Rosario Allpas
Uno de los lugares más hermosos de la selva peruana es Nauta, un paraje
de ensueño ubicado muy cerca del nacimiento del río más largo, caudaloso, ancho
y profundo del mundo, el Amazonas. Para llegar a la localidad se navega a lo
largo de este gran río en una embarcación que se toma en el Puerto de Iquitos y
se sigue rumbo al sur hacia su punto de origen; sus aguas verdosas coloreadas
quizás por el verde de los árboles que se ven en la ribera estrechamente juntos
brindan un paisaje soberbio, capaz de quitar el aliento. Este bosque tropical
espeso alberga a diversas aves y pájaros cuyo canto se confunde con el soplar
del viento. Cuando las aguas cambian de color a un marrón claro es señal de que
se está llegando a la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, los que dan
cimiento al Amazonas. Estos forman una “i” griega (Y); se elige el Marañón,
ubicado en la margen izquierda y, a pocos minutos de la bifurcación, aparece el
pueblo nauteño. El viaje dura cuatro horas. Sin embargo, hay una ruta
terrestre, cuyo tramo se realiza en dos horas, es la carretera Iquitos-Nauta*
terminada en 2004.
Los nauteños, en la década de los setenta, esperaban a los visitantes en
el puerto y los recibían con el calor del corazón y del propio clima. Al pisar
tierra había un olor a humedad vieja, a árboles y musgo. Más allá, asomaban las
casas, sus puertas abiertas eran sinónimo de bienvenida. Como todo lugar de la
selva, la gente soportaba el clima caluroso y húmedo; tan solo un día al año
bajaba la temperatura hasta tener la necesidad de retomar los suéteres y las
frazadas, sobre todo para soportar la frialdad de la noche. Ese día era el 24
de junio.
De esta tierra nauteña, María había salido rumbo a Iquitos para seguir
un Curso de Actualización para Auxiliares de Enfermería. Morocha, de buena
figura, de cabello largo y lacio, poseía la coquetería natural de la mujer de
la selva, extrovertida y simpática. Los alumnos del curso, cautivados por la
personalidad de María la cortejaban, pero ella solía decir que estaba muy bien
casada y tenía tres hijos pequeños; así, nadie podía pensar siquiera en usurpar
el lugar del esposo, ella no los dejaba. Cuando terminó la asignatura, se fue a
continuar su labor en el Centro de Salud de Nauta, donde trabajaba como
auxiliar de enfermería.
A este establecimiento llegaron de Lima algunos profesionales del
programa SECIGRA-Salud (Servicio Civil de Graduandos en Salud), quienes fueron
aceptados de manera inmejorable por los habitantes. De este grupo, Adela era la
única mujer, quizás por esta razón congenió con María.
Adela era una profesional de farmacia, trigueña, de rostro lavado, de
contextura un poco gruesa, llevaba el cabello corto y crespo. De carácter
reservado, muy competente en el trabajo. Estando apenas cuatro meses laborando
en el centro, fue felicitada y premiada por el mismísimo ministro de salud por
exhibir la farmacia mejor equipada del oriente peruano.
María, que siempre se distinguió por ser puntual en el trabajo, empezó a
faltar. Un día se presentó con pasos vacilantes arrastrando unas sandalias
bajas. Tenía el rostro amoratado e hinchado y unas gafas cubrían sus ojos. Se
sacó los lentes y expuso los párpados edematizados; tenía apenas el ojo derecho
abierto, el izquierdo estaba cerrado completamente mostrando las pestañas
pegadas. Adela caminó a su encuentro y rodeó con sus brazos el cuerpo de María,
casi sin tocarla.
—Me imagino por qué no viniste a trabajar —le dijo.
—Mi marido… —respondió María haciendo una mueca con los labios y de
inmediato arrugó la cara cerrando el único ojo que tenía abierto. Las lágrimas
resbalaron por su mejilla.
Adela la condujo al médico.
Esta era la realidad de María, su esposo era alcohólico y cuando bebía,
la golpeaba. Aconsejada por los compañeros de trabajo, ella lo denunció y se
separó de él; así, este quedó impedido de acercarse o de causar problemas en el
lugar de labor. La calma se había instalado en la vida de María. La residencia
del centro de salud, donde habitaban también los demás trabajadores del
programa, la acogió por el momento y también a sus hijos.
