jueves, 26 de noviembre de 2015

Como mariposas

María Elena Rodríguez


Los cuerpos son temporales,
son personajes oníricos.
Grafiti pintado en una enorme pared blanca.


El tono de voz de Armando Lomar, médico psiquiatra, es suave, apacible. Se muestra  piadoso cuando Gloria y Ana, tía y abuela de Rosario, lloran desconsoladas al saber que bajo esa sábana amarillenta de bordes deshilachados, yace su cuerpo sin vida. En medio de la conversación, entran a la habitación dos mujeres, son las encargadas de la limpieza, su presencia se torna perturbadora para las visitantes, cada paso que dan, provoca un crujido persistente sobre el viejo tablado.

—La vamos a trasladar para cumplir con los protocolos que exige la Secretaría Pública de Salud y así poder registrar el acta mortuoria. Pueden volver más tarde. Lo sentimos mucho, era una niña llena de bondad… le llegó la hora de descansar.

—Gracias doctor —dijeron las parientes de Rosario, en medio de sollozos.

Gloria y Ana se retiran, el regreso a casa es custodiado por la culpa que empieza a mortificarles; en el autobús, los delirios llenan sus cabezas; se mezclan muchas cosas, todas extensiones de sus propios sueños: neurosis, desamor, mentiras, imágenes y vivencias junto a esa nieta y sobrina que seguramente, en esos precisos momentos, estará mucho mejor que ellas; así lo pensaron, cada una a su manera y con resignación.

En el  Centro de Ayuda Integral para Adolescentes (CAIA) se alberga a pacientes con adicciones y desórdenes congénitos; el lugar depende administrativamente de la Secretaría Pública de Salud, funciona en una antigua edificación construida a inicios del siglo pasado, su presupuesto es precario pero regular.

Al CAIA se incorporó laboralmente hace una semana, Nelsy Sacramento, están  acondicionándole un espacio provisional en la unidad tercera para que ingrese los datos de las historias clínicas de cada interno; han instalado la red de sistema informático;  en  las dos primeras secciones del centro, ella ya registró los datos, no le tomará más de un día hacer lo mismo ahí. Hasta que  coloquen su computador se dio tiempo para transmitir mensajes desde el teléfono celular a su novio:

Nelsy butterfly: …estoy en descanso, todavía no terminan de arreglar escritorio con la compu…
Gordo precioso: ¿Cómo irás vestida esta noche? linda kmo siempre???
Nelsy butterfly: jajaja lindoooooo, siiiiiii. Estoy happy ya me probé mi vestido, y me pusieron las pestañas postizas.
Gordo precioso: glup! wou ahora como te veso…beso jiji…

Nelsy deja de chatear, el doctor Lomar despidió a las familiares de Rosario, sale de la  habitación y se dirige hacia ella; está parada en un rincón que le ofrece una  vista a todos los aposentos y al jardín en el que se encuentra una vieja pileta edificada con piedras que lucen enmohecidas, y desde cuyo centro brota defectuosamente un tímido chorro de agua. Nelsy se restriega el párpado derecho, todavía no se acostumbra a las pestañas postizas. Hace tres semanas  obtuvo el título de bachiller como técnica en informática y sistemas. Tiene razones para estar feliz: inmediatamente logró una plaza de trabajo en el CAIA, y sobre todo, esa noche, es su fiesta de graduación.

—La información en este pabellón es precaria, pero ahora, con ayuda del sistema, inclusive quiero que consten todas las visitas que tiene cada paciente, ¿hay función para eso? —pregunta Lomar a Nelsy.

—No específicamente doctor, pero se puede añadir un dato así en observaciones, eso es muy sencillo —responde ella con gran solvencia, le encanta la computación.

—Bien, tome en cuenta que aquí debe usar mandil, identificación y no mascar chicle, son las reglas.

Armando Lomar, luego de esbozar una sonrisa, se retira a su  despacho ubicado al final del pasillo, el cual  termina en un  enorme portón color café que cubre casi toda la pared blanca; al extremo del mismo, de forma temporal, está el improvisado rincón de trabajo de Nelsy. Después de unos minutos pasan frente a ella un hombre y una mujer vestidos con mandil azul, llevan una camilla e ingresan a lo que fue hasta hace unas horas, la habitación de Rosario.

