Mizards Seta
La tumba estaba iluminada con una antorcha y
el horrible ruido del sarcófago descorriéndose hacia eco entre las antiguas
paredes de piedra, su madre había tenido una dura pelea con otra mujer que
yacía muerta a los pies de la efigie de la Diosa Sekhmet, o al menos eso parecía.
Mal herida, su madre caminó con gran
dificultad hasta el sarcófago, sobre el que
trazó con su propia sangre un símbolo sobre la cubierta de oro, bajo la
cual se pudo escuchar un grito de furia que de inmediato se silenció dejando de
moverse, mientras las paredes de la tumba comenzaban a caer hechas mil pedazos
a su alrededor.
La niña de negros
cabellos y ojos claros como el cielo estaba paralizada frente a tal
espectáculo, había llegado hasta el lugar sin necesidad de luz que la guiara,
de alguna forma sabía que debía estar allí.
- ¡Huye! -gritó su madre con sus
últimas fuerzas.
- Corre, ya tendremos una nueva
oportunidad -dijo una voz conocida, pero no logro identificar a su dueño.
Entre gritos de
suplica y lágrimas, Bastet despertó una vez más, siempre el mismo sueño y
después nada, sin importar cuanto esfuerzo hiciera lo único que recordaba era
su sueño o más bien su pesadilla.
Después de la
misteriosa muerte de su madre en el derrumbe de la tumba que su padre excavaba, ella había estado un
año sin hablar internada en un hospital, acompañada únicamente por su gato y su
amigo imaginario en las largas noches en el psiquiátrico inundadas por ruidos
de pies que se arrastran y los gritos desesperados de otros desafortunados como
ella encerrados en aquel lugar. En aquellas noches de terror durante las cuales
pasaba pensando qué sucedería si quien golpeaba su puerta y gemía
lastimeramente lograba abrirla, su amigo
imaginario le hablaba de los secretos
que se ocultaban tras las estrellas, sin importarle que ella no pudiera
responderle más que con la expresión de su rostro. También le contaba de
deberes por cumplir, de misiones inconclusas, de un hogar al cual volver, esa
era la parte que más le agradaba y cuando estaba triste durante el día se
animaba pensado en qué se sentiría tener un hogar donde ir.
El día que logró
volver a hablar, su padre la interrogó duramente preguntándole qué había
sucedido y ella le relató aquella pesadilla que la perseguía, su padre desilusionado
movió la cabeza como si la última esperanza hubiera desaparecido.
Se alejó de ella
profundamente decepcionado, pensando que jamás recuperaría la cordura, pero el
médico a cargo de su caso y amigo de la familia, le recomendó llevarla a casa
porque aquel no era lugar para una niña aunque estuviera enferma, su padre
accedió a sacarla del lugar. Fue así que el resto de su infancia y adolescencia
los pasó internada en la mejor escuela del continente, en muy pocas
oportunidades volvió a ver a su padre durante esos años y jamás volvieron a
hablar sobre qué había ocurrido aquella noche en esa tumba maldita, pues era lo
único que delataba su anormalidad.
Después de largos
años de estudios, aquel día era su ceremonia de titulación, por fin, luego de
siete años en una carrera que solo seguían hombres, sus esfuerzos rendían
fruto. No estaba entre los mejores de su grupo, pero tampoco estaba entre los
peores.
Carecía de amigos,
no al menos humanos, tan solo conocidos, los muchachos y muchachas de su edad
la miraban con extrañeza y hasta cierto temor. En realidad eso era mentira, sí
tenia un amigo, su gran amigo de toda la vida, Khepri, el último regalo que
recibiera de manos de su madre seguía a su lado, aunque ya había sobrepasado
considerablemente la vida promedio de cualquier gato, y contaba con la
inestimable amistad de su maestro y guía, el sabio doctor Uremus quien, desde
que había sido su maestro en ritos
antiguos, la había tomado como ayudante y tesista.
Él reemplazaría ese
día a su padre Ian y a Vitorio, quienes estaban demasiado ocupados con su
trabajo desenterrando los viejos dolores enterrados en aquella tumba, la cual
les había quitado a su madre y ahora Ian
pretendía terminar con su trabajo de descubrimiento y, con alguna suerte,
localizar el cuerpo de su gran amor para darle honorable sepultura. Por esta
causa le había informado que no estaría en su ceremonia de titulación, pero que
cuando se hubiera desocupado podía viajar hasta aquellas tierras, porque le
tenía una excelente sorpresa.
La graduación resultó
igual que todas las ceremonias a las cuales había asistido a lo largo de su
vida, extraordinariamente aburrida, pero ya tenía su diploma y, mientras sus
compañeros salían ataviados con sus mejores galas a la fiesta de celebración,
ella salía con sus maletas y la canasta de viaje de Khepri en dirección al
puerto para abordar el barco que la llevaría hasta la tumba donde se encontraba
su madre.
El viaje la tenía
más ansiosa de lo que ella misma había supuesto, su corazón no bajó su
frecuencia hasta que estuvo en la cubierta del barco en altamar, el pesado y
mal olor de la ciudad se desvaneció en el aroma salino y puro del océano
abierto. Hacía tiempo que no dormía bien, no conciliaba el sueño hasta pasada
la media noche, pero su primera noche de viaje, así como las que le siguieron, al
compás del arrullo de las olas cayó bajo un sueño del cual no despertaba sino
con el primer rayo de sol y con la ayuda de Khepri. La realidad era que no
quería despertar y perder a Thot, su querido amigo imaginario quien la había
acompañado en su larga estancia en el psiquiátrico y que había crecido como
ella para volver nuevamente a acompañarla en sus sueños.
Se encontraban en
un lugar donde la luz abundaba y el horizonte estaba enmarcado de estrellas
titilando al ritmo de la sinfonía del universo, el aire era liviano, con aroma
a incienso y parecía que, si decidía intentarlo, podría volar, sin embargo,
estaba sentada sobre una gran pared de algo parecido a palacio que dominaba un campo lleno de vida y
aguas danzantes.
-
Cuando nadie supo decirme donde
estabas, supuse que estarías aquí,
cuando llegue Khepri y Sekhmet
me confirmarán la noticia –dijo una voz con algo de tristeza– pero ya había
escuchado la resolución en voz de los heraldos en las calles.
-
La merezco –respondió ella– pero
no estoy de acuerdo con que Khepri y Sekhmet
vengan conmigo, esos dos son unos tercos.
-
Yo no creo que lo merezcas, pero
ellos van porque no te abandonarán y lo sabes, ustedes tres han pasado por
mucho y todos fuimos traicionados por Apofis
–respondió
el hombre.
-
Cuando me pidió una oportunidad y
falló, fue su culpa, cuando pidió una nueva oportunidad y volvió a fallar fue
mi culpa, claro que merezco ir en su busca al mundo de Kemet, nadie más que yo
tuvo la culpa que esto sucediera.
-
Apofis era tu amigo, se aprovechó
de eso, Anubis lo sabe, te conoce y sabe que puede confiar en ti.
-
Ya me lo ha dicho, igual que tú
Thot, piensa que soy una niña que nunca madurará
–respondió
Bastet mientras una solitaria lágrima caía por su felino rostro.
-
Ambos pensamos que siempre serás
un poco niña, no por inmadura mi dulce gatita
–dijo
Thot abrazándola fuertemente– es solo que tu corazón, a pesar de los años y las
malas experiencias, sigue siendo inocente, siempre crees que puedes hacer más
por los otros de lo que realmente está en tu mano.
-
Me harás falta del otro lado, aun
así preferiría ir sola –respondió Bastet acurrucándose en el abrazo de Thot.
-
Aunque el transito al otro lado es
complicado recuerda, siempre que me necesites estaré a tu lado, me lo permitan
o no.
La sensación era
tan encantadora que no quería perderla, no quería soltarse de aquel abrazo,
pero el amanecer llegaba cada día y la traía de vuelta de sus sueños. Despertaba
con la sensación de una gran soledad, todas las mañanas tomaba a Khepri entre sus
brazos y él le ronroneaba consoladoramente, sin moverse de su lado hasta que
ella se sentía mejor.
