Silvia Alatorre Orozco
La Purísima es un
pueblo adormecido por el abandono en que lo tiene el gobierno. Ahí no pasa nada,
únicamente el viento silbando y levantando polvaredas, sus tierras áridas son
improductivas, unas míseras cosechas ayudan a los habitantes a subsistir. El cauce
del arroyo permanece seco casi todo el año, por eso lo llaman “Arroyo Seco”; cuando
las escasas lluvias bañan la región, el riachuelo cobra vida y es entonces
cuando la gente se baña y lava ropa. Ciertamente hay un pozo que abastece de
agua al poblado pero este se encuentra dentro de los terrenos de la parroquia, así
es que el cura cobra por cada balde que sacan, pues dice que con ese dinero
ayudan a sostener a los huérfanos desamparados del hospicio de El Saucito. La
carretera es de terracería, entre hoyancos y grandes piedras transitar por
estos caminos es una osadía, por lo que el viejo autobús de pasajeros entra al
pueblo únicamente los domingos, los demás días el traslado se hace a pie o en
burro.
La “plaza central” o “zocalito”, como lo llaman, es un yermo. Se empezó a construir un quiosco que nunca se terminó, y bajo unos raquíticos árboles han colocados piedras para formar las bancas, ahí se reúnen los pobladores a charlar y dejar pasar el tiempo, mientras se sacuden las moscas y tiran patadas a los perros trasijados que buscan algo de comida.
La escuela cuenta
únicamente con dos salones de clase, sus paredes están casi derruidas, no hay
puertas ni ventanas y unos tablones de madera sirven de asiento a los niños;
dentro de esos cuartos, la anciana maestra Gertrudis imparte sus enseñanzas a todos
los alumnos desde primero hasta sexto año.
El último suceso que sacó a sus habitantes del letargo en el que viven, aconteció hace algunos años, esto fue cuando descarrilo el tren que venía de Huimilpan, muriendo en ese accidente los papás de Julia. A partir de entonces el párroco Chavita se convirtió en el tutor de la niña, y administrador de la indemnización monetaria que la compañía ferroviaria entregó. Consuelo, la asistente del cura, es una mujer compasiva y amorosa que cuida de la niña como si fuera su hija, durante el día ve por ella pero al anochecer la deja sola en la casa en que habitaba con sus padres. La pequeña pasa las noches aterrada, durmiendo en uno de los cuartos que circundan el patio central; escucha el correr de las ratas bajo su cama, el ulular del búho que ha quedado como huésped en el cuchitril de la azotea y el agudo aullido de los coyotes. A sus escasos cinco años, Julia ya asistía a la escuela y a esa corta edad ayudaba a la maestra Gertrudis en el aseo de los salones.
Cada año el poblado de
La Purísima se despabila durante las fiestas patronales en honor de la Virgen
de la Purísima Concepción; en ese día se celebra misa, se hace la procesión
alrededor del “zocalito” y hay quien vende comida y tepache; el baile no es
permitido por el padre Chava pues dice que se presta a despertar los deseos
carnales entre los jóvenes. También hay otra celebración importante, se trata
de la clausura anual de los cursos en la escuela primaria en esa ocasión se
entregan las calificaciones y los alumnos presentan tablas gimnásticas y
bailables.
Últimamente hay un alboroto
inusitado en el pueblo; en días pasados un camión descargó un gran bulto en
forma de monigote y cubierto con costales; dos soldados construyeron un
pedestal y sobre este colocaron la mole; en cuanto estos se fueron, no faltaron
los curiosos que tiraron del envoltorio y en la placa leyeron una inscripción que decía:
JACINTO PALMA
Héroe de la Revolución
Oriundo de este lugar
La gente se hace cruces
preguntándose de quién se trata, ya que ni los viejos recuerdan a ese fulano. Sin embargo en un
poblado cercano dicen que es a ellos a quien pertenece esta escultura, ya que
tanto el peluquero como sus hijos y los padres de este, llevan ese apellido; las
protestas de los inconformes no llegan a más ya que ignoran a quién dirigirse
para hacer la aclaración.
Y efectivamente esa
estatua no iba dirigida a La Purísima; el chofer del camión la desembarcó ahí por
error y después se negó a llevarla al sitio correspondiente alegando que solo
le habían pagado por un viaje y no por dos. Así es que Jacinto Palma será
homenajeado en el lugar equivocado.
