Víctor Mondragón Chuquisengo
-Voy a darles una noticia pero antes
es preciso que sepan algunas cosas: mi abuelo fue arriero y el abuelo de mi
abuelo también, se pierde en el tiempo las numerosas generaciones de
comerciantes que nos precedieron –dijo
don Juan, levantó la mirada y recorrió
con su vista una gran extensión de terreno agrícola.
- Esas tierras fueron
adquiridas por nuestros ancestros
–añadió.
La mayor parte de la costa de
ese lado del continente son desiertos de
misteriosa aridez, el primer sol y el
último los golpean, solo brotan las semillas donde hay ríos. Los visitantes
caminaron circundando la propiedad de don Juan, una plácida acequia la recorría por un costado, alcanzaron
una esquina y se sentaron sobre unas extrañas piedras moldeadas.
-Aquí está depositada la
herencia culinaria de nuestros ancestros, innumerables moliendas se hicieron en
ellas, el origen de estas piedras se pierde en los años –dijo el abuelo
mientras sus nietos manipulaban los batanes cual si fueran juguetes, esos que despiertan
la imaginación.
Minutos después el anciano se
cobijó bajo la sombra de un árbol de pacae (1).
-Este relato lo escuché de mi abuelo, fue contado de
generación en generación, esta zona es
privilegiada por su clima templado y su abundancia de recursos, por eso, frente a esta costa se desarrollaron
los primeros focos de ciudades-estado de América, hace cinco mil años –dijo don Juan.
-Desde lejanas épocas hubo habitantes
que se dedicaron al intercambio y a la reciprocidad entre la costa y los valles inter-andinos, comerciantes
cubiertos por el polvo seco de los desiertos caminaban pacientemente hacia los valles que
les permitían alcanzar los Andes. Uno de
ellos fue Uchu, de mediano tamaño, manos
y pies callosos, piel confundida con el
color de la tierra y curtida por el
trajinar a la intemperie –añadió.
-¿Comerciaban con moneda?
–preguntó Carlos, el menor de los nietos.
-No había moneda, los naturales
practicaban el trueque o intercambio de productos y servicios. Áspero (2) fue
un centro bendecido por la naturaleza, ubicado al costado de la desembocadura
del río Supe, abundante en recursos marinos y agrícolas, allí nació Uchu, vivió
muchos años y tuvo una familia numerosa: Illa era su esposa, de cuerpo apacible y rostro color
capulí, Uc el mayor de sus hijos, era
alto y fuerte, el segundo se llamaba Iskay, era amable y atento, la tercera se
llamaba Kimsa, era pequeña y hermosa, la cuarta era una gran artesana y se llamaba
Tawa, el quinto era Pichqa, obeso y
bonachón, la sexta, quien solía estar bien vestida y perfumada se llamaba Soqta
y el último fue Qanchis, pequeño pero muy astuto.
La familia encaraba con
entusiasmo los porvenires que les aguardaban en los largos caminos y en sus labores locales: Uc e Iskay se abocaban a los
productos marinos, secaban lentamente al sol las anchovetas y las machas, Kimsa
y Pichqa se ocupaban de delimitar pozas
poco profundas para la evaporación del agua de mar y así conseguir la preciada
sal marina, Tawa confeccionaba cestas de juncos y cañas para el almacenamiento
de las mercancías, Soqta recolectaba las mejores semillas para su intercambio y
Qanchis acopiaba algodón costeño. La
familia de Uchu solía transitar por diversas rutas para internarse en la sierra, desde Áspero hacia
Caral (3) o también desde la costa de lo que hoy son las ciudades de Chancay, Huacho
y Barranca hacia los templados valles serranos. Los caminantes llevaban
especies costeñas y regresaban con productos de la sierra e incluso de la selva
peruana, trataban con comerciantes que a
su vez interactuaban con otros de proveniencia más lejana. Esos flujos de
mercancías y la riqueza de la zona permitieron el desarrollo no solo de Caral, sino
también de los alrededores de lo que hoy
denominamos el norte chico de la ciudad de Lima.
