jueves, 3 de noviembre de 2016

Los secretos de mi hermana

Paulina Pérez  


Renata, Sofía y Freddy eran tres hermanos que habían quedado huérfanos en menos de un mes. La madre pierde la vida al caer por una escalinata, paso obligatorio para llegar a casa, y a quince días de haberla sepultado enterraban al padre, fallecido a causa de un accidente de tránsito. Sus padres fueron de los primeros en asentarse en aquella barriada, logrando hacerse con mucho esfuerzo de un terreno de quinientos metros cuadrados, donde poco a poco fueron construyendo la vivienda que sería la herencia que dejaban a sus hijos; al menos el techo era propio y, para gente humilde como ellos, eso era un gran consuelo.

Renata tenía veinte años, lucía una melena corta que acentuaba la dulzura de su rostro, de estatura mediana y algo regordeta. Estudiaba y trabajaba en empleos de temporada o de medio tiempo siempre que podía. Ni bien terminó el colegio consiguió trabajo en una cadena de supermercados y entregaba el salario entero a su madre para ayudar a la economía familiar.

Sofía, la segunda hermana, era muy bonita, esbelta, con una cabellera castaña oscura casi hasta la cintura a la que cuidaba estrictamente, algo introvertida, cursaba el segundo año de bachillerato cuando sus padres murieron; y Freddy el pequeño de la casa, el preferido de la madre según sus hermanas, que estaba por terminar la primaria, resultó muy afectado por la pérdida de sus progenitores. De ser parlanchín, bromista y amiguero se volvió callado y solitario, pero Renata, ayudada por la maestra, lo apoyaba permanentemente tratando de sacarlo de la profunda tristeza que lo asolaba.

Con el paso del tiempo los tres fueron superando la tragedia. Renata era la más sacrificada, madrugaba para dejar la comida lista. Iba al trabajo y regresaba a terminar las tareas domésticas, para que sus hermanos no descuidaran sus estudios.

Renata tenía un novio, Francisco, no era alguien bien parecido, pero cuidaba mucho su apariencia personal, siempre estaba impecable, al igual que su taxi, eso lo volvía interesante en relación a los muchachos que vivían por allí, que en su mayoría, se echaban al abandono. Los padres de Renata lo apreciaban mucho, habían visto su esfuerzo diario para ser propietario del vehículo con el que trabajaba y de un pequeño departamento. La fecha del matrimonio ya estaba fijada pero ante las tristes circunstancias decidieron postergarla.

Francisco dejó pasar varias semanas y volvió a proponerle matrimonio a Renata. Ella quería esperar a que Sofía terminara el colegio pero él insistió. Serían una familia de nuevo y él vería por ellos hasta que fueran independientes.

Renata quedó embarazada casi enseguida y Francisco al conocer la noticia le pidió dejar su empleo; lo que el ganaba con el taxi y la renta que recibía por su apartamento, alcanzaba muy bien para todo.

Renata estaba muy feliz, el vientre crecía, su esposo era amoroso y la llenaba de detalles, flores, chocolates, ropa para ella y el bebé. Además pasaba más tiempo con sus hermanos. Freddy iba mejorando notablemente y Sofía, aunque no decayó en los estudios, fue transformándose en alguien lejano, estaba sin estar. Ayudaba a su hermano y cumplía con todo lo que le correspondía sin dar motivo de queja alguna pero apenas ni compartía con ellos.

Los últimos meses de embarazo, Renata debió guardar reposo absoluto. El taxi de Francisco era una flamante minivan y logró un buen contrato por un mes como chofer de tres altos ejecutivos extranjeros de una importante transnacional. Salía en la mañana con Sofía y Freddy, los dejaba en el colegio y regresaba muy tarde en la noche. Renata pidió a su hermana que esperara a su esposo en la noche con la merienda. Había que apoyarlo, estaba esforzándose mucho para que nada les faltara.

Llegó el día del nacimiento de Vicente, el bebé llevaría el nombre del abuelo materno. Francisco estaba muy feliz con su hijo, le gustaba hacerlo dormir sobre su pecho. Pero empezó a ausentarse cada vez más de casa. Salía con los chicos temprano y llegaba casi a la media noche.

