lunes, 29 de febrero de 2016

La heredera

Frank Oviedo Carmona


Cuatro años han pasado desde la muerte de Marco; y su viuda, Victoria Linares, estaba participando de la ceremonia religiosa por el aniversario de su partida. Ella era de mediana estatura, delgada, cintura pequeña, ojos grandes y marrones y tenía un largo cabello ondeado; le gustaban los colores claros pero no los usaba desde la muerte de su esposo. 

Antes de que salgan los invitados, Victoria se acercó a la puerta de la iglesia con Martha, su madre y la prima Rebeca, que siempre habían estado acompañándola en sus peores momentos; le decía que con el tiempo se volvería a enamorar; a lo que Victoria respondía que no creía que eso sucediera. Una vez que los invitados se despidieron, Victoria acompañó a Martha de regreso a casa; su vivienda estaba ubicada en la Avenida Salaverry; en una esquina rodeada por un muro de aproximadamente dos metros de alto, pintada de color rosado, ventanas a doble hoja, una con  vidrio y la otra de madera. A unos treinta metros se encontraba la vivienda de Victoria de tres pisos con techo a dos aguas y piso de losetas. A los extremos había palmeras de diferentes alturas y un rosal.  

Durante el camino a casa, Victoria pensaba en el temor que le causaba la considerable herencia que le había dejado su esposo y en las palabras de su prima Rebeca. 

–Si me vuelvo a enamorar, ¿cómo saber que me ama verdaderamente o solo quiere mi dinero? Creo que estoy pensando demasiado, además de acá a que vuelva a amar a alguien como a Marco, pasará tiempo; trataré de pensar más en mí porque eso es lo que hubiera querido él. 

Llegó a casa, la empleada le había preparado un baño tibio y una taza de té  con miel para conciliar el sueño. Algunas horas durmió y despertó temprano con el pulso acelerado por una pesadilla, quizás la ceremonia le trajo recuerdos. Se levantó, cogió su bata color turquesa de la banqueta, para cubrirse, se puso sus pantuflas del mismo tono que la bata, caminó haciendo crujir el piso que era de tablones de madera en dirección a la mampara de su dormitorio, tomó asiento en la terraza y cruzó sus brazos para protegerse del frío que hacía en el jardín. Contempló el rosal que su esposo sembró para ella con amor e inhaló el infaltable aroma a jazmín rosado que el viento esparcía por toda la casa. Victoria no sabía si dejar pasar esta nostalgia que sentía, seguir su vida y ser feliz. Pero estaba segura que su esposo así lo hubiera querido ya que cuatro años de luto eran suficientes. 

–La sentí caminar,  señora, como ya está aclarando y hace frío, le traje café y jugo de naranja. 

–Gracias María, este cielo de Lima nunca está celeste, siempre gris.

–Sí, señora Victoria, pero no se ponga triste por el clima, disfrute su café caliente, las rosas y el olor a jazmín; mire el cielo, está llenándose de nubes que parecen algodón y el aire nos acaricia suavemente el rostro.

–María, te has levantado toda una poetisa.

Ambas sonrieron.

–Al menos logré sacarle una sonrisa, señora.

Victoria le agradeció por su apoyo incondicional de tantos años y le dijo que para ella, era como una segunda madre.

En el transcurso de la mañana, después de realizar algunos quehaceres, llamó su prima Rebeca para invitarla a una fiesta en una casona de Barranco.

–¿De quién es cumpleaños, Rebeca?

–No es cumpleaños, es una bienvenida a mi primo Julián que no lo he visto en años, estará en Lima por unos meses por motivos de trabajo,  he hablado por whatsapp con él y me comentó que viene con un amigo Renzo, es peruano, ha vivido muchos años en Italia,  pero regresa para quedarse, dice extrañar sus raíces. 

–¿Es soltero?  –Preguntó con una sonrisa pícara.

–¿Renzo? Sí, es soltero, de apellido Almeida, guapo, elegante y adinerado; así me han comentado, lo tiene todo y se echó a reír.

Ella aceptó ir a la reunión, había pensado en lo que le dijo Rebeca, pero tenía miedo, todos la conocían y sabían de su fortuna.

Rebeca, Victoria y su madre llegaron a la reunión de bienvenida de Julián y Renzo. Al entrar, fueron recibidas por una anfitriona, quien las condujo, cruzando un salón de estar, a una amplia habitación, con altas ventanas, muebles en terciopelo rojo y otros de color azul. Cerca de la ventana estaba el bufet adornado con rosas amarillas en floreros largos de cristal, ensaladas variadas, salmón rostizado y papas horneadas. Al costado se encontraban Julián y Renzo. Victoria se detuvo y pidió permiso para ir a los servicios higiénicos. 

–Renzo, deberías de sentar cabeza, todo el tiempo no vas a seguir siendo joven y don Juan, te vas a quedar solo o te descubrirán y meterán preso, tú sabes a lo que  me refiero. Además deseas tener una familia, no quieres que sea igual a la tuya donde tu mamá engañó a tu padre y los abandonó.

–¡Sí! tienes razón Julián. ¡Por qué crees que he venido a Perú! Quiero conocer a la mujer de mi vida, enamorarme de verdad, trabajar y tener una familia. Quizás el cariño de mi madre me hizo falta para tener seguridad en mí. Después de todas las mujeres que he conocido y que he dejado sin ningún motivo haciéndolas sufrir, creo que ya es tiempo de que madure. 

Julián se refería a que lo habían acusado de sospechoso de fraude en un negocio que formó con su novia, en la que ella invirtió una fuerte suma de dinero y nunca vio las ganancias ni recuperó la inversión.  A tal grado fue que la novia le puso una denuncia por estafa pero como no hubo pruebas ya que por la confianza que había no se firmaron algunos documentos; por esta razón, se cerró el caso. 

–Ojalá sea verdad lo que dices, aunque me cuesta creerte.

–¡Por favor Julián créeme es verdad lo que te digo! Además no pudieron probar que hubo estafa; simplemente, el negocio no salió.

–Ya, está bien, sabes que en el poco tiempo que te conozco te he cogido aprecio.

Mientras conversaba, Renzo percibió un aroma suave y fresco, giró hacia atrás  dejando a Julián hablando solo y vio a Victoria; ella vestía un traje color negro con escote en v y sin mangas; un collar dorado y pendientes tipo lágrimas; cabello suelto recogido a los lados que se movía suavemente al caminar.

