jueves, 31 de octubre de 2024

Emily

Elena Virginia Chumpitazi Castillo


El sol abrasador caía sobre el pequeño pueblo de Las Lomas en Piura, sofocando el ambiente y haciendo que la brisa tibia apenas se sintiera. Emily avanzaba a duras penas por el sendero de tierra que llevaba a la casa de su hermana, arrastrando su maleta. Hacía casi dos años desde la última vez que vio a Nuria y fue en Lima durante la visita que les hizo a sus padres. Desde entonces, la vida de ciudad había pasado como un vendaval de obligaciones, trabajo y ruido, hasta que decidió que era momento de un respiro.

Mientras caminaba, sentía cómo el sudor comenzaba a acumularse en su frente. Había tomado la decisión de no avisar, quería sorprender a Nuria y a Eyal. Su hermana le había hablado tantas veces de la paz del campo, del aire limpio y del tiempo que parecía detenerse en ese rincón del mundo. Pero ahora, con el calor asfixiándola y el polvo pegándose a su piel, Emily se preguntaba si no habría sido mejor llamar antes y pedir que alguien la recogiera en la parada del autobús.

Entonces, lo vio. A lo lejos una figura masculina se destacaba bajo el sol. Un hombre de piel dorada y torso desnudo trabajaba con esfuerzo en los campos cercanos. Los músculos de su espalda y brazos se tensaban y relajaban al compás de cada golpe que daba con la herramienta de labranza, brillando con el sudor que se acumulaba en su piel. Emily detuvo su paso por un instante, obligada por la curiosidad y una atracción repentina que no supo explicar. El hombre se volvió brevemente, y entonces lo reconoció. Era Eyal, su cuñado.

Su corazón dio un vuelco. «No debería mirarlo así», se dijo a sí misma, pero no pudo evitarlo. Su cuerpo parecía tener vida propia, incapaz de apartar los ojos de la imagen que se desplegaba ante ella. Su cuñado era más atractivo de lo que recordaba. El campo, normalmente tranquilo y silencioso, ahora parecía el escenario de una escena cargada de alta tensión.

Eyal, finalmente, se percató de su presencia y se acercó, con una sonrisa cálida dibujada en su rostro. Su andar era pausado, pero firme, y al llegar a ella, la saludó con la familiaridad de siempre.

—¡Emily! ¡Qué sorpresa! —exclamó mientras la abrazaba brevemente y le daba un beso en la mejilla—. No sabíamos que vendrías. ¿Por qué no nos avisaste?

Emily sonrió, aunque por dentro sentía emociones que no lograba descifrar. Se había imaginado este reencuentro de manera distinta, más ligero, más familiar. Pero ahora, el calor del sol no era lo único que la hacía sudar.

—Quería sorprenderlos —respondió con voz dulce, tratando de no dejar entrever lo que realmente sentía. «Es solo mi cuñado», se recordaba, pero no podía negar que algo en él despertaba sensaciones en su interior que no debía permitir.

Eyal, sonrió y tomó su maleta sin esfuerzo.

—Ven, vamos, Nuria se va a alegrar mucho.

El sonido de los pasos de Eyal y Emily sobre la grava resonaba mientras se dirigían al encuentro de Nuria. A lo lejos se podía ver la pequeña casa que habían convertido en su hogar. Las paredes blancas reflejaban los rayos del sol, brillando como un faro en medio del campo.

Al llegar, Nuria estaba en la cocina, absorta en la preparación del almuerzo. Cuando oyó el sonido de la puerta, un buen presentimiento se apoderó de ella, dejó de lado lo que hacía y salió rauda hacia la sala.

—¡Emily! —gritó Nuria emocionada al ver a su hermana—. ¡Qué alegría verte aquí! —La abrazó con fuerza, mostrando el gran amor que sentía por ella.

Emily correspondió al abrazo con la misma intensidad, una sensación de paz la inundó, al tener a su hermana cerca. Por un momento, todo el calor, la excitación y los pensamientos que había tenido en el camino se desvanecieron. «Esto es lo que vine a buscar», pensó.

