Miguel Ángel Salabarría Cervera
Eran las cinco
de la mañana, cuando el despertador se hizo presente con incesante repiqueteo
haciendo saltar de la cama a Estrella, presurosa se arregló, preparó un café
que le despabilara, lo tomó de prisa para irse a su trabajo.
Antes de salir,
entró al cuarto donde dormían sus pequeños de diez y ocho años, les dio un beso
y salió sin hacer ruido. Dejó en el comedor una nota con instrucciones para su
prima que cuidaba a sus hijos y que aún dormía.
Partió de su
departamento rumbo al paradero del bus que la llevaría a sus labores, mientras
sentía el frío que helaba como el calor de su ánimo por salir adelante. Lo
abordó, en el trayecto se le vinieron a la mente recuerdos de su vida, desde
que dejó su comunidad de Yurécuaro, para estudiar en la Universidad Michoacana
la carrera de Trabajadora Social.
Dejar la casa
de sus padres fue un gran paso que significó enorme dolor porque nunca se había
separado de ellos, sin embargo, soñaba con que le hiciera mejorar la vida de
estrecheces económicas que padecía. Se fue acompaña de los consejos de su
progenitor y las bendiciones de su madre.
Su situación
económica era precaria, provenía de una familia numerosa, sus padres, ya
mayores, se sostenían básicamente de los dólares que le enviaban sus hijos que
trabajaban en Estados Unidos.
El dinero que
ella recibía para estudiar y mantenerse era muy limitado, al no poder comprar
libros los fotocopiaba o los pedía prestados o bien acudía a la biblioteca a
estudiar y hacer tareas.
Vivía en casa
de estudiantes financiada por el Gobierno, que por el número de jóvenes que la
habitaban los servicios eran muy demandados y en ocasiones insuficientes; algo
similar ocurría con los espacios de las recámaras, porque dormían en literas de
cuatro pisos y dos personas en cada uno de ellos.
Llegó el día en
que la situación se hizo insostenible, ocasionándole estrés que repercutía en
sus estudios; sin embargo, no cejaba en su empeño en salir adelante para
cumplir su sueño.
En esos días
recibió una carta de su hermano Santiago, que radicaba en Los Ángeles,
California, le decía que se fuera con él, ahí podría trabajar, juntaba su
dinero y regresaba a estudiar lo que ella quería. Sus palabras le hicieron
reflexionar sobre las expectativas que tenía si continuaba en la ciudad, que no
eran halagüeñas, o si aceptaba la propuesta de su hermano.
Fueron días de
incertidumbre, hasta que tomó una decisión dolorosa porque significaba truncar
su vocación y alejarse de sus padres emigrando a otro país; por lo tanto le
habló un martes por teléfono a su hermano, para ponerse de acuerdo y entrar de
ilegal a Estados Unidos. Este le respondió diciéndole que se verían el
siguiente domingo en Tijuana en la terminal de buses a las ocho de la mañana, y
que ingresaría de esa manera ilícita como gran cantidad de mexicanos.
Estrella se
despidió de sus amistades y compañeros universitarios en Morelia diciéndoles
que se «iría al otro lado» para trabajar un tiempo y regresaría a continuar sus
estudios; al día siguiente viajó a Yurécuaro para recoger sus escasas
pertenencias y despedirse de sus padres, quienes fieles a sus creencias le
dieron la bendición, acompañada de una estampa de la virgen de Guadalupe.
El viernes a
las doce del día viajó en bus para Tijuana en un viaje de cuarenta horas, llegó
al amanecer y esperó a que su hermano llegara por ella.
—¡Estrella!
—gritó su hermano al verla—, ¿lista para cruzar e iniciar una nueva vida?
Ella sonrió al
tiempo que se saludaban con un abrazo.
—Santiago,
vengo por una temporada para juntar dinero y luego me regreso a estudiar mi
carrera, además casi no sé inglés —le respondió.
—No te
preocupes, ya verás que luego aprendes y allá la vida es mejor —le replicó su
hermano—. Véngase, vamos a echarnos unos tacos y luego nos vamos a «la línea»
para cruzarla, ahí nos esperan unos amigos.
Se dirigieron a
unas cuadras de la línea divisoria entre los dos países, para encontrarse con
las personas que le harían el «trabajo»,
uno de ellos le dijo a Santiago:
—Traje el carro
especial, está cómodo para que entre tu «carnala». Adelante —le dijo el amigo
mientras señalaba un auto grande.
Estrella se
dirigió a la puerta posterior para entrar, pero el que habló le dijo:
—No, por ahí no
vas a viajar, irás en la cajuela que tiene doble fondo, pero no te preocupes,
hay un respiradero por donde entra el aire, otro que te llevará aire fresco, así
que no tendrás calor, además estarás acostadita.
Ella miró a su
hermano con expresión de incredulidad.
