Violeta Paputsakis
Comprendo ahora que aquel domingo
a la tarde, sentada en el patio de mí casa, observando como una abeja tomaba el
néctar de las flores del jardín, pude encontrar la felicidad tantas veces
buscada luego en joyas, ropa, viajes y hasta hombres.
Soy Dharma, tengo treinta
años pero pareciera que hubiese vivido cien. A veces soy una niña: soñadora,
impulsiva, despreocupada y hasta salvaje. En otras ocasiones soy una mujer:
correcta, meticulosa y realista. No sé cuál será la verdadera Dharma, quizás una
mezcla de todas y un poco más. Hoy, diez años después de aquella tarde soleada
de invierno, rememoro ese instante como un tesoro que puede darle calor a un
cuerpo ya cansado de buscar y no encontrar. Arrodillada sobre estas baldosas
heladas, mirando la sangre que gotea de mis manos y se une al charco frente a
mí, no existe otro recuerdo más que el de aquel domingo de invierno en que
sentí paz en mi interior y creí que esa sensación traería el cambio a mi vida.
Sí, todo cambió, pero no de la forma que yo soñaba.
Miro alrededor y me
encuentro en la sala de una habitación del hotel Madero, las toallas manchadas
de sangre en el piso así me lo indican. A la izquierda aparece un carro de
metal con botellas de licor, una hielera y dos vasos a medio terminar. Las cortinas
blancas dejan pasar la suave brisa de una noche calurosa. Cierro los ojos y
trato de concentrarme en calmar el dolor de mi cabeza, todo parece borroso, no
sé cómo llegué aquí ni tampoco a quién pertenece el cuerpo inerte tirado en el
piso a pocos pasos de donde me encuentro, me siento adolorida, desorientada,
pero sobre todo aterrada.
Desde que huyó de su hogar
a los quince años con un novio diez años mayor, la existencia de Dharma fue
sinónimo de descontrol llegando a límites que nunca creyó que existían. Si bien
en la primera época el amor pareció llevarla por el buen sendero, pronto tuvo
que aprender a vivir del favor y el pago de hombres que por algunas migajas de
cariño u horas de sexo eran capaces de brindarle no sólo techo y comida
caliente, sino los lujos que siempre soñó. Con su cabello color miel, sus ojos
oscuros, su piel aceitunada y sus rasgos delicados, formaba una combinación que
para muchos resultaba irresistible. Así, partiendo de una familia alejada del
lujo se vio inmersa en un mundo de sofisticación, donde las joyas, los viajes y
la ropa de diseño estaban a la orden del día. Dharma supo sacar provecho de lo
que la vida le presentaba a su paso y cambiaba el nombre de quien la acompañaba
en cuanto se cansaba de lo que tenía para entregarle.
Sin embargo, cada nuevo
virar se llevó consigo algo de sí, no todo era color de rosas ni tenía néctar
para brindar a las abejas que se acercaban. Muchas veces se sintió perdida,
buscó olvidar en el alcohol los golpes que algún amante o cliente de turno le
propinaba, se despertó acompañada de caras sin nombre o se encontró con hombres
que creían que ella era un objeto que les pertenecía. En las noches de tristeza
aprendió a reencontrar la confianza y las esperanzas inhalando el polvo blanco
que corría como azúcar en los lugares que frecuentaba. Cuando creía que estaba
perdiendo el control aparecía el caluroso regazo de Miguel para hacerle
entender que todo estaba bien, que probar todo eso no era malo y que sólo debía
cuidarse de no necesitarlo todos los días.
Esa tarde de domingo en el
jardín, marca el antes y el después de un sueño que no pudo hacerse realidad. Había
partido de casa locamente enamorada, Javier supo entregarle el amor que su
joven corazón necesitaba. Cinco años de idílica felicidad después, Dharma
observaba la belleza de la naturaleza, del mundo que transcurría en torno a
ella, pero sobre todo latiendo en su vientre. Sentada en el patio de casa
esperaba la llegada de Javier para darle la maravillosa noticia, si bien no
habían programado tener un hijo, la joven estaba segura de que los uniría aún
más.
Al escuchar la puerta,
atravesó la galería al encuentro de su amado, la sonrisa en su rostro se
iluminaba más aún con los rayos de un sol que comenzaba a declinar. Mientras el
hombre dejaba su saco sobre una silla y comenzaba a acomodarse en el sillón, finalizada
una larga jornada de trabajo, llegó la noticia.
