Omar Castilla Romero
Miguel
sacó el teléfono móvil de su bolsillo para hacer una llamada con el rostro cargado
de angustia durante la espera. De pronto se oyó una dulce voz femenina del otro
lado.
—Aló, buenos días, hermanito, ¿cómo estás?
—Aló
manita, bien ¿y tú? ¿Cómo amaneciste? ¿Ya te sientes mejor?
—No
he tenido más fiebre y toso menos, pero todavía me duele mucho el cuerpo. Ah y
otra cosa, tengo un antojo —Se oyó una risa.
—¿Qué
quieres que te lleve?
—Vale
gracias, quiero unos caramelos, el problema es que el portero de la clínica no
deja entrar nada, ayer mami trajo uvas y no las pudo ingresar.
—No
te preocupes, ya veré como hago.
—Bueno
vale, espero tu visita.
Alejandra
era la hermana menor y adoración de Miguel. Hacía una semana se había enfermado
con el virus y aunque se supone que a los jóvenes no los ataca de forma agresiva,
los síntomas en ella fueron tan intensos que obligaron a hospitalizarla. Miguel
lucía marcadas ojeras producto del insomnio asociado a la preocupación. Incluso
solicitó al alcalde en cuyo despacho trabajaba como secretario, permiso para ausentarse
unos días. Este, entendiendo su situación le permitió un descanso gracias a la alta
estima que le tenía, pues con su ayuda logró depurar de corruptos su
administración. Aquella labor les granjeó muchos enemigos que intentaban por
todos los medios destituir al alcalde y a Miguel, hombre sin tacha en parte por
idealista, en parte por ser nuevo en política. Su madre se preocupaba pues
pensaba que al meterse con gente tan peligrosa ponía en riesgo su vida, sin
embargo, él parecía no tener miedo o si lo tenía lo compensaba con la
satisfacción de hacer lo correcto. Ingresó a un supermercado cercano y se
dirigió al área de golosinas agarrando un paquete de caramelos de marca Andina,
que sabía eran los favoritos de su hermana, pero vio que era un tanto
grande y pensó que no podría ocultarlo en el bolsillo de su chaqueta, por lo
que lo guardó a ver si cabía y notó que lo hacía sin inconvenientes, así que sería
difícil que el portero de la clínica lo detectara. En ese momento cayó en
cuenta de que cualquier persona que lo estuviera observando pensaría que estaba
robando, así que sacó las golosinas de inmediato y se dirigió a pagar a la
caja.
Para
Damián Fernández su día de trabajo transcurría igual que cualquier otro del último
mes desde que asumió el cargo como jefe de seguridad en la sede local de almacenes
La Cima. Su rutina era vigilar las instalaciones del accionar de los
ladrones, por lo que pasaba la mayor parte del tiempo posando su regordete
trasero en una silla de la cabina, desde donde observaba lo que ocurría en el almacén
a través de las diferentes cámaras de seguridad instaladas en el edificio, a la
vez que escuchaba música para escapar del aburrimiento. De pronto vio en uno de
los pasillos a un hombre que se introducía un paquete en la chaqueta y luego lo
palpaba para evaluar si se notaba.
—Vaya,
vaya —dijo y señaló el segundo monitor de arriba a la derecha —Mira lo que
tenemos allí.
—Parece
que se quiere robar algo —dijo el asistente —, oh, pero mira, lo acaba de sacar
del bolsillo, como que se arrepintió.
—Te
equivocas —le espetó Damián—, el robo fue consumado.
—Pero
¿cómo? Si lo volvió a sacar y no sabemos si irá a pagar.
—Mira
si yo digo que el tipo fue sorprendido robando es porque así fue. Si tienes
alguna objeción recuerda que dormir en horas laborales está prohibido y hay en
mi poder más de un video que atestigua que lo has hecho.
El
ayudante hizo una expresión de indignación, pero guardó silencio. Luego Damián
se levantó de la silla y salió hacia el pasillo de tecnología.
Miguel
pensaba en que tendría que regresar a sus actividades al día siguiente. Le
agradaba su trabajo, pero se había vuelto extenuante por cuenta de la presión
que ejercían los poderosos a los que había desbancado de sus privilegios. En
ese momento vio como dos individuos le cerraban el paso.
