Eliana Argote Saavedra
Están sentados, uno a cada lado de
la barra. La luz empotrada en el techo del bar ilumina las copas colgadas boca
abajo, despidiendo un juego de luces sobre ellos.
—¿Nunca
sospechaste? —pregunta Gustavo mientras vuelve a llenar la copa de Carolina
amenazando con desbordarla, provocando que ella se apresure a colocar un
posavasos—. Gracias —dice sin mirarla—, está usted servida.
—Claro
que lo sospeché —responde la mujer luego de un incómodo silencio—, ahora,
cuando lo recuerdo hasta creo que Daniel era sincero.
—¿Sincero?
¿Cómo puedes pensar de esa forma?
—No me
mal intérpretes, no soy benevolente, lo que pienso es que él mismo se lo creía.
—Te
conozco muy bien y sé que cuando te hartas de alguien, solo pasas la página.
—Sí, yo
también lo creí.
Gustavo la mira a los ojos mientras la
escucha, se diría que intenta validar sus palabras, pero luego recorre el
rostro, las comisuras de los párpados, las mejillas que van coloreándose al
paso del licor, la boca delineada con esmero, tan deseable para él como cuando eran
estudiantes. Ella no lo percibe, está ensimismada escuchándose a sí misma, reviviendo
cada sensación que brota a la par con los recuerdos.
Cinco años atrás, Daniel conocía a Alina
a través de una red social; en la fotografía se observaba a una muchacha
recostada sobre el césped con una sensualidad imposible de resistir, ojos claros
resaltando bajo el arco intensamente negro de las cejas, cabello azabache recogido
con coquetería, un vestido que apenas cubría el pecho y que debido a la
posición en alto de la cámara dejaba muy poco a la imaginación. Había pasado varias
páginas buscando distraerse cuando la vio. La simple observación despertó sus
hormonas, descargó la imagen en la pantalla para ampliarla y repasó con sumo
interés cada rasgo de aquella piel morena.
Sus
veinticinco años, el incuestionable atractivo y un inminente título de arquitecto,
hacían que Daniel tuviera un futuro promisorio. Llevaba un mes como gerente de
proyectos en el negocio del padre, donde se codeaba con altos ejecutivos, todos
mayores, y se aburría en las reuniones casi diarias; tenía todo lo que a su
edad alguien podía aspirar en la vida, pero el haberse dedicado por entero a
los estudios no le permitió establecer una relación sólida. Era el primer
viernes que no habría ninguna reunión y decidió relajarse revisando las redes
sociales. Al ver la fotografía no dudó en enviar un mensaje. Alina lo recibió e
ingresó al perfil del muchacho, pasaron apenas algunos minutos para que
respondiera. El encuentro fue cosa de horas. Dar un paseo por la costa, subir
la escalinata de piedra, detenerse en el mirador, observar su cabello ondear
con el viento; ella no solo era hermosa sino tan desinhibida, compró baratijas
a los ambulantes y bailó frente a los músicos callejeros; al llegar al hotel ya
era de noche, solo consiguieron abrir la puerta antes de dar rienda suelta a
sus instintos.
El lunes las cosas debían volver a
la normalidad, pero Daniel quería verla; la llamó insistentemente durante todo
el domingo, recién a las tres de la tarde del lunes ella respondió:
—El viernes fue muy
intenso, el sábado dormí hasta tarde.
—¿No viste mis
llamadas? —preguntó él, algo contrariado.
—Sí, claro, las vi, ya te dije que
me levanté tarde; ahorita no puedo responder. ¿Quieres un segundo round? —preguntó ella mientras dejaba
caer la espalda sobre la almohada y pegaba el auricular a la boca para decirle
casi en un susurro—: me encantaría un segundo round.
—Mira, si estás
con alguien, lo entiendo, podemos dejar las cosas allí, solo sé sincera.
—Bah, no seas aburrido,
tú me gustas mucho, ¿qué dices? ¿Hoy a las seis en el mismo lugar?
Comenzaron a verse a diario. Donde
fuera que estuvieran, Alina no pasaba desapercibida, lo que le producía algo de
inquietud, no porque despertara interés sino por la coquetería con que respondía
a los halagos masculinos.
—Las mujeres son así,
hermano —le dijo su gran amigo Gustavo—, no pretenderás estar con una chica
como esa y que se le olvide el resto del mundo, si no lo soportas, tal vez
deberías buscarte una más “normal”.
—¿Normal? Como
Carolina, dices, no te pases, hermano, ella para mí es como tú, pero con falda.