Julián dio una palmada a Renzo en el hombro.

–No puedes con tu genio.

–¿Quién es esa mujer tan bella?

En ese preciso momento fue interrumpido por su prima Rebeca y la madre de Victoria. Luego de las presentaciones respectivas y de conversar por unos momentos, Renzo pidió permiso y se retiró para tomar una copa.

Mientras se servía, vio caminar de espaldas a Victoria que buscaba a su prima. Renzo  le dio el alcance y se presentó.

–¡Buenas noches! Mi nombre es Renzo, Renzo de Almeida. Si busca a Rebeca yo la conduzco.

–¡Oh!, gracias por la amabilidad.

Victoria se quedó sorprendida al verlo cómo la miraba, sus grandes ojos azules parecían hipnotizarla. Él se disculpó explicándole que su belleza lo había dejado sin habla. 
Avergonzada y con una mueca de sonrisa, dijo.

–Soy Victoria, viuda de Fernández.

–Cualquier hombre que la viera sonreír, saldría corriendo de alegría o se quedaría contemplándola hasta que se marchase.

Victoria volvió a sonrojarse, agradeció sus palabras e inmediatamente fue interrumpida por su prima Rebeca y Julián.

–Veo que ya se conocen – dijo Julián.

–Renzo ha sido muy amable, ofreció llevarme donde ustedes.

Seguro que te ha alagado porque Renzo, además de ser un joven encantador, solo supera su atractivo físico, con el don de las palabras precisas que posee.

Todos rieron y siguieron conversando hasta la media noche.

Desde ese momento Renzo quedó encantado con Victoria y ella igual; continuaron conversando por teléfono durante varias semanas, ya que Victoria rechazaba la invitación a cenar que constantemente él le hacía; hasta que terminó accediendo.

Las cenas, paseos al bulevar de Barranco, teatros, cine y tours para conocer Lima se hicieron frecuentes.

Tanto es así que Renzo le declaró su amor, ella respondió que lo pensaría y que lo antes posible le daría una respuesta. Él no entendía qué era lo que necesitaba pensar, pero igual esperó la respuesta. 

En el transcurso de los días, Victoria conversó con Rebeca.

–Me dijo que me amaba, me sonrió dulcemente y con ternura, sentí como sus ojos me acariciaban  y no dejaba de mirarme sin soltarme la mano.

–¿No me digas que te has enamorado de él?

–Sí Rebeca, creo que sí me he enamorado.

–No le digas nada de tu fortuna. Aunque si todas las personas lo saben te aseguro que él también está al tanto.

–No, nada le he dicho, solamente que lo pensaría.

–Entonces, manos a la obra con nuestro plan –dijo Rebeca.

Ambas coincidieron en hacer un trato. Si Victoria decidía casarse, le diría al futuro esposo que no disponía de dinero, que la herencia le sería entregada cuando tenga un hijo y este cumpla los quince años, mientras tanto, solo contaba con una pensión para vivir.

Victoria aceptó a Renzo y todo marchaba bien hasta que pasado unos meses  la relación comenzó a ponerse tensa, ya que en muchas oportunidades Renzo olvidaba la billetera y Victoria era quien pagaba las salidas a cenar o algún perfume caro o ropa que él quería, pero a ella no le molestaba. Victoria se imaginaba que le iba mal en los negocios porque lo sentía preocupado.

Una noche cálida de luna llena en el restaurant Señorío de Sulco, cenando en la terraza con vista al mar. 

–¿Qué te parece el lugar amor? –preguntó Victoria.

–Muy lindo, típico peruano, me encanta todos los adornos incaicos.

De pronto sonó el celular de Renzo, habló unos minutos; después de colgar, se quedó preocupado. 

–¿Qué te sucede amor? Parece que has recibido malas noticias.

–Es sobre un negocio que estoy haciendo y desde ayer estoy esperando el depósito del dinero a mi cuenta y hasta ahora nada de llegar, si no pago, todo mi trabajo será en vano y perderé lo invertido; pero olvídalo estamos juntos y eso es lo importante lo demás puede esperar, encontraré una solución.

–Por favor dime, si me explicas quizás pueda ayudarte.

–No mi reina, con que estés a mi lado ya me estás ayudando.

Victoria lo tomó de la mano y le pidió que la mirara a los ojos.

Él la miró. Ella le dijo que lo amaba y que los dos formaban uno y si necesitaba el dinero, ella se lo prestaba y una vez que se lo depositen, se lo devolvía.

–No, por favor no puedo aceptar, de ninguna manera; esperare a mañana, eso les he dicho. 

–¡Por favor acepta!

Renzo se paró de la mesa, agradeció el gesto, la abrazó e hizo una mueca de sonrisa.

–Eres una mujer maravillosa, qué suerte la mía de haberte conocido, la verdad, otra mujer como tú no creo que haya.

Se retiraron del restaurant, al siguiente día Victoria le hizo la transferencia del dinero.

Julián se enteró del amor que decía sentir Renzo por Victoria.  Pero  debido a sus antecedentes de estafa a otras mujeres, le pareció oportuno que ella supiera toda la verdad. 

Cuando le contó a Victoria que Renzo era un vividor, caza fortunas y  mentiroso, ella se negó a creerlo y se puso a llorar.

–¿Pero, cómo puede ser? Me dijo que me amaba, que el solo mirarme le daba tranquilidad.

Se repetía una y otra vez que no era verdad.

–Es que no imaginan lo dulce que es, no creo que sea un vividor. Si vieran cómo me mira cuando está a mi lado, me creerían.

Cuatro días después, en una tarde gris, Victoria se encontraba sentada en un sofá, en un rincón  de la sala,  con las cortinas cerradas y una luz tenue, que al mirarla de lejos, ella parecía una sombra. 

–Señora Victoria está alimentándose muy poco, déjeme que le prepare un dulce rico para esta tarde fría.

–Gracias María, pero no tengo deseos de comer, tráeme una taza de café por favor. Están equivocados; no creo que Renzo sea capaz de hacer lo que dicen; además no hay ninguna prueba.

– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué dice eso?

Victoria  le ordenó que se retire sin dar una respuesta.

Al poco rato, Renzo tocó la puerta. Desde afuera le pedía que lo perdone. 

Victoria se levantó rápidamente para hacerlo entrar mientras que Renzo seguía hablando.