Quien le
respondió:
—Así es esto «mija»,
todo está seguro, es solo un rato, en unas horas, ya estaremos en Los Ángeles.
Estrella guardó
silencio unos instantes, pensó en sus necesidades económicas, en los sueños de
superación que tenía, miró a su hermano con resignación y se encaminó a la
parte posterior del auto, esperando entrar en donde viajaría, la acomodaron en
el doble fondo por el amigo de su hermano, era el «pollero», que haría el «servicio»
de introducirla ilegalmente a la Unión Americana.
No supo cuánto
tiempo permaneció en esa posición incómoda por el espacio, respirando con
facilidad a través de una manguera que salía de la cajuela al asiento trasero,
había otro ducto que le llevaba aire fresco del clima del auto; así duró hasta
que el vehículo se detuvo, abrieron la cajuela le quitaron el doble fondo,
escuchó la voz de su hermano que le decía:
—¡Estrella,
estamos ya en casa!
Ella reaccionó
saliendo de sus ensimismados recuerdos al escuchar el timbre del bus que se
aproximaba a un paradero, dándose cuenta que el próximo era en donde
descendería.
Al detenerse el
camión se apeó encaminando sus pasos a
las oficinas donde laboraba, registró su entrada antes de las siete de la
mañana, para dirigirse a la junta de planeación de asesorías pedagógicas
semanales para alumnos de primaria en condiciones difíciles en el hogar. Al
concluir la reunión y tener su cronograma semanal de actividades, se retiró
para iniciar sus visitas académicas.
Luego de
terminar sus labores de ese día, abordó el bus que la llevaría de regreso a su
departamento, en el trayecto distinguió a unas colegialas de apariencia latina
que le hicieron inconscientemente recordar la edad que tenía cuando llegó a Los
Ángeles y su etapa de High School, con la adversidad de no conocer a plenitud
el idioma inglés; sin embargo se sobrepuso a esta situación hasta lograr la meta
propuesta, para plantearse otra: estudiar pedagogía.
Descendió en el
paradero próximo a su departamento, entró siendo recibida con muestras de
cariño de sus dos hijos, con quienes compartió la tarde hasta la cena para
luego dejarlos dormidos; la persona que cuidaba a los pequeños le platicó a
Estrella de todo lo acontecido con los infantes.
Se dirigió a su
espacio de trabajo, para preparar los materiales educativos que requeriría al día siguiente, concluido su
labor, sacó un álbum de fotografías que databan desde su llegada a su nuevo
país de residencia, las miró con nostalgia por casi una hora, hasta que sintió
sueño.
Antes de
dormir, entró a la habitación de sus hijos los contempló, viniéndole en tropel
los recuerdos cuando conoció a quien posteriormente sería el padre de sus
retoños, con quien tuvo una relación de
novios estable, hasta contraer matrimonio, más por tener una compañía que
mitigara la soledad que experimentaba —porque ahora ya se había independizado
de su hermano— que por el sentimiento que la llevara a esta decisión.
El tiempo le
demostró la equivocación tomada, al romper legalmente su matrimonio y encarar
el nuevo reto que la vida le ponía, enfrentar en soledad la lucha por sacar a
sus hijos adelante en el plano familiar, como educativo y social, pero una vez
más se demostraría que tenía la voluntad para salir venciendo la adversidad.
Logra descollar
en el campo profesional, al reconocérsele su capacidad como educadora y tener
ascensos conforme se desempeñaba como docente, sin embargo, no ocurrió lo mismo
en su vida personal y sentimental, porque entabló una nueva relación que fue
corta e inestable, decidiendo terminarla por no cubrir sus expectativas de lo
que debería ser una pareja y para no sentirse afectada emocionalmente,
comprendió que sus logros se darían en su quehacer docente, más no en el plano
sentimental, pero siempre consideró tener una ventana abierta al tiempo y a la
distancia.
Una noche al
regresar de trabajar, recibió una llamada de su hermana que vivía en Yurécuaro,
le informaba que su padre había fallecido de un infarto; se llenó de dolor por
la imposibilidad de ir al funeral porque de hacerlo perdería la permanencia residencial
que estaba logrando; advirtió que las
metas en la vida, tienen costos y tenía que pagar uno muy alto.
Habían pasado
veintisiete años desde que llegó a Los Ángeles, tenía ya cuarenta y seis años
de edad, era una joven abuela que había olvidado regresar a su tierra a
estudiar su sueño de juventud, jamás volvió porque su madre, también había
partido de este mundo seis años antes, sin que tampoco asistiera a sus exequias
por razones de trabajo.
Ahora Estrella
tenía otra meta: disfrutar a sus descendientes y contarles de sus raíces, de su
lejano terruño michoacano, para que lo conocieran y no olvidaran sus orígenes;
prometiéndoles que en unas vacaciones irían a Yurécuaro; mientras tanto, la
vida continuaba.
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