Aproximadamente a las nueve de la mañana, los internos e internas de ese pabellón, luego de ser atendidos por las enfermeras en tareas de aseo y suministro de medicinas, son conducidos al patio comunal, ahí reciben su ración de comida e interactúan con todos quienes viven en el centro.
Para quienes creen en la inmortalidad de las almas, lo que pensaron por separado y en distintas formas, tía y abuela de Rosario, era muy cierto; en ese preciso instante, ella debía estar mejor, libre y despierta del sueño de una vida no muy generosa durante sus casi diez y seis años de paso por el mundo.
—¡Es una niña! —dijo la obstetra en el momento mismo que recibió a Rosario y la entregó a los brazos de Marco, su padre,  él asistió al parto.
Nacida del vientre de Graciela, a temprana edad le detectaron un problema en el corazón, era congénito; por falta de oportuna atención este se fue agudizando y se convirtió en una dura prueba para la pequeña familia.
—Juntos podremos enfrentar esto, ¡no debemos desanimarnos! —insistía Marco cuando consolaba a Graciela, ella vivía afligida por las evidentes limitaciones de su hija; a veces, en el fondo, él  también  flaqueaba de la desesperación.
Marco decidió ir a buscar trabajo en España para mejorar sus ingresos, ¡y vaya que lo hizo!, era la época de bonanza para la mano de obra sudamericana; tenía un título técnico en plomería y soldadura, así que su especialización le ayudó encontrar trabajos bien remunerados. En principio los aportes que recibía Graciela, le permitieron llevar una holgada vida; además de cubrir las demandas de salud de Rosario, los beneficios se hicieron extensivos hasta su madre y hermana. Como suele suceder en muchos de esos casos, ese flujo de dinero no compensó las carencias afectivas que poco a poco se tornan más evidentes, y que perjudican tanto a emigrados como a quienes se quedan. Marco empezó a fallar con los envíos de remesas, llamaba poco por teléfono; finalmente, un día canceló su línea celular. En adelante, la madre de Rosario, inicia una travesía abismal en busca de su esposo.
—¿No dejó ningún teléfono?, ¿cómo que abandonó la pensión?, debe haber dejado alguna información —era el reclamo angustioso de Graciela.
—Sinceramente le voy a decir lo que pasó señora, Marco dejó esta ciudad. Sí… sí… está vivo. Está pagando puntualmente un préstamo que hizo en una pequeña financiera que ayuda a migrantes —fue la última noticia certera que tuvo.
La vida de Graciela se volvió insostenible, a pesar de que tenía un trabajo, este no le permitía sufragar los gastos, adicionalmente, y de forma absurda, la relación con su madre y hermana se deteriora, o tal vez muestra su verdadera cara, ellas  también  son afectadas por  la carencia de dinero.
—Tienes que ayudarme para las medicinas, tú tienes trabajo Graciela, yo no puedo dejar sola a nuestra madre —le decía siempre Gloria, quien estaba al cuidado de Ana que padecía  diabetes, ella no trabajaba.
Graciela se vuelve ausente, el afecto y atención  hacia Rosario decaen; la niña ya  había cumplido los catorce años; casi no creció, era muy delgada, hablaba poco, por su problema del corazón, el tono azulado de la piel le daba un aspecto muy triste. Sus estadías en  la escuela y  colegio fueron complicadas, no podía hacer esfuerzos, era más bien retraída, y ahora, aquella falta de interés de su madre la fue alejando más del  mundo,  entonces, ella empezó a construirse uno paralelo, a su antojo.
Rosario dejaba rondar fantasiosamente en su cabeza la  persistente remembranza de los domingos familiares, ella y sus padres; la entrada al jardín botánico municipal y luego el paseo por un invernadero donde había una reserva de mariposas, mariposas de todos los colores, que se posaban en cualquier parte del cuerpo de los visitantes; a ella le hechizaba mirarlas cuando les ofrecía el dedo índice para que se pararan ahí, en ese instante desaparecían todas sus limitaciones, se sentía fuerte, feliz.
Cuando estaban juntos todavía, en su casa, aprendió a dibujar las mariposas y luego Graciela  que gustaba de la costura le enseñó a bordarlas.
—Hasta que vuelva papi vamos las mariposas, vamos las mariposas mamiii —decía Rosario a su madre, con su precario lenguaje.
—Otro día Rosario, otro día…
 Graciela se la pasaba echada en la cama, deteriorándose por la depresión; empezaron a molestarle las deudas. Durante el tiempo que recibía el dinero de Marco, su ritmo de gastos aumentó considerablemente. Ahora, su madre y hermana, solo le visitaban para presionarle.
—¿Y qué vas a hacer?, ¿no será que tiene otro hogar?, —le dijo un día su madre, era cruel cuando le hablaba, no tenía prudencia ni compasión.
—Verás que no se puede descuidar el tratamiento de Rosario —también intervenía su hermana, sin aportarle absolutamente nada.
La vida se volvió un agobio, de forma secreta planificó su viaje a España para buscar a Marco, tenía clara información de que estaba vivo, y lo que era peor, de que tenía otra mujer. Renunció a su trabajo, vendió parte de su mobiliario, habló con su madre, y como le dejó una importante suma de dinero y lo que le quedó de los enseres de la casa, ella aceptó el encargo de quedarse con Rosario, con la expectativa de que inmediatamente recibiría sus remesas, apenas consiguiera empleo.
—No dejes de bordar  mariposas, cuando tengas muchas,  miles, millones, ellas podrán elevarte y te llevarán donde yo voy a estar, ahí te esperaremos con papi —le dijo Graciela a su hija mientras un amargo abrazo las despedía, algo  oprimía su corazón de madre.
También dejó una buena dotación de medicinas y retazos de tela con  muchos hilos para que Rosario borde las mariposas, sabía que eso la ponía feliz, o quizás, secretamente descubrió que esa distracción de su hija le permitía a ella, al no darle atención, sumergirse más en su dolor.
—¡Mujer recién empiezas a trabajar y ya pides un préstamo, encima quieres salir de la ciudad… ¿qué, quieres permiso?, pues estás equivocada, ¡por lo menos cumple el año!
Graciela dio con las pistas de Marco, ya no vivía en Madrid, estaba en el sur de España, en Meliá. En algún momento lo iba a hacer, llegaría de sorpresa, tenía mucho dolor, y sobre todo, celos.
—¡Pero Gloria, Rosario no puede pasarse solo dormida, debe estar en actividad!
—Yo bastante tengo con atender a nuestra madre, verás que ella también necesita medicinas. Rosario por lo menos pasa el tiempo solo bordando cuando se despierta, eso la calma, a veces se pone histérica y agresiva, ¿sabes?, mejor sería que mandes a ver por ella. Esto se está poniendo difícil, tú sigues en tu locura de perseguir a un hombre, yo no puedo con esto.
Ese era el tono de los diálogos telefónicos que mantenía con su hermana o a veces con su madre, nada halagador, rara vez habló con su hija.
Gloria y Ana comenzaron yendo al CAIA por  ayuda ambulatoria para Rosario, pero finalmente pidieron que sea recibida como interna en el lugar, alegaron incapacidad para cuidarla, manifestaron que su madre desapareció y que no tenían recursos para atenderla, nunca le contaron a Graciela lo que hicieron, pues los contactos con ella también disminuyeron, al igual que Marco, fue distanciándose en su relación con la familia y casi no mandaba dinero. Por allá, ella empezó una vida de tumbo en tumbo, perdió su primer empleo, y optó por otros de menos remuneración y beneficios laborales, en bares,  cafeterías y en un mercado de hortalizas.
Albergada en el CAIA Rosario, era más bien inofensiva, recibía tratamiento, y encontraron como una buena opción el dejarle que  borde mariposas, eso la conservaba estable y entretenida. Así, a ese ritmo, pasaron dos años.
El doctor Lomar después de casi media hora volvió donde Nelsy; ella ya estaba trabajando en el escritorio, llevaba puesto el  mandil blanco, tenía junto a un bolsillo dos prendedores de mariposas escarchadas, y en su identificación colgaba un pequeño oso  gris de peluche con ojos en forma de corazón rojo, regalo de su novio en el día del amor.
—Estos son todos los archivos existentes en este pabellón, ingrese la información que encuentre, las dudas que tenga las escribe aparte, luego revisaremos juntos para completar los datos, caso por caso; haga primero esto —le dijo el doctor, a la vez que le entregaba un fajo de carpetas viejas.
Mientras le hablaba no dejaba de fijarse en los adornos que llevaba Nelsy, estaba serio, pero luego sonrió.
Nelsy seguía ingresando datos en la computadora, justamente le llegó la historia clínica  de Rosario, los detalles eran limitados, preguntó a una enfermera la causa de su muerte, para tal caso, el registro del sistema exigía algunos datos médicos, anotó en una libreta toda la información faltante para luego conversar con el doctor Lomar. Estaba empeñada en su trabajo, pero igual, se dio tiempo para enviar unos mensajes por celular a su amiga Karina.
Nelsy butterfly: holaaaaa amiguitaaaaa
Kari: holaaaa
Nelsy butterfly: estaré hta las cinco
Kari :no te olvides q a las 6 es cita en la peluquería
Nelsy butterfly: siiiiiii… pero solo necesito peinado, yo me maquillo, y ya puedo mover mejor los ojos, jajaja…. ya no me estorban las pestañas postizas. Bye. sigo trabajando.