Así los días la
fueron acercando a su destino en medio del desierto bajo un sol incandescente,
hasta llegar al final de su viaje un campamento en medio de la nada lleno de
pacientes trabajadores y los ayudantes de su padre, quien no estaba en el
lugar, pero que llegaría en pocos días según le conto Vitorio, secretario y
mano derecha de su él.
Como siempre, su progenitor
no demostraba gran interés por verla y ella se sentía culpable de no sentir
interés en verlo, solo iba porque era su única familia, se suponía que debía
quererlo y no era así.
Para su sorpresa no
debió esperar mucho, la misma noche que ella llegaba, una caravana de tres
camellos llegó, en uno de ellos venía su padre; en otra, una joven que parecía
ser menor que ella y una mujer de edad aproximada a la de su padre, ya suponía
que la sorpresa sobre la que le habían escrito era que tenía esposa nueva.
Tan educado como
siempre, después de ayudar a descender a las
damas de sus monturas saludó a su hija y le reveló el gran secreto, se
acababa de casar, cuestión que no la sorprendió, sí le sorprendió enterarse que
la chica quien había pensado su hermana política era la nueva esposa de su
padre y la señora Elanor era su dama de compañía. Vitorio le comentó más tarde
que todos ellos habían tenido la misma sensación tras las presentaciones,
sorpresa era una forma de describirla.
-
Un placer en conocerte –le habló
cariñosamente la joven– Ian me ha hablado mucho de ti.
-
Eso es difícil de creer –respondió
Bastet mirando a su padre mientras sostenía a Khepri fuertemente, ya que se
había puesto furioso con la cercanía de aquellas mujeres.
-
Como puedes ver querida, tal como
te dije, nuestra relación no es la mejor.
-
No tienes de qué preocuparte, yo
los ayudaré, desde pequeña desee casarme con una hombre maravilloso como tú y
tener muchos hijos, y ya ves, tengo una linda hija de quien presumir.
-
No lo creo –habló Bastet mientras
se retiraba– yo hace años dejé de necesitar una madre o un padre, así que a mí
no me incluyan en sus planes, sólo vine aquí para ver esa tumba abierta,
recuperar los restos de mi madre y darles sepultura, buenas noches.
-
Discúlpala, siempre le di más
atención a las ruinas que a ella, pero con nuestros hijos no cometeré el mismo
error.
Era cierto, la
relación entre ambos nunca fue buena, de hecho ni siquiera le interesaba lo que
su padre hiciera con su vida, ni su trabajo, sin embargo aquella mujer con la
que se había casado y su dama de compañía no le agradaban para nada, pero no
importaba, ellas no salían en todo el día de la tienda, lo cual le evitaba la
molestia de verlas, seguía con la idea de que la nueva esposa de su padre le
era conocida, y solo estaría ahí hasta
que la cámara principal estuviera abierta y los restos de su madre fueran
enterrados, después de eso, cada uno podría seguir su camino.
Los días
transcurrieron calurosos, largos y aburridos. Bastet sabía más de la vida de
los trabajadores y los ayudantes de su padre, sobre todo de los más antiguos,
de lo que sabía y deseaba saber de quien le había dado la vida, si tan solo no
se sintiera tan mal por su propia falta de interés, aunque Vitorio desde
pequeña le decía que el estar unido por sangre a una persona no implicaba
obligación de quererla, especialmente si esa persona no demostraba cariño por
uno.
En realidad Vitorio
había sido lo más parecido a un padre
que Bastet había tenido, era él quien iba al siquiátrico a verla para las
fechas importantes, al internado incluyendo las veces cuando estaba enferma,
las ceremonias colegiales, de hecho era él quien iría a su de graduación, pero
su padre no lo permitió porque lo necesitaba en el campamento durante el tiempo
que él estaría fuera.
Una noche más caía
en el desierto, pero según el equipo de investigación se podría hacer ingreso a
la cámara principal de la tumba al día siguiente a medio día, cuando los
últimos pilares de madera estuvieran ajustados para sostener las paredes del
lugar, ya habían encontrado los restos de la madre de Bastet y los había
retirado inmediatamente, solo había que esperar un poco más para darle un
entierro digno.
- ¿Solo encontraron
sus restos? - pregunto a Vitorio extrañada- deberían haber dos cuerpos además del de la
momia.
El frío mayor de lo
normal en una noche en el desierto no la dejaban dormir, ese frío nocturno le
traían malos recuerdos, en la eterna compañía de Khepri salió a caminar en la
oscuridad envuelta en una manta, sus pasos la guiaron a la fogata, donde los
guardias calentaban sus manos, a su llegada la conversación se animó y las
risas comenzaron a elevarse en el silencio de la noche, cuando estas fueron
quebradas por un grito de terror.
Con sus armas
cargadas, los guardias corrieron al lugar del que había escapado aquel alarido
para encontrar a uno de ellos o, mejor dicho, lo que quedaba de uno de ellos sin
una gota de sangre en el cuerpo.
Bastet miró con
horror aquel cadáver, el aire estaba impregnado de pobredumbre, le ordenaron
que se fuera con las mujeres, pero no obedeció, no era capaz de moverse, sin
embargo, los disparos y gritos a su alrededor la sacaron de su letargo, alguien
la jalaba de la mano obligándola a correr en la oscuridad, que era cuando mejor
lograba ver. Pudo darse cuenta que era Vitorio quien corría jalándola con desesperación
junto a algunos otros hombres del campamento, pero aquello que los perseguía
dio un salto desproporcionado y cayó atravesando el cielo nocturno frente a
ellos.
Vitorio levantó su
arma y comenzó a disparar en contra de aquella cosa envuelta en andrajosos
vendajes, los hombres que corrían junto a ellos empezaron a rodearla.
Con espanto vio
como las balas no le hacían daño alguno y arrojaba a quienes trataban de
defenderla como si fueran simples muñecos. Por extraño que pareciera, Khepri
estaba aún con ella montado sobre su hombro, listo para saltar sobre aquella
criatura de pesadilla como si él pudiera hacer algo.
-
¡Expúlsalo!, aún no tienes fuerzas
suficientes para enfrentarlo.
-
¿Qué?
-
Bastet, ese monstruo los matará a
todos si no haces algo, reacciona.
-
¿Qué hago? – gritaba desesperada
sin saber de dónde venían tales consejos.
-
¡Expúlsalo!
-
Mira la cara de tu destrucción –
gritó Bastet tomando a Khepri en sus manos y sosteniéndolo frente al monstruo,
en tanto el gato gruñía con furia y lanzaba zarpazos al aire tratando de
parecer un peligro.
-
Bastet – pereció decir la voz
gutural más parecida a un gruñido de la momia, que de un salto desapareció en
la oscuridad de la noche, mientras a la joven se le doblaban las piernas y caía
sobre la arena en la oscuridad de la noche.
-
Funcionó, no son las palabras
adecuadas, ni el idioma que esperaba escuchar, pero funcionó –maulló Khepri
sentándose frente a Bastet.
-
¿Puedes hablar?
-
Claro que sí.
-
¿Desde cuando?
-
Desde siempre, es solo que en
pocas oportunidades me escuchas.
El amanecer
encontró un campamento semidestruido, dos desaparecidos, cinco muertos, seis
heridos y quince atemorizados habitantes.
El padre de Bastet contaba entre los heridos, estaba inconsciente y un
mensajero había viajado a la ciudad más próxima en busca de ayuda, mientras
Vitorio trataba de poner orden en el lugar. Sin embargo, este solo se restableció
cuando Bastet salió de la tienda seguida de Khepri, observada casi con
veneración por los sobrevivientes caminó entre los hombres hasta donde estaban
los heridos para intentar ayudar en algo.
Cuando puso el
primer pie fuera de su tienda, la mujer tuvo la sensación de que todas las
miradas se clavaban en ella, pero no con temor como esperaba, sino con
extraordinario respeto.