–Perdóname Victoria por favor, es verdad lo que dicen de mí, soy un vividor, un caza fortunas sin escrúpulos. Pero esta vez, estoy perdidamente enamorado de ti,  por eso he vuelto, el dinero en unos días te lo devolveré.

Ella sorprendida de la verdad, redujo la velocidad a la que iba, se tapó la boca con las dos manos y se apoyó en la puerta abriendo los ojos, como si hubiera visto un monstruo sin decir palabra alguna.

Renzo insistió en que lo dejara entrar para explicarle todo, sin tener respuesta de ella.

Se retiró a paso lento, volteando cada cierto tramo para ver si Victoria salía; en vista que no lo hacía, caminó rápido para tomar el bus, sin mirar al cruzar la pista, pensando: 

Caramba, no me ligó el plan, esta mujercita sí que se envalentó y todo por la culpa del tonto de Julián que habló, bueno de todas maneras se enteraría; pero no tan rápido. Aún me rio de la cara de Julián cuando le dije que quería formar una familia, sus ojos me decían que me creía. Sonrió, escucho una bocina, cuando volteo a mirar, era muy tarde, fue atropellado por una camioneta, muriendo instantáneamente. 

Victoria se enteró del accidente de Renzo, no podía creerlo.

Se  encerró en su habitación, no quiso recibir a nadie. 

jueves, 25 de febrero de 2016

Marcelo

Paulina Pérez


Cuando decidí estudiar medicina, encontré mucha oposición de familiares y amigos. Todos hablaban de lo mal pagados que estaban los médicos, de lo inexistente de la medicina pública y de que debía ir pensando en irme del país para ejercer. Buscar la manera de montar un consultorio particular o asociarme en una clínica privada, era según ellos, la única manera de vivir de la profesión. Muchos profesionales de la salud, se dedicaban a otra actividad y a nadie le parecía lógico estudiar tanto para acabar conduciendo un taxi o atendiendo una tienda de abarrotes.

Desde un inicio constaté que había mucho de cierto en lo que la gente comentaba, sin embargo no era razón suficiente, al menos para mí, dejar de optar por una carrera con la que se podía ayudar tanto. Fueron incontables las veces que participe en colectas, rifas y hasta en venta de comida para cubrir el tratamiento de algún enfermo sin recursos o abandonado por sus familiares por la misma razón. A veces era muy frustrante, pues pese a todo esfuerzo el paciente moría o si era dado de alta no tardaba en regresar en el mismo estado o peor. La desesperanza nos embargaba a todos y mientras unos nos sensibilizamos más, otros se endurecían. Es difícil aceptar la muerte cuando las causas no la justifican.

Con algunos médicos y enfermeras logramos formar un grupo para apoyar en barrios o poblaciones cercanas sin atención en salud como una manera de devolver algo a cambio de la oportunidad que tuvimos al poder estudiar en un país donde aquello era un privilegio de pocos.

Así fue como cada viernes llegaba al comedor “Alegría de vivir”. Al terminar la consulta, salía del hospital para tomar un autobús hacia el otro lado de la ciudad. Luego de cuarenta y cinco minutos de atravesar varias barriadas populares, llegaba al lugar donde trabajaba como voluntaria. En los años sesenta sobre una loma, migrantes del campo y de la zona costera invadieron este sector. Sin ningún orden o planificación fueron apareciendo construcciones, a las autoridades no les quedo más que legalizar los terrenos y en pocos años se transformó en uno de los barrios más grandes y pobres de la capital del país.

Una gran amiga de mis padres había montado este comedor que funcionaba en el primer piso de la casa comunal para ayudar a madres solteras trabajadoras. Los niños recibían el almuerzo, se les ayudaba en las tareas escolares y a media tarde tomaban un refrigerio. Era un espacio pequeño pero bien distribuido. La cocina parecía más grande de lo que era en realidad gracias a la disposición de muebles y estantes que aprovechaban el espacio al máximo y la hacían más funcional. Las grandes ollas de aluminio y las sartenes colgaban del techo. La vajilla metálica y los cubiertos tenían su armario al igual que los utensilios para preparar y servir la comida. Una pequeña bodeguita albergaba los víveres y contaban con un refrigerador y un congelador. Una habitación más amplía con mesas pequeñas de madera para cuatro personas, servían para comer y luego para hacer los deberes. Un voluminoso escritorio con dos cajones a cada lado, dos estanterías llenas de libros, un pizarrón  que ocupaba toda una pared y una serie de cuadros con diseños infantiles, le daba el aspecto de un aula de niños. Para una médica recién graduada como yo, era una gran experiencia colaborar con este proyecto, se me había pedido capacitaciones  en nociones básicas de salud y controlar que los niños estuvieran bien nutridos y creciendo adecuadamente.

Así fue como conocí a Marcelo, nieto de doña Narcisa, quien cuidaba de él desde el día que un autobús cegara la vida de su hija delante de ellos dos. El transporte público era muy malo y en la periferia de la ciudad ningún chofer respetaba las normas de transito. Los automotores excedían los límites de velocidad y los peatones no tenían infraestructura alguna como veredas o puentes para cruzar las vías o caminar. Dos conductores competían en la gran avenida como si de una carrera se tratara y en su locura uno de ellos arrastró a la madre de Marcelo.

Doña Narcisa apoyaba en la cocina, de esa manera pagaba la comida que recibían. Su edad y su salud bastante afectada por haber lavado y planchado ajeno por más de cuarenta años le pasaban factura. El amor a su nieto le hacía olvidar los dolores y la fatiga cada vez más frecuentes.

Marcelo era un niño bien parecido, su carita impecable donde destacaban unos ojos oscuros grandes y vivaces, el cabello castaño abundante ligeramente ondulado y algo más alto que otros niños de la misma edad.

El haber sido testigo de la trágica muerte de su madre, había hecho de Marcelo un niño de salud frágil, contaba su abuela. Bastaba una ligera corriente fría de aire, y enseguida desarrollaba una infección respiratoria que requería un tratamiento antibiótico.

Ayudada de un colega logramos someter a Marcelo a varios exámenes de laboratorio para determinar alguna causa concreta para aquella evidente debilidad de sus vías respiratorias y como casi todo niño que vive en la altura, en una vivienda húmeda y dentro de una ciudad muy contaminada, Marcelo padecía una fuerte alergia respiratoria a múltiples factores.

