Sonia Manrique Collado
Conocí a Ana el segundo o tercer día que visité la
organización. Ese tiempo no sabía yo el tipo de asociación que era: sólo quería
servir a Dios. Ese día domingo todos estaban mirando un partido de fútbol entre
Perú y Argentina, las calles lucían vacías pero era irrelevante para mí.
Mientras caminaba hacia abajo por un lado de la fábrica Lanificio yo sólo
pensaba en la felicidad que tenía cerca, muy cerca de mí.
Las primeras veces que fui a las reuniones las vi un
poco aburridas. Sentía una especie de tensión en el ambiente, los asistentes
mostraban una rigidez extraña. Pero pensé que era una impresión mía porque
recién me estaba integrando al grupo. Únicamente personas selectas iban ahí,
sólo las elegidas. El salón de reunión estaba localizado un poco lejos de donde
yo vivía, muchas cuadras después del cementerio general. Era necesario tomar un
bus y después, caminar un poco. Pero lo hacía con alegría, de ello dependía mi
vida.
El día que conocí a Ana ella había ido con sus hermanos
y una tía que venía de visita de los Estados Unidos. La sesión se llevó a cabo
normalmente, era un estudio del artículo de la revista sagrada. El Hermano
Mayor leía los párrafos y luego hacía preguntas. Ana levantaba la mano a cada
momento para participar. Cuando terminó la reunión salimos a esperar el carro y
ahí hablamos por primera vez. Ella estaba muy feliz, al igual que yo, por ser
parte de la gran organización. Bueno, no éramos parte aún, primero era
necesario pasar por un período de estudio y evaluación.
─Dios nos ha guiado hasta aquí –me dijo Ana esa vez.
─Claro que sí, yo quería venir hace tiempo –le dije
yo- pero en mi casa no me dejaban.
Me preguntó si estudiaba en la universidad y le dije
que sí. Ella también estaba estudiando para ser profesora, ya iba por el
segundo año. Yo recién había ingresado y pasaba por un momento duro porque
descubrí que los estudios eran mucho más difíciles que en el colegio. Por eso
me aferré a la organización y creí todo lo que me dijeron. Después de todo, ¿para
qué seguir estudiando si el mundo estaba a punto de acabarse? Ahora que lo
pienso bien, quizás sólo quise huir de esa dificultad que estaba atravesando.
Básicamente lo que nos enseñaron era que el mundo
estaba próximo a enfrentar una guerra mundial de grandes proporciones y que nos
correspondía a nosotros avisar a todos para que se salvaran. Esta guerra la
llevaría a cabo Dios, de hecho el combate ya había empezado muchos años atrás
de manera invisible, pero pocos lo sabían: sólo tres millones en el planeta.
Era un gran privilegio estar en ese grupo.
Algo de lo que aún no nos habíamos enterado cuando
nos conocimos era que después la organización exigiría el abandono de los
estudios universitarios a fin de dedicarnos por completo a ella. Era una obra
urgente, nos dijeron. Y en la universidad nos enseñarían cosas contrarias a la
voluntad de Dios. Eso lo aprendimos con el tiempo, la enseñanza era progresiva
y en cada sesión venían cosas nuevas. Pero la situación era clara: el mundo
estaba a punto de acabar y era necesario que tomáramos la decisión de elegir a
Dios. Él dirigía la organización, no unirnos a ella significaba elegir al
diablo. Así lo comprendimos todos los miembros, aunque notaba cierta apatía en
los más antiguos.
Ana progresó en la organización un poco más rápido
que yo. Es que ella estaba en ventaja: su tía ya era parte y su familia no se
oponía. En mi caso era distinto: nadie más en la familia quería unirse, es más,
me habían dicho que era un grupo de locos que sólo me harían perder el tiempo. Para
poder asistir a las reuniones muchas veces tuve que mentir o hacer unos grandes
escándalos de llantos y gritos. Finalmente después de dos años logré mi
propósito y fui oficialmente admitida. Ana lo había logrado meses atrás, la
ceremonia se llevó a cabo en un colegio del centro que tenía piscina. La
piscina tenía gran importancia porque era en el agua donde se hacía el
juramento.
