Silvia Alatorre Orozco
Dos seres desamparados
y temerosos al futuro se unieron para esquivar su pesarosa existencia. Sus historias
eran semejantes: ser hijos únicos de madres dominantes y quedar huérfanos casi
al mismo tiempo; tenían mucho en común: eran muy ingenuos y estaban deseosos de
pertenecer a una familia. A la muerte de sus progenitoras se encontraron solos y sin saber enfrentar la vida con
valentía, estando bajo esas circunstancias y aunado a las mofas de que el
muchacho era víctima por parte de don Toño, Julito se casó con Tita. A cual más
de ignorantes, ninguno de los dos se daban cuenta de que el matrimonio no se
consumaba a pesar de llevar al pie de la letra “El manual de los esposos cristianos”,
escrito a sus ochenta y siete años por el célibe padre Ripalda, pero como el
libro no tenía dibujos explicativos, los recién casados no lograron entender la
teoría ahí descrita. Después de tres años de llevar vida marital y al ver que
los bebes no llegaban supusieron qué Tita era estéril.
Años atrás tanto doña
Paquita como doña Carlota, madres de Julito y Tita, llegaron a vivir a la ciudad de México y se
instalaron en uno esos palacetes porfirianos de estilo francés que habían sido
residencia de los aristócratas de la época, y posteriormente convertidos en insalubres
viviendas en arrendamiento llamadas vecindades, dando alojamiento a un gran
número de familias de clase media baja. Las bellas fachadas cubiertas de canteras,
granitos nórdicos y estucos cambiaron su aspecto al ser pintadas y colocarles
burdos letreros para identificar el giro de los pequeños comercios que se
ubicaron en los cuartos que daban a la calle.
Doña Paquita y sus
padres arribaron a México como inmigrantes españoles exiliados durante la
guerra civil española. Recién viuda y sabiendo únicamente tocar piano se dedicó
a dar clases para tener ingresos y sostener al pequeño Julito; era una mujer
flacucha, chaparrita y de carácter difícil; vestía a la moda de la post guerra,
tan puritana que no se dio cuenta de que las partes pudendas del niño tenían un
desarrollo deficiente, sus testículos nunca descendieron y el colguije no era
más largo que un dedo meñique. Evitaba socializar
con los demás inquilinos ya que los consideraba inferiores, y hablando con
marcado acento ibérico recalcaba lo que ella consideraba la diferencia de clase
social. Julito, era un muchachito rechoncho, patizambo, cegatón y timorato;
durante mucho tiempo vistió de pantalón corto, y fue hasta que creció lo
suficiente que su madre le permitió usar
la ropa del difunto para hacer a un lado el pantaloncillo; con lentes
gruesos, chaleco a cuadros tipo escocés y calcetas largas lucia diferente a los
demás chiquillos de la vecindad; su cabello casi rubio y ligeramente ondulado
era peinado con jugo de limón pero un rebelde bucle siempre se deslizaba sobre
su frente haciéndolo lucir muy aniñado. Asistía a una escuela de paga ya que doña
Paquita se oponía a mandarlo a la del gobierno, pues decía que ahí iban
únicamente los que ella llamaba con
desprecio “los indios”; consiguió un buen descuento en la colegiatura a cambio
de tocar el piano durante los festivales escolares. En cuanto Julito terminó la
secundaría lo mandó a trabajar para que cooperara en la manutención de la casa.
Doña Carlota, la madre
de Tita, era una mujer morena, robusta y muy varonil, la nena nada parecida a
ella era una linda criatura de tez blanca y facciones finas; venían procedentes
de la provincia. En realidad la niña no era su hija ya que la había robado del
Hospital Civil en donde trabajaba como enfermera, motivo por el cual se
vinieron a la capital. La llamó igual que ella pero de cariño le decía Tita, no
le permitía hablar con nadie ni tener amiguitas, la dominaba a tal grado que la
pequeña era incapaz de decidir cosa alguna sin antes preguntarle su parecer. En
cuanto la muchachita aprendió a leer, escribir y hacer cuentas no la llevó a la
escuela nunca más y la instruyó en los
conocimientos básicos de enfermería para convertirla en su ayudante. En el
portón colocó un letrero con la siguiente inscripción:
SE APLICAN INYECCIONES
Y LAVATIVAS
A domicilio
Preguntar por Carlota. int. # 13 altos
Nunca les faltaban
clientes ya que entre niños constipados, empachados y ancianos estreñidos
siempre tenían trabajo. Para Tita no fue fácil aprender este oficio por lo que
desgarró más de un culo tratando de introducir el bitoque.
