lunes, 2 de mayo de 2016

Nostalgia

Ramón Castro Pérez


Me he acostumbrado a ver y escuchar la folclórica fauna urbana que desfila frente a mi casa, uno de ellos es el pajarero que pasa cada semana anunciando la buena ventura, Venga, acérquese a conocer su estrella, el pajarito de la suerte le cantará antes de sacarle un papelito que le predice la fortuna, aproveche, no desaproveche, solo cincuenta centavos y usted sabrá qué le viene, qué le aguarda, no espere más ya llegó el pajarero, el único que con sus aves le anuncia la buenaventura. En una ocasión se acercó a la ventana, Seño, me dijo, para usted traen noticias estos canarios, anímese, por cincuenta centavos sabrá qué le está reservando la providencia, le dije a Mercedes que se asomara a sacar un papel, la avecilla cantó alegremente, tomó una hojita con tres o cuatro dobleces y la acercó a la mano de mi hija, Meche me la pasó pues no sabe leer, un retraso mental no le permitió ir a la escuela, lo leí entre dudosa y jocosa: alguien cercano a usted la visitará trayéndole gratitud y amor. Confirmé que mi hijo nunca nos dejará solas.

Así han transcurrido los últimos diez años, postrada en cama seguiré hasta que Nuestro Señor decida llevarme. Los resortes desvencijados del viejo colchón hacen más penosa mi existencia. Solo me quedan recuerdos y sueños, a Renecito no dejo de tenerlo en mis oraciones, Dios sabe por qué se lo llevó si apenas empezaba su juventud y había decidido abrazar la vocación sacerdotal, el dolor de la partida lo llevo clavado en el alma, mi vida no ha sido la misma desde entonces, me pregunto si esa muerte ocurrió porque no estaba destinado a ser un buen ministro o si fue una prueba divina ya que en un período muy corto murieron él y mi esposo, no es fácil entender los designios del cielo cuando lo único que he tenido a cambio es dolor y soledad, sé que no puedo revelarme, al contrario, con humilde abnegación debo aceptar lo que me ha tocado vivir.

Veo y escucho lo que sucede en la calle a través de la ventana abierta de mi cuarto mientras  van transcurriendo los días. Por su enfermedad mi hija Mercedes siempre ha vivido conmigo. También cuento con Damián que me visita y ayuda diario, nos trae la comida, medicinas y lo que vamos necesitando. Estoy aislada, a esta edad la soledad anda con una todo el tiempo. Me voy consumiendo poco a poco ¿Dios mío algún día te acordarás de mí?

En mi buró tengo un radio, cada mañana lo enciendo para escuchar las noticias, por las tardes lo vuelvo a prender para oír La tremenda corte con el genial Tres Patines, la simpatiquísima Luz María Nananina, el juez y un secretario. Meche acerca su silla, escucha con atención, las dos disfrutamos y reímos las gracias y ocurrencias de esos simpáticos cubanos; diario presentan un caso distinto en el que se acusa a José Candelario “Tres Patines” de algún delito, llevan a cabo un juicio lleno de chistes y expresiones espontáneas, y al final el acusado termina condenado a pagar cierta multa o a ser encarcelado. Disfrutamos mucho programas como éste, blancos e inocentes pero llenos de chispa. A lo que iba es que escuché en la radiodifusora que hace cinco años el presidente, creo que de apellido Ruiz Cortines, concedió a las mujeres el derecho al voto, ¿para qué me sirve si no puedo salir a votar? En fin, eso no es lo importante, para mí todos los días son muy iguales, pocas cosas suceden que hagan diferente la jornada. En realidad estoy siendo algo injusta porque a decir verdad me encantan los sábados por las tardes y los domingos en las mañanas cuando Damián trae a mis nietos, me acompañan retozando, no dejo que vayan a los otros cuartos, prefiero no perderlos de vista, casi no me hablan por estar en sus juegos pero no importa, soy feliz observándolos cómo se entretienen jugando, en general son bien portados. Desde mi cama estoy pendiente de ellos, si es necesario doy un grito que los pone en orden de inmediato; les gusta pararse en el balcón a mirar lo que hay en la calle; no es raro que pase un limosnero pidiendo una caridad por el amor de Dios, los niños pelean por ver quién le dará una moneda o un pedazo de pan. Las visitas de los nietos ocultan por un rato mi soledad, al irse llega de nuevo la rutina diaria. De lunes a viernes los días son casi una calca del anterior.

