lunes, 26 de septiembre de 2022

Todo fluye

Rosario Sánchez Infantas


Fui yo quien le negó el último favor que solicitó en vida.

Pasaron cosas insólitas aquel setiembre en la ciudad de la eterna primavera. Enclavada en la sierra central peruana, la localidad en la que vivo permite transitar desde el último ramal de la cordillera de los Andes hacia la selva amazónica. Al atravesar un túnel de cuatrocientos metros se deja atrás el clima templado y seco y uno se sumerge en el ambiente cálido y húmedo de la jungla.

A los sesenta años empecé a tener miedo de utilizar mi cuarto de baño. Parte de mi rutina cada sábado era ordenar, limpiar y trapear. El agua del trapeado la echaba por el inodoro. Aquel sábado, de improviso, pensé que esa agua sucia iba al sistema de desagüe de la ciudad y de ahí al río Huallaga, el cual se interna en la Amazonía rumbo al océano Atlántico. Era cuestión de tiempo. Veinte o treinta horas de recorrido y estas aguas residuales, pasarían por dónde estaba flotando su cadáver. O por donde quizás estuviera atrapado en las ramas de algún árbol ribereño, atascado en un médano o playa que el río forma de trecho en trecho.

El día anterior me impactaron los titulares de los diarios: un poeta foráneo se había ahogado en el río Huallaga cerca de un poblado selvático ubicado a dos horas de mi ciudad. El desarrollo de la noticia confirmaba que era él: Fredy Santibáñez Pérez. Nadaba en el caudaloso río, fue atrapado por un remolino y luego arrastrado por la corriente. Lo estaban buscando río abajo. Ahora me parecía que verter agua sucia por el desagüe era afrentar su cuerpo y lo que en este momento constituía su entorno.

Ese sábado no trapee mi casa. Barrí y me engañé diciéndome que no tenía tiempo suficiente. Evité ingresar y usar el cuarto de baño porque al estar entrando sentí una opresión en el pecho al pensar en el ahogado. Una hora más tarde al acercarme al lavabo, experimenté una violenta compresión y el corazón empezó a latir desbocado. Me dije que ya era hora de hacer pintar la sala, que podía aprovechar el fin de semana y que siendo dañinas las partículas de la pintura, me alojaría un par de días en un hotel cercano. Coordiné con el pintor, saqué un breve equipaje, cerré puertas y ventanas y al pasar frente al cuarto de aseo el sudor mojó mi rostro y sentí la dolorosa constricción del pecho y la garganta.

Ese día estuve muy ocupada haciendo diversas gestiones pendientes y regresé muy tarde al hotel. Hacia la medianoche cuando fui al baño, de manera súbita, comprendí lo obvio: todos los subproductos de mi vida civilizada van al Huallaga…y llegan a él. No tengo alternativa. Vivir modernamente implica echar todo lo vil y despreciable al agua que habrá de llegar hasta donde se encuentra su cuerpo aún no rescatado.

Aquella noche no dormí. Varias veces sentí que iba a sucumbir cuando mi corazón latía violentamente, mi cuerpo tenso temblaba sin control y mi respiración se agitaba. Y es que en el silencio de la ciudad que yacía percibí ruidos escalofriantes en las tuberías del cuarto de baño. De pronto me di cuenta que la cama estaba demasiado próxima a la puerta del retrete y por lo tanto conectada con él. El pánico me hizo saltar de ella. Arrastré una silla colocándola cerca a la puerta de la habitación y me senté a esperar que amaneciera. ¡Fue una eternidad! Necesitaba usar el inodoro y tomar una ducha. Aquí no iba a poder hacerlo. Solo pensarlo me llenó de terror, me dolió fuertemente el torso, sufrí un gran mareo, se entumecieron mis manos y me di cuenta de que perdía el control de mí misma. Busqué en mi memoria otro hotel cercano, noté alivio al hallarlo, me imaginé ingresar al lavabo en él, el sudor perló mi frente, sentí una dolorosa opresión en el pecho y la sensación de que algo me encapsulaba y me constreñía cada vez más. ¡Mi vida estaba acabada!

Rompí en llanto. ¿Qué podía hacer? Debía pensar como una mujer adulta. ¿Qué le diría a una niña asustada? «Lo que estás haciendo no resulta, empeora la situación. Hay que cambiar. ¿Qué estuviste haciendo? Evitaste exponerte al temor inicial.» Suspiré. ¿Cómo enfrentar a la imagen del cadáver hinchado y desfigurado que era buscado Huallaga abajo?