Por su parte don Toño,
un mulato costeño, gordo, alegre, dicharachero, alburero y divertido era el
“alma” del lugar, no vivía ahí pero pasaba el día en lo que él llamaba “su
despacho” ubicado justo a la entrada de la vecindad, constituido únicamente por
una silla alta, un taburete y un cajón con sus herramientas de trabajo; además
de dar lustre al calzado alquilaba revistas para caballeros y completaba el
negocio dando “toques” con un ingenioso aparato, que por medio de dos
electrodos conectados a unos tubos proporcionaban descargas eléctricas en las
manos de los solicitantes; según decía este tratamiento ayudaba a incrementar
la potencia viril. Postrando sus grandes nalgas sobre el pequeño banco
trabajaba o chanceaba a los transeúntes mientras en su radio escuchaba mambo o sones
veracruzanos.
Sabiendo lo tímido y
apocado que era Julito lo maloreaba cuando pasaba frente a él; le entonaba un
estribillo, terminando la frase con algunas palabras que tenían la finalidad de
jorobar al muchacho; como a sus trece años, el
niño aun usaba pantalón corto le cantaba:
- - ¿Hasta cuaaando Julito… hasta cuaaando…
usaras pantaloncitos de hombre?
Desde luego evitaba
molestarlo delante de doña Paquita, ya que si ésta se daba cuenta, le reclamaba
al costeño dando gritos histéricos y amenazándolo con el paraguas.
Entre doña Paquita y
don Toño había una gran antipatía. Cuando la maestra daba sus clases de piano,
el mulato subía el volumen del radio y ella bastante enojada y para opacar esa
vulgar música, ponía en el tocadiscos la música de “Los churumbeles de España”,
el estruendo era tal que los vecinos lanzaban gritos e insultos dirigidos a
ambos. Únicamente Carlota y Tita permanecían en silencio ya que no querían
tener problemas, pues varios de ellos eran sus clientes.
En el patio central los
chiquillos correteaban y jugaban pelota, pasar por ahí era un reto ya que había
que esquivar pelotazos, sortear charcos de agua maloliente y caminar sobre la
basura regada por doquier. Un mal día al cruzar por ahí, la maestra de piano resbaló
rompiéndose la cadera; ya nunca más se levantó de la cama y Julito vendió el piano
para solventar los gastos del padecimiento de su madre.
Así fue como Tita se
relacionó con Julito ya que frecuentemente este solicitaba de sus servicios
para atender a doña Paquita que cada día estaba más débil, entre la mala
alimentación y los lavados intestinales en pocos meses pasó a mejor vida;
cayendo el muchacho en una triste desolación.
No pasó mucho tiempo
después de que Julito quedara huérfano cuando Tita también perdió a su madre.
La muerte de doña Carlota fue todo un escándalo que hasta en los periódicos salió
publicada. Resulta que los fines de semana por la noche esta mujer se vestía de
hombre, se ponía corbata y hasta sombrero; le explicaba a Tita que se iba a
trabajar y usaba ese atuendo para que en la calle nadie le faltara al respeto.
Pero una noche ya no regresó; al día siguiente le avisaron a Tita que estaba
muerta afuera de un lupanar; lugar a donde doña Carlota acostumbraba ir a
intercambiar besos y caricias con las jóvenes suripantas del lugar; ese sábado,
el padrote de una de las pupilas con un machete le partió la cabeza en dos,
dejando el sombrero inservible y el casimir ensangrentado. Tita al igual que Julito quedó huérfana y
sola.
Ya sin doña Paquita para defender al muchacho, don
Toño entonaba una nueva cantaleta para molestarlo, y disfrutaba enormemente al ver
como se ponía rojo de coraje y que no era capaz de protestar, ahora le cantaba:
- - ¿Hasta cuaaando Julito… hasta cuaaando…
conocerás culito de mujer?
Ya cuando se casó con
Tita, el costeño recitaba otra
tonadilla:
- - ¿Hasta cuaaando Julito… hasta cuaaando… lavaras
la caca de los pañalitos?
