miércoles, 12 de septiembre de 2018

Murmuraciones


 Bernardo Alonso


«Señor, ten piedad de nosotros», se escuchaba con eco penetrante desde el fondo del salón, junto al féretro, a una monja y su voz lastimosa, ataviada con el hábito negro, el rostro avejentado y en una mano el rosario con la medalla de san Benito; rodeada de novicias iniciaba y dirigía la letanía mientras algunos de los asistentes contestaban a las plegarias en forma repetitiva: «Ruega por nosotros».

¿Y para qué nos convocan a la corte? ¿Para ver a nuestro rey muerto? No tiene vergüenza la gitana esta con recelo pero en voz muy baja se lamentaba el conde del sur ante su esposa que en ropa de luto pero con las mejores perlas del reino miraban desde una de las grandes columnas de aquel recinto iluminado con antorchas a los costados y un gran candelabro en lo alto.

La mantilla oculta su sonrisa. No hay lágrimas en ese rostro y el pañuelo está seco  a modo de cotilleo musitaba una robusta y alta mujer al regresar de dar el pésame a la viuda con un leve pero perceptible gesto de mofa.

Veámoslo por el lado amable, la recaudación se verá atenuada en los siguientes meses  envuelto en una túnica negra desde un oscuro rincón con ademanes de ambición frotándose las manos acotaba el principal agiotista del reino.

Se lo merecía por hacernos la guerra a los pequeños principados vecinos; nos tiene en situación de esclavitud se escuchaba en un pequeño grupo de emisarios extranjeros que se abstraía de la multitud cortesana hablando de temas diplomáticos ignorando los rezos y los dolientes.

«Torre de David, ruega por nosotros, Clavos de Cristo, rueguen por nosotros, Arca de la Alianza, ruega por nosotros…», la voz principal continuaba con la invocación, mientras los más cercanos a la reina contestaban con fervor.

Sin duda el padre, más longevo y con mayor instrucción militar lo opacará en los libros de historia. —Era una sincera preocupación de algún consejero real que compartía con su discípulo.

¡Maldita asesina! Mi tío era generoso y de gran corazón, te maldigo a ti y al inválido que habéis parido susurró al oído de la reina la duquesa del norte con aborrecimiento mientras la reina, llorosa se alejaba y corría a los brazos de su madre ante la amenaza.

Es momento de vender nuestra participación en la compañía de exploración del reino… esto es una clara señal de que tenemos que hacernos de las utilidades ya. El apuro mercantil cundía en la corte ante esta noticia que había sacudido las ventas y el comercio, con mercaderes y especuladores que solo vinieron al velorio real a constatar la muerte del rey y a acordar con otros de su clase.

¿Y tú qué crees que vaya a hacer esta bruja conmigo? Ya no seré de los cercanos ahora, aquel marqués arribista, el del oeste, el amante de esta asesina tendrá ahora el favor real. Tomado de la mano de su esposa con congoja y verdadero aprieto se sentaba el viejo barón del río peinándose las barbas en señal de desconsuelo.

¡Esperad un momento, pido calma, señores! Nuestra reina tiene derecho a defenderse de tales calumnias, no hay indicio alguno de sus infundios, el médico real claramente dictaminó muerte natural a causa de sus afecciones cardiacas. Trataba de calmar el mayordomo real en la antesala del salón entre un grupo de nobles que con furia culpaban a la reina, exigiendo ajusticiarla. Todo ante la mirada lejana de la reina.

Sea como sea, hijo mío aleccionaba un labrador a su vástago mientras detenían sus labores rurales con el apero en su mano y a la vista los carruajes de la nobleza acudiendo a la corte en aquel inalcanzable palacio real seguiremos siendo unos pobres campesinos y tributaremos a quien viva en aquel lugar, llámese como se llame. El joven resignado miraba con curiosidad a los ostentosos cortesanos que acudían al velorio en ropajes de luto.

«Trono de sabiduría, ruega por nosotros, espejo de justicia... ».

Os sugiero, Su Majestad, dar unas palabras de duelo y agradecimiento a su corte frente al cuerpo de su esposo. —El consejero real pedía ingenuamente a la reina.