El señor Uchu nunca dejó de congraciarse
con la gente que visitaba, más de una
vez encontró poblados con gente huérfana de vestido y con el estómago oprimido por la incertidumbre y
la falta de alimento, en diversas
ocasiones, bajo palabra, le pidieron productos fiados y él no dudó en brindarlos. En esas épocas las
actividades de intercambio se realizaban en representación de la comunidad nativa y la plusvalía
alcanzada se revertía sobre el mismo poblado
impulsando así su desarrollo.
La familia Uchu llevaba una
vida de vastos amaneceres y de jornadas con olor a sudor, sabían que la naturaleza todo lo
provee y a ella se entregaban. Las fechas de las partidas hacia los valles
inter andinos eran debidamente planificadas, los porteadores transitaban por los asentamientos llevando sal, pescado seco salado, zapallo, frutas y
algodón entre otros productos costeños y semanas después, en el regreso,
recogían la contraparte, es decir los
productos que llevarían a su comunidad, entre ellos semillas, cestas, quinua, lana
e incluso plumas y adornos de la selva.
Aunque hubo intentos por
domesticar a los auquénidos, prácticamente no se dispuso de bestias de carga razón por la
cual los porteadores soportaban sobre sus brazos y espaldas las pesadas mercaderías,
era ilógico el uso de la rueda pues la costa es un desierto de arena y los
valles y cordilleras son tan empinados que su aplicación es casi inútil, los porteadores eran alentados por el viento
que los empujaba a caminar con una presteza ilusionada.
El trajinar por lejanos lugares
y convivir con gentes de pensamientos y motivaciones distintas convirtió al señor
Uchu en un acopiador de información, en
la naturaleza halló una hermosura simple y grandiosa: un cielo colmado de
estrellas, la inmensidad de los picos
nevados, el rumor invisible de un riachuelo o las florecillas que crecen
en los lugares más agrestes le precipitaron a escrutar las entrañas de todo lo creado y quedó
deslumbrado por su maravillosa ordenación; con el tiempo esgrimió diversas hipótesis e invocó
obsesivamente al Dios que no conocía
pero que había aprendido a intuir, postulaba
que alguien -no algo- estaba detrás de toda la creación.
Cierta vez, durante un
solsticio de verano, Uchu y su familia se detuvieron una semana en Caral, uno
de los más importantes poblados de la zona, ayunaron e hicieron ofrecimientos al dios que
allí se veneraba, aquella tarde se reunieron con los lugareños en una plaza
circular y disertaron sobre diversos temas, con el correr de las horas
terminaron en un callejón sin salida al discutir sobre la existencia de Dios y su relación con los
hombres.
-El hacedor de todo esto es un
ser bueno, no puede ser malo pues sino el caos se impondría y sin el orden nada
es sostenible –postuló Uchu.
-Entonces, ¿cómo explicas la
muerte, el sufrimiento y las enfermedades? –le censuraron los caraleños. Uchu les
miró a los ojos y parecía saber lo que
pensaban.
-Estáis movidos por un rencor contra el padecimiento, éste no puede
ser el plan original del creador, más parece una consecuencia del alejamiento de los
creados respecto a su creador, la mayoría de los males son consecuencias de
nuestro indebido ejercicio de la libertad –postuló sabiamente Uchu.
Aquella noche, frente a una fogata, con las cenizas tibias y
el último leño luchando por permanecer encendido, el comerciante confeccionó un espiral a base de pequeños y finos palillos,
seguidamente lo revistió de cuerdas entrelazadas triangularmente, de ese modo
manifestó que Dios no tenía principio ni
fin y que las cuerdas representaban el ojo del que todo lo ve, un dios al alcance de todos, omnipresente; en
la mañana siguiente entregó dicho
espiral como ofrenda a los lugareños.
Fatigar los pasos por los
ardientes arenales de la costa más que cansarlos, los relajaba, encontrar la vida que florece por donde discurre algún
río o cruzar cordilleras agrestes les regaló mucho tiempo para meditar sobre el sentido de la vida, un pico
nevado era la manifestación de Dios, o
un río o el movimiento de los astros; en las pesadas jornadas hallaron instantes de luz para agradecer al Dios que honraban, Uchu encendía fogatas ofreciendo sus mejores
alimentos, seguidamente ponía una piedra sobre los restos humeantes y sus hijos
lo secundaban conformando una pila de piedras.
