Paulina Pérez
Renata,
Sofía y Freddy eran tres hermanos que habían quedado huérfanos en menos de un
mes. La madre pierde la vida al caer por una escalinata, paso obligatorio para
llegar a casa, y a quince días de haberla sepultado enterraban al padre,
fallecido a causa de un accidente de tránsito. Sus padres fueron de los
primeros en asentarse en aquella barriada, logrando hacerse con mucho esfuerzo
de un terreno de quinientos metros cuadrados, donde poco a poco fueron
construyendo la vivienda que sería la herencia que dejaban a sus hijos; al
menos el techo era propio y, para gente humilde como ellos, eso era un gran
consuelo.
Renata
tenía veinte años, lucía una melena corta que acentuaba la dulzura de su
rostro, de estatura mediana y algo regordeta. Estudiaba y trabajaba en empleos
de temporada o de medio tiempo siempre que podía. Ni bien terminó el colegio
consiguió trabajo en una cadena de supermercados y entregaba el salario entero
a su madre para ayudar a la economía familiar.
Sofía,
la segunda hermana, era muy bonita, esbelta, con una cabellera castaña oscura
casi hasta la cintura a la que cuidaba estrictamente, algo introvertida, cursaba
el segundo año de bachillerato cuando sus padres murieron; y Freddy el pequeño
de la casa, el preferido de la madre según sus hermanas, que estaba por
terminar la primaria, resultó muy afectado por la pérdida de sus progenitores. De
ser parlanchín, bromista y amiguero se volvió callado y solitario, pero Renata,
ayudada por la maestra, lo apoyaba permanentemente tratando de sacarlo de la
profunda tristeza que lo asolaba.
Con
el paso del tiempo los tres fueron superando la tragedia. Renata era la más
sacrificada, madrugaba para dejar la comida lista. Iba al trabajo y regresaba a
terminar las tareas domésticas, para que sus hermanos no descuidaran sus
estudios.
Renata
tenía un novio, Francisco, no era alguien bien parecido, pero cuidaba mucho su
apariencia personal, siempre estaba impecable, al igual que su taxi, eso lo
volvía interesante en relación a los muchachos que vivían por allí, que en su
mayoría, se echaban al abandono. Los padres de Renata lo apreciaban mucho,
habían visto su esfuerzo diario para ser propietario del vehículo con el que
trabajaba y de un pequeño departamento. La fecha del matrimonio ya estaba
fijada pero ante las tristes circunstancias decidieron postergarla.
Francisco
dejó pasar varias semanas y volvió a proponerle matrimonio a Renata. Ella
quería esperar a que Sofía terminara el colegio pero él insistió. Serían una
familia de nuevo y él vería por ellos hasta que fueran independientes.
Renata
quedó embarazada casi enseguida y Francisco al conocer la noticia le pidió
dejar su empleo; lo que el ganaba con el taxi y la renta que recibía por su
apartamento, alcanzaba muy bien para todo.
Renata
estaba muy feliz, el vientre crecía, su esposo era amoroso y la llenaba de
detalles, flores, chocolates, ropa para ella y el bebé. Además pasaba más
tiempo con sus hermanos. Freddy iba mejorando notablemente y Sofía, aunque no
decayó en los estudios, fue transformándose en alguien lejano, estaba sin
estar. Ayudaba a su hermano y cumplía con todo lo que le correspondía sin dar
motivo de queja alguna pero apenas ni compartía con ellos.
Los
últimos meses de embarazo, Renata debió guardar reposo absoluto. El taxi de
Francisco era una flamante minivan y logró un buen contrato por un mes como
chofer de tres altos ejecutivos extranjeros de una importante transnacional.
Salía en la mañana con Sofía y Freddy, los dejaba en el colegio y regresaba muy
tarde en la noche. Renata pidió a su hermana que esperara a su esposo en la noche
con la merienda. Había que apoyarlo, estaba esforzándose mucho para que nada
les faltara.
Llegó
el día del nacimiento de Vicente, el bebé llevaría el nombre del abuelo
materno. Francisco estaba muy feliz con su hijo, le gustaba hacerlo dormir
sobre su pecho. Pero empezó a ausentarse cada vez más de casa. Salía con los
chicos temprano y llegaba casi a la media noche.
