«Señor,
ten piedad de nosotros», se escuchaba con eco penetrante desde el fondo del
salón, junto al féretro, a una monja y su voz lastimosa, ataviada con el hábito
negro, el rostro avejentado y en una mano el rosario con la medalla de san
Benito; rodeada de novicias iniciaba y dirigía la letanía mientras algunos de
los asistentes contestaban a las plegarias en forma repetitiva: «Ruega
por nosotros».
—¿Y
para qué nos convocan a la corte? ¿Para ver a nuestro rey muerto? No tiene vergüenza
la gitana esta —con
recelo pero en voz muy baja se lamentaba el conde del sur ante su esposa que en
ropa de luto pero con las mejores perlas del reino miraban desde una de las grandes
columnas de aquel recinto iluminado con antorchas a los costados y un gran
candelabro en lo alto.
—La mantilla oculta su sonrisa. No hay lágrimas en ese rostro y el pañuelo está
seco —a modo de cotilleo musitaba una robusta y alta mujer al
regresar de dar el pésame a la viuda con un leve pero perceptible gesto de
mofa.
—Veámoslo
por el lado amable, la recaudación se verá atenuada en los siguientes meses —envuelto en una túnica negra desde un oscuro rincón
con ademanes de ambición frotándose las manos acotaba el principal agiotista
del reino.
—Se
lo merecía por hacernos la guerra a los pequeños principados vecinos; nos tiene
en situación de esclavitud —se
escuchaba en un pequeño grupo de emisarios extranjeros que se abstraía de la
multitud cortesana hablando de temas diplomáticos ignorando los rezos y los
dolientes.
«Torre
de David, ruega por nosotros, Clavos de Cristo, rueguen por nosotros, Arca de
la Alianza, ruega por nosotros…», la voz principal continuaba con la invocación,
mientras los más cercanos a la reina contestaban con fervor.
—Sin
duda el padre, más longevo y con mayor instrucción militar lo opacará en los
libros de historia. —Era
una sincera preocupación de algún consejero real que compartía con su
discípulo.
—¡Maldita
asesina!
Mi tío era generoso y de gran corazón, te maldigo a ti y al inválido que habéis
parido —susurró
al oído de la reina la duquesa del norte con aborrecimiento mientras la reina,
llorosa se alejaba y corría a los brazos de su madre ante la amenaza.
—Es
momento de vender nuestra participación en la compañía de exploración del reino…
esto es una clara señal de que tenemos que hacernos de las utilidades ya. —El apuro mercantil cundía en la corte ante esta
noticia que había sacudido las ventas y el comercio, con mercaderes y
especuladores que solo vinieron al velorio real a constatar la muerte del rey y
a acordar con otros de su clase.
—¿Y
tú qué crees que vaya a hacer esta bruja conmigo? Ya no seré de los cercanos
ahora, aquel marqués arribista, el del oeste, el amante de esta asesina tendrá
ahora el favor real. —Tomado
de la mano de su esposa con congoja y verdadero aprieto se sentaba el viejo barón
del río peinándose las barbas en señal de desconsuelo.
—¡Esperad
un momento, pido calma, señores!
Nuestra reina tiene derecho a defenderse de tales calumnias, no hay
indicio alguno de sus infundios, el médico real claramente dictaminó muerte
natural a causa de sus afecciones cardiacas. —Trataba de calmar el mayordomo real en la antesala del
salón entre un grupo de nobles que con furia culpaban a la reina, exigiendo
ajusticiarla. Todo ante la mirada lejana de la reina.
—Sea
como sea, hijo mío —aleccionaba
un labrador a su vástago mientras detenían sus labores rurales con el apero en
su mano y a la vista los carruajes de la nobleza acudiendo a la corte en aquel
inalcanzable palacio real— seguiremos
siendo unos pobres campesinos y tributaremos a quien viva en aquel lugar,
llámese como se llame. —
El joven resignado miraba con curiosidad a los ostentosos cortesanos que
acudían al velorio en ropajes de luto.
«Trono
de sabiduría, ruega por nosotros, espejo de justicia... ».
—Os
sugiero, Su Majestad, dar unas palabras de duelo y agradecimiento a su corte
frente al cuerpo de su esposo. —El
consejero real pedía ingenuamente a la reina.
—Mira,
hijo, la oscura coloración en los labios de Su Majestad, es un claro caso de
envenenamiento de Acónito azul de las montañas nevadas del sur, de la mismísima
provincia que la reina. —El
viejo cortesano que había estado en el velorio del padre del rey se asomaba al
ataúd real con su nieto viendo detenidamente el cuerpo y el pálido rostro del
muerto, que en un voz baja pero firme indicaba a su joven nieto con un aliento
de sabiduría—
solo la dosis precisa puede matar de un golpe, una cantidad inexacta solo
adormece, únicamente los oriundos de esas tierras conocen los secretos de esta
semilla.