Ese día muy muy importante para las ocho personas
que fuimos aceptadas. Tuve mucho miedo porque no sabía nadar y meter la cabeza
en el agua me aterrorizaba, pero el Hermano
Mayor me sostuvo bien y el mal rato pasó pronto. Había mucha gente ese día en
el colegio Juana Cervantes, el que está al lado del río Chili. Ana se acercó a
mí y me felicitó con mucha emoción. Me dijo que a partir de ese momento éramos
hermanas, yo me sentí muy feliz. Ese día había sido horrible en mi casa, tuve
que salir prácticamente huyendo. Al regresar en la noche comuniqué que ya era
parte de la organización y que todo estaba dicho: había triunfado y no moriría
en la guerra final.
Después que me admitieron oficialmente sentí que
todo había cambiado y hasta ahora no sé qué fue. Solamente noté que la alegría
y el entusiasmo empezaron a esfumarse. Los directores del grupo local ya no me
hablaban con cariño pero exigían resultados. Me dediqué con fuerza a hacer la
obra, iba todos los días muy temprano para salir al servicio sagrado. Este
servicio consistía en tocar las puertas de las casas y avisar a las personas
sobre la guerra final. Para ayudarlos llevábamos unas revistas que costaban muy
poco. Muchas veces las personas que abrían la puerta nos gritaban y decían que
éramos unos ociosos, vagos y que no regresáramos más. Me acostumbré a ese trato,
la hermana Susana me dijo que esas personas serían las primeras que morirían en
la guerra.
Ana abandonó la universidad ese mismo año para
dedicarse al servicio sagrado. Yo seguí un año más pero al final también la
dejé para dedicarme solamente a trabajar y predicar. En mi casa ello provocó
muchos problemas y hasta ahora recuerdo
a mi mamá llorando. No me gusta recordar mucho esos momentos porque siento algo
así como remordimiento. Pero pienso que mi mamá tuvo mucho de culpa en la
locura que yo sentía por la organización. Fue ella quien los había contactado
primero y compraba sus revistas, las dejaba sobre la mesa y yo las leía.
A veces en el servicio sagrado nos tocaba a Ana y a
mí ir juntas a tocar las puertas. Eso me gustaba porque nos poníamos a
conversar y nos llevábamos bien. Un día me contó que si fuera posible dejaría
la organización porque no era lo que ella esperaba. En secreto yo también le
conté lo mismo. Lo que más dolía era que
antes de bautizarnos nadie nos había informado que desde ese momento ya no
existiría más la libertad de pensamiento.
O tal vez lo hicieron y no quisimos verlo. El asunto es que no podíamos
estar en desacuerdo con la organización en ningún punto; nuestras vidas,
palabras y gustos eran controlados minuciosamente. Expresar un punto de vista
diferente era castigado con la censura primero, con la expulsión después. Eso
puso una carga muy fuerte en nuestros hombros y en el caso de Ana, poco a poco
vi como perdía su alegría.
─Últimamente siento un aburrimiento que no te
imaginas –me confesó Ana una vez.
─Yo también, pero supongo que son obstáculos que nos
pone el diablo –respondí, tratando de aparentar optimismo.
Me cansé pronto del servicio sagrado, de ir a
reuniones cuatro veces a la semana, de escuchar el mismo discurso siempre. Las
reuniones se llevaban a cabo en una casita aparentemente normal. Recuerdo que
estaba localizada a una cuadra de la avenida Estados Unidos, el salón era
pequeño y sencillo, suficiente para las cuarenta personas que asistíamos en ese
distrito. No había ningún tipo de decoración en las paredes, es que a Dios no
le agradaba la ostentación. Estaban las sillas para los asistentes y el atril
para el Hermano Mayor, nada más.
Lo más difícil para mí era vender las revistas,
nunca he sido buena para las ventas. Y en un año sólo pude convencer a dos personas para que asistieran a las
reuniones. El Hermano Mayor me dijo que mi producción era muy pobre. Yo hacía
todo lo posible por cumplir la meta, cada mes teníamos que llenar unos informes
con el número de horas dedicadas al servicio sagrado, número de publicaciones vendidas,
etc. Me esforcé en predicar el mensaje en todo lugar, incluso descuidando mi
trabajo. Eso me valió una llamada de atención de parte de mi jefe y faltó poco
para que me despidieran.
