lunes, 10 de marzo de 2014

Una luz en la oscuridad

Karina Bendezú


Sus padres habían comprado la casa antes que Luna y sus hermanos nacieran. La antigua casona de techos altos, grandes ventanales y largos pasillos, contaba con un extenso jardín interior y habitaciones amplias. La propiedad se encontraba frente a un inmenso parque poblado de frondosos árboles y gran variedad de flores silvestres. Villa del Parque sería el lugar perfecto para criar a sus hijos y verlos crecer. Marta y Felipe, los padres de Luna, habían dedicado mucha energía y paciencia a ambientar su hogar y convertirlo así en un espacio agradable y armonioso para vivir. Con el correr de los años, los niños crecieron vigorosos y felices disfrutando de su hermosa casa y del esplendoroso verdor de la zona.

Marta entra a la habitación de Luna.

-¡Buenos días pequeña dormilona, despierta que es hora de desayunar! –le dice su madre corriéndole las sábanas que la cubrían.

-¿Qué hora es mami? –pregunta Luna.

-Son las ocho de la mañana y te estamos esperando abajo.

Luna desciende por las escaleras y entra estrepitosamente a la cocina comedor. Saluda a sus  padres con un beso en la mejilla y a sus pequeños hermanos que devoraban el desayuno, los saluda despeinándoles.

-¡No me esperaron pequeños hambrientos! –les reclama Luna.

Luna se sienta a la mesa.

-¡Qué delicia haz preparado hoy domingo mamá?

-Huevos revueltos y salchichas –contesta Marta.

-Qué rico mami. ¡Hay si les cuento lo de ayer!

-Escuché ruidos por la madrugada, ¿eras tú? –preguntó Felipe.

-Sí papá, tuve una mala noche... pero eso no fue todo. Desde el balcón de casa vi a un extraño anciano caminar en el parque, me miró fijamente, tanto así, que no me quitaba la mirada de encima y de pronto, me sonrió, me asusté tanto que corrí a esconderme a mi habitación –relataba Luna exaltada.

A tempranas horas de la madrugada, Luna se sienta en la cama algo angustia. Sus largos cabellos rojizos estaban todos revueltos como si fuera un gran nido de pájaros. Luna se levanta tambaleándose y apoyando sus manos sobre la pared para no caer, intenta abrirse paso en medio de su ropa y accesorios regados por el piso de su habitación. La noche anterior había tenido una fiesta de cumpleaños y llegó tarde a casa. Prende el interruptor de la luz del baño que ciega de golpe sus grandes ojos verdes. Se lava la cara con agua fría para despertar del todo y camina descalza por el largo pasillo hacia el balcón de la casa, desde allí podía contemplar el inmenso parque.

Apoyada en la baranda, Luna observa un movimiento extraño entre las sombras. ¿Quién podría ser a esas horas de la madrugada? La silueta se iba acercando cada vez más hacia la luz del antiguo poste. Al parecer era una persona mayor que caminaba lentamente y algo encorvado. El anciano avanzaba apoyado sobre un extraño bastón que en su mango llevaba una gran roca que brillaba iluminándose cada vez más a medida que se acercaba hacia la luz. De pronto, el anciano levantó su rostro y la miró fijamente. ¿Cómo pudo darse cuenta que lo estaban observando? Aterrada, su corazón empezó a palpitar velozmente llevando sus dos manos al pecho intentando apaciguar el ruido que producían sus latidos, como si el extraño del parque fuera a escucharlos... El anciano no le quitaba la mirada de encima, unos segundos después, el viejo le sonrió y siguió su rumbo perdiéndose entre los árboles. Luna regresó a toda prisa corriendo a su habitación, se metió debajo de las sábanas cubriéndose por completo obligándose a dormir para no despertar hasta unas horas después. 

Luna era una jovencita encantadora y risueña, amaba a su familia por sobre todas las cosas y adoraba especialmente a sus pequeños hermanos, Joaquín y Matías, un par de chicos revoltosos que le hacían las mil travesuras. Sus hermanos jugaban a la pelota y buscaban a Luna insistiéndole a unirse al juego, pero a pesar de sus esfuerzos no lo conseguían. Luna vivía en su propio mundo de fantasías, escuchando a las aves, saludándolas e imitando su canto, eran sus amigas decía, ¡desearía poder volar como ellas y ver todo desde las alturas extendiendo mis brazos! -pensaba Luna. A Luna le gustaba mucho cantar y lo hacía al aire libre, caminando o paseando. En el parque libreta en mano, la joven niña pasaba las tardes dibujando a sus amigas las aves pintándolas de muchos colores, su pasatiempo favorito.

Al día siguiente iniciaban las clases del nuevo año escolar. Luna se reencontraría con sus compañeros de curso. Al llegar a la institución, Luna se acercó a sus amigos de siempre y los saludó afectuosamente. El sábado había visto a algunos de ellos en el cumpleaños de Karen, su compañera de estudios. Luna saludó con un beso a su amiga Raquel. Raquel la esquivó y se alejó de su lado hacia otro grupo de estudiantes. Luna no entendía su actitud, la llamó por su nombre pero Raquel le dio la espalda alejándose aún más de ella. Luna se acercó a sus compañeras Karen y Marisa.

-Chicas, ¿qué le sucede a Raquel? ¿Por qué se comporta así? –preguntó Luna entristecida.

-Ambas discutieron en la fiesta ¿lo recuerdas? –preguntó Karen.

-¡Sí, delante de todos, no sé que le sucedió, pero pensé que había pasado! –contestó Luna.