—La
pompa fúnebre tiene que recorrer las cercanías del palacio en el mismo carruaje
de velación usado en las exequias de su padre, y debe de ir seguido por sus
queridas y leales hermanas clarisas en procesión, él era un gran devoto de su
orden desde joven, todos los saben. —Eran las indicaciones que comentaba el velador real a
los más cercanos a la reina, instruyendo el protocolo de la ocasión.
—¿Quién
iba a pensar que una familia de plebeyos de las montañas hace menos de diez
años accedería a nuestra corte? —Rumoreaban las mujeres cortesanas mirando con intriga a
la reina desde el fondo de aquel salón adornado con tapetes que mostraban las
batallas de la casa del real—. Todo
parecía al principio un romance de juventud pero se le trepó como hiedra.
—Vaya
problema que tiene la prima ahora, mira que tener que regentear el trono; esperemos
que nuestro sobrino esté lisiado solo de las piernas y no del cerebro porque
esta mujer no aguantará mucho tiempo. —Con urdimbre y mala intención un pariente de la reina
que se había ganado el favor real decía al oído a otro a unos pasos de los dolientes.
«Refugio
de pecadores, ruega por nosotros, Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros…».
—Una
vez más la alineación de las esferas de la cuarta casa de Aries con intromisión
de Júpiter a Capricornio trae al reino días nefastos y de caos. Esperemos que
esta conjunción astral no depare peor destino e inunde nuestras campañas
militares. —El
astrólogo real ataviado de toga oscura con símbolos de nigromancia en dorado adheridos
a la tela y un gorro a juego en forma de cono al doble de su cabeza, las manos
envueltas en su manto y la barba colgando al vientre en una voz de misterio vaticinaba
a los supersticiosos en el centro del salón con el candelabro sobre él.
—Vea
como hay una debilidad en nuestro enemigo, Señor Ministro; esta es nuestra
oportunidad y debemos aprovecharla —Un extranjero en otro dialecto apuraba a su patrón, un
embajador del principado vecino que había sido intervenido en la campaña de la
primavera anterior por el hoy rey muerto—. el vacío en la cúpula militar está listo para que
recuperemos lo que es nuestro y este truhán nos ha arrebatado.
—Por
fin esta pobre mujer descansará de la bestia de esposo. Al menos usar la
mantilla de luto ocultará los moretones y cicatrices. —Un
lacayo susurraba a otro en su labor de abrir y cerrar la puerta de la cámara
real.
—¿Cuándo
va a despertar padre? —Ante
la mirada de tristeza y desesperación de su madre era retirado del velorio el
pequeño príncipe en un lamentable berrido infantil de desesperación.
«Virgen
poderosa, ruega por nosotros, Virgen clemente, ruega por nosotros…».
—Ahora
es el momento señor obispo de pedir la contribución para construir la capilla.
Usted solo indague qué virgen o santo venera más la gitana. Qué importa quién
sea, es el momento… —Se
escuchaba desde un grupo de prelados ataviados con sus altas mitras y
ostentosas cruces pectorales de oro macizo que recaían en sus obesos vientres.
—Con
nadie soy más sincero que contigo mi fiel y leal hermano. Como médico real juro
ante esta Biblia que el corazón se le detuvo por la noche a nuestro rey, no hay
otra explicación, todo lo demás que oigas aquí son mentiras e intrigas
cortesanas —trataba
de despejar dudas ante la oleada de reclamos de los cortesanos justificando su
labor el facultativo que veía en riesgo su nombramiento.
—No
solo vienen a calumniar a nuestra señora sino que saquean la comida al hastío y
a beber como si fuera una boda. —La
leal cocinera siempre había odiado servir a los convidados reales que parecía
que cuando de un banquete real se trataba no habían probado bocado en semanas.
—El
marqués del sur, el conde de la costa y sus secuaces no se contendrán para
manipular a esta pobre mujer. Será su títere igual que el pobrecillo del hijo
por años y años. —Susurraban
algunos cortesanos entre todo el gentío.
«Consuelo
de los afligidos, ruega por nosotros, Auxilio de los cristianos, ruega por
nosotros, Reina elevada del cielo, ruega por nosotros…».
