Joe Monroy Oyola
Malik y Afsana miran el noticiero matutino en su viejo televisor, tienen por mesa un raído contenedor de madera, la única ventana ilumina la morada, una sola habitación da cabida a dos catres viejos forrados con pieles de ovejas, dos sillas metálicas de diferente color y una sin respaldar conforman el comedor y la sala; la hedionda letrina está a solo dos pasos detrás de la choza de madera, cartones y una vieja lona alguna vez encontrada junto a una base militar americana sirven de techo, el solitario foco que parpadea siempre comparte la energía con el enchufe para la radio y la televisión. El relator de noticias informa que siendo viernes seis de agosto del año dos mil veintiuno, la toma de la capital es casi total por parte de los talibanes, que solo queda el aeropuerto de Kabul como último bastión en Afganistán, mientras el joven saca un oscuro pañuelo, lo agita para esparcir el humo proveniente de la leña que arde en la vieja estufa metálica sobre la cual hierve agua en una pequeña olla.
—¡Escuche, madre, ya casi perdimos nuestro país! —exclamó Malik—, debemos apurar al tío Pasha, él es asesor del ministro de agricultura, prometió hablar con el embajador americano, dijo que era su amigo.
—Paciencia hijo,
recuerda lo que enseña el Corán —contestó la madre—: «Realmente Allah está con
los pacientes».
—¿¿¿Usted cree que
los talibanes tendrán paciencia con nosotros cuando sepan que mi padre murió
colaborando con el ejército americano???
—¡¡¡Cállate, hijo,
honra la memoria de tu padre!!!
—contestó mientras tiraba una esponja sobre el lavadero y se quitaba el
delantal arrojándolo sobre la mesa—. Él hizo lo que era mejor para nuestro
país, ahora vete a dar de comer a los animales yo hablaré otra vez con mi
hermano; después de más de dos años de sequía seguida y ahora la invasión de
los talibanes, él está desesperado, también tiene que huir.
Afsana y Malik viven en el barrio marginal de
Marjah, donde la población apenas sobrevive con una insignificante ayuda del
gobierno, y con limitados esfuerzos de la Cruz Roja, entre dos fuegos sin
defensa cierta. Madre e hijo saben que son afortunados por tener aquél miserable
lugar para vivir, además de las cosechas en aquella pequeña finca, que fue de
su padre heredada por sus dos hermanos: Pasha, el mayor de cuarenta y un años,
Abbas de treinta y ocho años. La familia paterna de vieja raigambre persa
musulmán apoyada en una retrógrada «Sharia» Ley Islámica, que permite
diferentes interpretaciones, no consideraban el nombre de una mujer en ningún
documento oficial, ni en una lápida cuando fallecía, tan solo el lazo sanguíneo
o el parentesco político: hija, madre, esposa, bajo el riesgo de ser
considerado un acto de rebeldía a la ley del islam, pudiendo ser castigada toda
la familia o las mujeres víctimas de agravio, incluso asesinato. Aquel gobierno
talibán de los años mil novecientos noventa y seis hasta el dos mil uno había
echado por tierra grandes conquistas de las mujeres como: estudiar en la
universidad, vestirse a la usanza occidental, casarse por elección propia.
