viernes, 28 de octubre de 2016

Crimen en la carretera

Marcos Núñez


Anochecía en Villaflores cuando una patrulla pasó a gran velocidad, haciendo escándalo con su sirena. En aquel barrio obrero y polvoriento, la gente se preguntaba qué habrá sucedido, no daba crédito a tal escándalo. Igual Isidro Maldonado, quien tuvo que taparse los oídos con sus dedos índices y vio que la camioneta se dirigió hacia el sur. Después que se alejó, se llevó la mano derecha a su mentón: «¿Habrá sido un choque o un asesinato?», dijo en voz alta mientras reanudaba su caminata. Al llegar a la delegación encontró a un policía haciendo guardia, era un tipo moreno y gordo. Al pararse a unos metros de él, Isidro se veía más alto y delgado.

—Disculpe, oficial, ¿podría decirme qué sucedió?

—Este no es asunto suyo, pasó algo, punto —respondió el guardia.

—Tal vez debería buscarse otro empleo, amigo.

            El radio receptor estaba encendido, los oficiales que se encontraban en el lugar de los hechos se comunicaban: «Cuatro, estamos ante un viejo tirado a medio camino, sigue lo correspondiente, cambio».

—Enterado, cambio —respondió el guardia.

—¿Un asesinato o un accidente? —dijo Maldonado como si pensara.

—Señor, usted no tiene nada que hacer aquí, váyase. No esté de metiche.

—A lo mejor es asunto mío —replicó Maldonado mirando con desprecio al guardia.

Salió de la miserable delegación, pero se ubicó a un lado de la entrada. El espacio interior hacía eco y podía escuchar lo que se decía por radio: «Al parecer es un viejo de allá, cambio», «Enterado, cambio». «Pinches policías, les gusta hacerle al cuento, seguro no resolverán esto, lo dejarán como siempre al ahí se va, maldita justicia, desde que alguien mató a mis padres y nadie hizo nada por dar con el asesino, la odio, si tan solo investigaran, si lo intentaran de verdad otro gallo nos cantaría», pensó Maldonado, luego bajó la mirada y negó resignado, «algo se tiene que hacer». Así estuvo en su silencio un minuto hasta que se retiró del lugar y se dirigió al parque Monterroso, un lugar sombrío apenas iluminado por un foco público; ya eran las ocho, pero las tiendas aún estaban abiertas, por las banquetas iban y venían mujeres con sus hijos y obreros que se dirigían a la factoría de azúcar que se ubicaba en los límites de la colonia; por la avenida pasaban haciendo ruido taxis, camiones cañeros, tráileres, camionetas y tractores. Maldonado los vio  mientras cruzaba el negro parque, le era tan familiar su oscuridad que aun así podía ver a las parejas de jóvenes besándose en una banca, o a los borrachos que conversaban aparentemente sin sentido, «Sí, lo más seguro es que fue un asesinato», pensó. Al llegar a la esquina cruzó la avenida y entró en el Piedra Rodante, un estanquillo que tenía mal dibujada en su muro derecho la imagen de una boca roja sacando la lengua. Allí se escuchaba música de rock a bajo volumen, olía a humo de cigarro; Maldonado miró a su alrededor y encontró lo de siempre, dos refrigeradores con refrescos, al fondo dos mostradores con las revistas y golosinas, a un costado los clientes que conversaban sentados en las mesas metálicas. Se fue a los mostradores a escoger su historieta favorita El libro policíaco; Maldonado la destapó, la acercó a su nariz para olerla, se sentó en una mesa, pidió un refresco y se dispuso a leer.
           
Al hojear la revista, Maldonado abrió con sorpresa los ojos y después frunció las cejas. El cuento de ese número 1342, se titulaba Crimen en la carretera. Cerró la revista y se dirigió al dependiente, un hombre bajo de estatura, blanco de piel y con bigote grueso.
           
—Fredy, una pregunta.

—Una respuesta, mi estimado Mal.
           
