Yadira Sandoval Rodríguez
—¿Crees que los
muertos regresan? —mi abuelo solía preguntarme al llegar yo de la escuela.
—No, abuelo, los
muertos no regresan —le respondía.
—Nieta, los
muertos sí regresan y debes creerlo. Siéntate te contaré una historia —con su
mano derecha señalaba el asiento enseguida de él para que me sentara a
escucharlo—. Una noche cuando todos dormíamos se abrieron las ventanas y una
ráfaga de viento entró a despertarnos, mi papá asustado recordó: «¡Es su madre
que vino a recordarme que debo cumplir la manda!».
Era una historia
que me narraba todos los días antes de morir. En su momento no comprendía por
qué lo hacía, posiblemente veía muy cercano su final y deseaba compartirme
alguna enseñanza, pero ¿qué podría aprender de esa narración? Pasaron dos años
de su muerte, hasta que un día cayó una tormenta fuerte en la ciudad, y el
barrio donde vivía se quedó sin luz por varias horas, debido al impacto de un
rayo en un transformador de energía eléctrica. Tales apagones de luz eléctrica
eran comunes en verano por la temporada de lluvia, pero ese día se sintió
diferente, la oscuridad que siempre nos invitaba a mirar el cielo y a
contemplar la luna, cambió por una de terror.
Siempre que se iba
la luz mi madre nos pedía a mi hermana y a mí sacar al porche los tres catres de
tela de Ixtle que tenía desde que su abuela existía, los acomodaba de tal
manera que pudiéramos descansar del calor, ya que en julio la temperatura llegaba
hasta los cuarenta y cinco grados centígrados y el cooler dejaba de funcionar al irse la luz. También recuerdo las dos
lámparas de petróleo a las que mi madre recurría para aluzar la casa, las de
batería se utilizaban para ir al baño o al patio. Mientras poníamos las sabanas
y las almohadas en los catres para dormir, entré por unas tijeras a paso lento,
y con la lámpara de petróleo me dirigí hacia el mueble de costura que estaba en
el cuarto de mi madre. Y de repente observé una mujer de edad avanzada sentada
en una de las esquinas del cuarto, grité y dejé caer la lámpara de petróleo, en
el mismo momento en que un trueno sonó horriblemente fuerte. Ellas también
gritaron, mi hermana corrió hacia la cocina por una cubeta con agua para apagar
el fuego el cual se pudo haber extendido por el petróleo derramado en el suelo.
No podía tranquilizarme, mi madre me sacó del cuarto y mi hermana se quedó
limpiando. Mamá me preguntó qué fue lo que pasó y yo contesté:
—Vi una persona en
una de las equinas del cuarto sentada en una silla.
Mi madre se queda
seria y a los segundos dice:
—Está en tu mente,
hija, recuerda eso no existe.
—Mamá yo no creo
en esas cosas y siempre se lo dije a mi abuelo. Él sí creía en eso.
—La historia de tu
abuelo te hizo sugestionarte.
—Mi abuelo contaba
de una promesa que nunca cumplió su papá y que su mamá venía del más allá para
recordársela. Era una clase de peregrinación al cerro de la Virgen caminando, y
como el bisabuelo no era creyente, la bisabuela a toda costa deseaba que la
manda religiosa se cumpliera. Para mí es una historia absurda llena de misticismo
algo normal de aquella época. Pero esta mujer, mamá, ¿qué quiere?
—Hija,
posiblemente es tu imaginación, tu abuelo te llenó la cabeza de muchas historias,
mejor nos iremos a dormir.
Se acercó la
hermana quien escuchó la historia de Perla y comentó:
—Hermana me
preocupas estás muy tensa, relájate, ven conmigo te llevará al catre para que
te duermas.
—Rosario, yo sé
que no me creen, pero sí vi a una mujer en ese cuarto.
—Haz de andar
estresada por la escuela, mejor acuéstate —expresó Rosario.
—No, Rosario.
—Bueno, sí te
creo, por lo que he leído de espiritismo a los muertos se le debe de escuchar.
Un amigo me comentó que él vio a una anciana asomándose por la venta de tu
cuarto mamá. Estábamos él y yo platicando en el porche y me preguntó por la señora,
yo no la vi, pensé que estaba bromeando. Él asegura que ve muertos. Así afirmó,
mamá: «En esta casa vive un espíritu». Por curiosidad empecé a leer de esas
cosas, pero la verdad nunca he visto nada.
—¡Rosario! Estás
viendo cómo está tu hermana y tu diciéndole eso —espetó la madre.
—Mamá es cierto,
no te lo había dicho porque sé que no te gusta escuchar estas cosas, pero tú
misma nos dices que esta casa tiene más de cien años; debe haber fantasmas en
este lugar. ¡Perla vio una mujer y mi amigo también!
—Hermana no te
burles por favor.
—No me estoy
burlando.
Mientras hablaban
se escucharon pasos adentro de la casa, Rosario exclamó:
—¿Oyeron eso?
—Sí —aseveró Perla.
—Puede ser un gato
—respondió la madre—. Iré a ver qué es.
Las dos hijas
dijeron al mismo tiempo: «Te acompañamos, mamá».
Agarró la madre la
lámpara de petróleo y se dirigieron al patio trasero para ver de dónde
provenían los ruidos. Las tres llegaron ahí, revisaron y no encontraron nada.
Al momento escucharon como alguien caía al piso, las tres se quedaron mirando y
se acercaron al lugar del ruido, nadie había, al mismo tiempo, se oyó el
rechinar de una puerta, las tres se quedaron serias y se abrazaron. La madre
pidió que la acompañaran a su cuarto, al llegar la puerta se cerró, Perla soltó
el grito porque sintió que alguien tocó su espalda, Rosario empezó a rezar el
Padre Nuestro, la madre se acercó a la cerradura de la puerta para abrirla,
Perla pidió que no lo hiciera, que mejor se fueran de ahí, la madre no les hizo
caso, al abrirla, una mujer vestida de negro con un chal tejido de color perla extendió
su mano derecha en señal de hacerlas pasar al cuarto y con tono de voz suave
les dijo: «Las estaba esperando». Perla empezó a llorar, Rosario le pidió que
se tranquilizara, la madre en voz alta le dijo a la mujer:
—¿Qué quieres?
—¿No me recuerdas,
Catarina? —preguntó la mujer.
La madre se acercó
a la mujer para reconocer el rostro.
—Eres mi abuela.
Impresionada dejó
caer una lámpara que traía, las hijas soltaron el grito, todas salieron
corriendo, la lumbre agarró fuerza por el petróleo derramado en el piso,
Catarina corrió a la casa más cercana para pedir un teléfono y hablarles a los
bomberos, estos llegaron a los diez minutos y las tres mujeres solo veían como el
cuarto de la madre se consumía por el fuego ocasionado por la impresión de
haber visto a la bisabuela y Catarina le dice a sus hijas: «Ese era el cuarto
de su bisabuela, ahí dormía en su catre, y su abuelo tenía razón, los muertos
sí regresan».
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