—Te extrañé tanto, Nuria —dijo Emily, dejando que su voz reflejara un gran alivio.

—Yo también te extrañé, querida. ¡Qué sorpresa tan agradable! —respondió Nuria, llevándola hacia adentro—. Siempre tenemos la habitación lista para ti, vamos, para que puedas ducharte y descansar un poco.

Mientras Emily se instalaba en su habitación, Eyal la observaba desde la distancia. Había algo en su cuñada que lo descolocaba, una presencia que había notado desde el momento en que la vio caminar bajo el sol. «Es solo Emily, la hermana de Nuria», se repetía. Los pensamientos fugaces de ese breve instante en el campo lo perturbaban.

En los días siguientes, Emily comenzó a disfrutar de su estancia en el campo. La tranquilidad, el aire limpio y la naturaleza la ayudaban a olvidar la rutina de la ciudad. Cada nuevo amanecer era un respiro para su mente y su cuerpo. Decidió, incluso, retomar su viejo pasatiempo de pintar, algo que había dejado de lado debido a su agitada vida laboral.

—Nuria, ¿me acompañarías al pueblo? —le pidió un día—. Quiero comprar algunos materiales para pintar. No traje nada conmigo y tengo ganas de crear algo mientras estoy aquí.

—Claro, te acompaño encantada —respondió Nuria, alegre por ver a su hermana tan animada.

El pequeño pueblo, aunque modesto, era pintoresco. Las calles de tierra, las casas bajas con techos de teja y la plaza central donde se encontraba el minimarket daban la sensación de que el tiempo pasaba más lento. Lorenzo, un joven bien parecido, atendía con amabilidad en este último. Su sonrisa amplia y su cabello oscuro llamaron de inmediato la atención de Emily.

Nuria lo conocía bien, así que no tardó en presentarlos.

—Lorenzo, te presento a mi hermana Emily. Está de visita con nosotros.

Él le ofreció una sonrisa cálida.

—Encantado de conocerte, Emily. —El tono de su voz era tranquilo, pero había una chispa en sus ojos que Emily no dejó pasar desapercibida.

A partir de ese encuentro, Emily y Lorenzo comenzaron a verse con frecuencia. Los días se sucedían entre caminatas por los campos y charlas bajo el cielo azul. Lorenzo, con su sonrisa sincera y su encanto natural, pronto quedó cautivado por la belleza de Emily, quien, aunque disfrutaba de su compañía, aún no podía sacarse de la cabeza la atracción latente que sentía por Eyal.

Mientras Eyal trabajaba bajo el sol por la mañana, Emily se dedicaba a pintar el hermoso paisaje que los rodeaba, aunque no podía evitar mirarlo por segundos, los suficientes para alterar sus hormonas ante el espectáculo que le ofrecía su cuñado.

Por otro lado, las salidas con Lorenzo se hicieron más frecuentes. Él la hacía reír, la escuchaba y parecía ser todo lo que ella necesitaba en ese momento. Sin embargo, cada vez que regresaba, la atracción por Eyal se volvía insoportable.

El sol empezaba a caer, Nuria dormía una siesta, Emily salió al jardín para despejarse. Estaba disfrutando del silencio cuando, de repente, sintió una presencia. Al girarse, vio a Eyal, de pie en el porche, mirándola intensamente.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó con voz profunda.

Emily asintió, aunque su corazón latía con fuerza. No podía negar lo que sentía por él, pero sabía que ese camino era peligroso.

—Es un lugar hermoso —dijo Eyal, aunque no apartaba la mirada de Emily.

—Sí, lo es —respondió ella, intentando mantener la compostura.

El silencio que siguió fue bastante incómodo. Ambos sabían que había algo entre ellos, pero ninguno se atrevía a decirlo. Sin embargo, antes de que las cosas se intensificaran, Nuria salió al jardín.