Nelsy interrumpió su diálogo cuando se fijó que al frente de ella llevaban el cuerpo cubierto de Rosario, tuvo un estremecimiento especial, la habitación estaba muy cercana y se notaba que seguían  haciendo la limpieza; más adelante, empezaron a sacar algunas  cosas: cartones, sábanas, y muchas telas con mariposas bordadas, mariposas que para Nelsy  eran su signo, su leitmotiv, su fetiche. Cuando era pequeña tenía las pestañas tan grandes que cada parpadeo suyo emulaba a un aleteo de mariposa, así le decía su abuela, de ahí que quedó con ese apodo,  Mariposa; ya de adolescente, sus amigas en el colegio la bautizaron como Nelsy butterfly, a pesar de que  sus pestañas ya no eran tan largas como antes, por eso, para ocasiones  especiales, se ponía unas postizas.
Pobrecita, parece que le gustaban mucho las mariposas… como a mí…
Nelsy se santiguó cuando pasaron con el cadáver frente a ella, cerró los ojos, en ese momento, obró en su entorno un efímero vacío total, luego volvió a lo suyo.
Rosario Juliana Amores Carmona, diez y seis años, instrucción primaria, nacionalidad, fecha de nacimiento, nombres de los padres, síntomas, referencias, todo incompleto. Al visualizar esa historia clínica entendió que era un ser abandonado, sin amor, por  instantes, su emoción y entusiasmo por la fiesta de graduación se paralizaron, pensó que apenas le llevaba dos años, sintió pena, impotencia; pero le  seguían entrando a su teléfono mensajes, volvió en sí,  esta vez, era del grupo de WhatsApp que tenía con sus padres y hermano. 

Papi hermoso: mijita linda ya me entregaron terno de la lavandería. Voy a hacer el padre más guapo.
Nelsy butterfly: ahhhh…chistosito, precioso. No te pondrás cursi.
Mami loquilla: mija, qué manera de tratar a tu padre.
Nelsy butterfly: uyyy…no sermón telefónico por favor. Estoy trabajando. Plancharán mi vestidoooo. Les quiero
Hermano lobo: igual vas a estar fea jajajaa…
Nelsy butterfly: calla engendro del diablo jajajaa…no molesten estoy trabajando…no vemos de noche.