Maldonado sonrió.

—Sé que la revista llega los martes, hoy es jueves. La otra vez me dijiste que solo te llegan seis ejemplares y quedan tres con el que acabo de tomar. ¿Recuerdas bien quiénes te compraron los otros tres?

—Más o menos. ¿Por qué?

—Por curiosidad, ¿viste que se fue a rompe madre la patrulla?

—Sí, no manches, me estás inquietando, cuéntame.

—Me acabo de enterar de que encontraron un muerto a media carretera, no sé a qué altura, pero estoy seguro de que fue rumbo a la Unión.

—No la chingues —respondió Fredy—. ¿Y eso qué tiene que ver con la revista?

—Mira —Maldonado le señaló el título del cuento y Fredy abrió la boca de sorpresa.

—¿Entiendes que hay una coincidencia?
           
Unos clientes se acercaron a pagar y Fredy se disculpó un minuto.

—Sí que es coincidencia, pero solo una fantasía. Yo la verdad no leo esas chingaderas, porque luego te hacen pensar tonterías. Mejor leo el Rolling Stone.

—Y si existe una relación, ¿entonces qué, mi estimado Fredy?

—Ahí sí te diría que eres listo de verdad.

—Bueno, ahora habla.

—Tú quieres saber quiénes compraron los otros ejemplares, eso, según tu fantasía, te puede ayudar a encontrar al asesino, ¿no es así?

—Efectivamente, Fredy, has dado en el clavo.

—Solo te voy a decir porque eres cliente, pero siento que se está botando tu canica. El primer ejemplar lo compró una niña que no había visto, como de trece años, usaba pantalón de mezclilla, blusa blanca, se veía bonita y llevaba una diadema roja en el cabello. El otro cliente fue un trailero que se estacionó antes de llegar a la glorieta, su camión iba cargado de azúcar, vino, sacó una Coca Cola de litro, agarró un Proceso y El libro policíaco, pagó y se fue en su tráiler. Esos dos clientes vinieron el martes. El tercer ejemplar lo vendí ayer a un tipo que vino de playera roja, se veía que era pobre y parecía que se acababa de bañar, este me llamó la atención, porque se compró tres revistas porno y el policíaco, además se llevó una canastilla de cervezas y cigarros.

—Ninguno de los tres me parece conocido —opinó Maldonado.

—A lo mejor ninguno tiene que ver con el asesino, es algo que ya te metiste en la cabeza por leer pendejadas.

            Maldonado miró a Fredy con un leve gesto de enojo.

—No te creas, en esta revista se ha dicho que hasta el más mínimo detalle pudiera resolver un caso.

—Mejor descansa, ya mañana sabremos qué sucedió, seguro saldrá en el diario ¡Por Esto! 

—A lo mejor desde antes sale información.
           
Eso decía Maldonado cuando una camioneta negra rechinando llanta, se detuvo en la ferretería ubicada al otro lado del parque.

―¡Qué te dije, Fredy! A mí se me hace que el muerto o el asesino tienen que ver con los Ramírez.

―¡No te metas, Mal! Deja eso en manos de la policía, es su trabajo y tú andas de curioso.

Maldonado ignoró lo dicho. Pagó con un billete de a cincuenta y Fredy le dio uno de a veinte como cambio. Vio que de la camioneta salió Ramiro, un muchacho veinteañero que sin cerrar la portezuela se metió corriendo a la ferretería gritando, «¡mi papá está muerto!», Maldonado supo así que era don Eleazar Ramírez, su compadre que siempre lo trató bien. «Esto ya es personal, ahora con más razón debo saber qué sucedió», pensó. Se acercó de manera prudente y alcanzó a sentir el olor de la llanta quemada en el pavimento, junto con él numerosos curiosos también se acercaron. El joven Ramiro y su madre se veían abrazados, lloraban. «¿Por qué lo habrán matado? ¿Quién? ¿La niña de trece años, el trailero, el hombre de la playera roja? ¿Por qué en la carretera? Me lleva la que me trajo, tengo que saber dónde sucedió», a Maldonado le sudaba la frente y con los dedos de la mano izquierda apretaba la revista. En eso estaba cuando Ramiro salió a bajar las cortinas. Maldonado volvió al estanquillo, donde Fredy escuchaba Start me up, de los Rolling Stones. Le tuvo que hablar fuerte.