Con gran diligencia el
síndico municipal prepara una ceremonia, se sabe que un importante
representante del gobierno develará el monumento. El programa será sencillo, además
de los discursos y las tablas gimnásticas, Julia, la jovencita más bella de la
pueblo, entregará una guirnalda de flores a tan digno comisionado; y para
cerrar el acto cívico, se agasajará al visitante con un banquete.
Levantando una inmensa
polvareda aparece una automóvil del ejército; al llegar a la placita frena súbitamente
levantando una gran nube de polvo que baña a los presentes; presurosamente un
soldado baja del auto, abre la puerta trasera y desciende el coronel Carlos
Altamirano vistiendo uniforme militar y lentes oscuros; es un tipo apuesto,
fanfarrón y pedante, malhumorado golpea sus pies sobre el suelo tratando de
sacudir el polvo de sus botas, peina su cabello y acaricia su entrecano bigote;
a sus ya cincuenta años aún guarda buena figura.
Bastante enfadado
soporta los discursos y el resto del programa pero en cuanto tiene frente a él
los bellos ojos azules de Julia y recibe las flores, su rostro se transforma,
sus ojos adormecidos se abren, su boca esboza una sonrisa, se pone de pie y besa
a la muchachita en la mejilla y queda prendado de tan linda doncella.
En cuanto termina la
ceremonia, toma de la mano a la jovencita y la lleva a sentarse a su lado
durante el banquete. En enseguida inicia sus cortejos a los que la niña
reacciona con timidez.
Entre galanteos y
adulaciones el militar le dice:
— Mi
reina… ¡Se viene conmigo a la capital!
—
¿Cómo cree mi coronel?... así nomás… pues no.
— Pues
como que digo que sí. Ya le eché el ojo y no la suelto, ¡como que me llamo
Carlos Altamirano!
Por fin después de
tanta insistencia por parte del hombre, Julia responde:
— Sí,
mi coronel, me voy con usted… pero solo siendo su esposa.
El miliar se da cuenta
de que no será tan fácil convencerla, pero está decidido a no dejar escapar a
tan tierna paloma. Cuando se despiden la besa en la mejilla y sin soltarle la
mano le susurra al oído:
— No
me iré sin llevarte conmigo… así que ya lo sabes preciosa… alístate.
Por la noche el coronel
visita al cura. Consuelo les ofrece una copita de jerez, bebida que el clérigo
acostumbra beber antes de dormir.
—
¿Cómo que jerez mi curita?... esa bebida es pa´las viejas, beberemos mezcal, ¡eso sí que es pa´los machos!
Y con un fuerte grito ordena
a su subalterno traer del auto la otra
botella. Conforme la van bebiendo, el militar cuenta chistes subidos de tono
que logran que el religioso ría a mandíbula batiente; ya han bebido bastante cuando
el curita se sincera con su nuevo amigo, y al terminar los últimos tragos ya
son verdaderos camaradas.
— Mire
mi curita, usted me casa en los próximos días con Julia y yo le doy una buena ración
de estas píldoras azules que lo harán volver a sacar su juventud.
— Sí,
mi coronel y siesque me gustan… y se me acaban... y después... ¿Qué?
— No
se preocupe mi curita, usted cáseme y tendrá de siempre una buena dotación que
le haré llegar puntualmente… tendrá hasta pa´vender.
Y chocando las copas
terminan diciendo a dúo:
—
¡Pacto de hombres!
Ya con el párroco de
acuerdo, el coronel le ofrece a Julia darle la mejor boda de que se tendrá
historia en La Purísima; sin embargo sabe que para llevarla a cabo es necesaria
la cooperación de todos los lugareños. Se entrevista con las autoridades y les
promete hablar con el gobernador para que se pavimente el camino y también garantiza
la perforación de otro pozo. Se
compromete con la maestra Gertrudis de remozar la escuela. Con todas estas propuestas,
la gente está decidida a colaborar a cambio de las mejoras que recibirá el
lugar.
Consuelo prepara a
Julia para los esponsales, planea comprar la tela del vestido de novia y le pedirá a la esposa del carnicero que lo
confeccione ya que es la única que tiene máquina de coser, pero como por desgracia
no hay tiempo para ello piensa que la mejor solución será: vestirla con la
túnica de la virgen; tanto las beatas como la catequista se opones a tal
irreverencia, sin embargo el cura las convence al decirles:
— Julia
es virgen y huérfana, nadie más que ella merece este privilegio –y agrega –no
olviden que de esta boda depende la pavimentación de la carretera.
Entre cuchicheos y
malas caras aceptan esa aberración pero ponen por condición que Julia se
despoje del ese ropaje antes de llegar al lecho nupcial, el sacerdote está de
acuerdo en hacer cumplir ese requisito.
