporó a las actividades, con más ahínco y mayor formación académica, siempre teniendo como punto nodal de su ser y quehacer: la defensa de los Derechos Humanos. De nueva cuenta surgieron las amenazas de muerte.

Era mediodía cuando salió de la oficina que se encontraba en la zona centro de la ciudad a realizar un trámite, se dirigió a su carro, cuando observó una camioneta con vidrios polarizados y distinguió siluetas de tres hombres, aceleró el paso y entró al auto, por el retrovisor miró que la camioneta se ponía en movimiento, arrancó a toda velocidad dirigiéndose al edificio central de la universidad, con la intención de ahí refugiarse, mientras la camioneta trataba de darle alcance. Al no encontrar estacionamiento, continuó su carrera para encaminarse a una casa próxima de un compañero maestro como ella de la universidad. La amplitud de la calle, permitió a la camioneta cerrarle el paso, Nadia descendió y corrió, fue alcanzada y forcejeó para soltarse, pero un disparo la hizo caer e inmediatamente su cuerpo se cubrió de sangre en el pavimento de la calle, valientemente intenta huir, arrastrándose, pero con saña fue rematada.

La gente estupefacta observó la escena que sucedió en minutos, inerte en el asfalto yacía una mujer alegre, que solo tuvo una misión y un amor por la que dio la vida: los derechos humanos.

Dejé de leer el periódico y no pude menos que sentir tristeza e impotencia por su trágica partida y alegría a la vez, porque había sembrado una semilla en las conciencias.

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