- ¿Cómo que estás embarazada?,
¿acaso no te estabas cuidando Dharma?, tengo un médico amigo que se encarga de
ese tipo de problemas, mañana hablo con él y te saco un turno lo antes posible
–respondió bruscamente Javier.
Es verdad, un hijo nunca
estuvo en los planes de Dharma, pero el saber que era de Javier le hacía
imposible pensar en deshacerse de él. La joven intentó convencerlo por todos
los medios sin ningún resultado, se aferró tanto a esa vida que crecía en su
vientre que decidió enfrentarse al hombre que amaba.
-No voy a ir a ese médico y
no voy a cambiar de opinión, quiero tener este bebé.
-No me interesa tener un
hijo así que vas a tener que elegir, si no te lo sacás yo me voy –le gritó
decidido esa noche Javier.
Llorando desesperadamente y
rogándole que no la abandone, Dharma despidió una semana después al hombre que
más había amado en sus veinte años. Pasada la angustia por la partida, se
encontró totalmente sola y sin trabajo, como última muestra del amor que alguna
vez los unió, Javier adelantó el pago de tres meses de alquiler de la exclusiva
casa que habían compartido y le entregó un poco de dinero que se acabó
demasiado rápido. Vivió días deambulando entre habitaciones con armarios llenos
de ausencia y sueños rotos. Llorando sin razón y riendo al acariciar su
vientre.
Antes de lo que imaginó tuvo
que salir a buscar empleo, nunca lo necesitó y el no haber terminado la
secundaria convertía la tarea en algo demasiado difícil de lograr. La
desesperación ganaba su espíritu día tras día y una mañana que caminaba hacia
un restaurante rogando obtener el puesto de moza que le permitiese comprar algo
de comida, cayó inconsciente luego de ver sus pantalones cubiertos de sangre. Curiosos
y preocupados rodearon su cuerpo tendido y ensangrentado sobre la vereda
mientras se escuchaban las sirenas de una ambulancia acercándose. Su pequeño
hijo no pudo sostenerse más en su vientre y para remover los tejidos que
todavía quedaban dentro de ella debieron hacerle un legrado. Semanas de
internación, angustia, soledad y una infección de por medio devolvieron a la
vida una mujer helada por dentro, sin ninguna oportunidad de poder ser madre.
Tiempo después, al retomar
la búsqueda de un trabajo, conoció a Miguel en uno de los bares en los que pedía
una oportunidad. Era un cincuentón de carácter duro y mirada firme, la vio confundida
y se ofreció a ayudarla y a darle lo que una mujer como ella se merecía. Dharma
no tenía nada que perder y se entregó fácilmente al mundo que él le ofreció,
vida nocturna, los lujos a los que estaba acostumbrada junto a Javier y un
desfilar de hombres que le entregaban lo mejor que tenían por unas horas con
ella. Dharma se convirtió en una acompañante de la alta esfera social, algunos
de sus clientes la buscaban fuera del tiempo contratado y se transformaban pronto
en amantes temporales que hasta pretendían encontrar un espacio para el amor. La
joven tomaba todo pero sólo les entregaba su cuerpo, su gélido corazón ya no tenía
nada para brindar.
Las escasas noches que dormía
sola se despertaba de madrugada, aterrada, gritando e intentando salvar al hijo
que una y otra vez le hablaba en sueños pidiendo su ayuda. Las drogas, el
alcohol y el descontrol fueron los antídotos que encontró para el dolor, sin
embargo cada día se va perdiendo sin retorno en un mundo que absorbe como un
agujero negro lo poco de vida que le queda. A pesar de todo, en lo más profundo
de sí, en el escaso calor que aún resguarda su corazón, sigue soñando con un
hijo y un amor. Aunque cada decisión que toma parece alejarla cada vez más de
su deseo.
La brisa del viento que se
cuela tras el ventanal me trae de vuelta a la realidad, pasaron minutos u
horas, no lo sé, dejo el pasado donde debe estar y abro los ojos lentamente,
sigo arrodillada en el mismo lugar, el dolor de cabeza no se ha ido y los
recuerdos de cómo llegué aquí no quieren acudir a mí. Debo decidir rápidamente qué
hacer, aunque percibo las piernas adormecidas me incorporo. Al levantarme sufro
un fuerte mareo y caigo tendida en el sofá, a los minutos lo intento de nuevo,
camino torpemente hasta el baño y lavo la sangre en mis manos. Al volver
observo el cuerpo tendido frente a mí, veo un cuchillo tirado unos metros más
allá y un charco que comienza a ponerse espeso y de color marrón.