Carolina era una joven agraciada,
aunque muy discreta; vestía sobriamente, usaba anteojos, cabello recogido y dedicaba
su tiempo solo al estudio. Los tres eran amigos desde la secundaria y cursaban
juntos el programa de arquitectura en una prestigiosa universidad de Lima, estaban
haciendo planes para constituir una oficina de proyectos arquitectónicos apenas
se graduasen; llevaban reuniéndose dos largos meses para concretarlos. El padre
de Daniel le pidió a este, en reiteradas ocasiones, que se hiciera cargo de la
empresa familiar, pero él siempre rechazó la idea porque quería lograr las
cosas por sí mismo, actitud que Carolina admiraba. Durante los últimos meses,
como las reuniones se desarrollaban en casa de Gustavo, Daniel la llevaba a
casa, conversaban, bromeaban, o se detenían a tomar algo en el camino, habían
logrado acercarse mucho.
«Tienes que cambiar esos anteojos —le
dijeron sus amigas—, tu cabello es precioso, suéltalo y vamos a subir unos
centímetros a esas faldas que usas». Al comienzo fue difícil, luego se hizo una
costumbre. El primer día que apareció en el aula con aquel estilo diferente,
Daniel la tomó de las manos y la miró de pies a cabeza. «¡Guaaau! Estás…, hasta
pareces mujer», bromeó algo perplejo. El cambio no solo fue visible a sus ojos,
Gustavo también la observaba disimuladamente, claro que él no necesitaba verla
diferente para pensar que era la mujer perfecta, sin embargo, al notar que la
muchacha solo tenía ojos para su amigo, decidió hacerse a un lado. Los demás estudiantes
también reaccionaron ante la nueva imagen. Se acercaban a ella con cualquier
pretexto, hasta hubo uno que se atrevió a invitarla a salir, pero ante la
negativa tajante y la mirada que le regaló —haciéndolo sentir como un insecto—,
no volvió a intentarlo más. Carolina era muy selectiva, veía a sus congéneres muy
por debajo de ella, todos eran unos niños, muy alocados, o vivían en casa de
los padres, eran conformistas y acababan sepultados en comparación con su
querido Daniel.
El tiempo que necesitaba para
afianzar la cercanía entre ellos, se vio de pronto acortado por las constantes
ausencias del estudiante. Carolina se dio cuenta de que las cosas no caminarían
entre ellos, lo que le producía angustia porque se había enamorado perdidamente
de él, pero el padre de Daniel estaba hospitalizado a causa de un infarto, ya
no era un regalo, sino una necesidad, que el chico se hiciera cargo de la
empresa. De la noche a la mañana, los planes de formar empresa juntos, se
deshicieron y el muchacho comenzó a involucrarse en el negocio del padre. Ya no
se veían excepto por las tutorías diarias para la tesis, que estaban por concluir.
«Celos —fue lo que le dijeron sus
amigas—. No resisten que alguien quiera hacerles competencia. Deja de ser tan
estirada, que te vea saliendo con algún tipo, vas a ver cómo reacciona».
Siguió el consejo e invitó a un joven
a unirse al equipo de trabajo. La tarde en que Daniel se reintegró al grupo, encontró
a un muchacho vivaz y atractivo que se deshacía en atenciones con Carolina, pero
lo que le produjo una sensación extraña que no lograba definir, fue la actitud
de ella ante los halagos que recibía, efectivamente sintió celos.
Al terminar las clases, se ofreció a
llevarla como siempre, pero ella se negó, «No te preocupes, ya tengo quien me
lleve a casa», dijo. La vio acercarse al nuevo amigo, y a este colocar su mano en
la espalda de la joven para ir bajándola despacio mientras charlaban, hasta quedar
en la cintura, observó con rabia cómo el espacio desaparecía entre ellos cuando
se acercaron para decirse algo en secreto, y luego, la sonrisa cómplice de Carolina,
mientras ingresaba al auto. Alguien la llamó de pronto, bajó nuevamente del vehículo
y al hacerlo, el largo de la falda se acortó; unas piernas largas y blancas en
las que jamás reparó, quedaron fuera. Sintió la sangre hervir por dentro al ver
como el chico la observaba bajar y recorría con la mirada el cuerpo de la
muchacha mientras se alejaba, Daniel conocía perfectamente bien esa sensación; la
joven regresó acalorada retirándose el saco pues un repentino brillo solar elevó
la temperatura, su figura grácil se contoneaba al ritmo de los tacones; pasó la
mano por debajo de la cabellera larga con una coquetería inusual y sonrió al
intruso. No pudo soportarlo más, nadie tenía derecho excepto él, de contemplarla
de esa forma, ningún estúpido como ese, que debía estar imaginándosela en su
cama; ella era perfecta, claro que recién lo descubría; debía marcar territorio.