La habitación que ocupaba Rosario, quedó vacía, las paredes desgastadas y húmedas albergaban una frecuencia insonora de voces perdidas…
…hasta que vuelva papi vamos las mariposas hasta que vuelva papi vamos las mariposas no dejes de bordar miles millones muchas ellas te elevarán y te llevarán donde voy a estar hasta que vuelva papi tu madre no nos manda dinero no sobres nada de la comida que no es gratis mami Marco mariposas vuela vuela vamos las mariposas ahí te esperaremos vamos las mariposas miles miles miles ya miles miles mariposas vamos las mariposas… papi mami vamos…
La última noche, Rosario, como poseída por una fuerza especial, bordó hasta la madrugada mariposas, tenía fiebre muy alta. Mientras ella seguía con su tarea,  en las raídas paredes blancas se proyectaban como si fuera una pantalla, varias imágenes que transcurrían todas paralelamente: su madre deambulando por  calles y oscuros pasillos, su padre cargando bultos en algún puerto, trabajaba de  estibador, su abuela que rezaba en la iglesia y su tía aguardaba un turno en una casa de empeños, se despedía llorando de unas medallas de la virgen, a las cuales besaba insistentemente; luego de la última puntada cerró los ojos y se sumergió en un ahogado aliento,  su débil corazón dio un latido final.
Después de que se llevaron el cuerpo y las pertenencias de Rosario, entró otra vez a la habitación el  doctor Armando Lomar, se quedó en silencio por breves segundos, de forma pausada, como a hurtadillas, el viejo tablado crujió, después todo se transmutó en  silencio, la cortina floreada que estaba junto a la cama se elevó un poco por  fuerza de  un nimio viento. Él sonrió otra vez y volvió a su trabajo. Nelsy que continuaba en lo suyo, decidió descansar por un momento; se levantó del escritorio, estaba más experta  manejando  sus pestañas postizas, recordó lo que le dijeron en el salón de belleza:
…cuando ya te acostumbras las mueves tan rápido que tus ojos parecerán como mariposas, vas a ver… quedaste guapa Nelsy…
Como en la mañana, se arrimó a la misma pared, al disimulo se introdujo otro chicle a la boca. Mirando fijamente ensayaba sus parpadeos. Delante de ella pasaron las dos empleadas que hicieron la limpieza en el cuarto de Rosario, luego vaciaron junto a la pileta, una caja con las sábanas y los retazos de tela, con despreocupación empezaron a sacudirlos mientras hablaban de sus hijos,  de la carestía de la comida, de la vida y de sus propias historias.
Nelsy miró hacia el cielo, cuando agitaban las telas, vio una inusual manada de mariposas que se elevaba  junto a la fuente, su rostro se iluminó, el silencio era total, luego, de la pileta brotó un fuerte  y vigoroso chorro de agua cristalina.
Cuando se fue a sentar en su escritorio encontró un diminuto ovillo de hilo para bordar, sobre los papeles y carpetas, este empezó a moverse ligeramente en medio de una brisa inusitada, y entre sus hebras apareció vacilante una pequeña mariposa que salió volando. Nelsy se sorprendió, la miró con ternura, así volvió a su rutina; recordó otra vez a Rosario a quien no conoció, pero ya no sintió pena. Estaba pendiente de que el doctor salga otra vez de su oficina para revisar las carpetas con las historias clínicas.

A Nelsy la distrajo el sonido de una singular algarabía. Durante la hora del almuerzo, en el comedor para empleados,  le contaron sus compañeras que trabajan en el CAIA que la bulla se originó en el patio central, pues por ahí surgió de repente una enorme nube de mariposas, lo que provocó alegría y emoción entre todos los internos. Ella dio un suspiro y sonrió… era ya una experta parpadeando con sus pestañas postizas.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El engaño

Frank Oviedo Carmona


Madeleine, de cincuenta años de edad, mediana estatura, cabello castaño hasta la altura de los hombros y con cerquillo, ojos verdes saltones y gafas de acrílico negro, acostumbraba trotar al claro de la mañana en un parque cercano a su casa que tenía un camino largo de tierra, grandes árboles que le hacían sombra, crisantemos amarillos y rosas rojas. Decía que el aire fresco del parque y la vista que tenía la inspiraban a escribir. Esta pasión la tuvo desde niña, época en que solía relatar cuentos cortos de animales que hablaban, castillos mágicos y brujos.

Al terminar la escuela decidió estudiar literatura, para más adelante dedicarse a escribir. Al poco tiempo de culminar su carrera publicó su primera novela policial que trataba sobre una violación, basada en la historia de una amiga de la infancia. El hecho ocurrió muy cerca de donde vivía, lo cual la marcó. Esta primera novela tuvo gran acogida tanto por parte de los lectores como por la crítica. Tal es así, que se dedicó a temas policiales y dejó de lado los cuentos que tanto había anhelado hacer.  Algunas veces decía que ya los empezaría.

A George, su esposo, lo conoció  en la universidad, él estudiaba economía; era alto, flaco, trigueño, ojos grandes y marrones; siempre vestía elegantemente, le gustaban los lujos y buenos lugares para cenar.  

Cuando recién se casaron se fueron a vivir a un departamento ubicado en el distrito de San Isidro, con amplia vista al Lima Club Golf,  orientado a la práctica de ese deporte. Este departamento estaba decorado con fotos de grandes escritores y artistas de antaño, las paredes estaban pintadas de color dorado y turquesa que combinaban con los muebles a media luna color ocre  y con una mesa heredada de la abuela del George.

Gracias al éxito literario, les iba bien económicamente; George ganaba un porcentaje de las ventas porque era él quien se encargaba de la parte comercial.

A ella le gustaba leer en su terraza, recostada sobre un sofá color amarillo bermellón de un solo brazo, contemplando con una copa de vino o agua,  cómo se acercaba el anochecer y el brillo de las estrellas.

Cuando ya había escrito su cuarta novela, fue premiada y llegó a ocupar los primeros lugares en ventas en el género policial.