—¡Ah, están aquí! —exclamó sin percibir nada extraño—. Ven, Emily, vamos a preparar algo para cenar.

Emily se levantó al instante, agradeciendo la interrupción. «Esto tiene que parar», pensó.

Emily seguía viéndose con Lorenzo, pero su atracción por Eyal continuaba creciendo. Una tarde, Lorenzo la llevó a una cena romántica, preparada con todo detalle. Él era dulce y atento, y aunque Emily lo apreciaba profundamente, cada vez que cerraba los ojos, aparecía la figura de Eyal.

Al despedirse esa noche, Lorenzo la abrazó con fuerza, mientras Emily intentaba ahogar la culpa que la consumía. Sabía que no podía seguir así, pero no encontraba la manera de romper ese triángulo emocional en el que se había quedado atrapada.

Una tarde, mientras Nuria estaba en el pueblo haciendo compras, Emily y Eyal se encontraron nuevamente a solas en el porche. Esta vez, sus deseos más salvajes danzaban en el aire, envolviendo sus cuerpos en una atracción innegable, como si el destino los hubiese tejido con hilos invisibles. Eyal se acercó a ella con una mirada cargada de intenciones, una chispa en sus ojos que no permitía lugar a dudas.

—No podemos seguir así, Eyal —susurró Emily, aunque no se movía.

—No quiero seguir resistiéndome, Emily. Lo que siento por ti es más fuerte de lo que puedo controlar —respondió él, acercándose cada vez más.

Sin pensarlo Emily se dejó llevar y en un instante, ambos se encontraron en un beso lleno de pasión. Fue un momento de desahogo, pero lo que no sabían era que alguien los observaba.

Nuria, quien regresaba antes de lo previsto, los vio desde el camino. Sintió como si le arrancaran el corazón por pedazos. No podía creer lo que estaba mirando.

Empezó a caminar hacia la casa escondiéndose tras los arbustos, un sentimiento de desesperación y dolor se apoderó de ella. Fue directamente a la cocina, con manos temblorosas tomó un cuchillo y llena de ira y tristeza, se dirigió hacia el porche donde Emily y Eyal seguían envueltos en su momentánea pasión.

Sin que ninguno de los dos lo viera venir, Nuria se lanzó sobre ellos. Primero fue Eyal, a quien apuñaló en el abdomen con un grito desgarrador. Emily se apartó horrorizada, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! —gritó Nuria, con el rostro deformado por el llanto y la ira.

Emily intentó acercarse para calmarla, pero Nuria fuera de sí, la empujó y levantó el cuchillo de nuevo. Esta vez fue Lorenzo, quien había venido a buscar a Emily, el que llegó a tiempo para detener el ataque. Agarró a Nuria por los brazos, intentando quitarle el cuchillo mientras ella seguía gritando.

—¡Me traicionaste, me traicionaron los dos!

Eyal, herido y sangrando, cayó al suelo, con la mirada perdida, mientras Lorenzo lograba arrebatarle el cuchillo a Nuria. Emily, en estado de shock, no podía moverse. Todo su mundo se había derrumbado en cuestión de segundos.

El caos que siguió a los eventos de esa tarde fue devastador. Eyal fue llevado al hospital en estado crítico, Nuria destrozada por lo que había hecho, fue arrestada por intento de homicidio. La pequeña comunidad rural quedó conmocionada.

Emily aun procesando lo ocurrido, iba tomando conciencia de que nada volvería a ser como antes. No solo había perdido a su hermana, sino también a Lorenzo, sabía que, aunque él había actuado heroicamente, no podría perdonarle la traición.

Eyal sobrevivió. Nuria fue condenada a varios años de prisión. La traición y el ataque extinguieron su gran amor.

Emily dejó el pueblo poco después del juicio. Las semanas siguientes estuvieron llenas de soledad y de un hondo remordimiento. En lo más profundo sabía que era el precio a pagar por haber caído en la vorágine de sus instintos. Ahora solo podía concentrarse en reconstruir su vida, aunque eso le tomara el resto de sus días.

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