Cuando Malik sale a trabajar a la finca familiar, su madre empieza a lavar su larga y negra cabellera contemplándose en el pedazo de espejo que reposa sobre la base de la ventana y el retazo de toalla roja que hace las veces de cortina; luego se quita el vestido y la ropa interior, toca sus pechos turgentes que fueron las delicias de su amado, la cintura pequeña contrasta con sus voluptuosas caderas solo conocidas por su madre y Sohail. El balde plástico verde frente a ella tiene flotando la taza celeste de porcelana despostillada al lado izquierdo del asa que usa diariamente en su mesa. Se asea en la soledad del escondrijo que se niega a llamar casa, el jabón artesanal lo utiliza para lavar la ropa, su cuerpo y también el cabello. Al terminar de secarse se peina con el cepillo de plástico que le regaló Sohail, su cónyuge, días antes de salir a una misión como intérprete con soldados americanos de la cual nadie regresó con vida; él me recordó que las joyas de sus padres estaban debajo de la lápida de la tumba de su mamá, solo debería usarlas si algo le pasaba para huir a los Estados Unidos, me hizo jurar que por ningún motivo llevaría conmigo a nuestro hijo Malik, por ser un adicto y un traficante de drogas; ¡se lo juré!..., se va cubriendo hasta llegar a la degradante vestimenta que deben usar las mujeres: el «Burka» que está cerca sobre una de las sillas, cierra sus bellos ojos color almendra que al abrirlos descubren en su reflejo una especie de carpa azulina, una celda de tela con un visor enmallado..., y llora. Asegura la puerta de la vivienda con un viejo candado. Empieza a caminar hacia una de las avenidas más concurridas donde muchas personas tratan de vender en pírricos precios sus enseres, ropa usada, joyas. Se levanta un fuerte viento que impulsa polvaredas en forma de pequeños remolinos que remueve las camisetas de los transeúntes, vuelan gorras, pero parece ignorar las pesadas cubiertas de las mujeres. Afsana va perdiéndose entre el tumulto, apenas se percata que se acerca un ómnibus de servicio público atestado de pasajeros corre con tranco firme hacia él levantando su mano. Al llegar después de casi dos horas al centro de la ciudad, empieza la larga caminata hacia el Ministerio de Agricultura, va entre muchas personas que caminan presurosos cargan sobres de manila, bolsas con documentos, casi todos visten de manera formal. Espero que esta vez Pasha haya conseguido hablar con el ministro. Haré lo que sea por emigrar a Estados Unidos, llegar a California, desde aquella vez que me encontré esa revista con fotos de bañistas en aquellos hermosos balnearios; lo primero que haría será quitarme esta escafandra de tela, me soltaría el cabello, compraría unos lentes oscuros y esas camisetas de verano, conocer aquellas playas, beber una cerveza algo que jamás he probado; luego ir a Disneylandia, dicen que sí existe esa ciudad. No más miedo, tendría documentos con mi nombre, quizá me vuelva a enamorar. Es mi hermano tiene que ayudarme, él siempre fue bueno conmigo ¡¡¡Quiero empezar a vivir!!!
Al llegar a la oficina de Pasha este la hace
pasar:
—¡Adelante,
hermana, ¿cómo estás, trajiste todo lo que te indiqué? —le dijo a la vez que le señalaba un
asiento—, vamos date prisa, hoy es la última oportunidad pues mañana presentaré
mi carta de renuncia.
—Gracias, hermano,
sí tengo todos los documentos —contesta entregando un folder—. Espero que las
fotos estén bien.
—Déjame ver, hummm
—agrega sosteniendo unas fotos tamaño pasaporte en su mano derecha—, creo que
estarán bien, ¡¡¡Que bella eres hermanita!!!
—Pasha,
¡¿crees?! —exclamó Afsana.
—Es un decir, pero
¿dónde están los documentos de Malik?
La conversación
entre Afsana y Pasha se torna acalorada, ella se marcha.
Malik a pesar de sus diecinueve años está muy seguro de lo que les ocurrirá si es que no logran emigrar a tiempo, es de baja estatura y contextura delgada, pero ayuda con vigor a su madre en la pequeña parcela de cultivo de la familia con lo que pueden subsistir. Cada tarde después de la corta jornada se despide de su mamá diciéndole que irá trabajar en limpieza al restaurant de un amigo en el centro de Kabul. La noche antes de la entrevista con Pasha para entregarle los documentos que él requería Afsana barría el piso de su casucha, al mover la cama de Malik vio que una madera que estaba debajo de la pata izquierda de la cabecera estaba fuera de su lugar; ella se arrodilla y encuentra debajo de ellas una cajita de cartón.
Llega Malik a la
cantina «Pakul» su tío Abbas lo esperaba en la entrada:
—¡¿Dónde demonios
estabas? ¡Los clientes están esperando por la mercancía! —grita Abbas tomando
de la camiseta a su sobrino— ¡Entiende, la heroína nos hará ricos aún con los
talibanes, ellos también están en el negocio, dame el dinero de la venta de
ayer; en cualquier momento llegará por su comisión Fawad, el maldito policía!
—Claro, tío, aquí
está. Voy a cambiarme, dame los números de las mesas de nuestros clientes.
—Apúrate, échate
agua a la cara y péinate que te ves asqueroso —increpa Abbas a la vez que le
entrega un uniforme de mozo—, este es un negocio de prestigio.
—¡No demoro! —dice Malik.