-
Querida niña mía, anoche no tuve
la oportunidad de agradecerte, ni ninguno de ellos por lo que hiciste –la
saludó Vitorio con un apretado abrazo y emocionada voz– aunque aún no se cómo
lo lograste.
-
Yo tampoco lo sé, pero lo que sea
no fue intencional, ni siquiera creí que funcionara – respondió Bastet algo
incomoda.
-
Mi niña, eso no importa ahora –le
respondió el anciano haciéndola entrar a la improvisada enfermería– lo importante
es saber qué vimos anoche y me temo que no hay una explicación científica para
ello, solo puedo culpar a la maldición de esta tumba.
-
“El hombre sin nombre no debe
vivir otra vez” -repitió Bastet la advertencia de la entrada a la tumba escrita
en el viejo idioma- “Aquel que lo libere conocerá la furia de Khepri, Bastet y
el abrazo de Sekhmet”
Poco antes de que
la ayuda llegara, Ian recuperó el sentido y reclamó a Vitorio por no haber
salvado al amor de su vida de aquella cosa que de seguro la tenía en sus manos.
No paró de exigir explicaciones de por qué no había protegido a su esposa en
vez de a Bastet, hasta cuándo aquella chiquilla le quitaría todo lo amado por
él, sin importarle que ella estaba ahí escuchando.
-
No quiso decir eso –habló Vitorio
con voz triste cuando Ian ya era atendido y sedado por el médico que acompañaba
a la policía, quienes habían llegado al lugar.
-
Sí lo quiso decir, siempre ha
pensado que yo cause la muerte de mamá. Jamás me creyó que ella luchó con
alguien quien deseaba sacar esa cosa de su sarcófago.
-
Debes reconocerlo, es difícil
creer algo así salvo que lo veas en persona…pero cuando se reponga del terror y
hagan efecto las medicinas, verás que se disculpa.
-
No se disculpará, porque se
volverá a enfadar cuando sepa que esa, a quien llama esposa, es la misma que
mató a su primera mujer.
-
¡Por Dios!, ¿de qué hablas?
-
De los no muertos que caminan
nuevamente entre nosotros y no digas que es imposible, porque este desastre fue
causado por uno de ellos desesperado por alimentarse.
-
¿Qué haremos?
-
Ir a la ciudad, nuestra gente
necesita ayuda.
La primera noche en
la ciudad, después del ajetreo que significo el viaje, el interrogatorio de la
policía y el hospital trajo un incomodo silencio entre Khepri y Bastet. Después
que ella lo echara de su habitación, el gato trepó a la ventana, era mejor
darle tiempo para que las cosas se ordenaran en su cabeza, Apofis no vendría
por ella, aún estaba débil.
Claro, suponiendo
que su cerebro estuviera entumecido después de siglos encerrado bajo el sello
de Bastet, él esperaba no se hubiera dado cuenta de su error, fue expulsado más
por su propio miedo que por las palabras sin sentido dichas en un idioma tan
nuevo el cual ni siquiera las debió entender, pero por las dudas haría guardia.
Bastet se quedó
dormida, nuevamente soñó con aquel lugar donde la luz abundaba y el horizonte
estaba enmarcado de estrellas titilando al ritmo de la sinfonía del
universo. Al despertar la sensación de
aquel abrazo y las últimas palabras de Thot seguían en su cuerpo y su alma:
“Recuerda, siempre que me necesites estaré a tu lado”.
-
Me he portado como una tonta –habló
Bastet rompiendo el silencio de la madrugada y sobresaltando a un adormilado
Khepri– tú eres el único amigo que tengo y la única compañía de la cual
disfruto, aun cuando te pido dejarme.
-
Técnicamente te deje sola, estoy
fuera de tu habitación -respondió Khepri sin moverse de la ventana.
-
Ven aquí –respondió Bastet tomando
al gato de la piel del cuello y abrazándolo– discúlpame, tú no tienes la culpa
de nada.
-
Lo sé, pero soy lo más parecido a
un saco de arena que tienes a mano –sonrió Khepri– no te preocupes, el que una
momia te salte en frente dispuesta a desmembrarte y chuparte toda la sangre es
para poner de mal humor a cualquiera.
-
Pareces saber muy bien quien es
esa momia, ¿me puedes explicar de qué va este cuento de espantos?
Khepri
sabía que debía contarle, ya le había contado aquella historia en varias otras
reencarnaciones, pero con el tiempo se empezó a preguntar si valdría la pena
volver sobre la vieja historia, para al final, después de tanto sacrificio,
volver siempre a lo mismo, pero se decidió y comenzó nuevamente su relato.
-
Nacimos en un mundo que gira en el
mismo lugar que éste, pero en otro plano existencial llamado Heliópolis, junto
a diez planetas más, cada uno en su propio plano de la existencia, cada uno con
su propia historia, pero siempre influido
por la historia de los otros planetas. Nosotros hemos influido en este
desde un día cuando el señor Ra decidió pasar sus vacaciones aquí y descubrió
el secreto en el libro de las almas "el Khaunas", el cual es resguardado por el señor Anubis.
Tú
naciste en la casa del general Bast como su octava hija, pero eso no fue un
obstáculo. Para él cada uno de sus hijos era especial y les dedicaba todo el
tiempo libre que tenía y el que no también. Siempre anhelé tener una familia
así, en fin, como te decía, eres de una familia de alto linaje, y disfrutan de
toda la confianza del señor Ra.
Sekhmet es la decimoquinta hija del señor Ra,
disfruta de su padre tantas veces como consiga una audiencia, ella es la dueña
de mi corazón.
Thot es el primer hijo de Dyehuty gran maestro de las artes del conocimiento y las estrellas,
murió cuando el aún era un cachorro y fue reemplazado por el señor Anubis su
ayudante principal.
El
señor Anubis se ocupo de Thot entrenándolo hasta convertirlo en su principal
ayudante, todos esperábamos vuestra alianza antes de que nos ordenaran venir a
este plano detrás de Apofis.
En cuanto Apofis y yo, somos el segundo y
tercer hijo, respectivamente, del señor Anubis, guardián de la probidad y juez
de las almas.
-
¿Apofis es tu hermano?
-
¿Lo has visto en tus sueños?
-
No, pero en mis sueños Thot me ha
dicho que nos traicionó.
-
Déjame adivinar, lo único que ves
en tus sueños es a Thot ¿cierto?
-
De cierta forma sí, aunque no
logro verlo, solo escucho su voz y siento su abrazo.
-
Eso está mal, con cada
reencarnación recuerdas menos. Deberemos terminar con esto en este ciclo, sin
importar que Apofis sea mi hermano -dijo decidido el gato- Como te decía, él y
yo somos hijos del señor Anubis, quien esperaba mucho de nosotros, y Apofis
esperaba mucho de sí mismo. Mucho más de lo que podía o merecía.
Nos
conocíamos de vista en festejos y ceremonias, solo cuando ingresamos a la
academia de guerra quedando en el mismo destacamento nos hicimos amigos
inseparables, según Sekhmet, mi hermano
se enamoró de ti.
Según yo, él en realidad envidiaba a Thot por el cariño y confianza que nuestro padre le profesaba. Mi
querido amigo es el hijo con quien el señor Anubis siempre soñó, y mi hermano
dedicó su tiempo a competir con Thot por cualquier cosa y entre esas cosas
empezó a intentar conquistarte, pero nada consiguió. Tú nunca te diste cuenta
siquiera de sus intentos y Thot se tiene una confianza que puede llegar a ser
irritante, pues aunque estaba consiente de los intentos de Apofis, nunca se
sintió ni un poco celoso.
-
Es un hombre muy pretencioso, por lo visto – dijo molesta
Bastet.
-
No era ni ha sido nunca
pretensión, solo está convencido de que
cuando ya no lo quieras se lo dirás, por lo tanto no hay por qué preocuparse.
-
Vaya, a mí me sigue sonando
pretensioso.