Mira, hijo, la oscura coloración en los labios de Su Majestad, es un claro caso de envenenamiento de Acónito azul de las montañas nevadas del sur, de la mismísima provincia que la reina. El viejo cortesano que había estado en el velorio del padre del rey se asomaba al ataúd real con su nieto viendo detenidamente el cuerpo y el pálido rostro del muerto, que en un voz baja pero firme indicaba a su joven nieto con un aliento de sabiduría solo la dosis precisa puede matar de un golpe, una cantidad inexacta solo adormece, únicamente los oriundos de esas tierras conocen los secretos de esta semilla.

La pompa fúnebre tiene que recorrer las cercanías del palacio en el mismo carruaje de velación usado en las exequias de su padre, y debe de ir seguido por sus queridas y leales hermanas clarisas en procesión, él era un gran devoto de su orden desde joven, todos los saben. Eran las indicaciones que comentaba el velador real a los más cercanos a la reina, instruyendo el protocolo de la ocasión.

¿Quién iba a pensar que una familia de plebeyos de las montañas hace menos de diez años accedería a nuestra corte? —Rumoreaban las mujeres cortesanas mirando con intriga a la reina desde el fondo de aquel salón adornado con tapetes que mostraban las batallas de la casa del real—. Todo parecía al principio un romance de juventud pero se le trepó como hiedra.

Vaya problema que tiene la prima ahora, mira que tener que regentear el trono; esperemos que nuestro sobrino esté lisiado solo de las piernas y no del cerebro porque esta mujer no aguantará mucho tiempo. —Con urdimbre y mala intención un pariente de la reina que se había ganado el favor real decía al oído a otro a unos pasos de los dolientes.

«Refugio de pecadores, ruega por nosotros, Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros…».

Una vez más la alineación de las esferas de la cuarta casa de Aries con intromisión de Júpiter a Capricornio trae al reino días nefastos y de caos. Esperemos que esta conjunción astral no depare peor destino e inunde nuestras campañas militares. —El astrólogo real ataviado de toga oscura con símbolos de nigromancia en dorado adheridos a la tela y un gorro a juego en forma de cono al doble de su cabeza, las manos envueltas en su manto y la barba colgando al vientre en una voz de misterio vaticinaba a los supersticiosos en el centro del salón con el candelabro sobre él.

Vea como hay una debilidad en nuestro enemigo, Señor Ministro; esta es nuestra oportunidad y debemos aprovecharla —Un extranjero en otro dialecto apuraba a su patrón, un embajador del principado vecino que había sido intervenido en la campaña de la primavera anterior por el hoy rey muerto—. el vacío en la cúpula militar está listo para que recuperemos lo que es nuestro y este truhán nos ha arrebatado.

Por fin esta pobre mujer descansará de la bestia de esposo. Al menos usar la mantilla de luto ocultará los moretones y cicatrices. —Un lacayo susurraba a otro en su labor de abrir y cerrar la puerta de la cámara real.

¿Cuándo va a despertar padre? —Ante la mirada de tristeza y desesperación de su madre era retirado del velorio el pequeño príncipe en un lamentable berrido infantil de desesperación.

«Virgen poderosa, ruega por nosotros, Virgen clemente, ruega por nosotros…».

Ahora es el momento señor obispo de pedir la contribución para construir la capilla. Usted solo indague qué virgen o santo venera más la gitana. Qué importa quién sea, es el momento… —Se escuchaba desde un grupo de prelados ataviados con sus altas mitras y ostentosas cruces pectorales de oro macizo que recaían en sus obesos vientres.

Con nadie soy más sincero que contigo mi fiel y leal hermano. Como médico real juro ante esta Biblia que el corazón se le detuvo por la noche a nuestro rey, no hay otra explicación, todo lo demás que oigas aquí son mentiras e intrigas cortesanas —trataba de despejar dudas ante la oleada de reclamos de los cortesanos justificando su labor el facultativo que veía en riesgo su nombramiento.

No solo vienen a calumniar a nuestra señora sino que saquean la comida al hastío y a beber como si fuera una boda. —La leal cocinera siempre había odiado servir a los convidados reales que parecía que cuando de un banquete real se trataba no habían probado bocado en semanas.

El marqués del sur, el conde de la costa y sus secuaces no se contendrán para manipular a esta pobre mujer. Será su títere igual que el pobrecillo del hijo por años y años. —Susurraban algunos cortesanos entre todo el gentío.

«Consuelo de los afligidos, ruega por nosotros, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros, Reina elevada del cielo, ruega por nosotros…».