Uno de los productos que más intercambiaban eran los pimientos que las
comunidades usaban ampliamente en sus
comidas, solo conocían pimientos sin picante.
Un día el Supay, señor del Uku
Pacha o inframundo, pidió permiso al creador para poner a prueba a Uchu.
-Él te rinde culto por reciprocidad a la prosperidad que le das, veamos si te sigue
adorando al perder su riqueza –cuestionó el Supay.
Transitar por valles
interandinos en épocas de huaycos (4) es exponerse a incertidumbres y
orfandades, un día, en la garganta de un
nevado, alarmados por el clamor de truenos lejanos, fueron sorprendidos por tal alud
que tuvieron que correr presurosos hacia las zonas altas; mala suerte
corrieron sus productos, con gran tristeza la familia Uchu vio como el lodo le arrebataba el fruto de sus esfuerzos.
-Hemos perdido los productos
pero hemos salvado la vida, ¡nada hemos perdido! –exclamó Uchu. Aquel
padre no se amilanaba por las
contrariedades de la vida, como aquellos que siempre esperan un nuevo amanecer,
no obedecía a las leyes de la razón sino
a la magia de la fe. Pasadas unas semanas la familia se sobrepuso a la pérdida
de sus productos y reinició sus actividades de intercambio.
-Uchu te sigue adorando porque la
prueba que me permitiste ha sido muy
simple, veamos cómo reacciona ante otra exigencia –dijo el Supay.
Una mañana de invierno, Illa esposa
de Uchu manifestó dificultades para incorporarse,
la marcha debía continuar pues parte de su mercancía era perecible, haciendo un gran esfuerzo se
levantó para acompañar a su familia, esa
tarde la fiebre hizo presa de su cuerpo, de poco sirvieron unas yerbas mágicas que
su marido le aplico, al atardecer de aquel día moría la madre de sus hijos.
En la oscuridad insondable de
aquella noche Uchu contempló el cuerpo yaciente de su mujer con el corazón
adolorido, el graznar de un búho lejano atizaba aún más su pesar, con el correr de las horas el frío se hizo más
intenso y el olor de la muerte invadió su mente. Como nunca en sus largos años
de convivencia, Uchu se encogió, sudó,
tembló; las raíces de la soledad crecieron de súbito en su alma, volvió a reflexionar sobre la muerte, suspiró varias veces alcanzando el fondo de su ser, sucumbió en una
respiración triste y descontinuada, como la de
un enfermo del alma; aguardo sin dormir
hasta que el día relumbró, concluyó
finalmente que todos moriremos tarde o temprano, tras
su congoja y muchas lágrimas ensuciadas por el polvo, asimiló los desenfadados
envites del tentador y sacó fuerzas de su fe, obtuvo ánimos para sobrevivir a sus
desdichas y decidió persistir con entusiasmo en sus esforzadas labores.
-Uchu te rinde adoración porque poco le has quitado,
concédeme una última prueba –reclamó el Supay, representante del depravado
principio de tentar a los humanos.
Un día de fin de verano, bajo
un nublado atardecer, mientras la
familia Uchu regresaba de la sierra, a la altura de lo que hoy es el conjunto
arqueológico de las Shicras (5), escucharon una estrepitosa explosión a sus
espaldas, voltearon sus miradas y vieron como un inmenso cerro explotaba
dejando fluir lodo, piedras y rocas, los hijos en vez de escapar intentaron resguardar sus productos, Uchu corrió
hacia un peñón y a orillas de la desesperación
contempló como el huayco se tragaba a sus hijos.