Una
tarde Sofía le avisaba a su hermana que dos veces a la semana acudiría a una
empresa pequeña en el centro de la ciudad para realizar una pasantía en el
departamento de contabilidad. Era requisito indispensable para graduarse como
bachiller contable.
A
Renata se le pasaba el día entre el cuidado del bebé y las tareas domésticas.
Se sentía muy sola. Francisco apenas le hablaba y sus hermanos estaban siempre
muy ocupados. Freddy era con el único que contaba para acompañarse a la hora
del almuerzo o la merienda. Sofía, cada vez más distante, llegaba y se
encerraba en su cuarto. Renata estaba preocupada, no sabía qué hacer ni cómo
interpretar las actitudes de su hermana, pero empezó a estar más pendiente de
ella. Así fue como descubrió que se pasaba horas escribiendo en un cuaderno del
que no se separaba jamás.
Era
un martes cuando Sofía regresó a casa con el cabello corto, maquillada y
vestida de manera totalmente distinta a como ella acostumbraba. Se sirvió un
plato de sopa y se sentó junto a sus hermanos como si nada e inició la
conversa. Renata no atinaba qué decir. Dos días después, muy tarde en la noche,
una discusión despertaba a Renata. Francisco no había llegado todavía,
intentando no ser advertida, caminó por la casa, las voces provenían del cuarto
de Sofía. No imaginaba quién podía estar a esas horas en el cuarto de su
hermana, el miedo iba invadiendo a Renata, al llegar a la habitación, encontró
la puerta abierta y a Sofía en un rincón del cuarto abrazada a una almohada
balbuceando, no se podía entender qué decía. Renata retrocedió aterrada, entró
a su habitación, pasó a Vicente a su cama y puso seguro a la puerta. El tiempo
se hizo eterno hasta que escuchó abrirse la puerta del garaje, su marido estaba
llegando. Una vez escuchó cerquita sus pasos, quitó el cerrojo. Ni bien
Francisco puso un pie dentro del dormitorio, Renata lo empujó hacia la cama y cerró
la puerta inmediatamente.
—¿Qué
pasa? —preguntó Francisco
—¡Habla bajo! —dijo Renata.
Los
dos se quedaron un momento en silencio y entonces Renata empezó a hablar:
—Creo
que mi hermana se ha vuelto loca —le comentó a su marido.
Le
contó a Francisco sobre los cambios de su hermana en su aspecto y sobre como la
encontró en su habitación.
Francisco
se mostró muy preocupado. Un conocido de él había vivido una situación parecida
con un miembro de su familia y tuvieron que recluirlo en un hospital para que
no atentara contra la vida de alguien o la suya propia. Advirtió a Renata con
llevarse a su hijo si no hacía algo con la loca de su hermana.
Renata
no pudo dormir nada, antes de las cinco de la mañana ya estaba en la cocina.
Las lágrimas se le salían a chorros. Había perdido a sus padres, su esposo no
la quería y ahora su hermana. Secó sus ojos, lavó su rostro y empezó a hacer el
desayuno. Mientras servía la mesa, sus hermanos y su esposo fueron llegando.
Sofía se mostraba totalmente normal.
Cuando
todos partieron, Renata intentó, sin éxito, hallar el cuaderno en el que Sofía escribía.
A
media mañana Francisco regresaba a casa. Había estado hablando con un médico
amigo y después de haberle contado los cambios extraños en su cuñada, este le
había aconsejado llevarla al hospital público psiquiátrico para que sea
evaluada inmediatamente.
Renata
debía convencer a su hermana de acompañarle a una consulta médica, puesto que
se sentía muy triste. Francisco las estaría esperando con el doctor y una vez
ahí internarían a Sofía para que sea evaluada. Según Francisco, así era mejor,
estaba seguro que Sofía no iría por su propia voluntad y si Renata no aceptaba,
él se llevaría a su hijo, no lo iba a poner en riesgo.
Al
llegar al hospital, Sofía accedió a todo con total tranquilidad. Para Renata
esa era una reafirmación de que su hermana no estaba bien. El médico a cargo
les dijo que Sofía se quedaría una semana para hacerle todos los exámenes
necesarios.