Yo creo que pronto partiré de esta vida, ¿qué será de Meche? No dudo que Damián seguirá viendo por ella; su inocencia y pureza me hacen quererla más, pobrecita; algunas tardes nos ponemos a acomodar la ropa, le pido que la saque del chifonier, la coloca a los pies de la cama, la revisamos, a veces le digo que aparte alguna prenda para luego dársela a algún pordiosero de los que circulan por aquí, generalmente volvemos a guardarla. Junto a esa cómoda está la vieja silla de madera en la que mi niña se sienta durante algunas horas, a un lado hay una mesita con estambre y agujas, qué bueno que aprendió bien ese oficio; todas las tardes se entretiene varias horas tejiendo. 

Cada mañana se levantaba con el canto de los gallos del vecindario anunciando que el alba había llegado; después de llevar al colegio Champagnat a sus hijos pequeños, una escuela tradicional donde la educación católica y los valores cristianos eran importantes, pasaba a dejarle a Manuela los alimentos a su domicilio ubicado en Serapio Rendón número setenta y tres; dos recámaras, una pequeña sala, comedor, un baño y patio trasero integran la vivienda; al entrar, la primera puerta del lado izquierdo comunica con la habitación de Manuela, lugar que podía ser todo el hogar pues casi no se movía de la cama ni para tomar alimentos, una ventana con un pequeño balcón le daba vista al movimiento de la calle, en eso se entretenía. Platicaba con ella cualquier cosa, saludaba fríamente a su hermana y salía a la oficina. Diariamente, de lunes a viernes, repetía la misma rutina. A los diecisiete años Damián asumió la responsabilidad de la familia a raíz de la muerte de su padre.


Una tarde se detuvo frente al balcón el organillero, en realidad eran dos hombres, uno cargaba el organillo, el otro le ayudaba a recolectar lo que la gente les da a cambio de escuchar cómo de ese cilindro encerrado en un cajón y movido por una manivela salen emotivas canciones, tocaron Sobre las olas de Juventino Rosas y Estrellita de Manuel M. Ponce, fue como una serenata vespertina, al terminar recogieron unas monedas antes de continuar su camino. Vuelven dos o tres veces al mes, hay gente que se detiene a escucharlos, casi todos les dan algo de dinero; cuando oigo el organillo me acuerdo que Hipólito y yo íbamos los domingos a la plaza de armas, nos comprábamos unos algodones de azúcar y nos sentábamos en alguna banca a escuchar la banda municipal. ¡Qué bonitas tardes vivimos juntos! La ciudad lucía tan hermosa resaltada por la Calle Real que iba de la catedral al acueducto. Me gusta que pasen estos músicos y alegren el momento con melodías que traen recuerdos dibujados de nostalgia, le digo a Meche que les de cinco centavos, pobres, necesitan comer. Me imagino que ese aparato pesa mucho, no ha de ser fácil cargarlo y llevarlo de una esquina a otra. Las tardes que camina por aquí el organillero son menos monótonas.  

Algunas noches que ya estamos acostadas pasa el sereno tocando un silbato y alumbrando con una pequeña linterna, en su camino va encendiendo los faroles de los postes, mientras avanza se le escucha gritar las doooce y tooodo sereeeno, ese hombre cuida el vecindario y vela nuestro sueño aunque más bien protege a los pocos paseantes que deambulan allá afuera. Recuerdo a mamá recitando unos versos acerca de estos hombres solitarios: Los faroles de la calle yo me encargo de encender/para que usted mi negrita no se vaya a caer, o aquel otro que decía ¡Las doce han dado y sereno!/la noche está tranquila/camino con mi farol por la ciudad dormida. Temo que se va a ir perdiendo esta costumbre, me da miedo pensar qué sucederá cuando no haya alguien vigilando que todo esté bien mientras la gente descansa. Para entonces ya no viviré, ¿qué les irá a tocar a mis hijos y nietos? Por eso tengo cerca al Sagrado Corazón, la Inmaculada y san Pantaleón patrono de los enfermos, la imagen de cada uno cuelga de la pared que tengo frente a mí, diario rezo y les pido nos protejan, de pasada incluyo en las oraciones a mis hijos a pesar de que ellos no se preocupen mucho por mí, excepto Damián. Corazón de Jesús, ardiente de amor por nosotros, inflama nuestro corazón en tu amor, le rezo a diosito para que no permita que la maldad invada los caminos, luego le digo Sagrado Corazón de Jesús en vos confío. Pobrecito el sereno cuando ya no le hagan caso y no nos cuide más. Esa desconfianza hace que dos o tres veces al día rece una jaculatoria a la virgencita santa Oh María, que entraste en el mundo sin mancha de culpa, obtenme de Dios que pueda yo salir de él sin pecado. Tampoco dejo de confiar en san Pantaleón, un médico muy bueno que curaba a los enfermos, a él le pido que no se olvide de mí, dame salud para que pueda volver a caminar, a veces dudo que esté atento y entonces le ruego que al menos me dé fuerzas para seguir adelante en este valle de lágrimas, aun así creo en él.

