Nelly Jácome Villalva
"La loca idea de una
lluvia sin ti me hizo sentir ausencias que creí olvidadas, sarcasmos de vida me
rodean sin saber hasta cuando permanecerán en mí en ti o en lo que queda de tu
recuerdo…” Anabel suspendió su
pensamiento y dejó de escribir al escuchar el ladrido de Bob, se dirigió a
abrir la puerta dejando entrar el aroma de las flores que mantenía colgadas a
su alrededor, a la par los rayos de sol ingresaban a su habitación iluminando
el retrato de sus padres colgado en la pared central junto a la mesita sobre la
cual guardaba sus notas.
Anabel era una profesional joven con rasgos que no daban cuenta de
su verdadera edad, llevaba el cabello recogido en una coleta, maquillaje
discreto que resaltaba sus ojos marrones claros, siempre tenía una sonrisa
amigable, todos en la oficina, coincidían que era una mujer muy divertida, continuamente
tenía un chiste oportuno, un comentario jocoso que alegraba el momento, y
distensionaba las aburridas horas de trabajo burocrático, pero nada ocultaba un dejo de tristeza que
reposaba en algún rincón de su memoria impidiéndole vivir en paz.
Todo comenzó cuando vivía en un barrio alejado del centro de la
ciudad, casi en la periferia, hacia cuyo lugar habían migrado personas de otras
provincias, principalmente de las zonas centro y sur del país. Junto a la casa
que rentaban sus padres había tiendas de abastos, bazares, zapaterías y otros
negocios pequeños que cubrían las necesidades del vecindario, su padre tenía
una sastrería y su madre vendía empanadas los viernes en la tarde. En este
barrio Anabel creció y cuando tenía casi ocho años, jugaba con sus amigas a las
escondidas en medio del griterío de otros niños que saltaban la cuerda o se
hacían bicicleta, Anabel inquieta y bromista como era, armaba todo un teatro
cada vez que la descubrían y cuando le tocaba buscar a las demás salía con
alguna broma provocando risas que identificaban el lugar del escondite,
entonces Anabel tomaba ventaja de sus amigas y les ganaba fácilmente. A cierta hora del juego cada una iba a buscar
a su madre porque morían de hambre, Anabel entró a su casa gritando sin parar
de reírse por las bromas jugadas y de un sorbo casi sin respirar tomó el vaso
de jugo que su mamá le había preparado acompañado de un trozo de pastel de
manzana, que era su favorito. Terminó de comer rápidamente y volvió a salir
para continuar jugando con Patricia, quien era su mejor amiga, ella le propuso
jugar con su nueva muñeca por lo que fue a su casa a sacar su juguete, pero
como vio a su madre que estaba terminando de preparar unos ricos panecillos no
salió enseguida.
Anabel se sentó en la puerta de una de las casas cercanas a la
suya, en donde la señora Ana improvisaba su puesto de comidas los fines de
semana, hasta que Patricia salga, vio pasar de prisa a algunos de sus vecinos,
otros conversando de cosas que no lograba entender pero parecían ser graves.
Hubo un momento en que Anabel estuvo totalmente sola, mas de pronto, sin saber
de donde, apareció un hombre joven de cabello crespo y claro, ojos azules de
mediana estatura, algo musculoso, era atractivo a la vista, no daba miedo y se
acercó a Anabel.
–Hola nena, ¿qué haces
aquí solita? Me llamo Edgar ¿y tú?
-Anabel no contestó, solo lo vio y desvió su mirada sin moverse de donde estaba,
el desconocido insistió– ¿Qué haces
sentada aquí, esperas a alguien?
-Sí, a mi amiga que fue a
traer su muñeca -respondió con recelo.
-Y ¿hace cuánto la
esperas?
-Hace algún rato -volvió a manifestar Anabel sin mirarlo.
-¿Quieres jugar hasta que
venga tu amiguita, para que no estés tan aburrida?
-Eh, bueno.
Anabel se levantó y siguió a Edgar, quien la hizo entrar por una
parte oscura del zaguán donde ella estaba sentada, él le tomó de la mano como
guiando a la niña para que no se tropiece, lo que le dio confianza. Ya estando
en un rincón del patio posterior de la casa, donde no había nadie porque no era
fin de semana, por primera vez Anabel se dio cuenta que ese lugar era frío, no
tenía focos ni plantas que le den color, parecía que alguna de esas
habitaciones vacías solo tenían ratas, lo que daba mucho miedo. El susto se le
incrementó cuando Edgar acarició su cabeza soltándole la coleta -así te ves más bonita, seguro que cuando seas grande te convertirás
en una hermosa mujer. Anabel no entendía lo que estaba sintiendo, pero algo
muy en el fondo le hacía rogar porque aparezca alguno de sus vecinos o que
Patricia ya venga con su muñeca. Mientras esto pensaba, Edgar se había bajado
la cremallera de su pantalón lo que la empezó a asustar pero aún así no le
salían las palabras, no podía gritar, solo cerró sus ojos con la esperanza de
que al abrirlos ya estaría a su lado su mamá; pero eso no pasó, cerró y abrió
los ojos varias veces y solo vio que ese hombre seguía haciendo cosas raras en frente
suyo.