Se acercó a paso firme cortándole el camino. «Esto es lo que te gusta ahora? —le
preguntó—. Exhibirte de esa manera, ¿¡qué!, te gusta que te deseen?»
Carolina no podía creer lo que escuchaba,
el consejo de sus amigas funcionaba a la perfección, lo miraba atónita.
—¿Qué estás
diciendo? —preguntó.
—¿Esto es lo que
quieres? —insistió él lleno de rabia—, ¡Dime!
Sin esperar
respuesta la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí sujetándola con fuerza.
Ella comenzó a temblar, era la primera vez que sentía aquel cuerpo tan cerca,
su aliento, la actitud casi animal que exhibía, tomándola a la fuerza. El otro
muchacho se acercaba también, dispuesto a defenderla por aquella intromisión.
—Allí viene tu
caballero —dijo en voz alta—, dile a este estúpido que no te mire de esa forma,
que no quieres nada con él, que solo me deseas a mí.
Hablaba mirándola
a los ojos con la seguridad que le daba la actitud de sometimiento de la muchacha,
su falta de reacción, las miradas furtivas que siempre sintió sobre sí, mientras
estudiaban y que recordaba de pronto, el cambio en su aspecto; ahora lo entendía
todo, ella estaba enamorada de él; la soltó. «¡Vete con tu amigo! ¡Lárgate! —y acercándose
nuevamente le susurró al oído—, o sígueme, quiero que seas mía, tú decides.»
Estaba indignada, jamás le habría
permitido a nadie aquella falta de respeto, esa no era forma de tratarla, pero
una fuerza muy dentro parecía vencerla; Daniel era así, siempre fue así, jamás exhibía
gentileza con nadie excepto con su madre; el padre por otro lado era tan
machista, le decía al hijo único que las mujeres son como autos nuevos y que
tenía la potestad de elegir lo mejor. Quería correr tras él, ansiaba abandonarse
en aquellos brazos como tantas veces lo imaginó y someterse a su voluntad, pero
el raciocinio le decía que se vaya, que merecía más que eso. El otro estudiante
se acercaba, todos los miraban, Daniel volteó, el estacionamiento se hallaba
atiborrado de estudiantes y maestros que salían de clase, y tras las rejas que
daban a la avenida, un grupo de curiosos los observaba; cómo se había permitido
esa escenita, él, que podía tener a las mujeres que quisiera, su frustración
era evidente, sin embargo, no le daba la gana de permitirle que lo despreciara
por otro, especialmente ahora que todos lo escucharon; su mirada era sombría, y
a los ojos de Carolina parecía un cervatillo abandonado. El otro muchacho la
vio contemplarlo y entendió todo. «Creo que deberías irte con él —dijo—, es lo
que deseas».
A partir de ese día las cosas se
desarrollaron como era de esperarse. Los padres de Daniel estaban felices. Gustavo
se alejó de ellos, no podía soportar que la mujer que amaba hubiera elegido a su
amigo. Una noche, mientras conversaba en un bar miraflorino con unos compañeros
de trabajo, vio ingresar a Daniel con Alina, el mozo los saludó con un tono
bastante familiar y los guio hasta una mesa apartada del bullicio, en la
terraza; se acercó visiblemente contrariado, apenas saludó a la mujer y le
pidió a su amigo que lo acompañara; una vez lejos, le reprochó que estuviera
engañando a Carolina, pero el joven se defendió alegando que esa mujer no
significaba nada, que solo se divertía, «Voy a casarme, hermano, tú también
eres hombre pues; una vez que me case, esto se acabó, ¿o acaso crees que
arriesgaría mi matrimonio por una mujer como esa?», le pidió que callara, y así
lo hizo. Los preparativos para la boda comenzaron.
