Frank Oviedo Carmona
Era una noche cálida, alumbrada por la luz de la luna; Daniela terminaba las labores domésticas en su
casa y su esposo Roberto trabajaba en
una refinería de agua en un pueblo al sur de Irlanda. Habían decidido dejar sus
quehaceres para dar un paseo en el bosque que estaba a tres horas en carro;
querían hacerlo de todas maneras, aun sabiendo que quedaba lejos y era
peligroso llevar a su hija de cuatro
años llamada Celeste. Les habían contado
que al caer la tarde, quizás podrían ver
a las criaturas mágicas que habitaban ahí, ya que de día era imposible porque
los duendes, elfos y hadas le temen a
los humanos y suelen cubrirse con hojas para que no los encuentren.
En este bosque, a
comparación de otros, no se había utilizado excavadora, sierra eléctrica, o
alguna otra maquinaria; solamente los guardianes del lugar recogían las hojas y hierbas muertas y alguna rama que
ya estaba seca. Todo se hacía manualmente, por eso lucía intacto, frondoso y rebosante de salud. El suelo
era tupido de hierbas donde crecían toda clase de árboles, tan altos que en
algunos lugares el sol no llegaba a tocar la tierra; las flores eran de
variados colores que alegraban la vista a quien pasara por ahí; había animales como el zorro, el búho o el
erizo; frutos como arándanos, uvas, frambuesas, árboles de sauco, moras, entre
otros; y criaturas fantásticas que con mucha suerte se les podía ver de noche.
Una vez que Roberto, su esposa y Celeste llegaron al bosque, siguieron un camino largo de tierra, rodeada
de árboles de distintos tamaños, flores que ante ellos abrían sus botones como
gesto de saludo. Roberto no podía creer
lo que veía a pesar que su esposa en varias ocasiones se lo había descrito.
Celeste era una niña despierta,
miraba por todos lados por los sonidos dulces de distintas aves que
escuchaba, aromas de flores y frutos; ella comenzó a moverse para que su papá
la soltara de sus brazos, y él, como tampoco soportaba cargarla más tiempo por
el peso, decidió dejarla jugar cerca de
él.
De pronto una densa niebla
se deslizó con rapidez por los árboles,
la luna se ocultó y quedo todo en tinieblas; cuando Roberto quiso alcanzar a Celeste, ya no podía distinguir por dónde estaba su
hija, solo escuchaba que lo llamaba ¡Papá, papá! Pero no lograba verla, insistieron hasta altas
horas de la noche. Sus padres no entendían cómo había desaparecido tan rápido
su hija; al cabo de varias horas de búsqueda; Daniela gritaba desconsoladamente ¡Dónde estás
Hija! ¡Dónde estás!, por favor dios mío ayúdame a encontrarla, no
quiero vivir sin ella ¡Qué voy hacer sin ti hijita!
Roberto tomó del hombro a Daniela y la acercó hacia su pecho y él apoyó su mentón en la cabeza de ella sollozando;
diciéndole con la voz quebrada; la encontraremos, te juro que moveré cielo y
tierra.
Durante muchos días fue buscada con ayuda de amigos del pueblo, sin
tener éxito.
Mientras tanto, bosque adentro, estaba Lucero. Era un hada gordita, vestida con una larga túnica verde
que arrastraba por el suelo, gorro dorado, nariz y orejas en punta, ojos verdes y labios rojos.
Su amiga Estrella, también hada, traía un
traje color púrpura, de rostro rosado y aspecto risueño. Ellas se encontraban
recolectando hierbas medicinales para intercambiar por alimentos en un mercado
que era atendido por hadas mayores y duendes. Cuando de pronto, muy a lo lejos Estrella, la más risueña le pareció ver
moverse algo y dijo:
—Hay algo extraño en ese montículo de hierbas.
—¡Vamos a ver qué es! —dijo Lucero.
—¡Mira Estrella, parece una niña humana, quizás se perdió o cayó y
se quedó dormida! —exclamó.
—¡Qué bella es! —sonrió Estrella.
—Yo no la veo bella, toda sucia y ese pelo horrible, tan largo — respondió Lucero.
—La bañaré y verás cómo te va a gustar. ¡Es muy dulce su rostro! —exclamó Estrella emocionada, y prosiguió — ¿Y
si nos la quedamos?
—¿Qué, quedárnosla? —preguntó Lucero, haciendo un gesto, como diciendo, no
es mala idea, pero no quería que su amiga se enterara que ella también quería a
la niña.
—Ya veremos qué se puede hacer. ¿Por qué
quieres quedarte con la niña? Solo nos traerá problemas y tendríamos una boca más que alimentar —preguntó Lucero.
—Sería como nuestra hija, jugaríamos con ella y cuando crezca nos
ayudaría a recolectar hierbas e ir al mercado a intercambiarlas por alimentos u
otras cosas —le respondió.
Ambas se quedaron pensativas sobre qué decisión tomar; ellas
tenían claro que no podían tener hijos.
—Decidido, nos la quedaremos. Pero, ¿cómo haremos para que no tenga recuerdos de su
pasado? —preguntó Lucero.