Debido al tratamiento que exigía estricto control, revisaba a Marcelo todos los viernes. Nos hicimos buenos amigos. Cuando podía pasaba por el comedor antes del día habitual y lo ayudaba con sus tareas. Le enseñaba a recortar correctamente, la importancia de presentar sus deberes limpios, bien hechos y a veces hacíamos cálculo mental.

Todos en el comedor lo querían y lo consentían. Con apenas quince días de nacido era parte de la nomina de voluntarios del comedor. No había quien no lo hubiera cargado, arrullado, bañado, alimentado y enseñado gracias, palabras y hasta a gatear. Nadie era ajeno tampoco a todo lo que había sufrido. Su padre, obligado a dejar la casa por orden judicial, era tan violento que el barrio entero había presentado una denuncia en su contra por el maltrato constante que su mujer y su hijo padecían.

Luego, la muerte de su madre  quedó sin castigo, como pasa casi siempre. Su abuela era todo lo que tenía y quienes la conocíamos temíamos que no durara mucho por más ganas que le ponía a la vida.

Con solo diez años Marcelo había sufrido lo que tal vez otros ni en cincuenta años lo habrán hecho. Era educado, servicial, y pese a todo no había perdido su alegría del todo. Vivía muy pendiente de su abuela y si por algún motivo ella no estaba cuando él llegaba, se transformaba. Se metía debajo de una mesa y se colocaba en posición fetal. Solo la voz de ella lograba sacarlo de ese trance.

El tiempo iba pasando y Marcelo enfermaba con menos frecuencia. A diferencia de su abuela a quien notábamos cada vez más cansada. Parecía que los años le caían de diez en diez.

Sonia, quien había desarrollado toda la propuesta del comedor, los dos profesores que ayudaban a los niños con las tareas en las tardes y yo decidimos hacer una colecta para ayudar a Marcelo y su abuela. Vivían en una especie de galpón, el piso era de tierra, la humedad se había tomado las paredes. El viento y el polvo se filtraban por todos lados. El baño era externo y debían compartirlo con otros inquilinos.

Nuestra iniciativa fue muy bien acogida. La generosidad de aquella gente con tantas carencias nos abrumó a todos.

Lo recaudado sirvió para arreglar la vivienda. Ayudados por los vecinos, logramos hacer un piso de cemento, arreglamos el techo y la única ventana para volver más abrigada la casa. Con unas baldosas que nunca supimos quién las trajo, puesto que aparecieron junto con todos los materiales que compramos, logramos crear un pequeño ambiente dentro del cuarto que servía de vivienda, para colocar la cocina, un lavabo y un mueble que hacía de despensa. También conseguimos dejar una buena provisión de alimentos no perecibles, pagar la renta por seis meses con un descuento por pago adelantado y una pequeña reserva de dinero para alguna emergencia.

Por supuesto doña Narcisa y Marcelo no sabían nada. Sonia se los llevó con ella el fin de semana a su casa en las afueras de la ciudad. La emoción de ellos dos cuando vieron su casa arregladita nos arrancó las lágrimas a todos los presentes.

Ese domingo regresé muy contenta a casa.

Esa sensación de haber hecho algo bueno, algo que no se trataba de caridad, sino de justicia me inundaba el espíritu.

Como había estado yendo varias veces por semana al comedor para coordinar las acciones a favor de Narcisa y Marcelo, le había anunciado a Sonia que me ausentaría unas semanas, tenía trabajo atrasado en el hospital y en casa. Vivía con mis padres y aunque siempre respetaban mis ocupaciones y estaban conscientes de que mi profesión era muy demandante, ya empezaban a resentir que solo llegará a casa a dormir.

Los días que siguieron fueron muy cargados de trabajo, incluso debí salir a una ciudad cercana por un par de días para asistir a un curso de capacitación para el personal de salud.

Después de tres semanas de haberme perdido en mis ocupaciones, llegó el viernes. Había extrañado a todos y algo más a Marcelo desde luego.

A medida que me iba acercando al comedor me sorprendió ver poca gente en la calle. Los viernes, había vóley, y ese en especial por toda la ciudad se podía escuchar a orquestas o pequeños grupos musicales locales animando las fiestas que recordaban un aniversario más de la fundación española de la capital. El barrio había sido dotado de un pequeño complejo recreacional cuya cancha servía para varias disciplinas deportivas y también era usada para otras actividades comunitarias, como fiestas, ferias. Los vecinos lo arreglaban, colgaban guirnaldas, ponían luces, sin embargo, el sitio estaba desierto.

Me extrañó mucho lo apagado que estaba todo y más aún ver cerrado el comedor. Cuando intentaba llamar a Sonia, la vi llegar con su esposo. Su aspecto era terrible, demacrada por completo, caminaba agarrada del brazo de su marido y apenas me tuvo cerca me abrazó y se desató en llanto. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Algo había pasado durante mi ausencia.

Doña Narcisa estaba tan contenta con su casita nueva que no quería salir de ella. Marcelo iba al colegio, luego al comedor, recogía la comida para él y su abuela y se iba directo para la casa.

Después de una semana de esa rutina, la abuelita Narcisa volvió al trabajo, para ayudar en las tareas como lo había hecho desde hace varios años. Pero no pudo quedarse mucho, se fatigó de tal manera que la llevaron de regreso a casa y directo a la cama.

Al día siguiente Marcelo no llegó al comedor. Apenas el último niño fue recogido por su madre, Sonia fue a visitarlos. Por más que golpeó la puerta nadie le abrió. Preguntó a los vecinos y no supieron darle razón de ellos. Sonia decidió retirarse pero se fue muy intranquila.

En la mañana a primera hora fue a buscar a Doña Narcisa. Como no abrían, Sonia pidió que forzaran la puerta, era muy extraño lo que sucedía.

Encontró a Marcelo abrazado a su abuela. No se sabía que tiempo llevaban así. En la mesita que les servía de comedor encontraron una carta del niño junto una hoja de diablillos, una especie de pastillas de fosforo blanco que pese a estar prohibidas siempre aparecen durante las fiestas decembrinas. Los niños las frotan contra el cemento y al calentarse producen destellos y un ruido parecido al de los petardos pero mucho más suave.

La carta decía: «Gracias por todo, pero me voy con mi abuela».

martes, 23 de febrero de 2016

Convergencia

Samantha Vargas


Y así, después de veintiséis años, por fin se miraban frente a frente, emanando de sus ojos el brillo que sólo el amor verdadero puede crear, se abrazaron, se sintieron y se sellaron en un beso suave, tierno, rítmico e infinito –culminó Oscuridad leyendo la última página del proyecto Destino, el más reciente que le habían asignado.