El aniversario de la fundación del pueblo estaba por llegar, los
habitantes se preparaban para la celebración y, para contento de María, su
esposo había viajado a Iquitos y no estaría en la fiesta.
La mañana del aniversario se anunció alegre, con el sol brillando en el
impoluto cielo. La comunidad entera empezó a llegar a la pequeña plaza
principal. Habían cerrado una de las cuatro calles que la rodeaban. Allí se
realizó el homenaje. Arribaron las ilustres autoridades: el alcalde, el
comisario, el cura, el equipo de salud, el de educación y las fuerzas armadas.
Eran las diez de la mañana cuando se dio inicio a la celebración.
El alcalde dio la bienvenida a las autoridades y vecinos. Luego comenzó
la ceremonia litúrgica. Los alumnos del colegio habían preparado una pequeña
actuación con desfile incluido que fueron aplaudidos ampliamente por los
parroquianos. Al término de la función comenzaron a servir el acostumbrado vino
espumante para efectuar el brindis y luego repartieron bocaditos. Terminado el acto,
la gente se dispersó en busca de los diferentes potajes preparados por la gente
del lugar.
A los costados de la plaza habían dispuesto un armazón de palos hincados
en la tierra y cubiertos con telas, sujetados con cuerdas donde se vendía la
rica y exótica comida de la selva. Las mesas y bancos largos habilitados al
lado de los puestos de venta de comida empezaron a colmarse de gente. Los
parlantes estaban ubicados de manera estratégica y de estos brotaba la música
llenando el espacio, aunque la gente aún no salía a bailar. Todos estaban
deseosos de satisfacer primero el apetito.
Las personas se iban concentrando en los puestos de comida. En uno de
ellos vendían pescado asado al carbón, cuyo aroma se había impregnado en el
ambiente y la gente caminaba llevando el potaje envuelto en hojas de bijao.
Otro puesto donde la gente hacía cola en forma ordenada era donde vendían
el Juane**. Le seguía otra tienda que hacía lo mismo con el Tacacho***
acompañado con cecina, el que despedía un aroma agradable, imposible de evitar
llevarse un plato. A unos metros de las tiendas de comida estaban los puestos
de venta de cerveza San Juan, gaseosas Inca Kola y Guaraná, cuyas botellas eran
pedidas «al polo» por los parroquianos. Las ensaladas de chonta o palmito
también eran muy concurridas, así como, la mesa de los refrescos de cocona y
helados de aguaje que tenían su público, sobre todo el infantil.
Los puestos de comida y mesas ocupaban dos bordes de la plaza, mientras
que, al centro, en torno a la pileta, los pobladores comenzaron a bailar. La
música seguía sonando y un contagiante ritmo se escuchaba para deleite de
todos. Más o menos a partir de las cinco de la tarde las parejas se animaron a
dar ritmo a sus pies en una tradicional cumbia loretana. Grupos de mujeres también
lo hacían, danzando entre ellas. Los trabajadores del centro de salud hicieron
lo mismo. A las seis de la tarde la fiesta se había generalizado y en los
pequeños descansos consumían la cerveza San Juan mezclada con Guaraná para
saciar la sed. Algunos pobladores traían de sus casas vino o pisco para alegrar
la celebración. «Total, es una vez al año», decían.
La tarde caía, imperaban las risas y, los continuos «¡Salud!» se
escuchaban en toda la plaza. Las conversaciones iban y venían, algunos contaban
chistes subidos de tono, por lo que de vez en cuando el murmullo era roto por
las risotadas altisonantes. Algunos ánimos empezaron a caldearse surgiendo
peleas aisladas y pronto disipadas por los mismos pobladores. Los niños, ya
cansados, se iban acompañados por sus madres camino a sus casas. Los
adolescentes hacían grupo queriendo cambiar la música para bailar rock. Las
oscuras sombras de la noche se apoderaron del ambiente, sonó otra vez la cumbia
con el característico son pegajoso y la mayoría se puso a bailotear. Adela y
María que se habían enfrascado en una amena conversación, se animaron también a
ejecutar algunos movimientos al compás de la música; el licor las había vuelto
liberales, se reían con facilidad, el baile irrumpió audaz y los pasos
vibrantes, un poco exagerados. Cuando fueron a sentarse ciñeron con los brazos
sus cinturas, pegaron sus cabezas y sus miradas veladas se encontraron.