—Con
esta melodía de mi laúd su Majestad le propuso matrimonio en los jardines
reales en una verdadera imagen de amor y caballería, con su permiso mi señora
esta va por usted y el amor a su marido bella reina y leal esposa —de manera inapropiada para
el momento el trovador real intentó tocar su instrumento a la reina mientras
los guardias lo retiraban del gran salón.
—Recuerda
toda esta escena, todo el detalle de los asistentes, cortesanos hipócritas,
entrometidos que se agasajan como en festín, los sirvientes, los perros del
rey, la reina doliente y en luto, el hijo sin que parezca tullido porque el día
de mañana será rey y nuestra pintura adornara los aposentos de las siguientes
generaciones de esta casa real —recibía
el consejo del pintor real el joven aprendiz que se entusiasmaba por vivir tan
importante suceso.
«Reina
de la pureza, ruega por nosotros, Reina concebida sin pecado original, ruega
por nosotros, Reina de los mártires, ruega por nosotros…».
La letanía y sus ecos callaron cuando desde adentro
del féretro que estaba abierto exponiendo al difunto rey se escuchó un golpe
seco seguido de otro. El reducido grupo de novicias por puro reflejo se alejaron
en parejo un par de pasos mientras algunas se tapaban la boca ante el
sobresalto.
El exabrupto del grupo de religiosas alertó a algunos
de los presentes en el gran salón alumbrado desde arriba con el fastuoso
candelabro y diversas antorchas en las paredes laterales que se intercalaban
con los tapetes y pinturas que exponían las diversas leyendas de la familia
real, sus batallas, bodas y eventos históricos.
Como
una oleada lenta el recinto se acallaba provocando las miradas e interrumpiendo
el cotilleo a lo largo del lugar percatándose de que algo extraño estaba
sucediendo.
El silencio inundó el espacio
mientras todos quedaron a la expectativa cuando un nuevo golpe provino del
ataúd seguido del asomo de una mano del cadáver. Los más cercanos pudieron ver
en detalle aquel horripilante movimiento de la extremidad aferrándose al borde
de la caja en el momento en que la otra mano hacía lo mismo.
Unos comenzaron a huir del lugar cundiendo el pánico
entre todos, corrían despavoridos a las dos salidas del salón tropezando unos
con otros entre golpes, saltos; les urgía salir de ahí.
La gordura de la duquesa del norte le impedía
levantarse del suelo al haber sido tumbada por la turba. Como tortuga boca
arriba solo manoteada mientras sus varios collares de perlas y demás joyas se
despedazaban ante los pisotones.
Se pensaría que quien guardaría la calma ante el hecho
sobrenatural fuera el astrólogo real, sin embargo, gritaba como niño pequeño
sin poder mover un solo músculo ante la iluminación del candelabro al centro
del salón.
Del grupo de clérigos todos desaparecieron ante el
terror excepto el obispo que quedó petrificado con los ojos de asombro y la
boca abierta como si fuera a comer uno de sus predilectos manjares.
Aunque fueron breves los instantes, en el patio del
palacio cruzaban como gacelas uno de los diplomáticos y dos jóvenes consejeros
reales que habían dejado a su paso al resto de los cortesanos.
Si alguien hubiera tenido el tiempo y serenidad habría
olido los pantalones defecados del trovador real que soltó su laúd y se tiró al
suelo arrinconándose en una esquina a llorar inconsolable
La reina con
una tierna sonrisa abrazaba a su pequeño hijo que estaba sentado en una silla
con ruedas mientras este pronunciaba la palabra «Padre»
en una exclamación amorosa y de sorpresa.
Era una turba de gente en pánico, muchos quedaron en
el suelo por el atropello o desmayo, sin embargo, otros quedaron perplejos e
inmovilizados atestiguando aquel aterrador evento.
Al cabo de unos instantes surgió la
cabeza del rey con la corona desalineada, un pálido semblante con ojeras
oscuras, venas salidas, abriendo los ojos inundados en un rojo sangre contemplando
al frente de manera perdida y desorbitados, seguido de un parpadeo para después
voltear la mirada a los curiosos, morbosos o inmóviles que quedaron en el
lugar. Los ropajes del rey eran los de la más alta gala, bordados en oro, casi
nunca antes vistos en la corte.
El pavoroso semblante detuvo el tiempo ante la
expectativa de todos cuando abrió la boca para soltar un aliento rasposo
seguido de otro cada vez más sonoro hasta dejar salir una risa que desbordaba
el gran salón acompañado de ecos para después culminar en una gran carcajada
interminable que provenía de lo más recóndito de su alma.
Aquel labrador interrumpió su actividad al escuchar el
alboroto y la risotada que aún sigue resonando en esas tierras.
Muy buena narrativa. Felicitaciones
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