Una tarde Sofía le avisaba a su hermana que dos veces a la semana acudiría a una empresa pequeña en el centro de la ciudad para realizar una pasantía en el departamento de contabilidad. Era requisito indispensable para graduarse como bachiller contable.

A Renata se le pasaba el día entre el cuidado del bebé y las tareas domésticas. Se sentía muy sola. Francisco apenas le hablaba y sus hermanos estaban siempre muy ocupados. Freddy era con el único que contaba para acompañarse a la hora del almuerzo o la merienda. Sofía, cada vez más distante, llegaba y se encerraba en su cuarto. Renata estaba preocupada, no sabía qué hacer ni cómo interpretar las actitudes de su hermana, pero empezó a estar más pendiente de ella. Así fue como descubrió que se pasaba horas escribiendo en un cuaderno del que no se separaba jamás.

Era un martes cuando Sofía regresó a casa con el cabello corto, maquillada y vestida de manera totalmente distinta a como ella acostumbraba. Se sirvió un plato de sopa y se sentó junto a sus hermanos como si nada e inició la conversa. Renata no atinaba qué decir. Dos días después, muy tarde en la noche, una discusión despertaba a Renata. Francisco no había llegado todavía, intentando no ser advertida, caminó por la casa, las voces provenían del cuarto de Sofía. No imaginaba quién podía estar a esas horas en el cuarto de su hermana, el miedo iba invadiendo a Renata, al llegar a la habitación, encontró la puerta abierta y a Sofía en un rincón del cuarto abrazada a una almohada balbuceando, no se podía entender qué decía. Renata retrocedió aterrada, entró a su habitación, pasó a Vicente a su cama y puso seguro a la puerta. El tiempo se hizo eterno hasta que escuchó abrirse la puerta del garaje, su marido estaba llegando. Una vez escuchó cerquita sus pasos, quitó el cerrojo. Ni bien Francisco puso un pie dentro del dormitorio, Renata lo empujó hacia la cama y cerró la puerta inmediatamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Francisco

—¡Habla bajo! —dijo Renata.

Los dos se quedaron un momento en silencio y entonces Renata empezó a hablar:

—Creo que mi hermana se ha vuelto loca —le comentó a su marido.

Le contó a Francisco sobre los cambios de su hermana en su aspecto y sobre como la encontró en su habitación.

Francisco se mostró muy preocupado. Un conocido de él había vivido una situación parecida con un miembro de su familia y tuvieron que recluirlo en un hospital para que no atentara contra la vida de alguien o la suya propia. Advirtió a Renata con llevarse a su hijo si no hacía algo con la loca de su hermana.

Renata no pudo dormir nada, antes de las cinco de la mañana ya estaba en la cocina. Las lágrimas se le salían a chorros. Había perdido a sus padres, su esposo no la quería y ahora su hermana. Secó sus ojos, lavó su rostro y empezó a hacer el desayuno. Mientras servía la mesa, sus hermanos y su esposo fueron llegando. Sofía se mostraba totalmente normal.

Cuando todos partieron, Renata intentó, sin éxito, hallar el cuaderno en el que Sofía escribía.

A media mañana Francisco regresaba a casa. Había estado hablando con un médico amigo y después de haberle contado los cambios extraños en su cuñada, este le había aconsejado llevarla al hospital público psiquiátrico para que sea evaluada inmediatamente.

Renata debía convencer a su hermana de acompañarle a una consulta médica, puesto que se sentía muy triste. Francisco las estaría esperando con el doctor y una vez ahí internarían a Sofía para que sea evaluada. Según Francisco, así era mejor, estaba seguro que Sofía no iría por su propia voluntad y si Renata no aceptaba, él se llevaría a su hijo, no lo iba a poner en riesgo.

Al llegar al hospital, Sofía accedió a todo con total tranquilidad. Para Renata esa era una reafirmación de que su hermana no estaba bien. El médico a cargo les dijo que Sofía se quedaría una semana para hacerle todos los exámenes necesarios.