Una tarde, cuando Madeleine se encontraba sentada en el sofá de la terraza,  sintió un fuerte mareo, dejo su libro a un lado, cruzó sus piernas abrazando un cojín negro y lamentó que su salud no fuera la misma de antes, al parecer por no descansar lo necesario y tener una alimentación a deshora. A pesar que George le insistía que comiera a sus horas, ella se encerraba en su oficina sin tener noción del tiempo, solo con algunas frutas, dulces y agua que siempre llevaba; en la tarde, se quejaba  de dolor de cabeza, diciendo que ya no deseaba escribir novelas policiales.

–Ya es tiempo que tome una decisión –dijo en voz alta.

De pronto fue interrumpida por los brazos de su esposo que rodearon su  cuello por encima del cabezal del sofá;  luego se dio la vuelta y en cuclillas tomó su mano preguntándole:

–¿En qué piensas amor?

–En lo mal que me siento, en cómo ha ido decayendo mi salud.

–¡Pero Madeleine no sé cómo deseas mejorar, si no te alimentas bien! ¡Fíjate la hora que es y  aún no has almorzado!

–Querido George,  ya te he dicho que podré alimentarme a mis horas si dejo de escribir sobre asesinatos y violaciones; tú bien sabes que esto me ha enfermado de los nervios, no puedo conciliar el sueño y me quita el apetito.

–Amor mío, termina esta última novela que estoy seguro, al igual que las demás, será un éxito y tomaremos unos días de descanso.  ¿Qué dices?

–Por ahora solo deseo volver a mi casa del distrito de Cieneguilla. Donde hay gran cantidad vegetación, aire fresco, sol y tranquilidad. 

–Te prometo que cuando terminen con el mantenimiento de la casa iremos unas semanas.

Días atrás, había conversado con su esposo, que estaba cansada, quería escribir historias con finales felices para niños o jóvenes. Pero George siempre acababa por convencerla diciéndole que con unos días de descanso se recuperaría, que nunca ganaría tanto dinero como ahora y que sus seguidores no aceptarían el cambio.  

Ella  tomaba pastillas para dormir, cada cierto tiempo se las cambiaban porque dejaban de hacerle efecto; no lograba conciliar el sueño, decía que sus personajes caminaban en su mente todas las noches. Tanto fue su mala noche que al día siguiente sacó cita con su psiquiatra y salió inmediatamente a verlo.

–¡Buenos días doctor Albert!

–¿Cómo estás Madeleine, coméntame qué te ha pasado?

–Ya decidí no escribir sobre crímenes y violaciones.

–¿Esa decisión te hace sentir bien?

–Sí, claro que sí Albert, he llegado a mi límite.  Gracias a ti superé la muerte de mi amiga. Pero no he parado de escribir, todo lo he relacionado a muertes y creo que ya es el momento. Hace varios años quise dejar este género, pero no pude porque me sentí comprometida con mi esposo que siempre ha estado a mi lado.

–No por gusto, como tú dices, gana un buen porcentaje.

–Sí pero siempre ha estado a mi lado cuidándome, soportando mis jaquecas, mi insomnio, la depresión por mi amiga y tantas otras cosas,  dejó su trabajo para dedicarse a mí.

–Es verdad, lo había olvidado y, ¿qué dice tu esposo?

–Aún no se lo he comentado, pero sé que no le va a gustar.  Viviremos de los ahorros por un tiempo hasta que publique una novela de relatos para jóvenes.

–Me parece bien. Nos quedamos ahí. Hasta la próxima sesión.

Madeleine cogió su bolso se despidió, se paró y se fue.

Pasaron unos meses, y a la víspera de su cumpleaños, Madeleine se encontraba de pie observando por la ventana del dormitorio el vuelo de unas palomas; había tomado, por fin, la decisión de hablar con su esposo sobre dejar de escribir novelas de corte policial. Quería volver a su casa de campo en Cieneguilla como había acordado con él y disfrutar del aire fresco y sobre todo tener tranquilidad para, más adelante, seguir escribiendo lo que ella amó desde niña.

George no estuvo de acuerdo ya que era su representante y no solo eso, se encargaba de sus viajes, conferencias, médicos e incluso cuándo y dónde saldrían  de vacaciones.

Pero esta vez George no pudo convencerla y terminó aceptando la decisión de su esposa. Ella le reprochó el haberle hecho caso y no darse el tiempo para escribir otros géneros además de los policiales, dejándose llevar por el dinero y los lujos; de haber sido así, quizás en este momento no estaría lamentándose.

Su esposo le propuso salir de vacaciones unos días a un hotel de cinco estrellas en la isla de Bora Bora.

–¿Al parecer amor, no podré hacerte cambiar de idea ni con un viaje?

Ella voltio volteó para mirarlo, y le dijo:

–Así es, los personajes andan por mi cabeza todas las noches sin cesar, muchas veces ni las pastillas me hacen efecto. Me está matando tanta violencia. Luego continúo mirando por la ventana a las palomas que se paraban en el filo del balcón.

George estaba forzándose en darle una sonrisa pero no pudo ocultar su malestar por la decisión.

Él se acercó; la tomó por la cintura y recostó su mentón en su hombro izquierdo.

–Está bien amor, lo haremos a tu modo –lo dijo con la mirada fija.

–No nos moriremos de hambre, tenemos dinero ahorrado y  tengo un seguro de vida por medio millón de dólares en caso muera –dijo Madeleine y soltó una carcajada.

–No hables así –le respondió.