Por su parte el síndico
municipal da órdenes de barrer el atrio del templo, poner tablones sobre tabiques
para colocar las cazuelas de comida y amarrar a los perros que tengan dueño y a
los que no, matarlos a palos.
La maestra propone que
los niños de quinto canten durante la misa el Ave María pues ya la tienen
ensayada.
El día de los
desposorios Julia luce angelical, a sus apenas catorce años aún tiene carita de
niña, su pelo rubio peinado en caireles es
coronado con una diadema de rosas blancas, hechas de papel de china. Todos los habitantes del pueblo y de las rancherías cercanas asisten
a la boda. La parroquia está a reventar de mirones, unos recién bañados y otros no así como de
chiquillos piojosos escurriendo mocos verdes. Dos soldados custodian al coronel
que acaricia su entrecano bigote, como saboreando de antemano el delicioso manjar
que está a punto de disfrutar.
Durante la ceremonia
religiosa el padre Chava colma de elogios al caballero que ha osado desposar a tan
linda doncella, y por otra parte le hace ver a Julia cuan afortunada es al
convertirse en esposa de tan noble varón.
A los acordes de la
marcha nupcial, los recién casados salen del templo y ya en el atrio los
alumnos de sexto hacen valla, vitoreándolos.
Durante el banquete hay
comida y bebida suficiente para todos los asistentes, el júbilo de Julia es
infinito, con ansiedad espera que llegue a su fin el festejo para irse con el coronel
y alejarse del pueblo para siempre.
Terminada la fiesta,
Consuelo se despide de Julia, llorando
le da la bendición y le entrega una maletita con su ropa; cuando la recién
casada corre rumbo al auto, el militar la detiene y le dice:
— ¡Momento
mi reina!, pasaremos aquí unos días hasta que la casa de la capital esté lista
para recibirla como la gran señora que es… ¡La esposa del coronel Carlos
Altamirano!
La levanta en brazos y
caminando por las polvosas calles se dirigen a casa de Julia, la escuálida
figura de la joven queda diluida entre el fornido cuerpo de su ahora esposo; en
su caminar escuchan el aullido de los coyotes en el monte.
Al llegar a casa de
Julia, de una patada el hombre abre la puerta y antes de entrar a la recámara a
tirones desgarra la túnica de la virgen; alumbrados por los rayos de luz de la luna,
el hombre queda maravillado al descubrir una núbil figura que apenas atisba a
ser la de una mujer; sus pequeñísimos senos y los finos hilos dorados que
cubren sus axilas y pubis quedan aprisionados bajo el pesado cuerpo del
coronel.
Por dos semanas no
salen de la casa, Consuelo les lleva comida que deja por fuera de la puerta. Las pastillas azules se están acabando y no
llega el nuevo suministro; es más el coronel ya no quiere pastillas, está
agotado, lo que desea es huir; en cambio Julia se ve rozagante y feliz, su
belleza se ha intensificado.
Una mañana cuando los
enamorados están desayunando, un soldado llama a la puerta trayendo el encarguito; en seguida el coronel va
a su encuentro, le da instrucciones y dirigiéndose a su esposa le dice:
— Me
llaman a cubrir un servicio… de inmediato tengo que salir.
— Y…
entonces… ¿Ya me voy contigo? –pregunta la joven.
— No,
espérame aquí… pronto regreso por ti –y apresuradamente abandona la casa.
Desde el portón y con
lágrimas en los ojos Julia ondea su mano
diciéndole adiós pero él ya no voltea.
Esta fue la última vez
que lo vio, el coronel no regresó nunca más, ni mandó por ella; tampoco le dijo
que era casado.
Sin embargo a partir de
entonces ella espera su regreso, conserva la maletita a un lado de la puerta y desde que nació Carla
va sumando la ropita de la niña.
Ahora que el padre
Chava toma la milagrosa pastilla a
Consuelo se le ve muy contenta y muy risueña.
El camino a La Purísima
jamás se pavimentó, no se perforó pozo alguno ni se remozó la escuela; empero
el cura recibe puntualmente la dotación de las pastillas azules. Este le
informó al militar sobre el nacimiento de la criatura, por lo que ahora en el
paquete viene una nota y un poco de dinero.