―¡Te ves muy a gusto!

―¿Qué? ―Fredy bajó el volumen a su estéreo que tenía al lado de su caja registradora.

―Decía que tú me ayudarás a resolver este asesinato ―dijo Maldonado ya en tono relajado.

―Ya dije todo lo que querías, no estés fregando ―Fredy subió un poco el volumen, que apenas fue suficiente para el ruido de un camión cañero que pasaba.

―No seas canijo, Fredy, solo quiero saber unas cosas.

―¿Crees que no me duele saber que mataron a Eleazar? Desde aquí alcancé a ver que su hijo bajó corriendo. Era un buen cliente y mi amigo. No quiero saber nada.

―¿Y por eso pones tu música así? ¿Para evadir algo que sabes?

―La puse porque sabía que volverías.

―No seas ojete, sabes cosas que pueden servir, era mi compadre.

―Yo sé cosas, pero tú no andes donde no te llaman. Mejor anda a leer tu revista, que mañana debes seguir haciéndote pendejo en la biblioteca.

―Sí, ya sé que solo soy un bibliotecario de barrio, pero no seas así, Fredy, cuéntame lo que sabes de Eleazar, que a lo mejor damos con el asesino y por qué lo mató.

―Deja eso a la policía, no sigas.

―¿A poco crees que la policía va a resolver esto? Cuando mucho lo dejará en averiguación previa, hará como que investigó y dirá que el asesino o los asesinos se dieron a la fuga. Quizá yo pudiera averiguar algo más.

―¿Y tú que ganarás con todo esto, Mal?, porque no le veo chiste.

―Nada, Fredy, yo quiero la verdad, entender lo que pasó con mi compadre, además quiero saber qué se siente resolver un caso y desaburrirme. Dime lo que sabías de Eleazar en los días más recientes, yo siempre supe que era buena persona.

―Ni tanto, hace una semana corrió un chisme que no creí que fuera cierto, ese Eleazar traía su cola que le pisen, se lo tenía bien guardado.

―¿Era marica? ¿Mató a alguien? ¿Robó?

―No, nada de eso. Dicen que a doña Celestina, tu comadre, le puso tremendo cuerno con una señora de la colonia obrera.

―¿Qué más le sabes?

―Solo eso, pero dicen que la otra mujer era muy joven.

―¿Tú crees que ella haya sido la asesina?

―¿Ya ves? Estás fantaseando, ya te sientes detective, no manches, esto es serio.

―Es en serio, cabrón. Gracias por el dato, Fredy, eres melindroso pero ya me diste un norte.

―¿A dónde vas?

―¡Qué te importa! ―respondió Maldonado con una sonrisa burlona.

―¿Ya ves cómo eres mal amigo? ―expresó Fredy indignado― al menos dime.

―No seas nena, no digas nada, pero voy a la escena del crimen.

Fredy ya no respondió y subió el volumen a su estéreo, donde sonaba Paint in Black de los Rolling Stones. Maldonado caminó de prisa a su casa, encendió su Tsuru y condujo rumbo al sur, con ruta a la Unión. «Antes de que Fredy cierre su changarro, le diré quién fue el asesino y por qué mató a don Eleazar. Estoy a punto de resolver este caso, está papa». En el kilómetro quince, al llegar a la curva que da entrada al pueblo de Cacao, Maldonado vio las luces de una patrulla. Un policía alto y con lámpara en mano encendida daba paso a los autos, otros dos trataban de alejar a los curiosos. Maldonado se detuvo, sacó su propia lámpara y salió. El cuerpo ya no estaba, pero entre la gente alcanzó a ver que allí seguía el coche Jetta azul marino de don Eleazar, con el parabrisas roto a causa de un impacto de bala. El policía que daba paso a los autos se le quedó viendo y le alumbró la cara.