Desde que Daniel asumió la gerencia
en la empresa de marketing del padre, actuó correctamente, aun a pesar de sentirse
agobiado entre tantas reuniones. Añoraba el tiempo en que hacía planes para
construir un complejo, buscar financiamiento, cuando quería salir adelante por
sí mismo. De pronto comenzó a aburrirse y a llevar la dirección de la empresa
de forma mecánica, el tiempo no le alcanzaba para el trabajo porque su vida comenzó
a girar alrededor de Alina, delegó sus funciones en un asistente, hasta que
pudiera dejarla, aunque sabía muy bien que no tendría fuerzas para hacerlo; lejos
de terminar la relación, le pidió que lo acompañe a los eventos sociales a los
que debía asistir para captar clientes. Al comienzo, la mujer se rehusaba a
acompañarlo, pero ante la insistencia del muchacho y lo bien que la hacía
sentirse, aceptó. La primera vez que Daniel llegó con la exuberante mujer, todos
quedaron anonadados; a pesar de vestir sobriamente por complacer a su amante, la
chica no podía ocultar la coquetería natural que afloraba en sus gestos, todo
iba bien hasta que fue presentada ante el invitado de honor, quien llegaba algo
retrasado del brazo de la esposa. Al verlo, no pudo ocultar la incomodidad que
le produjo, quiso marcharse, anunció un fuerte dolor de cabeza, pero Daniel le
rogó que se quedara, que apenas terminaran la cena se irían, encargaría al
asistente el cierre del trato. El recién llegado no dejaba de mirarla, intentó
acercarse a ella sin conseguirlo y cuando uno de los invitados se retiró de la
mesa, este no dudó en acomodarse a su lado y hablarle; la esposa los fulminaba
con la mirada, el sujeto se había pasado de copas y no disimulaba el deseo que
le despertaba la mujer; cuando se acercó a su oído para decirle algo, Daniel,
quien lo estaba observando, le estampó tremendo puñete que lo hizo caer de la
silla. De pronto, el murmullo de los comensales amenizado por los acordes de un
violín, el tintineo de las copas al brindar, la luz tenue y el paso cauteloso
de los mozos que avanzaban entre las mesas, se convirtieron en un caos. Ese fue
el primer cliente que perdió.
Luego de la tercera reunión, esta
vez en el restaurante de un exclusivo hotel en San Isidro, que también concluyó
en un encuentro a puños con otro cliente, Alina dejó de responder sus llamadas;
cuando fue a buscarla al departamento que alquilaba, el conserje le dijo que ya
no vivía allí. No había rastros de ella, se sintió desesperado y aunque
intentaba disimular ante su novia, quien le reprochaba que no la acompañara para
definir todo lo referente a la boda, no lo lograba. Las quejas de la chica, lo
único que provocaban en él era indiferencia. Carolina decidió terminar la
relación; todo comenzaba a desmoronarse, el padre, quien ya sabía de las
andanzas del hijo con aquella muchacha alocada, también le reprochó, le dijo
que se sentía decepcionado, que estaba tirando a la basura su futuro por una
zorra. Daniel tuvo que hacer un gran esfuerzo para no faltarle el respeto
cuando lo escuchó llamarla de esa forma, pero lo que lo decidió a cambiar fue
que esa misma noche luego de aquel altercado, el padre tuvo un segundo infarto.
Buscó a Carolina y le pidió perdón, mas,
luego de la ruptura, la novia indagó entre la gente de la oficina y se enteró
de la existencia de otra mujer, «Creo que te has enamorado de ella —le dijo—,
solo me buscas para contentar a tu padre, no puedo casarme con un hombre que
ama a otra, es mi vida también, te ruego que no seas egoísta». Esa noche Daniel
regresó a casa y dedicó horas a pensar; sentado ante el escritorio, con el
rostro de Alina en la pantalla, se decía a sí mismo que no podía estar
enamorado, los hechos le demostraron que jamás podría llevar una vida serena a
su lado, ella despertaba en él, «y en todos», los instintos más básicos; una
familia en el futuro definitivamente no la incluía, su padre tenía razón, ¿acaso
querría exhibirse con una coqueta? ¿La imaginaba como la madre de sus hijos? Pero,
¿era solo el deseo lo que los unía?, cuando estaban juntos, se sentía auténtico,
libre, no le temía a nada, eran tan parecidos; Alina era atrevida como él mismo
deseaba serlo, irreverente, pero ya era tarde para eso, su padre estaba enfermo,
debía cumplir.
Dos días después se apareció en casa
de la novia con un ramo de rosas rojas; en la sala, rodeado de cuadros y
lámparas, con el sol ingresando por la ventana y el rostro ensombrecido de la
muchacha, «Perdóname —dijo—, no puedo amar a otra mujer que no seas tú, sé mi
esposa». Sí, debía sacar a Alina de su vida, esa era la forma. Carolina dudaba,
pero también confiaba en la voluntad de Daniel para cambiar. Faltaban apenas
dos semanas para la boda, no podía retroceder, lo amaba, viviría para
mantenerlo interesado, conocía la fórmula.
Carolina continúa en el departamento
de Gustavo contándole su historia, están sentados sobre unos cojines frente a
la chimenea, pues la temperatura ha bajado, una suave música de fondo relaja el
ambiente.