En el lúgubre anochecer de
aquel día Uchu sufrió y volvió a sufrir, la soledad, la desesperación y la
angustia lo acosaron, su garganta le quemaba, gruesas lágrimas discurrieron por
sus mejillas y sudó de pavor. Bajo el arrullo de los grillos, el soplo del
viento y el silencio de las estrellas buscó un descanso cerrando sus ojos a la fuerza, mantuvo una
respiración entrecortada pero no pudo atrapar el sueño, le fustigaba un ardor
en su
mente, le quemaba más en la
oscuridad y le seguía ardiendo en su alma, tuvo una fuerte contradicción, enfrentó una encrucijada que le reclamaba
grandeza, imploro a Dios suplicándole valor, su dolor era grande pero su fe también.
-Estos jóvenes son tus nuevos
hijos, son fuertes y sanos –le dijeron sus parientes de Áspero. Pasadas unas semanas la comunidad dispuso
que sus sobrinos apoyaran a Uchu en sus
labores.
Pasado unos días, el
comerciante siguió transitando por
aquellos valles, peleando para
sobrevivir a las adversidades de la fatalidad, caminaba con pasos firmes pero con el corazón
alborotado por su nostalgia y, terminaba
cada jornada con un rescoldo de fe que le infundía suficiente aliento para
el día siguiente. El ingrato lugar donde
perdió a sus hijos lo recibió un año
después; allí, durante una mañana de primavera, en aquellas tierras vio surgir unas florecillas, pidió a los porteadores detenerse,
hizo un pequeño altar de piedras y volvió a ofrecer sus mejores productos al Dios creador.
Semanas después, estando de
regreso, entre la callada respiración de unas flores y bajo una suave llovizna,
vio unos pimientos de forma alargada con
colores anaranjado y rojo, cogió un par
de ellos y los guardó.
Aquel atardecer, rodeando una
pequeña fogata, sentados sobre el suelo, mientras Uchu merendaba, extrajo de su
cesta aquel par de frutos nuevos, los ofreció a sus sobrinos, cada cual dio un
mordisco y lo pasó al siguiente,
sintieron una extraña sensación, esos frutos picaban, nunca antes habían sentido aquello. Con el correr
del tiempo se dieron cuenta que tales pimientos picantes en pequeñas cantidades
daban más ganas de comer.
Pasados unos meses, las labores
se incrementaron, Uchu cumplía con persistencia el rol que le habían asignado
en el escenario de la vida, su comunidad le dispuso una docena de
porteadores, los pueblos esperaban la llegada de su comitiva que a su paso enriquecía los vínculos de reciprocidad. Volver
a transitar por ese infausto lugar le hacía evocar el pasado y corría el riesgo
de ahogarse en sus recuerdos, lo lamentable
que le quedó de esos infaustos días fue el desahogo que encontraba al llorar; cierta
vez, estando sentado sobre una piedra de río, bajo la sombra de un árbol colmado
de pájaros, contemplando el atardecer,
con una mano en el mentón y, soportando difícilmente sus ganar de llorar, le
sobrevino un viento fuerte y desordenado que ahuyentó a las aves y removió las
escasas hojas del suelo.
-Venga señor Uchu, venga rápido
–le gritaron sus porteadores. En el
infausto lugar de las shicras acababan de descubrir nuevos frutos, unos
eran rojos, pequeños y de forma triangular, otros eran amarillos, pequeños y redondos, otros rojos, grandes y gordos, parecidos a los pimientos pero
sumamente picantes, otros alargados, medianos de distintos colores, rojo,
amarillo, violeta, blanco, sumamente aromáticos, casi frutales, muy agradables
al paladar y finalmente otros rojos muy pequeños y picantes. Esa tarde la comitiva degustó los
nuevos sabores y quedo complacida de incluirlos entre sus productos de intercambio.
Era ya mediodía, don Juan
detuvo su narración y condujo su
camioneta hacia un restaurante campestre de la ciudad de Huaral, salió a
recibirlos la señora Gloria Gallo, amiga
de don Juan, la anfitriona
condujo a los visitantes hacia unas
mesas que tenían por techo unas parras de uva.