Con esta melodía de mi laúd su Majestad le propuso matrimonio en los jardines reales en una verdadera imagen de amor y caballería, con su permiso mi señora esta va por usted y el amor a su marido bella reina y leal esposa —de manera inapropiada para el momento el trovador real intentó tocar su instrumento a la reina mientras los guardias lo retiraban del gran salón.

Recuerda toda esta escena, todo el detalle de los asistentes, cortesanos hipócritas, entrometidos que se agasajan como en festín, los sirvientes, los perros del rey, la reina doliente y en luto, el hijo sin que parezca tullido porque el día de mañana será rey y nuestra pintura adornara los aposentos de las siguientes generaciones de esta casa real —recibía el consejo del pintor real el joven aprendiz que se entusiasmaba por vivir tan importante suceso.

«Reina de la pureza, ruega por nosotros, Reina concebida sin pecado original, ruega por nosotros, Reina de los mártires, ruega por nosotros…».

La letanía y sus ecos callaron cuando desde adentro del féretro que estaba abierto exponiendo al difunto rey se escuchó un golpe seco seguido de otro. El reducido grupo de novicias por puro reflejo se alejaron en parejo un par de pasos mientras algunas se tapaban la boca ante el sobresalto.

El exabrupto del grupo de religiosas alertó a algunos de los presentes en el gran salón alumbrado desde arriba con el fastuoso candelabro y diversas antorchas en las paredes laterales que se intercalaban con los tapetes y pinturas que exponían las diversas leyendas de la familia real, sus batallas, bodas y eventos históricos.  

            Como una oleada lenta el recinto se acallaba provocando las miradas e interrumpiendo el cotilleo a lo largo del lugar percatándose de que algo extraño estaba sucediendo.

            El silencio inundó el espacio mientras todos quedaron a la expectativa cuando un nuevo golpe provino del ataúd seguido del asomo de una mano del cadáver. Los más cercanos pudieron ver en detalle aquel horripilante movimiento de la extremidad aferrándose al borde de la caja en el momento en que la otra mano hacía lo mismo.

Unos comenzaron a huir del lugar cundiendo el pánico entre todos, corrían despavoridos a las dos salidas del salón tropezando unos con otros entre golpes, saltos; les urgía salir de ahí.

La gordura de la duquesa del norte le impedía levantarse del suelo al haber sido tumbada por la turba. Como tortuga boca arriba solo manoteada mientras sus varios collares de perlas y demás joyas se despedazaban ante los pisotones.

Se pensaría que quien guardaría la calma ante el hecho sobrenatural fuera el astrólogo real, sin embargo, gritaba como niño pequeño sin poder mover un solo músculo ante la iluminación del candelabro al centro del salón.

Del grupo de clérigos todos desaparecieron ante el terror excepto el obispo que quedó petrificado con los ojos de asombro y la boca abierta como si fuera a comer uno de sus predilectos manjares.

Aunque fueron breves los instantes, en el patio del palacio cruzaban como gacelas uno de los diplomáticos y dos jóvenes consejeros reales que habían dejado a su paso al resto de los cortesanos.

Si alguien hubiera tenido el tiempo y serenidad habría olido los pantalones defecados del trovador real que soltó su laúd y se tiró al suelo arrinconándose en una esquina a llorar inconsolable

La reina con una tierna sonrisa abrazaba a su pequeño hijo que estaba sentado en una silla con ruedas mientras este pronunciaba la palabra «Padre» en una exclamación amorosa y de sorpresa.

Era una turba de gente en pánico, muchos quedaron en el suelo por el atropello o desmayo, sin embargo, otros quedaron perplejos e inmovilizados atestiguando aquel aterrador evento.

     Al cabo de unos instantes surgió la cabeza del rey con la corona desalineada, un pálido semblante con ojeras oscuras, venas salidas, abriendo los ojos inundados en un rojo sangre contemplando al frente de manera perdida y desorbitados, seguido de un parpadeo para después voltear la mirada a los curiosos, morbosos o inmóviles que quedaron en el lugar. Los ropajes del rey eran los de la más alta gala, bordados en oro, casi nunca antes vistos en la corte.

El pavoroso semblante detuvo el tiempo ante la expectativa de todos cuando abrió la boca para soltar un aliento rasposo seguido de otro cada vez más sonoro hasta dejar salir una risa que desbordaba el gran salón acompañado de ecos para después culminar en una gran carcajada interminable que provenía de lo más recóndito de su alma.

Aquel labrador interrumpió su actividad al escuchar el alboroto y la risotada que aún sigue resonando en esas tierras.

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