-Ustedes andaban todo el tiempo juntas, parece que se aburrió, tal vez sus diferencias de caracteres, ¡no sé qué decirte!, no le des importancia a ello Luna –minimizó Marisa.

Luna escuchaba cada palabra de lo que las chicas le decían. En su interior sabía que Raquel no era una chica feliz. Sin embargo su abuela y su tía, eran unas mujeres encantadoras, ellas se alegraban mucho cada vez que Luna iba a visitarlas. Pero Luna se preguntaba -¿por qué del cambio tan abrupto? Luna tenía un alma compasiva por los que sufrían y deseaba contagiar con su alegría a aquel que la necesitara. El resto del día Luna no hizo ningún comentario al respecto. Al finalizar las clases se dirigió a su casa tratando de entender. Al menos su mejor amigo Charly la hacía reír con sus ocurrencias y olvidarse del mal rato. Pero lo peor de todo no había pasado aún.

Al día siguiente, el profesor de francés, Alfred, había otorgado los últimos quince minutos libres para que sus alumnos hicieran lo que quisieran. Y así lo hicieron. Minutos antes de terminar la hora de estudios, de repente, las voces de un grupo de muchachos causaron un gran alboroto pasándose entre ellos un misterioso cuaderno, lo cual inmediatamente llamó  la atención de Alfred. El profesor se acerca al grupo y pide que le entreguen el cuaderno, lee su contenido unos segundos haciendo cambiar bruscamente la expresión de su rosto. Enojado, llama severamente la atención al grupo revoltoso, ¿qué habría en su interior?... Horas más tarde corrieron los rumores… el mejor amigo de Luna, Charly y otros chicos habían dibujado en el cuaderno obscenidades sobre ella. Luna era una chica muy llamativa y a medida que crecía se iba convirtiendo en toda una joven mujer, haciéndola aun más bella y radiante. Charly trató de disculparse con su mejor amiga por lo sucedido pero Luna entristecida se alejó de él, borrando su presencia por el resto del día.

Sus dos amigos, con quienes Luna pasaba más tiempo juntos, ya no lo eran. El lazo que los unía se había roto, Luna se sentía desolada. Los días siguientes, la joven adolescente pasaba las tardes en el parque, en soledad, rodeada de sus amigas las aves. Cientos de tordos, golondrinas, gorriones, petirrojos, canarios y colibríes cantaban sin cesar en las copas de los frondosos árboles y aquel canto la tranquilizaba. Los padres de Luna notaban que su hija se encontraba distante, pero Luna cambiaba la expresión de su rostro y les regalaba una sonrisa, no quería preocuparlos. Sus hermanos la seguían buscando para jugar, esta vez Luna sí accedía a sus juegos, quizás para olvidarse de todo lo sucedido y no pensar, pero en el fondo nada podía sacarla de su tristeza.

Sentada en la fresca yerba, concentrada en sus dibujos, de pronto se le aparece junto a ella el extraño anciano que noches atrás había visto salir de las sombras. Lo reconoció por el singular bastón. Sin poder moverse, respiró hondo, levantó la mirada y esta vez pudo ver  su rostro de cerca.

-¡Veo que dibujas muy bien! –exclamó el anciano.

Las palabras del misterioso señor eran suaves como el viento, contrariamente al aspecto que mostraba. Al escucharlo, Luna se tranquilizó.

-Gracias –contestó Luna.

El anciano llevaba un largo tapado de lino color beige algo viejo y rotoso que lo cubría por completo, su rostro tenía apenas unos cuantos surcos en la piel signos del paso de los años. Por su aspecto, Luna podía imaginar que el viejo tendría ochenta años. El bastón seguía pareciendo particular, pero más misteriosa aún era la hermosa piedra que llevaba en el mango atada con unas cintas de cuero. La piedra era de un color morado oscuro brillante y su luz producía un efecto especial sobre Luna.

-¡Qué linda piedra lleva en su bastón! –exclamó Luna.

-Muchas gracias jovencita, es una amatista.

El anciano, sujetando su bastón con firmeza, se acomoda lentamente junto a Luna.

-Es una piedra que alivia las penas y ayuda a perdonar, pero sobretodo, devuelve la alegría y la paz al corazón –continuó diciendo el extraño.

¿Cómo sabía el abuelo por lo que ella estaba pasando? ¿Era tan evidente la expresión de su rostro como para que el anciano le dijera esas palabras? Luna quería salir corriendo de allí.

-No temas Luna, he venido a ayudarte.

-¿Quién eres? –le preguntó Luna.

-Pon tus manos sobre la piedra y cierra tus ojos, no los abras, -enfatizó el anciano- así podrás saber quién soy.


Luna obediente hizo lo que le anciano le dijo, agarró la bella amatista con ambas manos, cerró sus grandes ojos verdes y miles de luces multicolores empezaron a invadir su mente. Fascinada pudo ver quién era realmente el misterioso anciano, vio mundos jamás antes vistos y mucho más, sintió elevarse y volar por los cielos como lo hacían sus amigas las pequeñas avecillas y por último como por arte de magia, la pena que sentía por sus dos amigos había desaparecido por completo. Retiró las manos de la piedra y abrió sus ojos. Luna miró por todos lados, el anciano había desaparecido, ¿habría sido todo un producto de su imaginación? pero no, junto a ella yacía la preciada amatista. Luna agarró la piedra y corrió rápidamente a su casa. Al llegar, se dirigió en busca de sus padres, les enseñó la hermosa amatista y contó detalle por detalle lo que había visto.

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