Entonces, el pueblo vio demasiada empatía entre las dos, demasiada confianza.
La luna envió sus primeros rayos blanquecinos hiriendo a los nauteños en el
corazón, se percataron de que había cierta complicidad y descaro en sus
ademanes, demostraciones cariñosas furtivas, requiebros y arrumacos inusuales,
creyendo quizás que la noche las cobijaba o, que a nadie les importaría su
accionar. Los pobladores sopesaron el comportamiento de las dos trabajadoras de
salud y concluyeron que la relación de amistad entre ambas iba más allá de la
línea de tolerancia. «Se perdonaba el pecado, más no el escándalo»,
habían dicho.
Se congregaron al día siguiente e hicieron una solicitud al director de
la Región de Salud Oriente, donde rechazaban la conducta pecaminosa de
estas dos integrantes del equipo de salud y pedían su desaforo inmediato.
Las voces y la solicitud escrita llegaron a la autoridad de salud en
Iquitos, el director llamó de inmediato a Adela. Le faltaban menos de dos meses
para finalizar su labor, la invitaron a terminar su informe en Iquitos e irse a
Lima lo más pronto posible dando por terminada su estadía en Nauta. Adela tuvo
que marcharse, resignada.
Meses después, María fue a Iquitos. Había venido a hablar con el
director del Hospital General y se encontraba en la sala de espera. Su
semblante denotaba apuro y decisión. La rodearon sus colegas y amigas.
—¡Hola, María! ¿Cómo estás?
—Más o menos —respondió.
—¿Qué pasó? ¿Qué te trae por aquí?
—He venido a pedir una plaza vacante para laborar aquí, en el hospital.
Salió al pasillo acompañada por las curiosas amigas que le preguntaron a
bocajarro:
—María, ¿por qué la gente de Nauta te está botando?
—Bueno, yo voy a decirles sinceramente lo que me pasó —respondió con
seguridad—. Me dejé llevar por una vida sin problemas.
—Pero, ¿has estado con la chica de farmacia?
—Realmente, la vida con mi marido era morir diariamente y mis hijos
estaban mejor con Adela que con su padre.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer?
—Me es imposible vivir en Nauta, los pobladores están haciendo de mi
vida un suplicio porque mi esposo los ha puesto en mi contra.
—¿Y ella? —le preguntaron por Adela—. ¿Te habla?
—Sí —contestó María—. Adela me ha contado que ya tiene el título de
químico-farmacéutico y sus padres le han obsequiado un local para instalar una
farmacia en Lima. Ella espera por mí y mis hijos.
—¿Y tú? ¿Qué harás?
—¿Yo? —dijo María—. Espero que el director del hospital acepte mi
cambio; si no lo hace, me iré a Lima. Finalmente yo tengo dos opciones. Adela
solo una, ella es… lesbiana.
Las amigas no entendieron muy bien lo que quiso decir. Le auguraron un
nuevo inicio de vida en Iquitos:
—Esperamos que el director acepte tu pedido. ¿Sí?
María sintió la calidez de los abrazos y besos de sus amigas.
—Ojalá —respondió.
La secretaria abrió la puerta de la oficina del director, llamó a María
y la hizo pasar. Ella caminó altiva y segura cerrando la puerta tras de sí.
________________
* Ruta Departamental LO-103. Conocida por los pobladores como Carretera
Iquitos-Nauta.
** Juane: Comida típica de la selva peruana con pollo y arroz envuelto
en hojas de bijao.
*** Tacacho: Comida típica de la selva peruana que se prepara con una
masa compuesta de plátano bellaco verde asado al carbón con pequeños trozos de
chorizo. Se sirven dos bolas de tacacho y se acompaña con cecina de cerdo o
chicharrón de sajino.
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