—Fácil amiga, prepararé un encantamiento —ambas a la vez soltaron
una carcajada, manos a la obra entonces.
Para el encantamiento necesitaban
polvo de hadas y unas hierbas medicinales que recolectaron en el camino. Una
vez que tuvieron los ingredientes, con
la niña en brazos, se fueron rumbo a su casa ubicada en lo alto de una torre de
piedra brillante, desde ahí podían ver todo
lo que sucedía. Cuando llegaron, recostaron
a la niña en un canasto, prepararon la pócima y se la dieron a beber. Fueron pasando
días y las hadas jugaban con Celeste en el bosque enseñándole a reconocer
los tipos de hierbas y todo lo que habitaba en el lugar, para que cuando crezca
pueda andar libremente.
Pasaron trece años, Estrella y Lucero se encontraban mirando a
Celeste desde lo alto de su casa; ella jugaba con sus amigos Elfos y duendes, ya se había convertido en una joven muy guapa; de piel blanca y
abundante cabellera castaña y ondulada. Tenía ojos color miel y pecas en las mejillas. Vestía
ropa larga que ella misma confeccionaba.
—¡Qué grande está! Es toda
una señorita, que rápido ha pasado el tiempo —afirmó Estrella.
—Sí, es toda una señorita —repitió Lucero y qué hábil es, conoce
a la perfección cada planta y tipos de
flores del bosque.
Al instante Estrella la llamó para que suba a merendar.
—¿Puedo jugar un rato con mis amigos? —preguntó Celeste.
—Claro que sí —le respondió Estrella.
A Celeste le gustaba jugar
con sus dos mejores amigos elfo y el duende Pelón. Los elfos eran altos, delgados, de rostro pálido y
siempre usaban una capa negra; su amigo Pelón era un duende de color verde, de
rostro arrugado y traje azul. Mientras la acompañaban de regreso a casa, Celeste
les comentó que últimamente tenía sueños raros.
—Una sombra de mujer miraba con dulzura a una niña y se le
acercaba a cogerla de la cuna —les dijo.
—Quizás estas recordando algo de tu niñez —dijo Pelón.
Celeste no respondió y se quedó pensando en la respuesta.
Nunca había pensado en su niñez ni de dónde había venido y por qué
las hadas la habían cuidado con tanto amor.
—¿En qué piensas? —preguntó Pelón.
Ella no respondió la pregunta, cambió de tema y le dijo.
—Últimamente escucho ruidos
que no logro distinguir que es; quizás
sea la destrucción del bosque tal cual lo predijo el Maestro.
—¿Qué Maestro? —preguntó Pelón.
—Cuenta
una leyenda que hace cientos de años, existió un personaje que conocía desde
sus inicios al bosque, era una persona muy sabia que podía predecir y prevenir catástrofes —le
respondió.
—¡Sí, yo también he
escuchado ruidos extraños! —dijo Pelón.
Mientras tanto Elfo y su compañero andaban muy callados y
pensativos.
—¡Hoy no han hablado nada! — exclamó Celeste.
—Pensaba en qué podemos hacer, el Maestro predijo que el bosque
sería destruido por los humanos para ampliar las carreteras y hacer más
viviendas —dijo uno de los elfos.
—Los humanos son egoístas,
envidiosos, malos y solo les interesa ganar dinero; pero no todos, tú no eres
así, eres nuestra amiga y te queremos.
—Celeste sonrió —pero
también hay humanos de buen corazón que buscan la paz y la unión
familiar.
—¿Por qué no vamos donde
las hadas, ellas deben saber todo lo que ocurre y tener la solución? —pregunto Pelón.
Enseguida Celeste y sus tres amigos regresaron donde Estrella y
Lucero a preguntarle sobre predicciones del maestro sobre el bosque y qué se podía hacer para evitar su destrucción.
—Vayan a seguir jugando ya pensaremos en algo —dijo Estrella.
—Sí, pensaremos en algo — repitió Lucero.
—Tenemos que revertir el encantamiento que le hicimos a Celeste —dijo
Estrella.
—Pero no nos recordará — respondió Lucero —y yo me he encariñado con ella.
—Yo también pero es lo mejor, además apareceremos de día algunas
veces, para que los niños nos vean y de esa forma evitaremos la destrucción del
bosque —dijo Estrella.
—Y, ¡Qué hay de Celeste!
¡Ya no la veremos! —exclamó.
—Claro que sí, la entregaremos a sus padres y se darán cuenta que somos reales.
Y de esa forma lo hicieron las hadas; una vez hecho el
encantamiento, regresaron en el tiempo y entregaron a la niña a sus padres.
Ellos no podían creer que habían recuperado a su
hija; Daniela la abrazo, lleno de beso y abrazos; Roberto se arrodillo, le dijo
que la amaba, es maravilloso volverte a ver, estos días hemos sufrido como
nunca, pero eso no importa ya estás aquí, en casa. Después de los saludos y
abrazos los padres quedaron muy agradecidos, prometieron traer a Celeste con otros amiguitos para que jueguen y hacer
conocido el bosque y de las criaturas
mágicas que habitaban.
Y con el tiempo se hizo conocido en toda Irlanda.
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