Al día siguiente,
sábado ocho de agosto miran el noticiero Malik y su madre, la relatora de
noticias recuerda que solo quedan tres semanas y días para que se cumpla el
plazo determinado por el presidente Biden para el retiro total de soldados,
personal diplomático americano y de los países europeos. Malik preguntó a su
madre por las gestiones con el tío Pasha, ella relató que no le había asegurado
nada, pero que haría todo lo posible por poder embarcarlos con visa de
refugiados prioritarios por el sacrificio de Sohail; le dije: no olvides que soy
tu hermana; me contestó que vendría hoy a mediodía en persona para informarme
del resultado de la gestión. No sé qué hacer con Malik, le juré a Sohail que no
lo llevaría conmigo, pero… es mi hijo. Afsana está nerviosa, en cambio su hijo solo
le dice; confiemos en el poder político de mi tío, y sin más se fue a la finca
familiar.
Pasha estaba en su
casa, él su esposa Soraya y Jalila la hija de doce años de edad, empacan
mientras él destruye documentos oficiales.
—Me voy a ver a mi
hermana por lo de los papeles —expresa a la vez que levanta una bolsa de
papeles triturados—, ella deberá decidir.
—¡¡¡Sí, pero
pídele dinero, Sohail antes de esta ofensiva del talibán había heredado el
negocio de joyería de sus padres, si algo tienen todavía nosotros lo vamos a
necesitar para pagar por esos documentos y el favor de que nos pongan en la lista de emigrantes
prioritarios!!! —Se para Soraya con ambas manos a la cintura—. Por favor, no
demores Pasha.
Llega un auto
negro baja Pasha y golpea la puerta. Su hermana lo invita a pasar se sientan en
el área cercana a la estufa, ella le sirve un plato con pan horneado «Lavash»
al lado queso de cabra y le vierte miel. El visitante ni se inmuta con la
comida, saca unos documentos del maletín que trae consigo, tienen una conversación,
ella menea la cabeza, se cubre la cara con ambas manos, Afsana está llorando;
el hermano mayor recoge uno de los dos legajos que están sobre la mesa, ella
hace señales afirmativas con su cabeza, se para y va hacia la ventana, remueve
la base de madera y saca una bolsa de papel, la abre y entrega una cantidad de
dinero al hermano. Él se va, su hermana se toma el pecho con ambas manos, queda
parada inmóvil junto a la puerta. Después de un minuto Pasha regresa a la casa
de Afsana, entra y se lleva el plato con la comida sin decir palabra, ella tira
la puerta.
Esa tarde del sábado al regresar Malik no
encuentra a su madre en casa, solo hay un plato de comida tapado. Después de
comer, sale con dirección a la cantina «Pakul», allí pregunta por su tío Abbas,
pero nadie lo ha visto. Se cambia y cuando va a entrar al bar mira llegar a Fawad
con otros dos sujetos armados con rifles automáticos y van entrando al
establecimiento; entonces se saca la camiseta del uniforme para evitar ser
reconocido y corre entre las calles. Encuentra refugio en una construcción
abandonada.
Por la mañana muy
temprano llega Malik a su vivienda y se sorprende al ver que la puerta está
abierta, entra sigiloso, no está su mamá, corre a su cama y mueve el catre,
levanta la madera suelta, saca la caja de cartón, pero al abrirla solo
encuentra una carta. Él está de rodillas lee la misiva, se agarra sus cabellos
y grita: ¡¡¡mamá!!! Sale caminando muy despacio de su vivienda: mamá te
llevaste mis veintidós mil dólares que junté vendiendo las drogas Abbas ha
desaparecido Pashas tú todos yo pensaba a lo mejor llevarte conmigo hasta la
frontera bueno no estaba seguro ahora me jodiste me van a matar cuando me
encuentren qué puedo hacer solo queda tratar de meterme al aeropuerto a lo
mejor encuentro algunos de mis clientes seguro me ayudan la heroína que vendo
es de primera calidad tienen que reconocerme si me muero no será a manos de los
talibanes pero de que vuelo yo vuelo.
Son las cuatro de
la mañana del domingo ocho de agosto, por el radio del auto que maneja Pasha se
escucha el noticiero, anuncia que hay una multitud en el terminal aéreo de
Kabul, a punto de sobrepasar el control de los soldados norteamericanos; Soraya
está sentada junto a su esposo, detrás en el asiento derecho va Jalila, a su
lado su tía Afsana. Se acercan a un control, el oficial chequea los documentos,
habla por radio le indica con señas la dirección a tomar. Hacen cola con otros
pasajeros y al cabo de una hora suben por la escalinata e ingresan al avión.