Me siento en una silla
cercana tratando de ordenar mis emociones, de decidir cómo actuar. Mientras una
luna inmensa me mira intento encontrar las respuestas que necesito. Seguramente
este hombre es uno de mis clientes, pero aunque lo intento no logro recordar nada.
Veo su cuerpo esbelto y su cabello cano, viste buena ropa y una alianza aparece
en el dedo anular de la mano que reposa cerca de mis pies. Luego de unos
minutos reúno fuerzas y decido acercarme a él, lo hago lentamente, cuando estoy
segura de que no respira me aproximo a su rostro, quizás pueda reconocerlo, me
digo. Al instante caigo sentada en el piso, aterrada, tapo mis ojos intentando
ocultar la realidad, el hombre que yace frente a mí es Javier, los años también
pasaron para él, pero es imposible confundir los rasgos que tanto amé. Mi
corazón late a mil por hora, me acurruco y lloro desconsoladamente, lloro por
su abandono, por el hijo que no pudo nacer, por los años de desolación, por mi
destino después de su falta y porque a pesar de todo esperaba volver a
encontrarlo algún día y reiniciar una vida juntos. Poco a poco me tranquilizo y
no sé bien por qué imagino a Miguel interrumpiendo en la habitación y apuñalando
a Javier. Quizás descubrió quien era, tal vez me siguió como hace tantas veces
para cuidarme y creyó que me estaba haciendo daño, todas son conjeturas.
De repente alguien toca la
puerta, mi cuerpo tiembla sin control, agudizo mi oído, los sonidos se repiten
y en seguida escucho pasos que se alejan. Me imagino policías haciéndome
preguntas y llevándome presa, puedo resultarles el estereotipo ideal de asesina,
una prostituta despechada que acaba con su examante en un momento de
descontrol. Tengo que escapar de aquí y tratar de descubrir quién mató a
Javier, de lo contrario, las escasas posibilidades de encausar mi vida
desaparecerán tras las rejas.
Me levanto y me dirijo al
baño para arreglarme lo mejor posible y evitar llamar la atención. El espejo me
devuelve un rostro envuelto en lágrimas negras, unos ojos hinchados y un pelo
enmarañado. Mientras me lavo y me peino, encuentro un corte en la parte de
atrás de mi cuello, la sangre que rodea la herida está seca, busco mi bolso me
maquillo y estiro mi ropa lo mejor posible. Descubro que mis medias de lycra
están rotas y me las quito rápidamente, me coloco los zapatos tirados sobre la
alfombra y el saco de hilo, me alegra comprobar que más que una prostituta
parezco una chica común y corriente. Me acerco a la puerta de la habitación,
apoyo mi oído intentando escuchar los sonidos del otro lado, miro por última
vez al amor de mi vida y salgo raudamente hacia el pasillo.
Nadie me ve salir, la
suerte parece estar de mi lado por una vez, aunque quiero correr lo más rápido
posible y escapar de ese lugar, intento tranquilizarme y caminar pausadamente.
Una delegación de turistas se reúne en el hall del hotel cinco estrellas que se
muestra majestuoso con sus pisos alfombrados, sus muebles cuidadosamente
seleccionados y sus botones de punta en blanco. Con sigilo me pierdo en medio
del grupo y logro marcharme del hotel sin ser advertida.
Afuera la noche es
maravillosa, una luna inmensa acompaña los ruidos de la ciudad, el calor llega
a todos lados y se percibe la alegría del verano en cada rincón. Viernes a la
noche, amigos, familia, enamorados, todos van y vienen con felicidad en sus
rostros preparándose para una noche de diversión. Yo camino entre ellos
envidiando la tranquilidad de sus vidas y soñando con haber tomado otras
decisiones, con haber seguido otro camino, me veo sentada en el jardín de mi
casa junto a mi hijo, se fue tan rápido que no pude llegar ni a darle un
nombre, pienso mientras una nueva lágrima negra rueda tímidamente por mi
rostro.