-
Después que dejamos la academia,
Thot fue enviado a trabajar con nuestro padre. Apofis llegó a la conclusión,
poco afortunada, de que a ti te atraía el velo de misterio y el poder que
envolvía a Toth. Su capacidad de leer los presagios de las estrellas, sus
conocimientos sobre temas extrañísimos, principalmente que el señor Anubis lo
había empezado a preparar en el conocimiento y comprensión de la transmigración
de las almas uno de los secretos que contiene el "Khaunas".
De esta desequilibrada
idea nació una aún más perturbada, planeó apoderarse del "Khaunas", aprender su secreto y así demostrarle a todos de ser más capaz que
Thot.
Nos tendió una trampa en
la que caímos como cachorros e intento asesinar al señor Ra, tú saliste mal
herida al salvarlo de una muerte segura y mi hermano robó el Khaunas.
Recién te integrabas al regimiento cuando nos
enteramos que Apofis al fin había descifrado el contenido del libro y había
empezado a atacar a las personas para robarles sus almas y obtener el poder con
el cual había soñado siempre.
Fuimos tras su rastro y cuando lo encontramos
te pedí que me dejaras hablar con mi hermano para intentar convencerlo de
entregarse y él nos dijo que aceptaba sus pecados y estaba dispuesto a
entregarse, porque no podía seguir viviendo así…yo intercedí por el…estaba
seguro que debía haber una buena razón para que él hubiera hecho tal
barbaridad…incluso me forjé la idea de que alguien más lo estaba
manipulando…les rogué por una oportunidad…puesto que si se entregaba al menos
no debería sufrir la pena máxima…
Sekhmet…no estaba de acuerdo…pero tú
aceptaste darle una segunda oportunidad…y nos traicionó por segunda vez,
escapando a este plano.
Por segunda vez fuimos llevados ante los
jueces, te interrogaron a ti primero por ser la de mayor rango y aceptaste toda
la responsabilidad. Tu castigo por dejarte engañar por segunda vez fue venir
aquí para atraparlo y llevarlo de vuelta vivo o muerto.
Entonces Sekhmet y yo nos ofrecimos para
acompañarte. A Toth le rechazaron su petición por no estar involucrado en esta
falta, eso no lo dejó para nada contento, como a ti no te dejó nada contenta el
que te acompañáramos.
-
No
me parece justo que me acompañaran si yo tomé una mala decisión –dijo Bastet
convencida.
-
Es
impresionante lo testaruda que puedes ser –respondió Khepri
revolcándose de la risa– no recuerdas nada de tu pasado y aun así te sigues
encontrando la razón- En fin, al llegar
aquí habían pasado meses desde la llegada Apofis, ya se había hecho de esbirros
bien adiestrados y se había dedicado a satisfacer su sed de poder esparciendo
el mal que había aprendido a provocar a través del Khaunas…razón tenía el señor
Anubis cuando dijo que el conocimiento no es malo, mal hay en quien lo usa.
-
¿Por
qué siempre te refieres a tu padre como señor Anubis?
-
Es
difícil decirle padre a un hombre que has visto cuatro veces en tu vida y la
mitad de ellas ha sido para responder en un juicio. Como te decía, a nuestra
llegada los no muertos que se alimentaban de sangre humana para adquirir la
inmortalidad ya eran conocidos, habían
causado verdaderas carnicerías, aniquilado pueblos enteros y mi hermano se
arrogaba el derecho de seleccionar a quien entraría a su selecto club y quien
solo sería comida.
-
Y
entonces ¿me estás diciendo que esa momia es un vampiro?, yo pensé que eran
cuentos diferentes.
-
Muy
graciosa, ¿puedo continuar?
-
Soy
todo oídos ¿quieres leche?
-
Por
su puesto, ahora caya y escucha -dijo Kepri algo molesto con tanta
interrupción- Después de perseguir a mi hermano y su corte nos convertirnos en
un equipo renombrado y respetado de sabios maestros que combatían el mal.
Mientras perseguíamos cada pista que
conseguíamos, nos alejaba cada vez más de la tierra de los faraones, llegamos a
conocer muchas y variadas culturas por donde mi hermano había pasado dejando su
ofrenda de maldad a diestra y siniestra, tratamos de ayudar a quienes pudimos y
de la mejor forma que conseguimos. Aun me duele nuestro primer caso en la
antigua Grecia, Evan y Adara, jamás conseguimos auxiliarlos...
...Mientras estábamos lejos, Apofis aprovechó
su tiempo y con un ejercito bien adiestrado atacó el bajo Egipto, pero ellos se
defendieron y con una increíble dosis de suerte lograron atravesar su corazón,
dejándolo inconsciente mientras lo enterraban en una tumba donada por un noble
para que pudiera ser atrapado tal monstruo, pues la cámara principal estaba
custodiada por Bastet, Khepri y Sekhmet…mejor dicho, nuestras efigies en las cuales ustedes dos salen tan
bellas y a mí me representan como un vulgar escarabajo empujando una bola de
estiércol.
-
Pero
esa bola es Atum, es todo un honor – dijo Bastet intentado no reírse.
-
Tal
vez no lo creas, pero soy un hombre muy atractivo y no me hace gracia estar
empujando, por la eternidad, el estiércol de alguien más, aunque me quieras
convencer de que es Atum… ¿quisieras al menos disimular un poco cuando te
burlas de mí?
-
Lo
siento – respondió Bastet tratando de no seguir riendo.
-
Lamentablemente
lo momificaron sin hacerle el tratamiento completo y parcialmente consiente,
eso lo volvió un poco más desequilibrado de lo que ya estaba y no encontró nada
mejor que salir de la tumba en las noches para destrozar y devorar los órganos
internos de sus victimas, lo que tristemente le dio aún mas fuerza y
resistencia. Y aunque solo nosotros lo sepamos fue infaustamente el celebre
autor de dos grandes mitos de este mundo.
Cuando llegamos al bajo Egipto ocupamos
nuestros poderes para curar las almas y los cuerpos de aquellos que habían
sobrevivido a su ataque, esto nos restó fuerza, aun así fuimos a la tumba
maldita como ya era llamada en busca del
sarcófago de Apofis para llevarlo a enfrentar el juicio de Anubis.
-
¿Y
qué fallo?
-
Que
no estaba solo, cuando ya Thot tenía abierta la puerta a nuestro plano y
estábamos cruzándola con su sarcófago, fuimos atacado por sorpresa, tú y el
sarcófago cayeron de este lado, nosotros caímos del otro lado.
Toth uso su poder para abrir nuevamente la
puerta, pero eso no es algo que se pueda hacer rápidamente, cuando logramos
cruzar de vuelta, nos encontramos con que habías luchado con los sirvientes de
Apofis sin perdonarle la vida a ninguno y habías devuelto al desgraciado a su sarcófago. Como no sabías
cuanto demoraríamos en volver usaste la fuerza de tu inmortalidad y con tu propia sangre trazaste
tu sello sobre la sepultura, para que mi hermano aguardara cómodamente a ser
llevado a juicio sin volver a abandonar su cómodo aposento.
Pero el precio que pagaste fue alto, moriste
antes que llegáramos y, por lo tanto, tu alma inmortal quedó atrapada en la
danza de las almas de este plano y el ataúd sellado con tu sangre no pudo
cruzar el portal, quedando aquí hasta que tu misma lo pudieras llevar de
vuelta.
Claro, ninguno de nosotros sabía eso, puesto
que el camino de las almas es algo que pocos conocen, en realidad solo el señor
Anubis y Apofis. Thot lo averiguó más tarde.
Thot buscó en la gran biblioteca,
incapaz de creer que te había perdido sin poder hacer nada, hasta que encontró
lo que buscaba. Pudo trazar el camino de tu alma, reencarnación tras
reencarnación, ubicando la familia y el año en que nacerías.
Pero también descubrió que sin la
sangre “divina”, que nos diferencia de los mortales de este plano, en tus venas
no podrías volver a formar parte de la danza de las lamas de nuestro plano y
entonces él te perdería sin remedio para siempre.
-
Por
lo que dices me quería mucho.
-
Te
quiere más que a nada, lo suficiente para solicitarnos un favor muy especial.