–A ver, un momento, ¿cómo que veintiséis años? –irrumpió con irritación Luz, y agregó– mira, sabes que somos un equipo, nos balanceamos,  valoro tu trabajo por hacer cambios en la vida de las personas en base al plan divino… sí, sí, sí, ya sé que debes colocar algunos obstáculos para estimularlos a que luchen y perseveren por sus sueños, pero ¡todo tiene un límite! –hizo una pausa y continuó– te has excedido Oscuridad, sabías muy bien que ellos estaban destinados a estar unidos, desde siempre, ¿recuerdas las dos reencarnaciones anteriores?, ellos estuvieron juntos, y ahora, te atreviste a jugar tanto con sus vidas que mira lo que has hecho, ¡los has separado!... esto es una catástrofe, un desorden en las rutas celestiales y en las vidas que están por venir, así que debo arreglarlo.

Comencemos desde el principio, cuéntame la historia, o más bien, tu versión de lo que has hecho, para saber dónde estuvo el error y tratar de enmendar lo posible  –culminó Luz.

–Bueno, bueno, tú nunca estás conforme, constantemente quieres todo perfecto, fácil, tratando de evitar el dolor y el sufrimiento de los seres humanos… y querida Luz, eso, es imposible –dijo Oscuridad insatisfecha en tono agrio.

–¡No es cierto! No deseo la perfección en sus vidas, sólo aspiro a que vivan en equilibrio, que sepan vivir en mí, y puedan estar en alerta espiritual para identificar tu presencia, para que no pierdan su rumbo con la neblina que usas para confundirlos y alejarlos de sus metas, de su verdadero ser, ¿es mucho pedir? –suspiró y agregó con resignación– en fin, nunca estaremos de acuerdo, así que no perdamos más el tiempo, comienza a contarme.

Hace mucho tiempo, en una lejana comarca del norte de España, en vísperas del otoño, nacía un robusto y hermoso niño, sano, fuerte, de escasos cabellos dorados y piel tan clara, que  pasó a ser desde ese instante lo más blanco de aquella minúscula vivienda, ennegrecida por el omnipresente carbón procedente de la mina donde vivían. A orillas de un gran río, caminando las callejuelas del pueblo, con sus casas de mampostería y techos grises, cruzando puentes romanos, persiguiendo ovejas, fue creciendo libre, silvestre y feliz aquel chiquillo precoz, brillante, de memoria prodigiosa, quien leía oraciones completas a sus cinco años. No había nadie que no quedara prendado ante el enorme magnetismo de ese encantador niño.  Risueño, de mirada dulce, dócil y ávido de aprender, Abel era el motivo de orgullo y admiración de su familia, quienes adoraban aquel lugar con olor a castañas tostadas, que se mezclaba con el de la leña ardiendo en sus chimeneas durante el invierno, mientras se acercaban rodeando el calor del fuego y bebían su vino de casa para calentarse.

Un par de años más tarde, en algún lugar del trópico americano, una desnutrida y débil mujer pujaba con todas sus fuerzas para traer al mundo a una niña, y a pesar del parto complicado, la bebé se abrió paso con determinación, mostrando con su hazaña, lo que sería el principio de una constante en su vida, nacía la pequeña Jimena.

Carencias y austeridad, obligaron a los padres de Abel a buscar un nuevo horizonte, uno más próspero para garantizar el sustento familiar. Después de meditarlo, tomaron la dura decisión de cruzar el Atlántico en busca de esa tierra de gracia llena de oportunidades y abundancia. Era un escenario desconocido, en el cual tendrían que vivir en condiciones restringidas durante algún tiempo impreciso, así pues, dejar a su hijo al cuidado de su abuela, fue la única alternativa. Llegaron a la ciudad capital de aquel país ecuatorial, receptáculo de cientos de migrantes y refugiados de guerra. Trabajaron codo a codo durante un par de años, con la gratificación de recibir una adecuada remuneración lo que garantizó el regreso a su país con muchas monedas en los bolsillos. Al llegar de nuevo a tierras ibéricas, para dolor de su madre, Abel no la reconoció, el abandono había pasado factura, aquella criatura no recordaba a sus padres. Finalmente, y tras calibrar las ventajas de haber trabajado en aquel país americano, cruzaron el océano una vez más, esta vez, llevando consigo a Abel.

Correcta, responsable, obediente, estudiosa, Jimena creció destacando siempre en su vida familiar y escolar. Su madre presumía que hubiesen promovido a su hija del kínder a primaria a los cinco años por leer con asombrosa fluidez. De juicio crítico, carácter rígido y grandes aspiraciones, Jimena fue sintiéndose cada vez más ajena a su pueblo natal, un ambiente desolado, de casas deterioradas, desechos urbanos por doquier, olor a basura imperante, hoyos en las calles, de vegetación casi selvática y con ninguna oferta de progreso, donde la desidia, la mediocridad, la rapacidad, el alcoholismo, los embarazos precoces eran elementos habituales en esa sociedad. Estudiar en una universidad en la ciudad capital, era un pensamiento constante, su carácter tenaz y enfocado la acompañaron hasta que lo materializó.

−¿Qué vas a hacer cuando acabes la preparatoria? –le preguntaban sus compañeros de escuela.

−Voy a estudiar artes plásticas y restauración de obras antiguas –contestaba con seguridad.

−¿Artes plásticas? ¿a quien se le ocurre estudiar eso? ¿y en dónde? En ésta región no existe una universidad cercana que dicte esa carrera… a menos que…

−A menos que me vaya a la capital, y ¡eso es lo que haré! –intentaba cerrar el tema con tono de certeza.

−¿Sabías que nunca nadie de éste pueblo ha logrado entrar a esa universidad?... creo que eres un poco ilusa.

−Yo sólo sé que saldré de aquí, conseguiré un cupo para esa carrera y me iré a la capital a estudiar, no tengo la menor duda… ¡lo haré!

−Ilusa y terca, ¡ja! (sí claro, mjum)… por cierto, ¿y cuándo te piensas casar?

−¿Casarme?... después que acabe todos mis estudios, ya veré, no es mi prioridad en éste momento, me siento muy joven para pensar en eso.

−¡Qué rara eres! Aquí en el pueblo todos se casan saliendo del colegio.