Llego a casa sin fuerzas
siquiera para pensar los pasos a seguir, me acuesto vestida y me duermo casi
inmediatamente. La habitual pesadilla en la que mi hijo no nato clama mi ayuda
me abandona esa noche. En su lugar puedo ver a mamá que acerca su rostro al mío
tendido en la cama e intenta decirme algo, su boca se mueve incesantemente pero
no llego a escuchar ningún sonido, la imagen se repite una y otra vez a lo
largo de la noche y al abrir los ojos, ya de mañana, me siento más cansada aún.
Marta había fallecido dos
años atrás, luego de ocho que Dharma abandonó la casa familiar. Al enterarse la
joven viajó los kilómetros que la separaban de Buenos Aires a Rosario de Santa
Fe, asistió al entierro y volvió a casa esa misma noche a pesar de que su padre
le rogó que se quedara a acompañarlo.
Acurrucada en una cama
demasiado grande para darme calor, incluso en verano, reflexiono sobre mis
padres y mi destino. Ellos fueron siempre buenos, no sé cómo les salió una hija
con tantos defectos, ahora ya es tarde, no puedo volver el tiempo atrás ni
cambiar todos los errores que cometí, simplemente tengo que aceptar la vida que
me toca vivir. Estoy recogiendo lo que sembré esa es la ley natural y según
palabras de mi madre, exactamente lo que significa mi nombre. ¿Cómo
precisamente dharma, que según los hindúes representa la ley total, puede
quejarse de las normas invisibles que marcan su camino?, algo me trajo hasta
aquí, es el sendero que debo recorrer y sobre todo aceptar.
Luego de un día tirada en
cama sin comer y una noche repleta de pesadillas, me despierto aún confundida
pero dispuesta a hacer algo por aclarar la situación. Decido visitar los
hoteles que incluyen mi imagen en sus books de servicios especiales, tengo
varios amigos y quizás alguno pueda ayudarme con una pista. Camino toda la
mañana y ya a medio día, luego de no encontrar respuestas y darme por vencida,
decido hacer lo que tanto temo, enfrentarme a Miguel y encontrar la forma que
confiese si es que él es el culpable.
Una hora después me
encuentro sentada llorando en un banco de la plaza cercano al club, a pesar de
no querer confesarle lo que viví en la habitación del Madero, no tuve otro
remedio, Miguel parecía totalmente desconcertado con mis preguntas y terminé
contándole todo. Sí, me dijo que me ayudaría a resolver el tema, eso debería
tranquilizarme, pero no sé bien por qué estoy más preocupada que antes. ¿Cómo
puede ser posible que haya visto el asesinato de un hombre y no recuerde nada?
Esa noche vuelvo a soñar
con mamá intentando decirme algo sin conseguirlo, aunque por momentos su voz
pareciera emerger de las tinieblas y puedo identificar algunos retazos de
palabras, esto no me ayuda mucho. Camino, amor, destino se escuchan como ecos
que me acompañan durante el día sin que encuentre entre ellos relación o un
mensaje. Debe ser una tontería, tengo que dejar de pensar en todo eso, ya
suficientes preocupaciones tengo.
A la mañana siguiente,
sentada en la pequeña mesa de la cocina, esforzándome por comer algo, tengo la
sensación de encontrarme en un callejón sin salida. Seguí todas las pistas a mi
alcance y no encontré absolutamente nada. Abatida, salgo a comprar los diarios
y reviso sus páginas buscando la noticia del asesinato, esperando una foto del
cuerpo e incluso quizás una descripción de mi persona como presunta culpable, pero
para mi sorpresa no hay nada. El asesinato ocurrió dos noches atrás y ya
debería haberse hecho público. Analizo las posibilidades, quizás todavía no
encontraron el cuerpo o tal vez la respuesta más lógica sea que el asesino se
entregó y el caso está resuelto. Me tranquiliza pensar que mañana la historia
aparecerá en la portada de los diarios con la imagen del asesino.