Pasaron semanas y llegó el día de la presentación de su última novela policial.  George, anticipadamente ya había avisado a la prensa que esta sería la última novela policial de su esposa.

Ambos se fueron en el auto, mientras tanto Madeleine pensaba qué hablaría en la conferencia en relación al giro que daría su carrera; analizaba si decir la verdad o engañar por cuestión de imagen. Quizás, el señalar que escribirá cuentos para jóvenes no guste, pero su salud era primero.

Ni bien entró al salón de conferencias, fue recibida con aplausos y de pie. Tomó asiento y la primera pregunta fue:

–¿En qué se inspiró usted cuando escribió esta novela? –preguntó un reportero.
Madeleine exhalo para relajarse.

 –En la violencia que veo a diario en los seres humanos, la facilidad con que matan; deseo que las personas sean cuidadosas, que no confíen ni en los conocidos o amigos de la familia. Por lo general el violador o asesino suele ser un familiar o amigo de la víctima. Sobre esto, se han hecho estudios policiales de criminalística y se llegó a estas conclusiones.

–¿A qué se debe que quiera dejar este género, o es que acaso ha tenido un trauma de niña? –preguntó otra periodista.

–Le ruego por favor que las preguntas sean sobre temas concernientes a la novela –increpó George.

–No te preocupes amor, estoy bien y  puedo responder.

Continuó diciendo.

–Cuando escribí mi primera novela la basé en la muerte de mi amiga que fue brutalmente asesinada y violada.

George interrumpió,  dando por culminada la conferencia y llamó a su chofer para que los llevara a Cieneguilla.

–¿Estás bien corazón?  Ya llegaremos y disfrutaremos de nuestra casa que la he llenado de arreglos florales pero mañana debo salir temprano, a unas reuniones referentes a tu retiro, que ojalá sea por poco tiempo.

–Eres un amor, gracias por comprenderme y engreírme.

Al siguiente día desayunaron en la terraza de su casa; luego su esposo se levantó de la mesa para arreglar unos documentos que debía llevar, timbró su celular y respondió: ¡Ahora no puedo hablar! Sin darse cuenta que su esposa lo seguía para llevarle un documento que olvidó en la mesa. Al escucharlo se detuvo y de inmediato regresó a la terraza.

Cuando  George regresó a la terraza.

–¿Quién te llamó amor?

–Era de la oficina para que no olvide llevar unos documentos.

Madeleine se quedó pensativa y le respondió con una sonrisa fingida.

George se fue y Madeleine se quedó arreglando sus cosas; luego se dio un baño, vio un noticiero por unos momentos y después escuchó música clásica mientras leía.

En la casa solo estaba Peter, el mayordomo quien tenía órdenes de atenderla hasta antes que se quede dormida y después retirarse. Antes de acostarse tomó sus patillas para la presión arterial, la depresión y las de dormir.

Aún con medicamentos no lograba conciliar el sueño, decidió levantarse de la cama e ir a la cocina para tomar otra pastilla ya que no le hacía efecto la dosis.  De pronto, vio una sombra pasar tras la puerta de la cocina.

–¿Quién está  ahí, eres tú, Peter? –preguntó asustada.

–No soy Peter, soy George.

–Qué bueno que llegaste, no oí el auto, pensé que llegarías más tarde.

 –No he venido a darte el beso de las buenas noches y menos a engreírte.  Mientras hablaba, entró al baño y abrió el caño de la tina –ya no era la voz cálida de antes.

Madeleine no entendía lo que estaba pasando, pensaba que era una broma  de mal gusto de su esposo, por unos momentos se quedó inmóvil hasta que apareció George y la llevó de la mano a la sala sin decir palabra,  apuntándole con un arma ordenó que se sirviera un vaso de whisky y le puso en su mano para que tomara cuatro pastillas para dormir.

–George, estoy asustada, dime, ¿qué pasa?

–No pasa nada, solo que ya me cansé de ser tu sirviente, tu mandadero, de tus llantos, depresiones, miedos y de tus quejas, estoy harto de ti.

–George, basta, no entiendo tu actitud, ¿dime qué sucede?  ¿Tú me quieres, verdad?

Él se rió a carcajadas.

–¿Crees que toda la vida iba a estar contigo soportándote? –se echó a reír otra vez.

Madeleine no podía entender, pensaba que era una pesadilla y si era verdad lo que decía su esposo tenía que actuar con cautela.

–Está bien, tomaré las pastillas, ¿quieres matarme verdad y cobrar mi póliza? Cómo no me di cuenta.

Tomó las pastillas y a los minutos comenzó a darle sueño, George aprovechó para quitarle la ropa y meterla en la tina. Luego se fue a la terraza y se sentó a esperar que se ahogara, se quedó dormido por unas horas, teniendo la seguridad de su crimen.

Al despertar entró al baño para ver el cuerpo ahogado, pero no estaba. No comprendía cómo podía estar viva con todas las pastillas que tomó.

De pronto  escuchó una sirena y policías que le decían que estaba rodeado.

Apareció su esposa.

–No  puede ser, no puedes estar viva –lo dijo apuntándole con un arma.

–Pero lo estoy, he tomado tantas pastillas que, cuatro más, no hacen efecto alguno en mi organismo.

Él se acercó, a jalones la apoyó  en su pecho y le apuntó con el arma en el cuello.

–Yo te amé. Pero de todo se cansa uno.

No se dio cuenta que un policía le apuntaba por la espalda y no tuvo otra opción que soltarla.

Madeleine con lágrimas en los ojos se quedó mirando cómo se llevaban a su esposo.