—Así fue como
dejaste de estudiar.
—Sí, lo dejé todo,
enfoqué mi vida en tratamientos de belleza, gimnasios, ropa nueva, pero, por
más que me esforzaba, siempre había mujeres que llamaban su atención, sabía que
no podía competir con ellas.
—No todas las mujeres
se destacan por las mismas cosas, Carolina.
—Lo sé, ahora lo
entiendo, pero en esa época estaba ciega.
Una lágrima rueda por la mejilla de
la mujer, él se levanta para preparar otro trago, Carolina coge la cartera,
saca el celular y lo coloca en una mesa lateral, cerca de la corriente. «Esto
te va a hacer bien», le dice Gustavo entregándole el vaso, se sienta junto a
ella y le ofrece su hombro; la mujer se recuesta, se siente tan frágil, sabe
que él estuvo enamorado de ella desde siempre, la merecía más que Daniel, de
pronto una melodía conocida la traslada a la época de la universidad, antes de
que sucediera todo, recuerda a Gustavo sacándola a bailar, siempre pendiente de
ella, la sonrisa dulce, los ojos acaramelados, muy delgado para su gusto pero
tan gentil; él toma su mano y la besa, «¿recuerdas?», le pregunta, y antes de
recibir respuesta la levanta con delicadeza y la sujeta entre sus brazos; están
bailando al compás de aquella canción con las luces bajas y el calor de la
chimenea, todo sabe tan bien, todo parece posible. El licor va relajando su
cuerpo, hunde la cabeza en el pecho del hombre y se deja llevar.
Una tarde, luego del matrimonio,
Daniel asistía a una conferencia en el auditorio de un hotel cercano a su
trabajo, desde la entrada reconoció a Alina. Se veía tan deslumbrante como
siempre, con una copa en la mano y entretenida con el celular. Iba a acercarse
cuando apareció Gustavo, quien caminó directo hacia ella, la tomó del brazo y
se perdieron camino a la zona de habitaciones.
Tuvieron que pasar dos años para que
Daniel aceptara escuchar a Gustavo, le resultó extraño que la explicación de su
amigo apuntara a disculpar a Alina, él le contó que aquella muchacha se
prostituía, que tuvo una infancia difícil, que intentó alejarse porque sabía
que no podían tener una relación seria, que él no la dejó. «El día que nos
viste lo descubrí todo, me enteré de sus andanzas y quise ver si era capaz de
meterse conmigo, no pasó nada entre nosotros, solo hablamos; ella te quiere, aunque
no cree que puedas perdonarla, sabes que nunca me gustó para ti, pero estoy
convencido de que ustedes se aman realmente. Basta escucharlos hablando del otro
para entender que se aman de verdad».
Un mes después, Daniel comenzó a
llegar tarde y luego a ausentarse los fines de semana de la casa que compartía
con su esposa, esta amenazó con dejarlo, la miró con indiferencia y respondió
irónicamente: «Bueno, te has convertido en una de esas cabecitas huecas de las
que tanto te burlabas, va a ser fácil que te consigas un nuevo marido». La
joven lloró por días enteros hasta que decidió poner en práctica una nueva
estrategia: ya no le reprochaba nada y se mostraba más comprensiva. Él
respondió bien al cambio, continuó llevando una vida paralela, aunque de forma
discreta, pues lo único que quería era que no lo molestaran, ella dejó de
cuidarse y se embarazó. Cuando se lo dijo, él se alegró sinceramente, la
levantó en brazos, le prometió que las cosas cambiarían, pero una tarde, luego
que el niño naciera, Carolina fue a visitar a su madre, al regresar a casa, lo
encontró en su habitación, con ella.
La canción ha terminado; sobre la
alfombra están regadas las prendas que usaban; reposan uno al lado del otro, mas
no se tocan. Él debía poseerla para seguir con su vida, le costó mucho
convencer a Daniel que perdone a Alina, por fin tenía lo que siempre debió ser
suyo; ella, decidió vengarse de Daniel acostándose con su mejor amigo, no le
importaba nada, ni los bienes que pudiera perder en el divorcio ni la vergüenza
que significaba para sí misma aquel hecho, fue mucho el tiempo que soportó las
humillaciones de su aún esposo, urgía ponerle fin a esa relación perversa de
dependencia, a su propia inacción y debía ser algo radical. El celular de Carolina
se ha apagado, las grabaciones de video consumen mucha batería. Va a
divorciarse, sí, pero antes le clavará un puñal en el alma, igual que lo hizo él.
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