miércoles, 12 de julio de 2017

Voces de Nauta

Rosario Allpas


Uno de los lugares más hermosos de la selva peruana es Nauta, un paraje de ensueño ubicado muy cerca del nacimiento del río más largo, caudaloso, ancho y profundo del mundo, el Amazonas. Para llegar a la localidad se navega a lo largo de este gran río en una embarcación que se toma en el Puerto de Iquitos y se sigue rumbo al sur hacia su punto de origen; sus aguas verdosas coloreadas quizás por el verde de los árboles que se ven en la ribera estrechamente juntos brindan un paisaje soberbio, capaz de quitar el aliento. Este bosque tropical espeso alberga a diversas aves y pájaros cuyo canto se confunde con el soplar del viento. Cuando las aguas cambian de color a un marrón claro es señal de que se está llegando a la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, los que dan cimiento al Amazonas. Estos forman una “i” griega (Y); se elige el Marañón, ubicado en la margen izquierda y, a pocos minutos de la bifurcación, aparece el pueblo nauteño. El viaje dura cuatro horas. Sin embargo, hay una ruta terrestre, cuyo tramo se realiza en dos horas, es la carretera Iquitos-Nauta* terminada en 2004.

Los nauteños, en la década de los setenta, esperaban a los visitantes en el puerto y los recibían con el calor del corazón y del propio clima. Al pisar tierra había un olor a humedad vieja, a árboles y musgo. Más allá, asomaban las casas, sus puertas abiertas eran sinónimo de bienvenida. Como todo lugar de la selva, la gente soportaba el clima caluroso y húmedo; tan solo un día al año bajaba la temperatura hasta tener la necesidad de retomar los suéteres y las frazadas, sobre todo para soportar la frialdad de la noche. Ese día era el 24 de junio.

De esta tierra nauteña, María había salido rumbo a Iquitos para seguir un Curso de Actualización para Auxiliares de Enfermería. Morocha, de buena figura, de cabello largo y lacio, poseía la coquetería natural de la mujer de la selva, extrovertida y simpática. Los alumnos del curso, cautivados por la personalidad de María la cortejaban, pero ella solía decir que estaba muy bien casada y tenía tres hijos pequeños; así, nadie podía pensar siquiera en usurpar el lugar del esposo, ella no los dejaba. Cuando terminó la asignatura, se fue a continuar su labor en el Centro de Salud de Nauta, donde trabajaba como auxiliar de enfermería.

A este establecimiento llegaron de Lima algunos profesionales del programa SECIGRA-Salud (Servicio Civil de Graduandos en Salud), quienes fueron aceptados de manera inmejorable por los habitantes. De este grupo, Adela era la única mujer, quizás por esta razón congenió con María.

Adela era una profesional de farmacia, trigueña, de rostro lavado, de contextura un poco gruesa, llevaba el cabello corto y crespo. De carácter reservado, muy competente en el trabajo. Estando apenas cuatro meses laborando en el centro, fue felicitada y premiada por el mismísimo ministro de salud por exhibir la farmacia mejor equipada del oriente peruano.

María, que siempre se distinguió por ser puntual en el trabajo, empezó a faltar. Un día se presentó con pasos vacilantes arrastrando unas sandalias bajas. Tenía el rostro amoratado e hinchado y unas gafas cubrían sus ojos. Se sacó los lentes y expuso los párpados edematizados; tenía apenas el ojo derecho abierto, el izquierdo estaba cerrado completamente mostrando las pestañas pegadas. Adela caminó a su encuentro y rodeó con sus brazos el cuerpo de María, casi sin tocarla.

—Me imagino por qué no viniste a trabajar —le dijo.

—Mi marido… —respondió María haciendo una mueca con los labios y de inmediato arrugó la cara cerrando el único ojo que tenía abierto. Las lágrimas resbalaron por su mejilla.

Adela la condujo al médico.

Esta era la realidad de María, su esposo era alcohólico y cuando bebía, la golpeaba. Aconsejada por los compañeros de trabajo, ella lo denunció y se separó de él; así, este quedó impedido de acercarse o de causar problemas en el lugar de labor. La calma se había instalado en la vida de María. La residencia del centro de salud, donde habitaban también los demás trabajadores del programa, la acogió por el momento y también a sus hijos.