Exacto, precisamente así me siento: rara, no pertenezco a éste lugar, debo y tengo que salir de aquí, se decía ella misma.

De alma cándida y carácter tolerante, Abel se había convertido en un joven alto, atlético, de facciones suaves y sonrisa encantadora, con elevado sentido del trabajo y el anhelo permanente de formar su propia familia. Idealista y soñador, seguía teniendo pensamientos concretos de superación.

−¡Felicidades hijo, ya supe que entraste a la universidad! –le dijo su padre orgulloso, y aprovechando el canal de comunicación que pocas veces se abría entre ellos, agregó– recuerda que no todo es estudio en la vida, debes casarte, tener tu familia, y ganarte la vida duramente, como nosotros.

−Gracias pa´, no te preocupes, tan pronto consiga la mujer de mi vida, me caso, no la dejaré escapar… tener mis hijos, protegerlos y no abandonarlos es mi ilusión.

−¡Ahí vas de nuevo! ¿Hasta cuando vas a seguir con ese tema? Ya sabes de sobra que tuvimos que dejarte con tu abuela porque no tuvimos opción, era arriesgado traerte sin saber cómo íbamos a vivir… en fin, cuando seas un hombrecito y tengas tus hijos, dejarás de juzgarme.

Abel y Jimena, eligieron la misma carrera, ciudad, campus universitario. Él, con su don amable y dulce, rápidamente se hizo de un grupo de amigos. Mientras tanto, la timidez y el miedo que le generaba estar lejos de casa, sola en una gran urbe, le estaban haciendo complicado adquirir nuevas amistades a Jimena. Uno de sus escasos conocidos, era amigo de Abel, se comunicaban frecuentemente, salían a divertirse de vez en cuando…

–¡Detente! –interrumpió Luz, y agregó con exaltación –¡Ahí está! Vamos a juntar a Abel y Jimena en alguna fiesta o alguna reunión de estudios, algo así, y problema resuelto.

–Mmmm… no, aun no, más adelante mejor –dijo Oscuridad con suspicacia –debemos dejar que crezcan, que se conozcan más a ellos mismos, que descubran al mundo, que maduren.

–¿Qué? Pero, ¿y el amor verdadero para cuando?

–Más adelante, más adelante, de hecho, no sienten nada el uno por el otro, pues aun ni se han conocido… en fin, ¿puedo continuar?

Ambos jóvenes se veían en los amplios pasillos de los edificios universitarios, yendo o viniendo de los salones de clase. Era habitual llegar al atrio del edificio de talleres, y percibir el olor a trementina, óleo, madera y  lacas, impregnando el olfato, depositando ese registro sensorial como un estímulo que, con el pasar del tiempo, se fue haciendo familiar y les hacía sentir feliz. Allí, se reunían los estudiantes, conversaban durante los recesos, era inevitable no voltear a ver a Abel, su altura y porte eran un gran anzuelo visual. Jimena lo observaba en la distancia a través de los barrotes de su inseguridad, y pensaba para sí:

“Qué lindo ese chico Abel, siempre está sonriendo y qué listo es… debe ser muy simpático, tiene muchos amigos… sí que es popular”.

Por su parte, Abel la observaba minuciosamente cada vez que Jimena pasaba frente a él, y murmuraba:

–Esa chica, qué bonita, me encanta su larga cabellera, su sonrisa, sus cejas gruesas y arqueadas, despide una extraña sencillez que me gusta y también… lo sexy que es. Es linda.

El círculo de amigos se cerraba cada vez más. Un buen día, los invitaron al mismo festejo. Jimena portaba un hermoso y corto vestido color lila, dejando en evidencia sus piernas de tobillos gruesos y su silueta femenina agraciada. Abel, estuvo en la fiesta y de pronto…

–¡Llegó el momento, ahora sí los vamos a juntar! –dijo con emoción Luz.

–Aun no, Abel tiene curiosidad hacia dos chicas, yo se las puse frente a su campo de interés para distraerlo y cayó en mi prueba, así que mejor vamos a dejarlo que viva esta experiencia y cuando hayamos hecho el reporte de su aprendizaje, entonces sí procedemos a unirlos. Paciencia. Veremos por cual de las dos se decide, dejemos a Jimena de un lado, ella es el platillo fuerte.

–¿Estás segura Oscuridad? Esto va acabar mal, no lo estamos componiendo, en fin, prosigue.

De pronto, durante la fiesta, se acercó un chico galante, carismático y propició una plática con Jimena entreteniéndola toda la noche, mientras Abel, absorto, conversaba con una de sus compañeras de clase, la popular y simpática Verónica. Esa noche, ambos pasaron inadvertidos el uno al otro, Jimena se fue a casa primero que Abel sin siquiera lamentar no haber cruzado palabra con este,  quien, a partir de ese día, permaneció en estado hipnótico durante un par de años de su vida bajo los efectos seductores de Verónica, mujer que despertaba en él una explosión de extrañas y nuevas sensaciones corporales que le eran muy gratas y adictivas

–“¿Nuevas sensaciones corporales que le eran muy… gratas y… adictivas?”

–Así es –asintió serenamente Oscuridad.

–¿Me estás queriendo decir que es algo físico? Y ¿Dónde quedan los sentimientos, la calidez, la humanidad, las similitudes espirituales, los intereses, los sueños compartidos, la intelectualidad?

–Todas ellas están presentes en ambos, Abel y Jimena son piezas que se amoldan la una a la otra, de hecho, así lo programamos desde “arriba”, no hay duda querida Luz, son complemento, pero aun no son “visibles” entre ellos… verás, aun falta tiempo para que afiancen sus cualidades internas, y para que eso suceda, deberán superar algunas dificultades que yo misma me encargaré de ir colocando en su camino, su moralidad, sus sistemas de creencias, sus valores fundamentales, amor incondicional, coherencia, lealtad, familia y amigos, hasta sus temores y complejos, todo se someterá a prueba, y una vez superadas, ellos se convertirán en semejantes y al fin, podrán “verse” al alma, recuerda, sólo los símiles logran atraerse entre sí.  Ten paciencia, son jóvenes aún, la consolidación de la estructura interna toma tiempo y es un proceso que no admite atajos.

–Entiendo… tienes razón, está bien, confío en ti, pero te confieso que ya me estoy inquietando. Continúa por favor.