Ahora Julia trabaja
como empleada en la oficina de correos, cuando llega la valija con la
correspondencia revisa cuidadosamente las cartas esperando que alguna venga
dirigida a ella, ignora que el coronel le escribe y manda dinero a través del
cura, pero ninguna de las dos cosas llegan a sus manos. A espaldas del
padrecito, Consuelo toma monedas de las limosnas para comprar ropita y
alimentos para la nena, a la que quiere como si fuera su hija, ya que los dos
bebes que ha parido, en cuanto nacen, el padre Chavita los ha enviado al
hospicio del Saucito como “hijos de padres desconocidos, abandonados a las
puertas del templo”.
En el pueblo ya hay un cine,
Julia acude a ver las películas de guerra, se imagina que su marido aparecerá
entre esos militares; en más de una ocasión gritó:
—
¡Carlos Altamirano!, aquí estoy.
Esa noche la función
fue más larga que de costumbre, y además en la calle se encontró con una vecina
que platicaba sin parar, en cuanto se liberó de ella de prisa se fue rumbo a su
casa; al entrar de un golpe cerró la puerta, a grandes zancadas trató de
alcanzar la recámara, tropezó en las baldosas y casi a punto de caer se incorporó,
sin detener su paso, alcanzó el ropero y al abrirlo no encontró a la niña por
lo que recorría las habitaciones gritando
con desesperación:
— Carla…
Carla… ¿Dónde diablos te has metido?
Sus piernas temblaban y
sentía la boca seca, regresó al mueble, tiro de la ropa colgada y ahí descubrió
a la niña dormida hecha un ovillo; la toma por el cabello, de un fuerte jalón la saca y
enseguida llorando la abraza.
— ¡Me
asustaste, creí que algo te había pasado… ¿Qué no escuchabas…? - le preguntó.
— No
mami, me quede dormida… ¿Qué me trajiste? … platícame la película.
— Mi
nena linda, bien sabes que siempre que voy al cine te traigo un panecillo –y estrechándola
entre sus brazos le narró la película.
Ya son varios años que por
las tardes Julia encierra a la niña adentro del ropero, pero la noche que la
encontró medio dormida, acurrucada entre la ropa salpicada de manchas color
rubí se dio cuenta de que Carla se había convertido en mujercita y se juró no hacerlo
nunca más.
Aún espera el regreso
del coronel, ya tiene los ojos desteñidos
y secos de tanto llorar. En las noches de luna llena los fuertes aullidos de
Julia, al unísono de los coyotes, despiertan al pueblo entero, y únicamente sumergiéndose
en la pileta de agua fría logra mitigar la pasión que la abrasa.
Los habitantes de La Purísima
lastimosamente ven que Julia está siendo
presa de muchas disparatadas manías. Consuelo no encuentra como ayudarla. La
obsesión por encontrarse nuevamente con
su marido le ha hecho perder la cabeza y no escucha consejos.
Los domingos saliendo
de misa y llevando a Carla tomada de su manita se dirige a orillas del camino y
por horas permanece ahí; ya al atardecer le dice a su hija:
— Hoy
tampoco llegó… quizá para la próxima.
Un buen día al sacudir el estante en que se guardan las hojas del
evangelio, Consuelo encuentra las notas que el coronel ha mandado para Julia;
ahora ya sabe cómo comunicarse con el militar y ponerlo al tanto de la demencia
de su mujer.
Un buen día Julia
escucha el motor de un carro que se dirige al pueblo; sale al portón y entre la
nube de polvo alcanza a ver un auto
color verde, ciertamente es un vehículo del ejército que frena frente a su
casa, con sorpresa ve descender a un uniformado que se encamina de inmediato a
ella y exclama:
—
¿Julia?...
—
¡Carlos? – responde Julia.
Con premura sujetándolo
de la mano lo mete a la casa. Advierte que está más esbelto y guapo que como lo
recuerda y ya no usa bigote. Toma por los cabellos a Carla y de un jalón la
mete al ropero. Arrebatadamente a tirones se quita la ropa dejando ver un
cuerpo ya convertido en el de toda una mujer; el hombre queda atónito ante esa
hermosura. Ella se abalanza sobre él para despojarlo del uniforme, los dorados
botones de la chaqueta salen disparados golpeando contra al piso y las paredes.
Es tanta la pasión que Julia tiene reprimida, que la desborda como hembra en
celo.
Atónito el militar
acierta a decir:
—
¡Señora?… Yo solo vengo a conocer a mi hermana.
Impactante historia sobre el poder, la pobreza y la locura...
ResponderEliminarLa cruda realidad, la ambición, de obterer beneficios a cambio de promesas incumplidas sin importarles los daños a terceros, muy bién. Con un final sorpresa.
ResponderEliminarSaludos