Freddy
se había quedado en casa cuidando a su sobrino. Cuando llegaron a casa, Renata
se sentó con Freddy para explicarle todo lo que estaba pasando. Era necesario
tener paciencia y pedirle a Dios por la salud de Sofía.
La
semana se hizo eterna y al terminar, Renata pidió a su marido le acompañe a
visitar a su hermana. Francisco iría solo y si todo estaba bien le avisaría
para ir a retirar a su hermana. Pero regresó con malas noticias. Según los
doctores, Sofía estaba muy enferma y era recomendable que se quede interna
durante un primer período de tres meses sin visitas hasta estabilizarla y luego
de ese tiempo decidirían si vuelve a casa o necesitaría más tiempo de
internamiento.
Renata
quedó muy triste e intranquila. Extrañaba tanto a sus padres en aquellos
momentos y los invocaba pidiéndoles fuerza.
Vicente
estaba creciendo mucho y cada día demandaba más atención de su madre así que el
tiempo pasó relativamente rápido. Faltando una semana para cumplirse los tres
meses para ver a su hermana, Renata decidió ir al hospital.
Esperó
alrededor de una hora al médico a cargo. Las noticias sobre su hermana la
dejaron en shock. Su hermana había
tenido un bebé. Al momento del ingreso se determinó que tenía cuatro meses de
embarazo, aparentemente el saber que estaba embarazada es lo que desencadenó su
cuadro depresivo. El niño había sido entregado al cuidado de un orfanato porque
no se había podido ubicar a los familiares. Vio a su hermana a través de una
ventana, tenía la mirada perdida, el cabello completamente desordenado, pálida
y extremadamente delgada, no quedaba nada de lo que algún día fue.
Renata
regresó a casa devastada. Se sentía muy culpable, sabía que su hermana no
estaba bien y en vez de insistir en saber que pasaba la dejó sola. Nunca se le
conoció una amiga o un novio. Sofía siempre había sido muy cerrada,
introvertida. De pronto recordó el cuaderno. Estaba segura de que si lo
encontraba sabría quién era el padre de su sobrino.
Desbarató
el cuarto de Sofía y no lo encontró. Cuando Freddy llegó del colegio, le dijo
que Sofía había olvidado su diario y que quería que se lo llevaran. Freddy fue
hasta la cocina y regresó con el cuaderno en la mano. Sofía le había revelado
el lugar secreto por si en algún momento ella faltaba, Freddy debía esconder
muy bien sus escritos.
Al
día siguiente, Renata esperó a que su esposo y su hermano partieran para buscar
el cuaderno y leerlo mientras Vicente dormía.
Primero
le dio un vistazo general, había muchos dibujos, algunos inentendibles. Por
fin, se decidió a leer desde la primera línea y mientras lo hacía, la dulzura de
su rostro era reemplazada por una dureza que parecía envejecerlo.
Sofía
describía una relación amorosa con todo detalle, vivida desde antes de la
muerte de sus padres. No había nombres, pero no fue difícil para Renata
entender que había sido engañada en sus narices. Su sobrino resultaba ser medio
hermano para Vicente.
No
se permitió derramar una sola lágrima, rompió el cuaderno y luego quemó los
pedazos. Para cuando Freddy llegó, la comida estaba lista y la casa impecable.
Recibió a Francisco como siempre y durante la cena comentó que había ido al
hospital a visitar a Sofía y las noticias no eran buenas. Sofía no regresaría a
casa, la depresión la había dejado perdida, no hablaba, no reconocía a nadie.
Podían ir a visitarla y mirarla detrás de un cristal, pero nada más.
Freddy
se puso muy triste, aunque Sofía siempre había sido distante, nunca dejó de
estar pendiente de él. Francisco solo comentó fríamente, que era lo mejor,
Sofía estaba siendo cuidada y ellos vivirían tranquilos.
Renata
acudió una vez más al hospital donde estaba recluida su hermana para retirar
los documentos necesarios para recuperar a su sobrino y dejar los datos que se
requerían para poder ubicarla y mantenerla informada sobre el estado de su
hermana.
Caminó
por varias horas tratando de mitigar el odio que sentía. Llegó hasta un centro
comercial y entró en una cafetería. Entre sorbo y sorbo de un humeante café
decidió que nadie sabría jamás del hijo de Sofía, sería otro secreto que se lo
guardaría muy bien a su hermana.
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