Mientras conformaban una cola para
coger cubiertos, al otro lado del
ambiente vieron largas mesas cubiertas
con manteles blancos donde descansaban ollas y fuentes de barro; el contemplar las apetitosas comidas
que allí descansaban les provoco una salivación que pedía a
gritos la ingestión al tiempo que sus jugos gástricos se preparaban para lo suyo.
-Allí tienen picante de cuy y picante de mariscos,
hechos con una base de ají panca, por allá papa a la huancaína, ocopa y ají de
gallina cuyo ingrediente distintivo es el ají amarillo fresco –comentó la anfitriona.
-¡Guau…! -Exclamaron los nietos
al ver que unos camareros disponían sendas
fuentes de cebiches y tiraditos sobre las mesas.
-Al ají limo lo consideramos el
rey de los ajíes, es la base de un cebiche tradicional, más que picante brinda
cierto aroma frutal; las salsas de los tiraditos son diversas, la amarilla es
por el ají amarillo, la roja por el rocoto. Las
distintas aplicaciones de los ajíes
sustentan un manantial de creación culinaria inacabable, pleno de sabor
y sorpresa, no por el picante sino por su variedad de sabores –dijo doña Gloria
mientras señalaba una mesa que contenía cebiche de pato, tamales, escabeches, carapulca,
causa rellena, chupes y sangrecita entre otros.
Segundos después, la anfitriona condujo a los visitantes a una mesa
que contenía diversos acompañamientos con aromas, sabores y grados de picor
distintos tales como llatan de rocoto, zarzas norteñas con ajíes mochero y
cerezo, salsas criollas con cebolla morada y cebolla china, salsas de ají con
huacatay y ají de cocona entre otros.
Tras agradecer al Altísimo, los
visitantes se sentaron alrededor en una
pequeña mesa y procedieron a compartir los diversos platos, los sabores picantes
les estimulaban el deseo de comer más.
-Abuelo, creo que no has
terminado de contarnos tu narración –reclamó Carlos. Don Juan detuvo su
ingestión y concluyó:
-Cierta noche, cobijado en un templado valle serrano, acompañado por el murmullo de un riachuelo, bajo
un plenilunio, respirando los maderos
aún humeantes de su fogata, desde el
ocaso hasta la medianoche Uchu dejó que
sobre él giraran los cielos sin poder dormir hasta que finalmente cayo rendido
de cansancio, soñó que estaba soñando consigo mismo, en su letargo caminó sobre
los campos de las shicras y creyó
encontrar la imagen que saturaba
su propio y terrible pesar: asoció los
pimientos recién encontrados con inoportunos espectros del más allá, su
mujer se había convertido en un hermoso pimiento dulce y sus hijos en los
pimientos picantes, Uc, el mayor de los
hermanos se había transformado en lo que hoy llamamos ají amarillo que dejado secar al sol recibe el nombre de ají
mirasol, Iskay el segundo de los hermanos se convirtió en el ají colorado que
secado al sol recibe el nombre de ají panca, imprescindible hoy en los
aderezos, Kimsa, pequeña y hermosa se
convirtió en el ají cerezo, aromático y picante, acompañante
en salsas, Tawa se transformó en lo que conocemos
como ají charapita, amarillo y fragante,
también acompañante, el quinto Pishqa, gordito y bonachón adquirió la forma que
hoy llamamos rocoto, la sexta, Soqta se convirtió en el muy mentado ají limo y
el último Qanchis, pequeño y astuto se transformó en lo que hoy conocemos como
ají pipi de mono, pequeño pero muy picante. Uchu se precipitó al suelo, lloró de emoción, intentó recomponer el
espejo roto de su corazón, especuló que quizás no fuera cierto nada de lo ocurrido,
pensó que en los sueños construimos una realidad paralela
o quizás el mundo terrenal fuese tan solo
un sueño más, quedó a la deriva, al borde de un abismo de desconcierto hasta
que una remota luz cayó sobre él, alzó sus cansados ojos y escuchó la consoladora revelación de que su
sufrimiento no había sido en vano.