―¿Qué hace usted aquí? Circulando, señor.

―Ya me voy ―respondió Maldonado.

―Apúrese, si no se le detendrá por obstrucción de la justicia.

Maldonado sonrió y soltó una silenciosa risa. «Ignorante, y es policía». Alumbró hacia abajo y en el suelo vio polvo blanco, entonces se puso de cuclillas para sentirlo con sus dedos, advirtió que no era un polvo fino, levantó un poco y lo probó, enseguida sintió el sabor dulce. Más adelante encontró dos colillas de cigarro. «No era solo un asesino y creo que don Eleazar no andaba armado, le madrugaron». Faltaba lo mejor: se acercó a la orilla del camino, alumbró y la encontró, era su revista favorita con el número 1342. Maldonado sonrió y pensó: «Ahora sí sé lo que se siente encontrar una pista. Bendito sea Dios». Se incorporó.

―¡Ya lárguese! ―dijo el policía que daba paso a los automóviles― o aquí mismo le disparo por sospechoso.

―Usted no me hará nada ―respondió Maldonado― el caso yo lo resolveré.

―¡¿Qué?!

―Ustedes son tan lentos que hasta dieron tiempo a la huida del asesino.

―¡Deténgase!

―¡Ni loco!

En eso Maldonado subió a su Tsuru, encendió y se echó de reversa, después se dio la vuelta con rumbo a Villaflores y pensando en llegar directo al estanquillo de Fredy. Manejó a gran velocidad, pero al llegar al parque vio que el estanquillo estaba cerrado. «Malvado Fredy, se me adelantó». El barrio estaría oscuro si no fuera porque la ferretería mantenía levantadas las cortinas, de allí salía luz. «Qué lamentable, mi compadre muerto y ahora preparan el lugar para velarlo, mañana seguro lo traerán». Desde cincuenta metros Maldonado vio que algunas personas se acercaron a ayudar, otras a consolar a Ramiro que no paraba de llorar, pero a su comadre Celestina la vio muy tranquila, incluso se veía enojada y satisfecha. «Esto está raro", es para que ella esté desconsolada, como su hijo», pensó. En eso bajó del Tsuru y se acercó. Encontró a Ramiro parado en la entrada de la ferretería, una muchacha lloraba con él. Maldonado se acercó, lo abrazó y el muchacho se recargó en su hombro diciéndole «padrino, mataron a mi papá», «no te preocupes, mijo, de esto al menos se sabrá quién fue el culpable, aunque la pinche justicia quede inmóvil como siempre». Después de eso, Maldonado entró al lugar y vio a doña Celestina seria, mirando hacia el suelo, mientras las demás personas movían la mercancía para despejar el espacio donde velarían a don Eleazar.

―Reciba mis condolencias, comadre ―Maldonado abrazó a la mujer que ni siquiera levantó los brazos, estaba rígida, era delgada y a él le pareció percibir su olor a talco.

―Así son las cosas, compadre, ya le tocaba ―respondió doña Celestina―consuele a su ahijado, él está muy afectado.