—Buenos
días, señor —nos permitiría una requisa le dijo el que parecía ser el jefe, que
sin mediar palabra metió la mano en el bolsillo de su chaqueta—. ¿Qué hace este
teléfono móvil en su bolsillo?, ¿acaso se lo piensa robar?
—Pe...
pero ¿cómo?, ¿no sé cómo ha llegado allí? —respondió Miguel sorprendido.
—Eso
no es lo que atestigua la cámara donde se ve claramente cómo usted introducía un
paquete en la chaqueta, el mismo que ahora encuentro en su bolsillo, ¿qué más
pruebas quiere? —preguntó Damián.
—Oh
por Dios señor por qué hace esto, si en verdad vio el video completo, pudo
observar que yo lo saqué del bolsillo enseguida.
—¿Entonces,
reconoce que lo ocultó?
—Sí…
ósea no, es que usted no entiende.
—Qué
quiere que entienda que es un ladrón de supermercados. Lo peor es que el señor
Miguel no se ve de mala procedencia.
—¿Cómo
sabe usted mi nombre?
—Eee…
el sistema de cámaras es muy avanzado —respondió titubeando, luego se dirigió a
su asistente, quien lo miraba perplejo —vigílalo mientras hago una llamada.
Miguel
se quedó un momento mirando lejos y luego se dirigió al encargado de cuidarlo.
—Oye,
mira esto es un malentendido yo no he hecho nada, te lo puedo jurar —notó en sus
ojos nerviosismo y entonces agregó—. Sabes que no estoy mintiendo, por favor
ayúdame.
—Aunque
quisiera no puedo, me tiene amenazado.
—Por
favor no permitas que cometan una injusticia, por lo menos dime por qué sabe mi
nombre.
—No
tengo idea —respondió a la vez que se encogía de hombros.
—Entonces,
¿cómo se llama?
—Damián
el Zorro Fernández.
—Damián Fernández, ese nombre me suena familiar.
—Señor
Truco, le tengo una primicia —decía por teléfono Damián mientras hacía una
pausa para respirar—, sí señor, tengo al perro de Miguel cogido de las pelotas
y esta vez no veo como se pueda escapar —de nuevo tomó una bocanada de aire y agregó—
claro que sí, esta vez es verídico, fíjese las cosas de la vida, lo he agarrado
robando en el supermercado… Sí, en el que trabajo desde que me despidieron de
la administración de impuestos; sí señor, robando, bueno más o menos, en todo
caso eso no importa, el punto es que tengo una grabación, entonces creo que esto
debe interesarle. —Se oyó otra pausa y luego preguntó— ¿Qué?, sí, se la puedo
pasar, pero usted entenderá que después de esto es posible que pierda mi
trabajo, así que no estoy tan seguro de hacerlo. —De nuevo hubo un silencio— Gracias
señor Truco, pero me pregunto qué haré mientras usted me devuelve el trabajo, no
sé, no estoy convencido…, claro que sí señor, pero con cuánto… ¿Cuánto?, señor
agradezco su oferta, pero preferiría que fuera el doble… Entonces, ¿trato hecho?
Perfecto, hace la consignación a mi cuenta bancaria y de inmediato le envío la
grabación.
Cinco
minutos después regresó el supervisor llevando a Miguel y al asistente a través
de un pasillo que terminaba en unas escaleras, las cuales conducían a una oscura
oficina en el sótano del almacén en cuyo interior había multitud de cajas desde
donde se oía el chirrido producido por las ratas que vivían allí. Mientras
Damián jugaba al policía malo para intimidarlo, Miguel se desconcentraba con el
ruido de la respiración entrecortada del supervisor debida a su extrema gordura.