-
¿Un
favor? ¿qué favor?
-
Bueno,
oficialmente, mientras no lleváramos a Apofis a juicio, nuestra misión no
habría terminado, nos pidió de favor y considerando que deberíamos permanecer
aquí, pensáramos en ser tu padre o tu madre según correspondiese en tu
siguiente reencarnación y nosotros aceptamos.
-
¿Sekhmet?
-
En
tu primera reencarnación Thot identificó a quien sería tu madre, así que debí
desposarla para que tuvieras mi sangre. En esa vida Sekhmet fue tu gata. Cuando
te hiciste una linda joven, una nueva marea de vampiros atacó y Thot despertó
tu memoria, logramos detenerlos y cuando estábamos a punto de sacar al
desgraciado de mi hermano para llevarlo a juicio, uno de sus sirvientes tuvo
suerte y te asesinó.
-
¿Cómo
me mató?
-
Eso
es algo que no te contaré, no vale la pena entrar en funestos detalles que nada
bueno traen consigo. En tu siguiente reencarnación Sekhmet fue tu madre, yo tu
gato mascota y experimenté lo mal que se sintió ella cuando yo fui tu padre.
Así hemos sido en diferentes oportunidades tu
padre o tu madre, la última vez fue el turno de Sekhmet…siempre he deseado
tener hijos con ella...algún día eso podrá ser.
-
Lo
siento, yo nunca hubiera…
-
No
tienes nada de qué preocuparte, todos te queríamos de vuelta, lo malo fue que
no contamos con que Apofis había entrenado a una de sus amantes para leer el
camino de las almas y te buscaron asesinándote cuando aún eras una niña en dos
oportunidades. De esta forma, hemos permanecido como una familia a lo largo del
tiempo de este plano.
-
Mamá
era Sekhmet, entonces ella está…
-
No,
ella esta viva, pero quedó mal herida, Thot dejó un cadáver por si lograban
abrir la tumba antes de que tuvieras edad para luchar y se llevó a mi linda
leona a casa.
-
¿Cuándo
te desaparecías por algunos días?
-
Era
que la había ido a ver a ella y a Thot, y Sekhmet algunas veces cruzaba conmigo
-
Y
era cuando te veía con esa gatita hermosa.
-
Sí
-
Thot
… ¿jamás me viene a ver?
-
Siempre
lo hace en tus sueños, cada noche, solo que, al parecer, esta vez no puedes
recordar…es efecto de tantas reencarnaciones, creo yo, en las cuales las almas
deben ser limpiadas de sus memorias para reiniciar una vida nueva.
-
¿Y
cómo logran despertar mi memoria?
-
Thot
recibió de Anubis un regalo muy especial, la llave de tu memoria, solo él puede
despertarte para que enfrentes este problema.
En los diarios aparecieron de forma casi inmediata con grandes títulos
los espeluznantes hallazgos de cadáveres destrozados sin una gota de sangre, la
policía no tenía rastros del asesino, el terror corría por las calles cuando la
noche caía, ya que el homicida no distinguía edad, sexo o condición social,
pero sí tenía la misma marca. Los torturaba durante las horas de la noche y al
amanecer les desmembraba aún estando vivos, luego abandonaba sus cadáveres en
las puertas de los templos junto a una advertencia escrita con la sangre de la
víctima, “pronto será tu turno”.
Los sueños de Bastet se hacían cada vez más horrorosos, poco podía dormir
en las noches sabiendo que alguien más estaba en manos de aquel desquiciado.
Pero aquella noche fue diferente, no debió pensar en el horror que alguien
debía estar sufriendo, aquella noche el terror llegó a su propia puerta
anunciado por los gritos de pánico de los huéspedes del hotel. En el gran
comedor todos quedaron paralizados, no por el poder oscuro de aquel monstruo,
sino por su deleite en matar a quien estuviera en su camino. Bastet corrió por
el pasillo y bajó por las escaleras seguida por Khepri, hasta
las puertas del comedor y gritó su
nombre llamando la atención de la momia.
-
Apofis,
hijo del señor Anubis guardián de la
probidad y juez de las almas, escucha a quien te llama - habló Bastet con voz
fuerte y clara.
-
Bastet,
tan engreída como siempre, crees que me impresionas.
-
Esta
noche no creo tener el mismo efecto de hacerte correr como la rata que eres,
libera a ese hombre.
-
Estás
servida – respondió Anubis quebrando el cuello del pobre anciano.
-
Mira
como aprendiste inglés en pocos días, tu cerebro despertó – dijo con sonrisa
burlona Bastet, como si no hubiera sentido náuseas al ver aquel espantoso
espectáculo de cadáveres destrozados y personas gimoteando de terror – entonces
comprenderás que si no te marchas ahora no verás un nuevo día.
-
Blofeas
– respondió Apofis
-
Pruébame
– respondió Bastet adquiriendo la primera postura de combate que había
aprendido después de días de práctica, pero que no sabía emplear, Khepri se preguntaba si su hermano caería por segunda vez en un albur
de Bastet.
Increíblemente funcionó, escapó entre disparos y gritos de la policía,
quienes habían atendido la llamada de auxilio del hotel.
Aunque los testigos del hotel aseguraron que ella les había salvado, fue
arrestada como única involucrada para ser sometida a un nuevo interrogatorio y
una noche en la cárcel para ser observada por un psiquiatra, pues no creían en su relato, sobre todo por
sus antecedentes médicos.
Cuando el amanecer llegó Bastet, estaba envuelta en una pesadilla, esta
vez era ella quien pendía del brazo de Apofis, esta vez era su cuello el que
rompía, era su cuello el que dolía. Despertó gritando, llamando a Thot,
rogándole que viniera a ella y la salvara de la oscuridad donde se perdía.
Una fuerte explosión de luz encegueció a todos los policías haciéndolos
correr y gritar órdenes para resistir el ataque, mientras la puerta de la celda
era abierta por un policía que no parecía ser afectado por el ataque.
-
Vámonos
–dijo Khepri parado detrás del policía.
Corrieron por las
oscuras calles hasta un automóvil que partió en cuanto subieron a él y no paró
hasta encontrarse en los restos del campamento, mientras en la ciudad la
policía buscaba desesperadamente a la prisionera que había sido sacada de la
cárcel.
Cuando Bastet bajó
del automóvil en medio de la arena frente a aquella tumba que había sido un
lugar común para todas sus pesadillas de niña, recién pudo ver a quien
conducía. El abrazo en que ambas se fundieron era algo que ella había pensado
no volvería a suceder.
-
Mamá
– decía la mujer como si fuera una niña perdida en el parque que acababa de ser
encontrada por su madre.
-
Bastet,
niña mía – le dijo aquella que conoció
como madre – pero llámame Sekhmet siempre me gustó mi nombre y siempre me gustó
escucharlo cuando me gritabas ordenándome calmarme y tomarme las cosas con más
serenidad. Te extrañé a ti y a tus chifladuras, que casi han matado del corazón
a mi pobre Khepri, según nos ha contado.
-
Vamos
no seas llorona, Bastet –dijo Khepri apoyando su mano
sobre el hombro de la mujer que lloraba sin intentar siquiera detener sus
lagrimas.
-
¿Khepri? –preguntó Bastet al ver a
su gato esta vez más alto que ella, con el cabello negro amarrado en una trenza
y la sonrisa de satisfacción de quien ha logrado algo que hace tiempo esperaba.
-
Sí, soy yo, ¿ves que soy guapo?,
te dije que era injusto que me representaran como un escarabajo rodando una
bola de estiércol.
-
La esfera es Atum y tienes razón,
no te hicieron justicia.
-
Supongo
que esa es tu disculpa luego de reírte de mí las veces que has querido, pero
mira aquí hay alguien que hace tiempo quería verte –dijo Khepri
arrastrando de detrás del automóvil a otro hombre vestido de policía.
-
Hola
Bastet –saludó el hombre de cabellos negros y ojos miel– me alegra que estés
bien.
-
Hola
¿Thot? –respondió la mujer.