Freddy se había quedado en casa cuidando a su sobrino. Cuando llegaron a casa, Renata se sentó con Freddy para explicarle todo lo que estaba pasando. Era necesario tener paciencia y pedirle a Dios por la salud de Sofía.

La semana se hizo eterna y al terminar, Renata pidió a su marido le acompañe a visitar a su hermana. Francisco iría solo y si todo estaba bien le avisaría para ir a retirar a su hermana. Pero regresó con malas noticias. Según los doctores, Sofía estaba muy enferma y era recomendable que se quede interna durante un primer período de tres meses sin visitas hasta estabilizarla y luego de ese tiempo decidirían si vuelve a casa o necesitaría más tiempo de internamiento.

Renata quedó muy triste e intranquila. Extrañaba tanto a sus padres en aquellos momentos y los invocaba pidiéndoles fuerza.

Vicente estaba creciendo mucho y cada día demandaba más atención de su madre así que el tiempo pasó relativamente rápido. Faltando una semana para cumplirse los tres meses para ver a su hermana, Renata decidió ir al hospital.
Esperó alrededor de una hora al médico a cargo. Las noticias sobre su hermana la dejaron en shock. Su hermana había tenido un bebé. Al momento del ingreso se determinó que tenía cuatro meses de embarazo, aparentemente el saber que estaba embarazada es lo que desencadenó su cuadro depresivo. El niño había sido entregado al cuidado de un orfanato porque no se había podido ubicar a los familiares. Vio a su hermana a través de una ventana, tenía la mirada perdida, el cabello completamente desordenado, pálida y extremadamente delgada, no quedaba nada de lo que algún día fue.

Renata regresó a casa devastada. Se sentía muy culpable, sabía que su hermana no estaba bien y en vez de insistir en saber que pasaba la dejó sola. Nunca se le conoció una amiga o un novio. Sofía siempre había sido muy cerrada, introvertida. De pronto recordó el cuaderno. Estaba segura de que si lo encontraba sabría quién era el padre de su sobrino.

Desbarató el cuarto de Sofía y no lo encontró. Cuando Freddy llegó del colegio, le dijo que Sofía había olvidado su diario y que quería que se lo llevaran. Freddy fue hasta la cocina y regresó con el cuaderno en la mano. Sofía le había revelado el lugar secreto por si en algún momento ella faltaba, Freddy debía esconder muy bien sus escritos.

Al día siguiente, Renata esperó a que su esposo y su hermano partieran para buscar el cuaderno y leerlo mientras Vicente dormía.

Primero le dio un vistazo general, había muchos dibujos, algunos inentendibles. Por fin, se decidió a leer desde la primera línea y mientras lo hacía, la dulzura de su rostro era reemplazada por una dureza que parecía envejecerlo.

Sofía describía una relación amorosa con todo detalle, vivida desde antes de la muerte de sus padres. No había nombres, pero no fue difícil para Renata entender que había sido engañada en sus narices. Su sobrino resultaba ser medio hermano para Vicente.

No se permitió derramar una sola lágrima, rompió el cuaderno y luego quemó los pedazos. Para cuando Freddy llegó, la comida estaba lista y la casa impecable. Recibió a Francisco como siempre y durante la cena comentó que había ido al hospital a visitar a Sofía y las noticias no eran buenas. Sofía no regresaría a casa, la depresión la había dejado perdida, no hablaba, no reconocía a nadie. Podían ir a visitarla y mirarla detrás de un cristal, pero nada más.

Freddy se puso muy triste, aunque Sofía siempre había sido distante, nunca dejó de estar pendiente de él. Francisco solo comentó fríamente, que era lo mejor, Sofía estaba siendo cuidada y ellos vivirían tranquilos.

Renata acudió una vez más al hospital donde estaba recluida su hermana para retirar los documentos necesarios para recuperar a su sobrino y dejar los datos que se requerían para poder ubicarla y mantenerla informada sobre el estado de su hermana.

Caminó por varias horas tratando de mitigar el odio que sentía. Llegó hasta un centro comercial y entró en una cafetería. Entre sorbo y sorbo de un humeante café decidió que nadie sabría jamás del hijo de Sofía, sería otro secreto que se lo guardaría muy bien a su hermana.

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