-Estuve a tu lado en las
Shicras, supe cómo te quemaba la garganta,
como sudaste de dolor y las lágrimas que derramaste, tu fe es grande,
desde hoy tú y tu descendencia serán perennizados
sobre la faz de la tierra, tu nombre
será alimento que recorrerá el mundo y estará presente en los mejores
platos pero quienes lo ingieran tendrán que pasar por todo esto para alcanzar
su recompensa -escuchó Uchu. Segundos después sintió que alguien meneaba su hombro.
-Uchu despierta, debemos llevar
los productos a la sierra –le repetía su mujer. Era una mañana primaveral, sus
hijos estaban listos para iniciar la caminata, el anciano se froto los ojos con sus dedos, lloró de
felicidad, la realidad se había convertido en un sueño, había escapado de la
confabulación urdida por el tentador, pidió a su familia que lo acompañara a los campos de las shicras.
-Coged estos, esos y aquellos
–dijo el anciano, sus obedientes hijos asintieron recogiendo sendas cestas con
las siete variedades de pimientos picantes del lugar. A continuación vieron
como la quietud del cielo fue
perturbada por una bandada de
pájaros que revoloteaban sobre las matas
y se turnaban en picotear y recoger las
semillas en sus picos, aquel hecho traspaso de emoción a Uchu y le
precipitó a exclamar:
-¡Mirad la grandeza de Dios,
mirad!
-Curiosamente las aves no son
susceptibles al picor de los ajíes, por
ende fueron las designadas para diseminar sus semillas hacia los confines del mundo –narró el anciano.
-Con el tiempo los uchus se
cultivaron en diversas regiones evolucionando
hacia nuevas formas y sabores, en el trueque pre hispánico fueron usados a modo
de moneda de cambio y como ofrendas a
los dioses, los chamanes les reconocieron poderes mágicos, –añadió.
-Abuelo, comer muy picante
quema la boca –cuestionó Juano, poco acostumbrado a su consumo.
-Creo que podemos embelesarnos
con la idea inicial de que es un padecer
pasajero, la ingestión de picantes estimula la producción de endorfinas (6) que finalmente se traducen en cierto grado de
anestesia, bienestar y euforia, como le prometieron a Uchu, tras el padecer llegaría la recompensa –dijo don Juan,
seguidamente se incorporó, cambio el tono de su voz, miró a sus nietos y dijo:
-Mi edad es avanzada, ayer he
firmado mi testamento donde ustedes son
herederos de mi fundo, por eso les he narrado la leyenda de Uchu, para que conozcan de esta tierra, para que la amen
y respeten como lo hicieron nuestros ancestros. Con el correr de los siglos, en
este lado del mundo, el dios que Uchu adoraba fue reconocido como el hacedor
del universo: Pachacamac; por miles de
años habíamos llamado uchu a las diversas variedades de pimientos
picantes pero el paso del tiempo es abusivo y, un día, desde que nos dijeron
que se llamaba ají (7) olvidamos su nombre –concluyó el señor Cortez.
(1)
Pacae: del
quechua paqay, fruto exquisito de un árbol americano
(2)
Áspero:
complejo arqueológico situado cerca de la desembocadura del río Supe, a 190 km
al norte de Lima, 3000-1800 años A.C.
(3)
Caral: ciudad-estado que floreció 3000 años A.C. a 200 kilómetros
al norte de Lima, contemporánea con las antiguas civilizaciones de China,
Egipto, India y Mesopotamia.
(4) Huayco: del quechua waycu (quebrada), es una violenta inundación de
aluvión arrastrando lodo y piedras hacia las zonas bajas de los valles.
(5) Shicras: Centro ceremonial del período pre cerámico tardío,
aproximadamente 4500 A.C, ubicado en
Huaral al norte de Lima, las shicras son canastillas hechas a base de caña
brava, encontradas allí.
(6) Endorfina: Sustancia peptídica producida de forma natural en el
encéfalo que bloquea la sensación de dolor y está relacionada con las
respuestas emocionales placenteras.
(7) Ají: pimiento de la familia de las solanáceas, la palabra ají proviene
de lengua taína. Haxi capsicum llevado
por Colón a Europa, chili en azteca, uchu en quechua, guindilla o pimiento en
España.
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