En una fracción de segundo me llegó la idea: ¡así no era él! Así no lo conocí. Hice el esfuerzo de recordarlo. Vino a mi mente su rostro risueño de un año atrás en un congreso literario realizado en la capital. Fluidamente pasaba de una idea a otra mientras gesticulaba, modulaba la voz, preguntaba, hacia pausas, se desplazaba y representaba con su cuerpo los mensajes, emociones y sentimientos. Casi en trance sus oyentes terminaban amando u odiando, lo que les proponía el filósofo y poeta de mediana edad. Cuando tomaba la palabra parecía acrecentarse su estatura de un metro y sesenta centímetros. Nacido en una provincia del interior peruano hizo del mundo su hogar el intelectual de tez trigueña, nariz aguileña y ojos pequeños, negros y vivaces. Sonreí al recordar algunas expresiones de su fino humor.

A ese hombre inteligente y gracioso pude expresarle desde el fondo del alma: «¡Perdóname, hermano!». Lloré mucho y le hablé sintiendo cada palabra.

«Sé que me entenderás. Te conocía superficialmente. Sabía de tu círculo de poesía, de tu posición de izquierda que se expresaba en tiempo y esfuerzo dedicados a sacar adelante recitales artísticos y ferias de libros en los lugares más alejados del país. Después de saber de tu accidente busqué información en las redes sociales. Leí testimonios de jóvenes con vocación literaria que recibieron tu crítica constructiva, aliento y el espacio físico en tus publicaciones populares para desplegar sus potencialidades. Otros te agradecían que los escucharas en medio de una crisis personal. Destacaban tu gran sentido del humor, cuánto valorabas la amistad, tu ansia por beberte la vida y disfrutar la bohemia. Y, sobre todo, tu desprecio a los estereotipos sociales».

Volví a llorar mucho mientras ordenaba mis ideas sobre lo ocurrido en los últimos días. Respiré profundamente y volví a hablarle a Fredy: «Cuando, mediante un mensaje, me pediste hospedaje mientras durase el congreso de filosofía que se realizaba en mi ciudad no fue fácil decidir negártelo. Fueron muchos días de conflicto.

Lo primero en que pensé fue en guardar las formas en esta pequeña ciudad conservadora que no vería bien que una mujer seria y que vive sola hospede a un hombre. Rechazo racionalmente muchas convenciones sociales; pero no puedo confrontarlas todas. Imaginar que te alojaba me puso ansiosa: podías juzgar mi casa. Soy una persona solitaria y sencilla lindando con el descuido. Mi trabajo es muy demandante y no tendría tiempo para atenderte.

Tuve miedo de que malinterpretases hospitalidad con oportunidad de flirteo, de que regresases a mi casa embriagado o trajeses otras personas. Mis amigos reforzaron la idea de que no podía tener en mi casa a un desconocido».

Decidí salir a caminar en la luminosa mañana de domingo. Con una gran paz me fui alejando de la ciudad por un camino polvoriento que une los cultivos de caña de azúcar bajo la sombra de árboles de pacaes, naranjas y lucmas. Sistematizaba mis ideas. Volví a dirigirme a Fredy: 

«Sabía que si no te alojaba estaría triste por no actuar de acuerdo a mi naturaleza generosa, además sentiría culpa por el imperativo social de ayudar a los demás. Pero tenía que ser quien se espera sea: formal, mesurada y sensata. Me doy cuenta de que, entre mis labores burocráticas y vivir de acuerdo a las expectativas ajenas, se me está yendo la vida. Recuerdo que Cortázar dijo: “Hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado”. Anhelé ser yo misma, pero más pesó el miedo, hermano».

Mientras cortaba unas flores de retama seguía pensando. Inhalé su aroma delicado asociado a mis sueños infantiles, y le dije a Fredy: «Tu magia consistía en darle voz a lo que tus oyentes hubiéramos querido decir, pero los convencionalismos no lo permitían. También nos mostrabas lo evidente pero apenas vislumbrado. Hace un año enfatizaste que el cambio es permanente y que todo debe transformarse y avanzar con la historia, con el tiempo, con la sociedad y la naturaleza.  Que nadie se baña dos veces en el mismo río, pues ni la persona ni el río son el mismo un momento después. Hoy no soy la misma. Avancé con tu historia. Renunciaré a mi trabajo burocrático y me dedicaré a la literatura y a ser yo misma, porque “Todo fluye”. ¡Gracias, hermano!».

Había llegado a la ribera del río Huallaga. Besé el ramito de flores de retama antes de lanzarlo. Las vi partir mecidas por las aguas turbias. Empezó una delicada lluvia con sol. Me pareció escucharle diciendo: «Todo fluye».

1 comentario:

  1. Me gustó la narración. Avanza como su título, fluye interesante en medio de las disquisiciones del narrador

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