-
Ahí
vamos otra vez –murmuro Khepri– Bien muchachos, este de
aquí es Thot, tal como supones y
esta belleza es Bastet, que afortunadamente es tan hermosa como su madre y no
se parece en nada a ese tal Ian.
-
Será mejor levantar las tiendas –dijo Sekhmet arrastrando a Khepri tras de sí reprendiéndolo mientras se
alejaban– es increíble que habiendo pasado por esto tantas veces aún no te des
cuenta lo difícil que es para Thot
ver a Bastet y que ella no lo recuerde.
-
Lo
entiendo, solo traté de que no fuera tan complicado, porque esta vez ella ni
siquiera recuerda su rostro como otras veces, si no conseguimos llevarnos a
Apofis y a ella de vuelta, dudo que podamos reintegrarla a la danza de las
almas de nuestro plano –respondió Khepri mientras caminaba
con Sekhmet con una inhabitual tristeza
en su voz- Thot está consiente de ello y no sabe qué hará si volvemos a
fracasar…me temo que los perderemos a ambos si no logramos torcer la mano del
destino.
-
Yo
también me temo que será así –dijo
Sekhmet abrazando fuertemente a Khepri– pero no dejaremos que ocurra, hemos pasado demasiado para dejar
que el destino se burle de nosotros.
El silencio del desierto puede ser mas frío que su propia temperatura,
para Thot ese trance era algo a lo que no se había podido acostumbrar, desde
que él había realizado el conjuro para recuperar el alma de Bastet para su
plano existencial, reencarnación tras reencarnación ella lo recordaba menos.
Anubis le había advertido que eso pasaría y él había asegurado estar dispuesto
a sufrir su olvido si con ello su alma era rescatada para su gente.
Su decisión estaba tan firme como el primer día, pero no podía evitar
sentir esa desazón al ver en la mirada de Bastet cada vez menos recuerdos de él. Esta vez
había sido la peor de todas, ni un solo recuerdo se avistaba en sus ojos, solo
dedujo quién era él a partir de lo que Khepri le había
contado.
Como deseaba
abrazarla, besarla decirle cuanta falta le había hecho, pero no podía, cómo
hacerlo si ella, hasta ahora, tenía un resumen muy escueto de lo que había
vivido y sufrido en sus otras vidas, y siendo Khepri quien había estado a cargo
de contarle debía haber omitido todo lo que a su juicio acabaría con las buenas
intenciones de cualquiera.
Bastet tenía una
mirada pesada, era algo que la había acompañado como característica en todas
sus reencarnaciones y no quitaba sus ojos de él. Se sentía extraño, deseaba que
le preguntara algo o que le reclamara por qué había encadenado su alma de esta
forma solo para no perderla, que le dijera cualquier cosa. Sin embargo, seguía ahí mirándolo, sin
moverse, sin expresar nada, nunca le había parecido tan fría una noche en el
desierto.
Thot podía ser bueno manteniendo silencios largos
incluso bajo tortura, pero no resistía este silencio de quien no sabe qué
decir, finalmente le invitó a caminar y ella lo siguió, pero lo único que
consiguió fue una caminata aún más silenciosa.
-
¿No
hay algo que desees saber? – preguntó finalmente Thot con voz cansada –¿algo
que desees preguntar? ¿reclamar por el problema en que te metí, el cual ha
venido a destrozar tu vida de esta forma?
-
¿Yo
hice algo de eso alguna vez? –preguntó extrañada Bastet
-
Algunas,
otras me golpeaste y otras te lanzaste a mis brazos buscando mis besos
– respondió Thot.
-
Lo
siento, no me di cuenta que esperabas alguna respuesta, es solo que me sentí
muy bien, tranquila –respondió Bastet– es extraño, no te logro recordar, pero
tengo la sensación de conocerte ¿te había pasado eso alguna vez?
-
Solo
una vez –dijo Thot más dispuesto- el día que nos presentaron en la corte, el
primer día, cuando tu padre te llevó a conocer el castillo en donde servía y mi
padre me llevó a ver dónde trabajaba. A
pesar de no haberte visto antes me pareció que ya te conocía, pero en ese
entonces éramos unos cachorros.
-
Lamento
haberte incomodado, no soy una gran conversadora –se disculpó Bastet.
-
Yo
olvidé que Khepri me había dicho que estabas más reposada,
más madura, “es dueña de largos silencios” me dijo un día –habló recordando
alguna de sus conversaciones con su amigo– es solo que me cuesta estar aquí
contigo después de tanto tiempo y que no me digas nada, pensé que estabas
molesta, solías decirme todo lo que pensabas.
-
No
lo estoy, ahora decir todo lo que pienso es una costumbre que abandoné después
de un año en el psiquiátrico y una vida en la cual las personas que me rodeaban
buscaban en mí algún rasgo de de locura.
-
Yo
no quise…
-
Pero
si quieres saber en qué pienso, me gustaría que me ayudaras a recordar. No
quiero volver a mirar a esa cosa sin saber qué hacer, dudo poder engañarla por
tercera vez. Quisiera saber qué tiene esa posición de combate con la cual
conseguí espantarlo la ultima vez, también quisiera saber más de Khepri de Sekhmet…y
principalmente de ti, me has acompañado cada noche de mi vida y me has
mantenido cuerda cuando pensé que nada podía hacerlo durante aquellas largas
noches en el psiquiátrico -respondió Bastet cuando llegaban a la fogata donde
eran esperados por sus amigos.
-
Esa
postura lo asustó, porque hace un tiempo el señor Set quiso expandir sus
fronteras al reino del señor Ra, nosotros que aun éramos aprendices fuimos
enviados a la frontera como refuerzo donde se había iniciado la invasión, nos
encontramos con un escenario para el que no estábamos preparados. El señor Set
quería desaparecer la huella de Ra y ordenó a sus hombres arrancar los hijos de los vientres de las madres y
embarazar a todas las mujeres del reino de Ra, para que la simiente de Set
gobernara desde lo más alto a lo más bajo al reino caído.
Todos ardimos en furia adoptando nuestra
forma de avatar*, pero tú y Sekhmet la manifestaron en forma
descontrolada y castigaron a todos los que habían cometiendo tales atrocidades
El señor Ra envío unas plantas Solanace con la orden de que de ellas
se extrajeran los aceites de sus semillas y los mezcláramos con cerveza y
sangre humana y se los diéramos a beber a ustedes.
La
poción surtió efecto el corazón de
ambas y dejaron de pensar en destruir después de beber hasta la última gota.
Cuando volvimos a casa, tu padre, esperó que
te recuperaras de los efectos del brebaje y te enfrentó a tu cruda realidad
para luego comenzar un duro entrenamiento con el cual pudieras dominar tu
avatar y que este no te dominara a ti. Estuviste varios años en entrenamiento
hasta que el general estuvo satisfecho y nunca volviste a usar tu avatar.
-
Lo
que me cuentas es horrible, soy un maldito monstruo como esa cosa –dijo pálida
Bastet–
-
No
eres un monstruo como mi hermano, un avatar no es ni ha sido jamás un monstruo,
es la manifestación encarnada de un espíritu divino - intentó explicar Kepri.
-
Cómo
pude hacer todo lo que dices - volvía a decir Bastet sin escuchar la
explicación de Kepri.
- Nuestro
mundo es menos pacífico que éste, cada uno de nosotros hemos hecho cosas de las
que no estamos orgullosos, pero este relato es para que sepas que eso y mucho
más lo recordaras con todos los detalles
-dijo Thot parándose frente a Bastet– ahora dime ¿estás segura que
deseas recordar?
- Lo
estoy, no pertenezco a este lugar, lo sé desde que tengo memoria, no sé si
pertenezca a algún lugar, o si sería más práctico darme un tiro, pero primero
creo que es necesario colocar todo en su lugar, para que cada uno de los
involucrados podamos tomar una decisión sobre nuestras vidas. ¿Qué debo hacer?