Patricia, que ya había salido con su muñeca, buscó a su amiga por
los alrededores, entró al zaguán iba a llamar a Anabel pero sintió que su grito
se ahogaba al ver a un hombre bajándose el pantalón delante de la pequeña
Anabel, eso la aterrorizó y salió dando gritos, llorando con desesperación; el
padre de Anabel que casualmente estaba llegando a su casa, fue quien la escuchó
e irrumpió en el lugar, al ver la escena con su hija se llenó de furia y a
golpes sacó a la calle al desconocido; el escándalo motivó que toda la vecindad
saliera con curiosidad, lo que Edgar aprovechó para escapar entre la
multitud. Anabel no comprendía la
sucesión de hechos a su alrededor, ni porqué su mamá la llevó donde el médico
de la cuadra siguiente. Jamás se volvió
a hablar sobre el tema en su casa.
-Nunca tuve suerte en el
amor -decía Anabel cuando le preguntaban porqué estaba sola, -así que prefiero sola que mal acompañada –completaba su frase
provocando risas. Había tenido relaciones sin mayor trascendencia, todas
propiciadas por ella misma y que la dejaban más vacía que nunca.
Una noche de viernes que salió a divertirse con sus amigos al bar
que quedaba cerca de su oficina, le presentaron a un hombre bastante maduro
para ella, de mediana estatura, cabello crespo y claro, ojos azules, sus gestos
y su voz le parecían terriblemente conocidos, -Hola nena, me llamo Edgar ¿y tú? Anabel sintió náuseas lo que la obligó a
retirarse al baño a donde llegó en medio de un sudor incontenible, sus manos temblaban,
su corazón parecía salirse por la boca, respiró profunda, lentamente y
forzándose una sonrisa decidió retocar su maquillaje y retornar a la mesa.
Coqueteó directamente con Edgar, ya casi no escuchó lo que sus
amigos estaban conversando, solo lanzaba miradas furtivas hacia él, quien al
darse cuenta simuló enviarle un beso, la conexión se había logrado; en tanto
salían del lugar brevemente se pusieron de acuerdo para encontrarse unas horas
después de que se despidan del grupo. Edgar
estaba entusiasmado por el hallazgo de la noche y pensaba a donde la llevaría
para dar rienda suelta a sus fantasías, pues Anabel parecía desear lo mismo que
él.
En el trayecto hacia el motel, se sentía un ambiente de
nerviosismo y tensión, casi no cruzaron palabras, solo miradas insinuantes y
leves roces de manos, pies. Una vez en la habitación, Anabel solicita a Edgar
algo para beber, él se lo sirve -eres
bellísima y muy sensual, capté todos
los mensajes que me lanzaste esta noche –se lo dice sonriente mientras
enciende la radio. Edgar menciona que le cautivan las mujeres jóvenes porque
son más curiosas, se acerca y la empieza a besar, en tanto sus manos lentamente
suben la falda de Anabel y acaricia sus nalgas empujándola hacia él, la ropa de
Edgar estaba ya por el piso y Anabel jugueteaba sin dejarle fácil la tarea de
desvestirla, lo que lo excitó mucho más, este juego le parecía un sueño
fantástico. Ella lo empuja hacia la cama con un beso apasionado y explora
incesante todo su cuerpo, Edgar perdido en medio de todas las caricias, siente
como las manos de su amante toman fuertemente su miembro, lo que lo llena de
placer, en segundos siente el contacto con algo frío y de a poco va notando una
humedad tibia y creciente entre sus piernas que se extiende por toda su espalda
y espantosamente se torna doloroso e insoportable. -¡¿Qué me has hecho?! –pregunta ya casi sin aliento, en tanto Anabel con
sus manos llenas de sangre toma la almohada y la presiona sobre su rostro.
Anabel decide tomar una ducha y salir del motel con tranquilidad,
en el camino resuelve entrar a una cafetería y hasta que le sirvan su expreso
apunta en su libreta: “Noches de errantes
respirando vegetación y silencios, no puedo encontrar tu aroma me circunda el
entorno del ayer...” al ver ingresar a un hombre de mediana edad con ojos
claros, interrumpe su escritura, su pulso nuevamente se acelera, respira con
dificultad, toma aire a profundidad, se acerca amigablemente y empieza a flirtear…
No hay comentarios:
Publicar un comentario