Luego intentó aclararle que se trataba de un malentendido, pero no sirvió de
nada. Sonó el teléfono, era su hermana, desvió la llamada. Sonó otras dos
veces. Empezaron a llegarle mensajes de texto cada vez más frecuentes, al punto
que tuvo que silenciar las notificaciones. Cuando terminó de escuchar a Damián abrió
el celular para ver de dónde venían tantos mensajes. Le habían escrito unas
veinte personas, entre ellas su novia, su hermana, su madre y el alcalde. Se
preguntó cuál podía ser la causa y decidió abrir primero los de su hermana temiendo
que le hubiera ocurrido algo grave, pero se encontró con un panorama diferente:
¿Hermanito te encuentras bien? —escribía. Él respondió que sí, que por qué se lo preguntaba,
entonces ella le envío el video donde se veía guardando un paquete en su
bolsillo en el supermercado. No es lo que tú piensas —aclaró—, es un malentendido, pero ya lo estoy resolviendo. Cualquiera
que viera el video podría creer que estaba robando, puesto que solo se veía la
primera parte. Sabía que esto causaría un daño irreparable en su reputación y
que debía estar circulando en las redes sociales, entonces pensó en la posibilidad
de que fuera una treta de sus enemigos políticos, pero abandonó la idea creyendo
que se estaba volviendo paranoico. En todo caso si ya el alcalde lo había visto,
debía estar furioso. En ese momento sonó el teléfono.
—Aló
Miguel, me parece increíble que hayas caído tan bajo, mis ojos lo ven y no lo
creen, has echado en saco roto el trabajo de dos años, ¿ahora qué credibilidad
va a tener mi administración que dice luchar contra los corruptos y ladrones?
—Señor
alcalde, puedo asegurarle que es una confusión y ya lo estoy resolviendo, luego
le marco —y le colgó.
De
nuevo abrió la aplicación y vio el mensaje de su novia Silvana, quien le
preguntaba si él era quien aparecía en el video. Si soy yo, pero no
es lo que piensas. Ella respondió lo siento eres alguien especial, pero
esto no lo puedo tolerar, además si en mi trabajo se enteran de que mi novio es
un cleptómano, no podré obtener el ascenso que vengo esperando hace meses.
Cuando le escribió pidiendo que se vieran para explicarle personalmente lo
sucedido, notó que su mensaje no cargaba. Marcó a su teléfono, pero se iba a
buzón de voz. Intentó escribirle por medio de las redes sociales, sin embargo,
era tarde, ya lo había bloqueado en todas. Era increíble, su novia lo estaba goshteando.
No quiso ni siquiera abrir los mensajes de su mamá imaginando la perorata: Así
es como me pagas, ¿acaso esta es la crianza que te hemos dado? ¡Cómo nos haces
esto Miguel! En fin.
Esperaba
en la oficina sudando a cantaros por el calor infernal que reinaba a pesar del
viejo aire acondicionado que trabajaba a expensas de un ruido insoportable. En
ese momento llegaron dos agentes de policía.
—Buenos
días, señores —dijo uno de ellos a la vez que se acomodaba el quepis. Luego
giró y se sorprendió al ver allí a Miguel—. Señor secretario, ¿qué hace usted
aquí?
—Es
una larga historia, me tiene retenido el jefe de seguridad del almacén
acusándome de haber robado un celular.
—¿Cómo
puede ser eso?, de seguro no lo conoce, pero dígame algo, ¿de verdad no lo robó?
—Por
supuesto que no, teniente, no sé por qué me está pasando esto —entonces se le
vino a la mente que sí era posible que todo fuera un complot en su contra.
—Creo
que puedo ayudarlo, pero señor secretario, usted sabe cómo se mueve esto,
siempre se necesitan recursos para poder estimular a la gente —dijo frotando el
índice contra el pulgar.
—¿Recursos?
—se encogió de hombros y luego agregó—, ah ya entiendo, le agradezco teniente,
pero prefiero mantenerme firme en mis convicciones. Soy inocente y lo
demostraré.
El
policía hizo un ademán despreocupado y procedió a tomar los testimonios, luego
de lo cual se marchó junto a Damián a legalizar la denuncia. Unos minutos
después lo llamaba Fercho su mejor amigo, pensó en desviar la llamada, pero al
final contestó.
—¿Ajá
llave cómo anda todo?, te tengo la última, ahora eres famoso.
—Oye
Fercho tu eres la patada —le respondió Miguel, sorprendido ante su
capacidad de convertir hasta la peor tragedia en un acontecimiento—. No te das
cuenta de que esto puede hacerme la vida cuadritos.
—Ombe
Migue quién dijo, fama es fama, buena o mala. Es más, deberías
aprovechar tu cuarto de hora y volverte influencer para que te llenes de
billete. Mira cuantas personas te siguen en las redes sociales.