Enfrentado a tal
decisión Thot debió tomar el camino de siempre, encendió una gran fogata rodeada
de siete antorchas, sus luces rompieron la oscuridad, Sekhmet
y Khepri se unieron al círculo de
antorchas la rueda del destino volvía a girar, una vez más Bastet despertaría.
Viejas palabras que
ya nadie sabía su significado, salvo tres de los presentes, se escucharon en el
silencio nocturno. Su poder logró un milagro pocas veces visto, una pequeña
estrella del firmamento comenzó a descender hasta llegar cerca de las manos de
Thot, refulgente como una joya se dejó ver un antiguo Ankh o cruz ansada, caracterizada
por un ovalo en la parte superior o
ansa, su nombre significaba todo, "llave de la vida".
Como en los grabados y esculturas, que desde niña había visto en aquellas
tumbas en las cuales un dios o diosa portaba un Ankh en la mano, acercándosela
a la nariz de algún otro dios o protegido, con este gesto el portador de la
cruz insuflaba aliento de vida al otro, quien a su vez, lo recibía a través de
las ventanas de su nariz, Bastet vio como Thot acercaba la cruz ansada a su
propia nariz.
Vitorio le había enseñado que el Ankh representa la vida en su más
amplio significado. Era la vida que no acaba en la muerte, la que resurge y
continúa. Era usada en la frente por los faraones, para que su visión de la
eternidad prevaleciera durante todo su mandato por encima de cualquier
contratiempo. Por eso era empleada como amuleto, que favorecía la longevidad y
la sabiduría de quien ha vivido muchas vidas, claro, hasta ese minuto jamás
creyó que realmente entregaba tales dones, hasta ese instante de su vida no
había llegado a entender que la única forma de alcanzar tal sabiduría de la que
hablaban los grabados era recuperando los recuerdos de todas sus vidas
anteriores, un escalofrió recorrió su cuerpo.
La cercanía del
amuleto hizo que algo cambiara en su cabeza, sintió como si un gran iceberg de
derritiera convirtiéndose en fuego incandescente. La mano de Thot en su espalda
la sostuvo atrayéndola hacia sí, el dolor que sentía la obligó a gritar, pero
su boca se abrió sin emitir un solo sonido, solo sintió como ingresaba el
aliento de Thot en ella acompañado de miles de imágenes inconexas que se
sobreponían unas a otras y parecían venir
de otras personas que eran ella misma.
La luz intensa del
madrugador sol la despertó suavemente, encontrándose frente a frente con los
ojos miel de Thot que yacía recostado a su lado, sonriéndole como cada mañana.
-
Thot
tuve un sueño, en realidad pareció un pesadilla que no te puedes imaginar.
-
No
te preocupes, solo fue una pesadilla –murmuro Thot en su oído abrazándola- …no
sabes cuanto desearía poder decir eso, pero lamentablemente todo es realidad,
la más cruel de las realidades, pero es lo que nos ha tocado vivir.
Aquel fue un
desayuno particularmente silencioso, ninguno deseaba hablar, tampoco comer, por
primera vez a Khepri le sobró comida, le parecía que ya ninguno de ellos tenía
ganas ni fuerzas para continuar en aquel ciclo sin fin, pero tampoco deseaban
perder a Bastet, no parecía existir salida.
-
Anoche Apofis debe haber
reconsiderado la idea de que por estúpido que parezca debemos estar aquí igual
que siempre, así que probablemente esta noche vendrá en nuestra busca, ¿Qué
haremos? –dijo Khepri para acabar con aquel silencio que le crispaba los
nervios.
-
Ahora que Bastet está nuevamente
con nosotros, creo que deberíamos esperarlo a él y a sus sirvientes para acabar
con ellos –respondió Sekhmet.
-
¿Por
qué no vamos por ellos? –pregunto Bastet.
-
No
sabemos donde buscar y si no estamos
aquí, alguien más sufrirá un destino fatal esta noche –respondió Sekhmet.
-
Pero según recuerdo, en estado de
avatar nuestros sentidos son más eficientes y recuerdo perfectamente el olor de
Apofis, lo puedo encontrar antes que la noche caiga.
-
Es buena idea, de día claro su
poder mengua –respondió Sekhmet algo
perturbada– aquí es más fácil para Thot abrir el portal y podemos llevar el
sarcófago, si capturamos a Apofis lo podemos traer de vuelta.
-
No, es un riesgo innecesario
–replico Khepri– ustedes… deben recordar que el estado avatar es peligroso en
nuestro plano, lo será más aún en éste.
-
Solo yo lo haré, si me descontrolo
los tres tienen poder suficiente para eliminarme
–habló
Bastet sobriamente– y no me miren con esas caras, los cuatro, mejor dicho los
cinco sabemos que este ciclo de reencarnaciones es insostenible. Cada vez me
cuesta más recordar, si no es posible llevar a Apofis a juicio lo eliminaremos
y ustedes quedarán libres para reiniciar sus vidas, formar una familia, volver a casa. El sacrificio que han
experimentado a lo largo de estos años
debe tener alguna recompensa.
-
Es inaceptable –comenzó Sekhmet
- Es un buen plan –dijo Thot quien
se había mantenido en silencio– Apofis no espera que le ataquemos si no sabemos
dónde está y sabe que es peligroso para el equilibrio de este plano el usar el
estado avatar.
Es
una medida desesperada y por eso es posible que funcione, pero no irás sola yo
te acompañaré y ustedes dos se asegurarán de que si nos desquiciamos abandonemos
esta vida sin dañar inocentes.
Esta
es nuestra última oportunidad, Anubis me ordenó que abandonara toda esperanza
si no teníamos éxito esta vez.
-
¿Mi padre se atrevió a darte tal
orden? –preguntó enfadado, Khepri.
- No tiene derecho a decirnos lo que
podemos o no hacer –reclamó Sekhmet.
- Sí,
lo tiene, el señor Ra y Anubis quieren a
sus hijos de vuelta -respondió con sencillez Thot– así que ustedes atravesaran
el portal. Si no conseguimos llevar a Apofis y a Bastet a casa, destruiremos a Apofis sin dejar
rastro alguno de su alma, para no darle oportunidad de volver y yo me quedare
aquí, para seguir el camino de Bastet.
-
Ustedes dos están locos –dijeron
Khepri y Sekhmet
-
Si tienen un mejor plan los
escucho –dijo Thot mientras tomaba entre
sus manos las manos de Bastet que no sabia qué decir, de alguna forma estaba
triste por las decisiones del señor Anubis respecto de ellos y por otro estaba
feliz, más que nada deseaba descansar plácidamente en los brazos de Thot y no
volver a iniciar otro ciclo de reencarnaciones.
- Sekhmet
ira con Thot, yo iré con Bastet, así es como debemos formarnos para mantener el
equilibrio del eterno movimiento de ceder y empujar, las espadas que trajo Thot
serán suficiente para atravesar sus cráneos
si pierden el control –acepto Khepri derrotado.
Parados sobre la
arena frente a la antigua tumba comenzaron la secuencia de pazos de combate,
que más parecía una danza ritual que emulaba el movimiento de grandes
bestias, cuya primera postura tanto
miedo había causado a Apofis. Uno frente a otro, salvo por las obvias
diferencias, parecían ser imágenes especulares de un mismo movimiento.
-
Yo no pretendo abandonarlos aquí como
pretende el señor Anubis –dijo Khepri al oído de Sekhmet.
- Yo
tampoco pretendo hacer tal cosa –respondió Sekhmet decidida– si debemos usar las
dagas, lo siguiente que haré será destrozar el alma de tu hermano.
-
Yo
te ayudaré –respondió Khepri– y luego enfrentaremos el Juicio de las Almas, no temo ser
más pesado que la pluma de Maat, ni que Ammit la comedora me devore, no me
arrepiento de nada de lo que he vivido junto a ellos ni junto a ti.
-
Entonces
que los dioses nos sonrían y si todo falla que nos veamos en la próxima vida,
pero si no están de acuerdo, yo tampoco me arrepiento de nada de lo que he
vivido junto a ellos ni junto a ti.