Abel decidió experimentar. Después de un cortejo estéril, con Verónica vivió la frustración de ser rechazado tambaleándose su autovaloración. Por fortuna, llegó a su vida la otra jovencita, guapa, de mirada limpia y rostro armónico, pómulos hermosamente marcados, sonrisa perfecta, simpática, que además mostraba apego y aprecio a la familia y amigos, lo que resultó en una atractiva combinación para él. Abel decidió acercarse a ella, con claras intenciones de formalidad. Esta vez sí hubo reciprocidad, se enamoraron e iniciaron un largo y estable romance.

–Disculpa la interrupción, sólo quería decirte que comienzo a preocuparme. Sigue adelante.

Yo también –pensó Oscuridad.

Por su parte, después de un largo período de persecución e insistentes salidas, Jimena cedió a los forzados encantos del joven que había conocido en aquella fiesta, e inició una relación con él. Era cotidiano cruzarse en los corredores y verse los cuatro. Jimena pensaba:

–¡Qué lindo es Abel! anda con su novia todo el tiempo, la abraza, la acompaña, hacen una bonita pareja.

Abel desposó a su novia. Eran la única pareja casada en la universidad, lo que cautivaba al grupo de amigos, eran un dúo envidiable, inseparables, donde se notaba el amor y las ganas de tener pronto su propia familia. Y así fue.

–¡Nooooooo! –gritó exaltada Luz –¿Por qué dejaste que se casaran? ¿No que sólo iban a tener experiencias? Oscuridad, éste es el punto de la historia que debimos haber evitado, es  aquí donde no deberíamos haber llegado. O sea que, ¿estudiaron toda la carrera juntos y nunca se dirigieron la palabra? ¿Que tuvieron un montón de amigos compartidos y nunca tropezaron? ¿Por qué no me dijiste antes? Yo los hubiese puesto a conversar, estoy segura que sus almas sí se hubieran “visto”, al fin y al cabo, siempre han sido semejantes desde un principio.

–Lo sé Luz y aquí comienzo a pedirte ayuda, esto se me escapó de las manos. Mira, Abel trae consigo una meta íntima, muy arraigada, él desea profundamente ser papá, anhela sinceramente tener hijos y tratar de ser una mejor versión de lo que a él le tocó vivir…es un dolor no resuelto que canalizó y sublimó de esa manera. Abel es un digno hijo tuyo, un ser luminoso con una enorme necesidad de dar amor, mucho amor y qué mejor forma que dársela a sus hijos, y contra eso no pude, esa fuerza era tan oponente, tan poderosa y contundente, que no logré mitigarla o adecuarla al proyecto original. Jimena es un espíritu libre, ella no habría admitido casarse tan joven, de todos modos, aunque los hubiésemos podido acercar, aunque se hayan podido relacionar sentimentalmente, no habrían progresado, tenían anhelos diferentes, y eso, acabó por separarlos, hice lo que pude Luz. A ver, dime, ¿qué propones? ¿Estamos a tiempo?

Luz y Oscuridad guardaron silencio, ambas necesitaban sedimentar ideas y emociones, tenían que pensar. Luz dijo:

–Muéstrame cómo continúa la historia de Abel y Jimena, tengo que ver si es posible aun replantear las circunstancias. Anda, sigue con el relato.

Llegó el día de la graduación. Entre la algarabía, togas y birretes, Abel y Jimena se confundieron en medio de la alegre masa humana y no llegaron a despedirse, sin sospechar siquiera, que pasarían muchos años para volver a encontrarse.

A partir de ese momento sus vidas se separaron en tiempo, distancia y memoria, al punto de no recordarse nunca más.

Tan pronto como pudieron, Abel y su esposa tuvieron su primer hijo. Rebosaban plenitud y satisfacción, tenían todo para ser felices. Una vez titulado, se incorporó a trabajar para sostener a su familia, lo cual hacía con entusiasmo y pasión. En un momento de su vida, Abel sintió el llamado de sus raíces y regresó a la tierra de sus padres, la suya también. Se estableció en su nuevo hogar, y así dedicó su vida con abnegación e incondicionalidad a lo que era el centro de su existencia, su esposa, sus hijos. Eran el referente obligado de su círculo de amistades, Abel había alcanzado lo que muchos aspiran y no todos logran, una vida bonita, una compañera fiel, hijos hermosos y sanos, y lo más importante, unión familiar. Y así, fueron transcurriendo los años mientras, al mismo tiempo, no pasaba nada. Abel estaba sumergido en la propia y geométrica perfección de su existencia, tenía lo que tanto había anhelado y sin embargo, sentía que algo le faltaba. La predictibilidad de sus rutinas, la longevidad de su relación habían comenzado a hacer mella en sus sentimientos, comenzó a sentir espacios muertos, su vida íntima estaba aplanada, sin darse cuenta, se fue convirtiendo en el proveedor material y afectivo, en solucionador de problemas y poco a poco se fue extraviando en el camino, se perdió a sí mismo, se olvidó de él. Aun así, resignado, sin salida, aferrándose a sus motivos para ser feliz, continuaba en automático cumpliendo sus roles, sin retribuciones ni recompensas, sólo existiendo.

Jimena trazó su ruta, continuó adelante, enfocada, valiente. Culminó su formación laboral mientras tuvo otras parejas sentimentales. Su sentido de la autonomía y libertad, la llevaron a diferir el matrimonio hasta el último momento de su soltería electiva. Llegado el momento, se casó encantada, convencida, enamorada. Tuvo dos hijos, unos hermosos gemelos. Siempre con grandes sueños, decidió diferir su progreso laboral y pausar su profesión para dedicarse a su proyecto de familia, sin sospechar que tendría que sortear sobre la marcha las adversidades que estarían constantemente presentes en su vida. Realización y felicidad sentía, pero un pequeño espacio plagado de insatisfacción, dentro, muy dentro de ella palpitaba. Su dedicación, su permanente estado combativo y defensivo, improvisando, sobreponiéndose, reinventándose, criando, educando, trabajando, rescatando, la drenaban, mantener el equilibrio la desgastaba.

Cada quién con su cada cual, Jimena y Abel, estaban en el letargo de los días cuyas páginas podían traspapelarse sin advertir que uno se había intercalado por otro y no notar la diferencia. Sentimientos de infravaloración, cansancio emocional, resignación,  pérdida de la esperanza gravitaban en sus corazones de manera imperceptible, casi inconsciente, mientras usaban su enorme sentido de gratitud por sus parejas, hijos, trabajo y amigos, como salvavidas para continuar hacia delante.