Cogió un libro, camino hacia la terraza y se sentó  con el rostro desencajado.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Costo colateral

Eliana Argote Saavedra

                                                                                                
21 de mayo del 2030. Los ánimos se encuentran divididos. Al sur, donde los condominios albergan a una clase media alta, que ha debido construir un muro de concreto para “protegerse” de la delincuencia y el hacinamiento que amenazan su estilo de vida, una plazoleta principal exquisitamente adornada con islotes de palmeras iluminadas marca el centro de actividades, matas de pequeños arbustos coloridos limitan los espacios, acondicionados para clases de tai chi y exposiciones gastronómicas. Es de noche, el cielo nocturno se ilumina con fuegos artificiales y la emoción se desborda en la ordenada manifestación organizada por un grupo de damas comprometidas con la búsqueda de justicia para el hombre que cambió la historia de la ciudad. Al norte, una masa humana de rostros impotentes avanza sobre la vía abarrotada de casas a medio construir y edificios de departamentos con ventanas acondicionadas a modo de tendales, donde el escaso viento mece la ropa casi al compás de los trabajadores, maestros, estudiantes y uno que otro curioso que marchan llevando sobre sus cabezas la larga lista de desaparecidos, delante de todos, un joven universitario de piel cobriza eleva un cartel con el enunciado “Cadena perpetua”. Los buses de transporte público están detenidos y un contingente de policías resguarda cada movimiento. Los drones se desplazan sobre ambos grupos, proveyendo de imágenes a las televisoras que han congelado en la pantalla la pregunta que estremece a todos ¿Costo colateral?

Es ciudad S, la moderna metrópoli que logró levantarse del caos para convertirse en modelo de equilibrio económico y que luego de un tiempo aparecería en las noticias, inmersa en investigaciones, sospechas y acusaciones de la prensa que convirtió a su gestor, Andrés Suarez, en héroe y luego se encargó de enviarlo a prisión.

Han pasado cinco meses ya del día en que este hombre fuera apresado, tiene treinta y cinco años pero parece de cincuenta, visiblemente delgado y con escaso cabello, está sentado en el ambiente de visitas, apartado de los demás reos que lo observan con desprecio, mientras lee la frase congelada en el monitor que se clava como un puñal en su mente, una confusión de sentimientos lo embarga, consiguió lo que nadie, piensa, sus empresas, que costó tanto esfuerzo levantar, su prestigio, construido a pulso ayudando a grupos humanitarios, su familia que tuvo que huir por el desprecio que despertaba el parentesco con el hombre más controversial del momento. Un dolor que no alcanza a definir le oprime el pecho, desazón, angustia, incertidumbre; no puede olvidar los días que estuvo frente a los familiares de los desaparecidos, sus testimonios que lograron derretir la coraza de frialdad que lo envolvía, estaba tan acostumbrado a los halagos, de pronto era como si alguien descubriera el velo dorado que lo cegaba, escuchaba las atrocidades que se decían de él sintiéndose ajeno a las acusaciones pero al pasar de los días, cuando la magnitud de los hechos fue apareciendo frente a sus ojos en imágenes, en verdades que nadie discutía, debió enfrentarse a la pregunta que tanto temor le causaba… ¿Cómo fui capaz? La postura erguida fue cayendo, la altivez cediendo, la seguridad resquebrajándose. Durante el juicio intentaba alejar la realidad trayendo a la mente los recuerdos de su niñez cuando todo era tan fácil, cuando corría junto a Miguel, su amigo de toda la vida, tan curioso como él, tan parecido, ojalá jamás hubiera crecido… Pero Andrés siempre fue ambicioso, partió a la ciudad en busca del anhelado título de ingeniero, allí encontraría los medios, no importaba la distancia de sus seres queridos, ni el esfuerzo, cualquier sacrificio solo era parte del costo, regresaría como un triunfador, sería reconocido… una combinación de remordimiento y vergüenza lo sacuden de pronto al recordar a su amigo sentado en el banco de los testigos, acusándolo con una tristeza difícil de ocultar y sin poder mirarlo, lo había visitado días antes en la celda, le reclamó, le dijo que se sentía decepcionado de él, ¿qué te hicieron? Le había preguntado Miguel, ¿qué, para que fueras capaz de hacer tanto daño? No te reconozco, dijo finalmente y pidió al carcelero que le abriera la puerta luego de esperar unos minutos la respuesta que él no pudo dar. 

Tres años antes.

Una intensa sequía se ha instalado en el interior, los pueblos cuya economía giraba en torno a la agricultura enfrentan una profunda crisis que afecta también a la urbe, los productos escasean, los precios se disparan, y la gente del campo comienza a desplazarse a la ciudad, alterando aún más el frágil equilibrio económico que existe. Los niveles de pobreza aumentan y la delincuencia se convierte en pan de cada día.