El aniversario de la fundación del pueblo estaba por llegar, los habitantes se preparaban para la celebración y, para contento de María, su esposo había viajado a Iquitos y no estaría en la fiesta.

La mañana del aniversario se anunció alegre, con el sol brillando en el impoluto cielo. La comunidad entera empezó a llegar a la pequeña plaza principal. Habían cerrado una de las cuatro calles que la rodeaban. Allí se realizó el homenaje. Arribaron las ilustres autoridades: el alcalde, el comisario, el cura, el equipo de salud, el de educación y las fuerzas armadas. Eran las diez de la mañana cuando se dio inicio a la celebración.

El alcalde dio la bienvenida a las autoridades y vecinos. Luego comenzó la ceremonia litúrgica. Los alumnos del colegio habían preparado una pequeña actuación con desfile incluido que fueron aplaudidos ampliamente por los parroquianos. Al término de la función comenzaron a servir el acostumbrado vino espumante para efectuar el brindis y luego repartieron bocaditos. Terminado el acto, la gente se dispersó en busca de los diferentes potajes preparados por la gente del lugar.

A los costados de la plaza habían dispuesto un armazón de palos hincados en la tierra y cubiertos con telas, sujetados con cuerdas donde se vendía la rica y exótica comida de la selva. Las mesas y bancos largos habilitados al lado de los puestos de venta de comida empezaron a colmarse de gente. Los parlantes estaban ubicados de manera estratégica y de estos brotaba la música llenando el espacio, aunque la gente aún no salía a bailar. Todos estaban deseosos de satisfacer primero el apetito.

Las personas se iban concentrando en los puestos de comida. En uno de ellos vendían pescado asado al carbón, cuyo aroma se había impregnado en el ambiente y la gente caminaba llevando el potaje envuelto en hojas de bijao. Otro puesto donde la gente hacía cola en forma ordenada era donde vendían el Juane**. Le seguía otra tienda que hacía lo mismo con el Tacacho*** acompañado con cecina, el que despedía un aroma agradable, imposible de evitar llevarse un plato. A unos metros de las tiendas de comida estaban los puestos de venta de cerveza San Juan, gaseosas Inca Kola y Guaraná, cuyas botellas eran pedidas «al polo» por los parroquianos. Las ensaladas de chonta o palmito también eran muy concurridas, así como, la mesa de los refrescos de cocona y helados de aguaje que tenían su público, sobre todo el infantil.

Los puestos de comida y mesas ocupaban dos bordes de la plaza, mientras que, al centro, en torno a la pileta, los pobladores comenzaron a bailar. La música seguía sonando y un contagiante ritmo se escuchaba para deleite de todos. Más o menos a partir de las cinco de la tarde las parejas se animaron a dar ritmo a sus pies en una tradicional cumbia loretana. Grupos de mujeres también lo hacían, danzando entre ellas. Los trabajadores del centro de salud hicieron lo mismo. A las seis de la tarde la fiesta se había generalizado y en los pequeños descansos consumían la cerveza San Juan mezclada con Guaraná para saciar la sed. Algunos pobladores traían de sus casas vino o pisco para alegrar la celebración. «Total, es una vez al año», decían.