Poco a poco sus
cuerpos fueron transformados arqueándose hasta adoptar la posición de una
bestia, de la envergadura de un corcel, cubiertos por dorado pelaje. Agudas
orejas sobresaltaron de sus cabezas, de sus fauces salieron deslumbrantes
colmillos blancos como el marfil capaces de destrozar cualquier piedra o
metal, sus manos y pies aumentaron de tamaño quedando engalanadas con
extraordinarias garras y un rugido que paralizó de miedo a las arenas salió de lo profundos de sus cuellos.
Con fiereza
corrieron hacia los indefensos Khepri y Sekhmet,
quienes no se movieron convencidos que aquellas bestias nada les harían y tenían
razón, al llegar a ellos lamieron sus caras y se dejaron acariciar tras las
orejas. Minutos más tarde corrían entre las arenas en dirección a la gran
ciudad siguiendo el olor de su presa.
Apofis, en esos momentos, descansaba después de la matanza de la noche
anterior listo para la batalla de la noche siguiente. Sus queridos amigos eran
siempre tan predecibles, tan apegados a las normas del combate honorable
inculcadas en la academia, estarían esperándolo en su tumba con la esperanza de
llevarlo ante el juicio del gran señor Ra, pero no importaba, todos los hijos
de la noche, sus hijos, estarían allí cuando las tinieblas en unas horas más
volvieran a gobernar sobre la región y entonces acabaría con ellos una vez más.
Se preguntaba si no se aburrirían de hacer aquello reencarnación tras
reencarnación, sin disfrutar de su vida, cuando él, a pesar de todas las
amenazas que recibía de su parte, disfrutaba tanto de su no vida.
Las bestias
ingresaron a la ciudad causando el más grande de los terrores, ante sus ojos
los creyentes de los viejos mitos y los no creyentes vieron a dos bestias
escapadas de las más terribles pesadillas, montadas por los antiguos dioses,
una mujer con cabeza de leona y un hombre coronado por un escarabajo, pobres
mortales que no sabían diferenciar entre una corona, una cabeza de leona y un
par de simples cascos.
La policía corría
en dirección opuesta a aquellas bestias, igual que cualquier persona en su sano
juicio, su loca persecución llevó a las
bestias y a sus jinetes hasta la parte más antigua de la ciudad. Sin respetar
las buenas costumbres derribaron las puertas de una antigua vivienda derruida
en cuyos jardines no crecía nada, pareciendo la morada de la misma muerte y
siguieron camino hacia los subterráneos laberinticos que se escondían en las
entrañas de la tierra. La presencia de estos extraños fue detectada por los
poco afortunados reclutados de Apofis para su servicio de recepción de
inquietos buscadores de aventuras, autoproclamados cazadores de vampiros.
Pero qué podía
hacer un puñado de no muertos sin cerebro contra bestias divinas que irradiaban
la luz del mismo sol y de sus jinetes decididos
a cumplir con sus órdenes originales o eliminar todo vestigio de su
presencia en aquel lugar. Esta vez no
pretendían enfrentar el mal y salvar a los inocentes, esta vez solo pensaban en
terminar de una vez y para siempre con un mal que no debió existir nunca en
aquel plano, aunque ellos significara la propia muerte.
El ruido del
combate llegó a la cámara central que custodiaban aquellos corredores, los
hijos principales del señor de la noche entraron para despertarlo. Sin creer lo relatado, Apofis salió de sus
aposentos para ver con sus propios ojos si era realidad el relato inconexo de
aquellos de sus hijos que habían sobrevivido a la embestida de tales criaturas,
según ellos, hechos de luz divina.
- A riesgo de sonar cliché, ¡Apofis
entrégate o muere! –ordenó Khepri, apuntando a su hermano con la espada.
-
No puedes ejecutar esa orden –rió
Apofis– perderían más que yo.
-
Está bien, que así sea –dijo Sekhmet
bajando de su monta, palmeando el cuello de Thot– has lo tuyo Thot.
- Has lo tuyo Bastet –dijo Khepri emulando
la acción de Sekhmet, para luego
dedicarse a acabar con todos aquellos sirvientes de Apofis que seguían
llegando, para proteger a su señor.
Apofis no creía lo
que veía, no deseaba creer lo que veía, Bastet y Thot, transformados en bestias
vengadoras, dioses encarnados para ejecutar en el mundo de los mortales el
juicio divino.
Esos cuatro,
después de tantos ciclos de combates inertes, estaban dispuestos a ir esta vez
a terminar con el martirio, así que no tenían nada que perder, y él tenía la
terrible sensación de que no había nada más peligroso que enfrentar a quien no
tiene nada que perder.
Cuando las sombras
nocturnas llegaron encontraron una encarnizada batalla entre cuatro guerreros y
lo que quedaba de las huestes de Apofis que, tal como el había esperado, esa
noche llegaban sus hijos de otras tierras, la batalla solo se volvió más
cruenta.
Los barcos que
llegaron sin tripulación viva a aquellas costas dejaron bajar a los hijos de la
noche, quienes respondían al urgente llamado de su padre. Recorrieron las
calles desiertas, cosa extraña para un puerto, pero continuaron hasta la ya
conocida mansión de reunión. Para su
extrañeza, al ingresar por las puertas derrumbadas pudieron ver todo el lugar
imbuido de una luz que lograba que cada pared y cada piso fueran traslucidos.
Sin necesidad de usar sus oscuros poderes, podían observar lo que ocurría en
las entrañas de la derruida edificación.
En sus siglos de
vida al servicio del señor Apofis, jamás habían visto algo similar, ni siquiera
los primogénitos, pero no eran capaces de pensar que algo pudiera derrotar a su
creador, por lo que corrieron en su defensa.
El sol alcanzó el
cenit para descubrir que el combate seguía adelante, el bramido de un alma,
perdiéndose en la nada, hecha mil jirones, incapaz de volver a ser encarnada,
incapaz de olvidar lo que había perdido para la eternidad, desquebrajó los
cimientos del anciano edificio que tanto dolor había presenciado Apofis no solo
moría, su alma había sido destrozada, nunca volvería a formar parte de la danza
de las almas en ningún plano. Cansados y
sin ánimos de moverse, Thot y Bastet se echaron uno al lado del otro,
desangrados sin fuerza para poder recuperar su forma original. En sus ojos se
podía ver cómo los rezagos de su humanidad desaparecían, pelear durante tantas
horas en estado avatar era peligroso, Bastet se había perdido ya una vez, y
esta vez ninguna poción del señor Ra la haría volver a su estado original, pero
aun sabiéndolo no abandonó la lucha.
Thot se dejaba
perder, no había preparado el brebaje que Ra les había revelado para recuperar
a Bastet y a Sekhmet aquella
vez, nunca había estado en sus planes dejar a su amor sola en esta última
batalla, aun en la derrota y Khepri lo sabía. También sabía que las bestias
divinas se recuperarían y saldrían del lugar y aniquilarían toda la obra
realizada acabando con el mal, convirtiéndose ellos mismos en asesinos. Acarició la cabeza de sus amigos y abrazó a
cada uno, Sekhmet hizo lo mismo y así
se despidieron. Con la rapidez del rayo las espadas se levantaron sobre las
cabezas de las aún nobles bestias y segaron sus vidas, rápido, sin dolor en el
punto exacto, era lo único que podían hacer.
Poco tiempo después de que sus amigos enfrentaran el juicio de las almas,
Sekhmet y Khepri, por propia voluntad los siguieron. El
ciclo se había roto, no sabían si había sido una buena decisión, pero sí sabían
que dejar de obedecer y tomar una senda con los riesgos que esto implicaba para
dar fin a una historia que no debió comenzar sería su único grito de libertad,
aunque el precio podría ser demasiado alto.
Me encantó el cuneto de las pesadillas a pesar del final triste
ResponderEliminarExcelente, aunque existen algunas faltas relacionadas generalmente con los acentos ortográficos. Por ejemplo, en el párrafo uno: cuando dice: hacía eco... Este hacía es con acento ortográfico en la letra i para formar el hiato í-a. Y así todo el documento.
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