«Entonces usted no está muy afectada», Maldonado quiso responderle, pero se contuvo. Salió para volver a abrazar a Ramiro, a quien apadrinó al salir de la Secundaria. Lo consoló y el muchacho no habló porque su llanto no se lo permitió. De allí volvió al Tsuru, al sentarse vio en el asiento de copiloto El libro policíaco. «Ni siquiera lo he leído, nada más me dejé llevar por el título y supuse que tenía que ver con el crimen. Por un momento pensé que Fredy tenía razón, que todo se trataba de una fantasía, mis malditas ganas de vivir una historia policíaca». Maldonado abrió la puerta, salió, se pegó al coche y comenzó a orinar mientras la puerta estaba abierta, procurando que no lo vean y cuidando de no mojar ni sus zapatos ni la cabina. «¿Y si doña Celestina tiene que ver con la muerte de mi compadre?», se preguntó mientras se oía caer el chorro. Al volver a sentarse, rápido cerró para no sentir el olor y no volver a ver la espuma de su orín, encendió la luz y se dispuso a leer, eran las once de la noche. Al seguir la historia, Maldonado abrió la boca y empezó a respirar ansioso, no daba crédito de lo que estaba leyendo. «Cuando Fredy sepa lo que pasó, hasta sed le va a dar», Maldonado sonrió, encendió el Tsuru y manejó hacia su casa.

A las siete de la mañana, Maldonado desayunaba en la lonchería Estrellita Azul, cuando vio que llegó el coche Atos del diario ¡Por Esto! «Ya es hora de acercarme». Al llegar al estanquillo, encontró a Fredy desamarrando los periódicos.

―Allí estás de nuevo ―dijo― ¿Qué averiguaste?

―Vengo a decirte, que el caso está resuelto y la policía va a valer un carajo.

―¿De verdad? ¿Cómo lo sabes? ―preguntó Fredy mientras dejaba de acomodar los periódicos.

―Vas a decir que estoy loco, pero la revista policíaca es la clave. Allí se cuenta la historia de una mujer madura que manda a matar a su marido.

―¡No manches! ¿Neta? Pero cómo.

―En la revista dice que la víctima la engañaba con una mujer joven, y que también estaba casada. Entonces la mujer madura mandó a llamar al esposo de la mujer joven, le dijo lo que sucedía y le pagó mucho dinero para matar al esposo ¡Fredy! Salvo unos cambios, la historia es la misma.

―Estás loco, Mal, necesito pruebas.

―Mira, en el lugar de los hechos vi azúcar regada en el suelo y encontré este ejemplar de la revista. Ahora saca tus conclusiones.

―¡Uy! Puede ser que haya sido así ―respondió Fredy pensativo―. Entonces, las revistas que vendí...

―Sí, mi estimado, Fredy ―Maldonado interrumpió― al menos dos ejemplares tuvieron que ver con el asesinato. Si cateáramos la casa de doña Celestina, allí encontraríamos el otro ejemplar. Pero como no lo podemos hacer, dejémoslo así. Solo quisiera ver el periódico antes de irme a la biblioteca.

―¡Adelante!

Maldonado tomó un ejemplar, lo abrió y con sorpresa advirtió que se había publicado algo en la nota roja. Levantó el rostro y le dijo a Fredy:

―¡Escucha!: "Encuentran a un hombre muerto en la carretera de Villaflores a Cacao, según los datos policiales, se presume que fue un asalto a mano armada y que los delincuentes se dieron a la fuga, bla, bla, bla..."

―¡Vaya! ¡Qué versión tan diferente! ―dijo Fredy negando con la cabeza.

―Así las cosas ―respondió Maldonado.

―Te creo más a ti.

―¿De verdad?

―Sí.

―Con eso me basta, me puedo ir tranquilo a mi trabajo. Nos vemos.

Maldonado levantó la mano para despedirse y se fue caminando a la biblioteca pública, pensando: «¿Le contaré esto a mi ahijado? ¿Qué pasará con mi comadre si se entera? Seguro me mandará al carajo y deberé cuidarme de ella, sino al rato seré yo el tirado en la carretera». Luego de un rato, al llegar a la puerta de la biblioteca, Maldonado dijo en voz baja: «Mejor no diré nada y pediré a Fredy que tampoco lo haga. De la policía, ¿qué puedo pensar?, seguro en este caso tampoco habrá justicia». Entonces abrió la puerta, le puso la patita para que se quede abierta y se sentó en su escritorio a la espera de los estudiantes de secundaria que suelen llegar a hacer tarea.

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