Más de dos décadas sin verse ni escucharse. La necesidad de recordar los años universitarios motivó a los compañeros de estudio intentar reunirse para llevar a cabo un reencuentro grupal. Iniciaron los preparativos y para ello, se abrió un foro virtual para definir detalles de tan esperada reunión que sin duda, auguraba estar llena de emociones y añoranzas. La lluvia de ideas se dejó caer. Todos opinaban soltando uno que otro rastros de su esencia y personalidad. Surgieron las gratas sorpresas, ver los distintos rumbos, oficios, pasiones, inquietudes y destinos de todos los participantes e invitados al festejo, fue un refrescante agasajo. Abel comenzó a descubrir a Jimena en medio de la multitud, sus palabras lograban penetrar en lo más profundo de su ser, fracturando progresivamente su defensiva muralla. Jimena permeaba poco a poco, implantándose férreamente en su mente, en su corazón. Ella, al fin lo “vio”, un Abel desinhibido, sensible, brillante, empático, asertivo y romántico se mostraba ante sus ojos. Su corazón blindado cedía sin ella poder evitarlo, la inercia poderosa de los acontecimientos fue vertiginosa. Eran dos imanes que se atraían con su magnetismo. El breve espacio en el tiempo de sus vidas que se tomaron para re-conocerse fue intenso. En pocos meses se contaron sus historias sin reservas, compartieron alegrías, tristezas y hasta el gozo de los logros e inquietudes de sus hijos. Asombrosamente naturales, espontáneas y desnudas fueron las largas conversaciones sostenidas. Después de descubrir todos los momentos del pasado  en los cuales pudieron haberse encontrado, conocido y unido, después de ver con asombro las enormes similitudes que entre ellos existían, que veían la vida desde la misma ventana, desde el mismo cristal, los llevó al impactante hecho de llegar a la verdad. Se amaban, y siempre debió haber sido así, pero ¿qué había ocurrido, por qué no estaban juntos? ¿Qué extraña fuerza oculta los mantuvo tan cerca y lejos a la vez?...

Oscuridad hizo una pausa, enarcando sus cejas.

–¡Deja de hacer esas caras y continúa! –dijo Luz desesperada.

A pesar de sus temores, decidieron romper sus propios esquemas, aplastando las barreras morales y físicas que ahora los separaban. Tenían que verse, tenían, lo merecían.

–Dos matrimonios, cuatro hijos y un océano nos separan, pero tenemos que vernos, es nuestra necesidad y obligación –dijo Abel contundente.

Organizaron un encuentro furtivo, ambos atormentados por una extraña sensación de autoflagelación, juicio y condena, de estar violando la vida misma, pero a la vez, llenos de euforia y paz, egoísmo y orgullo propio, por desafiar al mundo entero al  concretar éste amor.

Y así, después de veintiséis años, por fin se miraban frente a frente, emanando de sus ojos el brillo que sólo el amor verdadero puede crear, se abrazaron, se sintieron y se sellaron en un beso suave, tierno, rítmico e infinito –culminó Oscuridad.

–¿Es todo? –preguntó impaciente Luz.

–Sí, es todo. No sólo se dieron cuenta que se aman y que son parejas complementarias, sino que me han pillado… ya descubrieron todas las omisiones que cometí, dejando que sucedieran los eventos que desviaron el rumbo, de hecho, me llamaron Magia… lo que no saben es que tú y yo estamos tratando de resolver éste escollo. Así que, la misma Magia que los distanció será la que los una, espero que lo sepan ver y que confíen en nosotras.

–Oscuridad, ya no más. No interferiremos. Ellos ya tienen el Poder. Tienen el amor incondicional que se profesan, tienen madurez, conciencia, valentía, sentido de supervivencia, amor por sus hijos y por la vida, suficientes todos como para que ellos tomen el timón y logren su anhelo de estar juntos.

–Mmmmm, entiendo, está bien, no haré nada más por ahora… pero me mantendré atenta, porque si algo se atora, que sepan ellos que la Magia estará allí siempre para ayudarlos a consumar su amor.


viernes, 19 de febrero de 2016

Alma

Cristina Navarrete


Ya han pasado dos semanas de su partida, pero la imagen de su féretro y el horrible sonido de la caja arrastrándose dentro de ese gélido y oscuro nicho, aún rondan vívidamente en mi cabeza.

Cada vez que el cansancio vence a este persistente insomnio, el sueño trae a mi mente espantosas pesadillas. Su ausencia es insoportable, el sufrimiento sobrepasa mi voluntad, es así que ni dormido ni despierto encuentro equilibrio y descanso.

Ese sábado tuve que trabajar —como no es raro— y a pesar de que no le gustó la idea, dejó que me marchara sin discutir. El día transcurrió y extrañamente Alma no llamó, ni para saber dónde estaba, o con quién almorzaría ni a qué hora llegaba; al contrario de preocuparme, fue un alivio que su paranoia y celotipia me hubiesen dado un respiro al menos por un día.

Llegada la noche me dirigí a casa, estacioné el auto, miré por varios minutos aquella hermosa y rústica edificación de madera y ladrillo visto, guardiana de tantas vivencias, la silenciosa testigo de los cambios de mi Alma, ella, que cuando la conocí me contagió su alegría y esperanza, y que al pasar de los años se fue convirtiendo en una introvertida y delgada figura, capaz de alimentar las más terribles obsesiones. Cuando volví en mí, tomé rápidamente las llaves y entré.

—¡Alma! ¡Alma! Ya llegué, ¿dónde estás? —dije esperando ver a mi amada, pero solo el silencio me respondió.

Subí las escaleras; mientras me acercaba al segundo piso, un embriagante olor a canela y sándalo me envolvieron y transportaron al inicio de todo. Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro, sentí alivio en el corazón; quise pensar que mi compañera tomaba uno de aquellos baños de sales y burbujas que acostumbraba, que el tiempo había vuelto atrás; pero el agua manchada de rojo escarlata que salía por debajo de la puerta y empezaba a gotear por los escalones, me despertó de la fantasía.

Corrí, grité, forcé la cerradura y al abrir: mi peor pesadilla se hizo realidad; su frágil espíritu la había doblegado, su cuerpo inerte no respondía a mi abrazo, era demasiado tarde, Alma decidió marcharse.