Durante su caminar el sereno se ha de encontrar a esos juglares modernos que salen por las noches a llevar serenata, no importa que canten desafinados, lo que les interesa es demostrar su amor a la amada. Hipólito me sorprendió en dos ocasiones, una en un cumpleaños, de pronto llegó con un trío y cantaron bellas melodías, esa noche viví tanta emoción que ya no dormí; la otra fue cuando me pidió  matrimonio, llegó con sus amigos uno tocaba la guitarra, otro un piano montado sobre una destartalada vagoneta, entonaron canciones románticas, el único detalle es que les salieron bastante malitas pero no me importó, le agradecí tanto que trajera gallo, desde entonces lo amé más. Ojalá esta tradición no se acabe, que a todas las novias les lleven cantos nocturnos mientras el sereno cuida que la tranquilidad no se perturbe. 

Damián conoció y se enamoró de Estela con quien contrajo matrimonio, enseguida empezó a tener hijos como si no hubiera otra cosa qué hacer, al tiempo que aumentaba la descendencia también sus preocupaciones porque los gastos crecían y el ingreso parecía reducirse, a eso sumaba el sostenimiento de su mamá a la que no descuidaba ningún día. Con sus hermanos prácticamente no contaba, Inés se casó con un hombre divorciado y de inmediato la segregaron de la familia, no era posible aceptarla con ese pecado a cuestas; Josefina ingresó al convento de las religiosas del Sagrado Corazón y Mercedes cargó siempre con una discapacidad mental; a Jacinto, su hermano, le interesaban más los negocios que su mamá, decía que no tenía tiempo de visitarla. Damián se convirtió en el menor una vez que René falleció de tuberculosis apenas cumplidos dieciséis añitos, cuatro años después al morir su padre fue el único que nunca dejó de atender a su madre. Desde que encontró la casa de Serapio Rendón e instaló ahí a Manuela la visitó diariamente constatando que la diabetes, el sobrepeso, problemas articulares y una severa osteoporosis la fueron recluyendo en su cama.

La familia siguió creciendo igual que las aflicciones, para mil novecientos cincuenta y ocho ya tenían once hijos y el siguiente en camino. La salud de su madre mermaba y con ello aumentaban los gastos de medicinas y médicos, Mercedes no tenía forma de salir adelante por sí misma, la relación con los demás hermanos sin ser mala se mantenía en un nivel de tolerancia. 

¡Tieeerra de encinooo!! Va gritando un hombre mientras arrea a dos mulas cargadas con costales de tierra traída del monte, me imagino que por las mañanas muy temprano sale hacia el rumbo de Santa María o quizás al Punhuato a escarbar el suelo y llenar sus talegas, luego baja a la ciudad y va recorriendo las calles anunciando su mercancía. Le he llegado a comprar un poco para mis macetas, tengo dos en el corredor y tres en el patio de atrás, Meche las riega dos veces a la semana, en el comedor y las recámaras no hay plantas porque dicen que no es bueno tenerlas dentro de las habitaciones. En la Ciudad de México no veíamos estas usanzas, acá me gusta cómo conviven los autos, las bicicletas, las carretas tiradas por un par de mulas, o simplemente los burros con su carga, todo un caleidoscopio.