La tarde caía, imperaban las risas y, los continuos «¡Salud!» se escuchaban en toda la plaza. Las conversaciones iban y venían, algunos contaban chistes subidos de tono, por lo que de vez en cuando el murmullo era roto por las risotadas altisonantes. Algunos ánimos empezaron a caldearse surgiendo peleas aisladas y pronto disipadas por los mismos pobladores. Los niños, ya cansados, se iban acompañados por sus madres camino a sus casas. Los adolescentes hacían grupo queriendo cambiar la música para bailar rock. Las oscuras sombras de la noche se apoderaron del ambiente, sonó otra vez la cumbia con el característico son pegajoso y la mayoría se puso a bailotear. Adela y María que se habían enfrascado en una amena conversación, se animaron también a ejecutar algunos movimientos al compás de la música; el licor las había vuelto liberales, se reían con facilidad, el baile irrumpió audaz y los pasos vibrantes, un poco exagerados. Cuando fueron a sentarse ciñeron con los brazos sus cinturas, pegaron sus cabezas y sus miradas veladas se encontraron. Entonces, el pueblo vio demasiada empatía entre las dos, demasiada confianza. La luna envió sus primeros rayos blanquecinos hiriendo a los nauteños en el corazón, se percataron de que había cierta complicidad y descaro en sus ademanes, demostraciones cariñosas furtivas, requiebros y arrumacos inusuales, creyendo quizás que la noche las cobijaba o, que a nadie les importaría su accionar. Los pobladores sopesaron el comportamiento de las dos trabajadoras de salud y concluyeron que la relación de amistad entre ambas iba más allá de la línea de tolerancia. «Se perdonaba el pecado, más no el escándalo», habían dicho. 

Se congregaron al día siguiente e hicieron una solicitud al director de la Región de Salud Oriente, donde rechazaban la conducta pecaminosa de estas dos integrantes del equipo de salud y pedían su desaforo inmediato.

Las voces y la solicitud escrita llegaron a la autoridad de salud en Iquitos, el director llamó de inmediato a Adela. Le faltaban menos de dos meses para finalizar su labor, la invitaron a terminar su informe en Iquitos e irse a Lima lo más pronto posible dando por terminada su estadía en Nauta. Adela tuvo que marcharse, resignada.

Meses después, María fue a Iquitos. Había venido a hablar con el director del Hospital General y se encontraba en la sala de espera. Su semblante denotaba apuro y decisión. La rodearon sus colegas y amigas.

—¡Hola, María! ¿Cómo estás?

—Más o menos —respondió.

—¿Qué pasó? ¿Qué te trae por aquí?

—He venido a pedir una plaza vacante para laborar aquí, en el hospital.

Salió al pasillo acompañada por las curiosas amigas que le preguntaron a bocajarro:

—María, ¿por qué la gente de Nauta te está botando?

—Bueno, yo voy a decirles sinceramente lo que me pasó —respondió con seguridad—. Me dejé llevar por una vida sin problemas.

—Pero, ¿has estado con la chica de farmacia? 

—Realmente, la vida con mi marido era morir diariamente y mis hijos estaban mejor con Adela que con su padre.

—Y ahora, ¿qué vas a hacer?

—Me es imposible vivir en Nauta, los pobladores están haciendo de mi vida un suplicio porque mi esposo los ha puesto en mi contra.

—¿Y ella? —le preguntaron por Adela—. ¿Te habla? 

—Sí —contestó María—. Adela me ha contado que ya tiene el título de químico-farmacéutico y sus padres le han obsequiado un local para instalar una farmacia en Lima. Ella espera por mí y mis hijos.

—¿Y tú? ¿Qué harás?

—¿Yo? —dijo María—. Espero que el director del hospital acepte mi cambio; si no lo hace, me iré a Lima. Finalmente yo tengo dos opciones. Adela solo una, ella es… lesbiana.

Las amigas no entendieron muy bien lo que quiso decir. Le auguraron un nuevo inicio de vida en Iquitos:

—Esperamos que el director acepte tu pedido. ¿Sí?

María sintió la calidez de los abrazos y besos de sus amigas.

—Ojalá —respondió.

La secretaria abrió la puerta de la oficina del director, llamó a María y la hizo pasar. Ella caminó altiva y segura cerrando la puerta tras de sí.

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* Ruta Departamental LO-103. Conocida por los pobladores como Carretera Iquitos-Nauta.
** Juane: Comida típica de la selva peruana con pollo y arroz envuelto en hojas de bijao.
*** Tacacho: Comida típica de la selva peruana que se prepara con una masa compuesta de plátano bellaco verde asado al carbón con pequeños trozos de chorizo. Se sirven dos bolas de tacacho y se acompaña con cecina de cerdo o chicharrón de sajino.

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