Miguel
abrió su Instagram y notó que de ciento cincuenta seguidores que tenía el día
anterior, pasó a más de veinte mil, de seguro para mirar la vida de rey que se
daba el nuevo ladrón de la ciudad. Notó que en la mitad de los comentarios le
recriminaban y en la otra lo exaltaban como el héroe que robó al infranqueable supermercado
que abusaba de sus precios.
—Vale,
luego hablamos, debo resolver algo —y le cerró la llamada.
Sacó
una caja de chicles de menta que tenía guardada en el bolsillo, se metió uno a
la boca y lo masticó. En ese momento se le vino de nuevo la idea de que lo que pasaba,
estaba relacionado con su trabajo, pero solo podía demostrar que era inocente
teniendo el video completo. Quizás el único que podía ayudarlo era el asistente
que se había quedado a vigilarlo. El problema era el pánico que le tenía al
supervisor, así que debía encontrar la forma de convencerlo. Pero ¿quién era aquel
hombre que se le hacía familiar? Empezó a hacer memoria y cayó en cuenta de que
uno de los analistas que tenía contratado Truco, el político corrupto, se llamaba
Damián. Solo hasta ese momento pudo atar cabos.
—Oye
si te ayudo a deshacerte de tu jefe, ¿me apoyarías?
—No
creo que sea posible, ese tipo es muy astuto, por algo le dicen el zorro.
—Resulta
que ya recuerdo quien es y sé por qué está haciendo esto. Es por venganza, debido
a que yo revelé todos los desfalcos que hizo a la administración municipal, así
que puedo desenmascararlo ante los dueños del almacén.
—¿Y
por qué no usa eso para para que lo deje en paz?
—Porque
quiero limpiar mi nombre y en eso solo tú me puedes ayudar.
—Le
voy a confesar algo, antes de detenerlo él fue al área de tecnología y tomó un
teléfono móvil que fue el que introdujo en su bolsillo.
—Eso
puede ayudar, pero sería tu palabra contra la de él, a menos que consigamos la
grabación de las cámaras de ese pasillo.
—De
seguro ya la borró, es muy astuto, sin embargo…
—Sin
embargo, ¿qué?
—Hay
una cámara que mira hacia ese sitio, que no se puede borrar desde la cabina,
así que podríamos ir y extraer la memoria.
—Entonces,
vamos allá.
Salieron
de la desvencijada oficina e hicieron el recorrido de vuelta hasta llegar al pasillo
donde se encontraba la cámara. Tomaron una escalera rodante que había al final de
este, gracias a la cual el asistente se subió para abrir con un destornillador
el compartimento que guardaba la memoria. En ese momento notaron que Damián se
acercaba por lo que el asistente la extrajo a toda prisa y se la entregó a Miguel
quien acto seguido empezó a correr. Detrás de él iba el supervisor que hacía un
esfuerzo sobrehumano debido a su obesidad. Miguel podía oír el jadeo de la
respiración cerca de él, cuando hizo un ágil giro a causa del cual Damián chocó
con un estante atestado de envases de salsa de tomate que se quebraron contra el
piso. Miguel aprovechó la confusión y entró en la cabina de seguridad asegurándola
con el cerrojo, desde donde insertó la tarjeta de memoria en su celular y cargó
el video en las redes sociales para que todos lo vieran completo. Mientras tanto
pensaba como su vida había cambiado en un día, siempre había actuado conforme a
la ley y nunca nadie le había reconocido nada, pero en el momento en que se
puso un manto de duda encima suyo, todos lo acusaron y le dieron la espalda: el
alcalde decepcionado, la madre avergonzada, la novia ingrata; quizás su amigo
Fercho tenía razón y en el mundo de las redes sociales lo más importante era
tener seguidores sin importar como se conseguían, quién sabe, con el tiempo podría
volverse influencer, aunque en realidad en ese momento no le importaba lo
que iba a ser de su vida.
Excelente reflexión!!
ResponderEliminarnos deja un claro mensaje que estamos acostumbrados a ver las cosas superficialmente no indagamos solo sabemos juzgar a los demás sin darle siquiera la oportunidad de hablar, pasa muy seguido en la vida cotidiana.
También el tema de las venganzas aunque a veces no sabemos quienes son nuestros enemigos hay personas que están hay esperando el instante preciso para hacerte daño.
Me encantó!!!
Mil felicitaciones al autor.