El cielo en Kabul
permanece casi siempre nublado, la temperatura alrededor de los treinta grados
centígrados en esta época del año. El ruido de los motores cubre el de la
turba, un desesperado esfuerzo humano por sobrevivir, cientos de manos
palmotean, golpean, rasguñan a un monstruo mecánico que se lleva la esperanza
dejando atrás pánico y zozobra en jadeantes hombres y mujeres; la nave emprende
el vuelo. Las tropas estadounidenses reparten botellas de agua a todas las
personas en el terminal aéreo, que son ingeridas en el acto. El aeropuerto está
colmado de miles de familias, algunas ya tienen preparada su partida,
documentos en regla algún maletín en mano, unos pocos dólares conseguidos en el
mercado negro a un precio muy superior al cambio normal con el Afghan afghani,
moneda nacional, que puedan servir en algo para comenzar una nueva vida en
Estados Unidos de Norteamérica.
Dos meses
después...
Afsana está parada
mirando a través de la ventana sosteniendo la cortina con su mano derecha, mueve
sus piernas sobre el mismo espacio de manera constante, el sol ilumina su
rostro, la fragancia del perfume Eternity la cubre junto a toda la habitación,
escucha la puerta del baño cerrarse mientras ella menea la cabeza:
—¡Ismenia recién
al baño, y yo esperándote dos horas, ya son la diez con dos minutos de la
mañana! — exclama a la vez que voltea a
mirar por el ventanal, y añadió—: Hermana me voy a buscar una tienda de ropas
de baños aquí abajo junto a la playa, me llamas al celular para encontrarnos.
—Afsana, te vas a
perder, espérame un rato...
—Te veo luego,
Ismenia— añade mientras levanta su cartera marca Gucci. Cierra la puerta de la
habitación del hotel.
—¿Hermana,
hermana?
Afsana camina presurosa, por momentos sonríe, en otros se tiene que secar alguna lágrima. No puedo creerlo estoy en las playas de Santa Cruz, que hermoso es este balneario, cuánto lamento no haber podido ayudar a mi hijo, Malik es un muchacho, ojalá esté bien y deje de traficar con drogas; nadie en Kabul sabe de él; qué más poder decirle en la carta solo: ¡Lo siento hijo! Yo tenía que honrar mi juramento a su padre. Que maravilloso reencontrarme con mi hermana, después que ella pudo emigrar con su exesposo hace dos décadas. Bueno, aquí veo esta muñeca gigante vestida con … ¡que belleza de ropa de baño, es para mí! Tal vez hoy conozca al varón que el destino tenga para mí, quizá me invite a tomar una cerveza. Ahora sé que soy una mujer hermosa, me contemplarán y no tendré vergüenza de vestir una ropa de baño, soy un ser humano..., soy mujer.
Tal vez Malik pudo haberse salvado pero, Fawad, el corrupto capitán de policía lo encontró en una calle cercana al aeropuerto; le quitó en el acto la poca droga y algunos dólares que tenía en su poder, fue delatado por su tío Abbas. Ambos corrieron con la misma suerte: fueron asesinados en plena vía pública. Malik, no pudo volar como era su sueño, no pudo surcar los cielos. Y Afsana debió tener paciencia y esperar a su hermana. De ese modo pudiera haber entendido las miradas de admiración de hombres y mujeres cuando caminaba por la playa con el disfraz de La Mujer Maravilla con soga, corona, el atuendo completo que vio en el escaparate frontal en la tienda de curiosidades para el venidero halloween. Afsana hubiera comprendido el comportamiento de aquel apuesto hombre hispano quien se acercó con una botella de cerveza en cada mano, al que rechazó por el momento, quien no trataba de actuar como un galán seductor, sino que era un vendedor ambulante de cervezas. Eso lo supo después de algunas semanas cuando comenzó a salir con él, Raúl era su nombre, quien le prometió llevarla a Disneylandia donde él solía vender souvenirs. Él le propuso matrimonio, en aquel centro de esparcimiento familiar, de rodillas junto al personaje de Mickey Mouse, propuesta que rechazó por el momento; total, la bella Afsana sabía que tenía una vida entera por vivir.
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