Para hacer corta una historia interminable diré que
han pasado casi veinticinco años desde que dejé la organización. Bueno, en
realidad no la dejé sino que me expulsaron por faltas graves. La falta
consistió en enamorarme de un miembro de la organización rival, lo cual estaba
terminantemente prohibido. Fue un proceso doloroso y pesado. Tuve que
comparecer ante varios jueces que me explicaron claramente las consecuencias de
mi comportamiento. Las sesiones de juicio se llevaron a cabo en el mismo salón
de reuniones, sólo ellos y yo. Eso sucedió exactamente dos años después de mi
admisión oficial, pero debo decir con sinceridad que para esa época yo ya
sentía un aburrimiento infinito y dejé de creer en la guerra que se aproximaba.
Incluso pensé en volver a mis estudios en la universidad y las relaciones con
mi familia habían mejorado.
La última vez que hablé con Ana fue un jueves. La
reunión había terminado y ella se acercó cuando me dirigía a la puerta. Le
conté rápidamente lo que había sucedido, ambas estábamos muy tristes porque
sabíamos que no nos veríamos más. Se despidió de mí con una sonrisa nublada y
me dijo que esperaba pronto mi regreso. Por un momento pensé en sugerirle que
ella también dejara la organización pero no lo hice. Además, en su caso era
mucho más complicado ya que varias personas de su familia formaban parte.
─Espero verte pronto, hermana –me dijo mientras se
le humedecían los ojos.
─Estoy segura que será dentro de poco –le dije y
traté de sonreír.
─Por favor, usted está expulsada –interrumpió uno de
los directores-, ya no puede hablar con los hermanos.
El Hermano Mayor me había comunicado la decisión un
día antes. Me dijo que a partir de ese momento ya no era parte de la
organización y que estaba prohibido que me acerque a cualquier miembro, ellos
tampoco podrían acercarse a mí ni mirarme. Eso yo lo sabía desde mucho tiempo
atrás: la expulsión de la organización significaba que para los demás miembros
uno moría en vida pues estaba prohibido volver a tener contacto con un
expulsado. Era una de las reglas más importantes y mientras fui parte yo
también la obedecí, era para mí natural dejar de hablar con alguien que dejaba
la organización, estaba claro que si se iba era porque estaba abandonando a
Dios.
Hace tres años vi a Ana de nuevo. Me sorprendió
saber que vive aquí cerca, en la residencial de al lado. La vi en una combi
mientras iba al centro. Sentí su mirada triste y pude notar que aún me tenía afecto,
han pasado muchos años pero el cariño se siente. Es una lástima que esté
prohibido acercarme a ella. De las otras personas no me interesa mucho pero Ana
era una amiga especial. Supe que nunca se casó y que sigue viviendo con sus
papás. A veces me pregunto qué pensará ahora de lo que aprendimos esa vez. Nos
habían dicho que la guerra final estallaría en cualquier momento pero han
pasado veinticinco años y que yo sepa el mundo aún no ha terminado.
Supe que en diferentes partes del mundo se han
formado varios grupos disidentes. Es que muchas personas fueron expulsadas, al
igual que yo. A causa de la política de la organización, ellos quedaron
prohibidos de hablar con sus antiguos amigos o familiares. Eso les ha llevado a
efectuar un trabajo de resistencia, una vez me invitaron a formar parte pero la
verdad es que no tengo energías para cosas de ese tipo. Eso sí, cuando tengo
oportunidad siempre hablo a las personas que conozco sobre mi experiencia (así
como lo he hecho aquí), así estarán advertidas y no se unirán a ese tipo de
grupos que anulan la libertad de pensamiento.
Quién sabe, quizás en estos años las enseñanzas de
la organización han cambiado y ya no hablan de la guerra final. Pero sigo
viendo a sus miembros tocando las puertas de las casas. No sé, casi no me
interesa la organización en esta etapa de mi vida. Por un tiempo estuve con
mucho resentimiento por la forma en que me trataron los jueces, ahora ya lo
olvidé. A veces veo a alguien conocido haciendo el servicio sagrado, si me
reconoce me envía una mirada fulminante y voltea la cara. No me importa mucho,
la verdad. Pero a mi amiga Ana sí la recuerdo y aún tengo la esperanza de volver
a conversar con ella algún día, quizás ir al cine o a un café. El tiempo dirá.
Me gustó mucho, sería interesante saber que pasó con Ana...
ResponderEliminarGracias.Lo más probable es que se quede en la organización hasta el final.
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