La vida de los jóvenes esposos
se convirtió en una gran monotonía y quedó en el olvido el deseo de tener hijos.
Julito trabajaba en la zapatería, sus ingresos eran limitados pero con la ayuda
de Tita lograban solventar los gastos de su modesto vivir. Fue en ese entonces
que Fermín, el sobrino de Julito, apareció; era un chaval recién llegado de
España y sin quinto en la bolsa, por lo que en seguida consiguió trabajo en la
panadería de la colonia, y rentó un cuarto en la vecindad.
En una ocasión que Tita
fue a comprar pan le dijo:
- - Oye tiita como que creo que vos…o como que el tío no… ¿O… sí?
Tita puso cara de
desconcierto y no supo que contestar ya que no entendió el comentario, por lo
que el españolito continuó diciendo:
- - Pues como que la veo flaca y enjuta…
- - Es que soy de poco comer, hijo- contesto
Tita.
- - No, como que no se trata de eso tíita.
Vos camináis jorobada y como escondiendo
el pandero, eso lo hacen las mujeres que no están bien cogidas.
- - La verdad Fermín que no entiendo lo que
dices.
- - Tíita, ¿vos conocéis el Kama Sutra? – de
golpe el sobrino le soltó esa pregunta.
- - No, ¿qué es eso?
- - Es un librito que me traje de España. Si vos queréis se lo explico.
Y la ingenua de Tita le
pidió permiso a Julito para recibir esa instrucción y el marido al desconocer
de que se trataba el mentado libro e ignorar las intenciones del sobrino, dio
su aprobación.
Además de trabajar en
la panadería, Fermín complementaba sus ingresos saliendo con mujeres casadas
que le pagaban por la explicación del mentado libro; pero en el caso de Tita no
pensaba cobrarle porque era parte de su familia.
El curso sobre Kama
Sutra empezó enseguida, y como era de esperar resultó que Tita aún era virgen,
después de la primera lección, la muchacha caminaba como que hubiera montado
jumento, Julito que era poco observador no se percató de ese particular
detalle.
Al poco tiempo de que
Tita empezó a recibir los “nuevos conocimientos”, se cortó el pelo lo rizo con
la permanente, pintó los labios de
carmín, usó la falda zancona y contoneaba la cadera al caminar; no pasaron
muchos meses que la partera la ayudó con la llegada de una bebe. Julito no
cabía de contento al ver que la nena era linda y le agradó que se parecía más a
su pariente que a él. Debido a su ignorancia pensó que el embarazo había sido
como consecuencia de los encuentros sexuales que sostuvo con su mujer al inicio
del matrimonio, ayudado además por los toques que una sola vez tomó con don
Toño, experiencia que aún no olvida.
- - ¿En qué potencia los quieres Julito?- le
preguntó don Toño.
- - En la más potente- contestó el muchacho.
Y en cuanto recibió la
descarga eléctrica, las piernas se le pandearon, los brazos se le torcieron,
sus lentes se empañaron y se orino. Nunca más regresó a recibir “toques”.
Después del nacimiento
de la criatura, por unas semanas Fermín no visitó a Tita, pero en cuanto
terminó la cuarentena, volvió para concluir el curso ya que solo faltaban tres
lecciones; ya terminada la enseñanza, el españolito los visitaba únicamente
cuando Julito estaba presente, pues consideraba que el tío le merecía respeto.
Para beneplácito y
orgullo de Julito su familia creció; Tita tuvo dos hijos más, varoncitos,
morenitos y de piel oscura. Estos niños eran muy diestros para cambiar focos y
separar cables que hacían cortos, Tita extrañada por esta rara habilidad, se dedicó a
investigar y el boticario le dijo que seguramente tenían los genes de la
tolerancia a las descargas eléctricas muy desarrollados.
Ahora, cuando Julito
pasa por el portón, don Toño le canta otro estribillo:
- - ¿Hasta cuaaando… Julito… hasta cuaando…
se te quitara lo pendejo, Julito?
Sin embargo Julito
sigue su paso muy orondo, con la cabeza en alto y esbozando una sarcástica
sonrisa lo mira de reojo ya que tiene la certeza de que sus hijos nunca serán blanco de las mofas del
costeño.
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