Paso el resto del día sin
probar alimento y dando vueltas como león enjaulado, llega la noche y pido que
mis visitantes en los sueños se apiaden de mí aunque sea una vez. Eso no
sucede, nuevamente Marta llega hasta mí, está vez su voz es clara, pausada,
maternal, como el recuerdo que guardo de ella. En sus palabras me dice: Dharma, aunque siempre me escuchaste decir
que tu nombre marca un camino y una ley natural determina el destino invisible,
no siempre es así. Me faltó el tiempo hija para transmitirte la verdadera
esencia del mensaje. Sí, tenemos un destino que depende de nuestros actos, pero
también las herramientas para reencauzar lo que se presenta como inevitable. En
tu caso es el amor que vibra con fuerza en tu corazón y está esperando la
oportunidad de salir, por eso hoy estoy aquí para ayudarte a encontrar lo que
realmente deseas.
El amanecer me encuentra desconcertada,
tratando de descifrar unas palabras que llegaron como una caricia en medio de
la tormenta, aunque no logro comprenderlas sé que mamá me visitó y que en algún
momento su mensaje me ayudará a reencontrarme con la felicidad. Como las
últimas mañanas salgo a comprar el diario y al regresar recorro meticulosamente
sus hojas, una vez más no hay ni una pequeña nota sobre la muerte de Javier.
Sin embargo, algo en el diario no termina de cerrarme, en portada aparece un
choque de autos ocurrido el día anterior, me llama la atención la imagen que
ilustraba la nota ya que creí haber visto una igual en algún noticiero unos días
atrás, no puede ser me digo, debo estar confundida.
A medio día escucho como
alguien desliza algo por el buzón, me acerco a revisarlo y descubro un trozo de
cartulina con un mensaje para mí. El
destino tiene sus vueltas y quizás el nuestro sea volver a encontrarnos y
retomar lo que en algún momento creímos perdido. En ese instante siento un
deja vu, sé que ya leí en algún momento cada letra escrita allí y no me
sorprende ver el nombre de Javier al final del texto. El observar la fecha en
el papel me desorienta, diez de noviembre, eso fue hace cuatro días, busco el
diario y corroboró que coinciden y yo estoy equivocada, hoy es diez de
noviembre. Acaso perdí esos días, me pregunto mientras siento un recuerdo que
llega como un golpe de luz en medio de la oscuridad, cegándome y abriéndome los
ojos al mismo tiempo. Me veo a mi misma leyendo esa carta hasta el final uno
días atrás y acudiendo a la cita en el hotel Madero, feliz, entusiasmada. Veo
llegar al enamorado Javier de la nota en mis manos que luego de unas copas se
transforma en un despechado que me grita una y otra vez. Sos una puta y pensar
que estuve enamorado de vos e iba a dejar a mi familia creyendo que eras mi
verdadero amor, como crees que me sentí al ver tu imagen en un book de
prostitutas de clase, ja ja ja, así que crees que el ser de alta sociedad te
hace mejor, seguís siendo una sucia puta. Yo lo escucho entre sollozos y a cada
palabra intento explicarle, decirle todo lo que viví, como perdí a nuestro hijo
y me encontré sin salida, pero nada sirve. De repente saca un cuchillo e
intenta asestármelo, me tira sobre el sillón y cae tras de mí, forcejeamos, me
lastima el cuello al rozar el filo metálico y finalmente, sin saber con qué
fuerzas, gano la batalla. Lo veo tirado en el piso desangrándose y luego solo siento
una oscuridad que me absorbe.
¿Todo fue un sueño o fue
realidad?, ¿estoy recordando lo que pasó o adelantándome a lo que puede ocurrir
si acudo al ofrecimiento que tengo en mis manos? Me quedo sentada en el piso de
la galería masticando cada imagen que llega a mí, intentando comprender si el
destino me está dando la chance de mezclar y repartir las cartas nuevamente.
Cada palabra de mamá se acomoda en el rompecabezas de mi cabeza y decido
hacerle caso, darle paso al corazón sin más dudas ni preguntas. Él me dice que
no tiente al destino, que no averigüe si todo fue o será y que busque lejos de
allí la dicha que tanto anhelo.
Agradezco a Marta por sus
palabras y esa misma tarde armo mis valijas con lo menos posible, dejo afuera
todo el lujo, la ropa y sobre todo las drogas, el alcohol, el dolor y hombres
como Javier y Miguel. Dispuesta a darle una oportunidad a la Dharma olvidada desde
hace muchos años, la que se emociona y siente la felicidad al ver una abeja
posada en las flores del jardín, la que espera su momento acurrucada en un
rincón de mi corazón. No sé dónde se encuentra pero estoy dispuesta a dar con
ella.
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