Diariamente cuando el calorcito mañanero que el sol reparte ha bañado la ciudad, pasa el distribuidor de leche dejando en algunas puertas una o dos botellas, a nosotras nos entrega un litro los lunes y jueves, Damián los recoge al llegar cada mañana ¡Cómo le agradezco su generosidad! Bastante tiene con once hijos y todavía se da tiempo de atendernos. Dios mío bendícelo, llénalo de tu divina gracia, extiéndela a Estelita y todos mis nietos. ¿Cuándo dejarás de darles tantos hijos? Tú sabes tus designios, sé que los ayudarás a salir adelante.
También veo circular al repartidor de hielo en una pequeña motoneta, alguna vez se detuvo enfrente y vi cómo con unas pinzas largas cargaba un cubo grande y lo depositaba en la entrada. Por las tardes aparece el panadero pedaleando una bicicleta, sobre su cabeza lleva un enorme canasto con pan, se va deteniendo en las casas y repartiendo tan rica mercancía, Mercedes sale a esperarlo, le compra dos o tres piezas. Me tranquiliza que la leche y el pan los traen a domicilio, Damián no tiene que preocuparse de eso, si en alguna ocasión no pudiera venir al menos tendremos algo que comer.

Creo que ahora sí el final está cerca, cada vez me cuesta más trabajo moverme, el cuerpo me duele, estoy muy sola, te pido diosito que te apiades de mí, ya tengo ochenta años ¿Para qué sigo viviendo? Aun necesitando mucho apoyo, Meche no cuenta conmigo, necesita a sus hermanos, cuando me vaya ellos verán por ella. Mis dolores van en aumento, llévame contigo mi señor y mi Dios; san Pantaleón, santo mártir de los enfermos, por tu intercesión te suplico que ya no me hagas sufrir, qué sentido tiene la existencia así, hace tiempo perdí el gusto y la alegría de vivir, en este estado no disfruto nada, tengo que buscar cómo entretenerme para hacer más pasajera la vida, mejor ya intercede, glorioso san Pantaleón, elévame al altar de los justos. ¿Qué sigue? ¿Cuánto tiempo seguiré aquí? Tengo tanto miedo de las horas y meses por venir ¿Hasta cuándo seguirá este sufrimiento? ¿Podrá Damián seguir pendiente de mí con tanto hijo que tiene? Dios ha querido llenarlo de prole, que se haga su divina voluntad. ¡Virgen santa cúbreme con tu sagrado manto, no alargues más mi tormento! 

Sucedió una tarde de agosto, el alma de Manuela abandonó su cuerpo a los ochenta y dos años dejándolo sobre su cama, su rostro expresaba la tranquilidad que buscaba hacía tiempo, alrededor suyo sus hijos y conocidos, inclusive Inés, que en opinión de la familia seguía viviendo en pecado, pero dada la situación le permitieron asistir, la acompañaron en sus últimos momentos, finalmente descansaba serenamente. De pronto irrumpió en la recámara Damián, con la cara desencajada se abrió pasó a empujones y llegó hasta el pie de la cama, su llanto y dolor lo escucharon los presentes, fue el único que no estuvo al morir su madre. Un  par de horas antes, ya cercano el final, se desprendió de ahí pensando que el deceso no ocurriría antes de la noche, necesitaba asegurarse que sus hijos estaban bien, lo acompañaba Estela que no se había despegado de él los últimos dos días cuando Manuela empezó a dar señales que el fin se aproximaba. No podían dejarlos solos por períodos largos; no obstante que las mayores tenían doce años, siendo adolescentes no era prudente delegarles la responsabilidad de los pequeños.

Regresó de prisa, mientras estacionaba el auto salió uno de sus primos, apúrate se acaba de ir, corrió hacia el interior y de inmediato lo invadió la impotencia de ver a su madre exánime. ¡¿Por qué no me esperaste?! ¿Por qué? ¿Dónde está la justicia si yo que estuve pegado a ti no pude acompañarte en el postrer aliento? ¿Por qué a mis hermanos sí les permitiste que estuvieran contigo en tu último respiro? ¡No puede ser! ¡No, por favor, no!

Manuela descansó al fin llevándose el recuerdo de las tradiciones de la ciudad. Mercedes se mudó al convento de Josefina a vivir tranquilamente junto a la hermana y las religiosas de la orden. Damián lloró inconsolablemente sin perdonarse nunca no haber estado con su madre en el momento final; aún tuvo otros tres hijos, con ellos crecieron las preocupaciones y aumentó su desencanto. La vida no fue igual por el resto de sus días.

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