Miguel, agotado, a sus treinta y dos años cree haberlo visto todo, se siente impotente porque a pesar de haber entregado sus fuerzas, sus ganas, y el conocimiento que le ha proporcionado el participar en tantos proyectos humanitarios, la ciudad se hunde en el caos. No más, se dice, estar allí no tiene sentido, es tiempo de marcharse. Llena una mochila con todo lo necesario para un largo viaje, y se interna en el campo; su figura delgada y alta va perdiéndose en la distancia. Luego de tres semanas, de ver profundas grietas en la tierra y cadáveres de animales que han quedado regados, se siente tan decepcionado que está a punto de dar la vuelta, pero decide continuar internándose en la accidentada geografía, conquistando a duras penas las cumbres de los cerros que se suceden sin descanso, ayudado por la gran resistencia que adquirió en las tantas expediciones en que participó, llega a una meseta pero se siente muy cansado y ya casi no tiene provisiones, decide esperar que amanezca pero al intentar improvisar una carpa, tropieza y cae sobre una roca filuda, está adolorido, examina su brazo que tiene una herida, se hace un torniquete para contener la hemorragia y al levantar la cabeza divisa a lo lejos un verdor inusual, el corazón comienza a latir aprisa, una sonrisa dulcifica los rasgos afilados de su rostro, no importa el dolor ante la esperanza, comienza a caminar, falta sin duda un día a pie pero llega. Es un pueblo oculto entre montañas y cubierto por un espeso manto de nubes, el aroma sutil de las orquídeas que colorean la zona, se mezcla con el olor a hierba húmeda y se introduce por sus fosas nasales casi ahogándolo; pareciera que el tiempo no ha transcurrido en ese paraje escondido, desde donde está puede ver una amplia extensión de terreno sembrado donde mujeres y hombres introducen las manos en la tierra sacando frutos que luego colocan en grandes canastas, no puede creer lo que ve. Un grupo de adultos se aproxima con desconfianza, Miguel deja caer lentamente la mochila y saca una a una las cosas que trae, intenta comunicarse, quiere preguntar tantas cosas, contar algunas otras pero desiste y muestra su herida. Los pobladores lo atienden y poco a poco va ganándose la simpatía de la gente, pasado un tiempo decide quedarse allí para siempre.

Han pasado cinco meses y ya puede comunicarse a través de señas y algunas palabras que ha podido aprender. Investigador como es, comienza a observar las costumbres de aquella gente, tiene que descubrir por qué el caos que se ha instalado en el resto de los pueblos no ha alcanzado a este de costumbres sencillas, que ni siquiera aparece en el mapa. Comparte mucho tiempo con Nahuel, el jefe de la comunidad, este le cuenta que años atrás tuvieron contacto con la civilización, fueron incorporados a una cadena turística y todo marchaba bien pero ante el cambio de administración que dispuso el nuevo gobierno, fueron engañados y explotados. Decidieron aislarse voluntariamente, a partir de ese momento la enseñanza sería impartida solo en su lengua originaria. El sincretismo se manifestaba por doquier, marcas primitivas y collares hechos de huesos de animales convivían armoniosamente con los mantos atados al cuerpo para cubrir su desnudez, fonemas castellanos afloraban unidos a su dialecto y un asomo de oración al Dios creador “por si acaso” sucedía a los rituales de agradecimiento a la tierra.

Una mañana mientras se preparaban para la labor de siembra, llegó una mujer completamente alterada, señalaba un camino que se abría entre los cerros, el rostro del líder fue tornándose preocupado. Han llegado al pueblo, le dijo a Miguel, una familia entera. Por la descripción que escuchó, el muchacho supo que se trataba de campesinos huyendo como tantos en busca de alimento, cuando llegaron al lugar sin embargo, vieron la palidez de sus rostros, sus cuerpos desnutridos y desfallecientes, era evidente que estaban enfermos. Nahuel dio órdenes precisas para que nadie se acerque a ellos, que les alcancen alimento indicó. Por la tarde regresaron a verlos y en un gesto repentino uno de los forasteros se acercó al jefe comunal para besarle la mano.

Aquella mañana Nahuel había participado en la cosecha, sus manos, como las de todos, estaba llena de heridas abiertas por el esfuerzo. No pasó mucho tiempo antes de que cayera preso de la fiebre que había matado a los visitantes. Miguel conocía los síntomas que lo aquejaban, había participado en varias organizaciones llevando vacunas para curar enfermedades como esta; ante la inminencia de la muerte de este hombre a quien admiraba tanto, decidió partir en busca de medicina. Se marchó en un bote rústico, construido por los mismos pobladores y tardó varios días en llegar a un pueblo ribereño, allí abordó una embarcación que lo llevaría a la ciudad. A medida que avanzaba, las noticias eran abrumadoras, los puestos de medicina habían sido saqueados como todos los comercios, no podía hablar, de haberlo hecho hubiera causado una invasión masiva a aquel pueblo donde nada faltaba en medio de sus costumbres básicas. Así fue que decidió acudir a su amigo de toda la vida con el que se había encontrado mucho tiempo atrás en una jornada de salud.

El encuentro fue emotivo, Andrés, ingeniero agrónomo especializado en alimentos se encontraba a cargo de la jefatura de un plan de mejoramiento de tierras, no dudó en ofrecerle su ayuda. La discreción es vital, advirtió Miguel, este pueblo es quizá el último bastión de un ecosistema natural que está a punto de desaparecer. Andrés se sintió maravillado con aquella revelación, tienes mi palabra dijo, pero necesito estar allí, tengo que descubrir qué ocurre en ese lugar que describes y que parece ajeno al mundo. Se aprovisionaron de medicinas y emprendieron el viaje. Al llegar, el pueblo estaba vacío, las viviendas sin puertas tenían ramos de hierba en la entrada, y el camino de tierra que los separaba estaba plagado de pisadas frescas, las siguieron, a unos metros la población entera estaba reunida en el campo común que utilizaban para el sembrío, todos permanecían arrodillados en círculo con orquídeas en las manos y un anciano daba vueltas en una danza extraña, entonando un canto confuso aun para Miguel que conocía el dialecto de los pobladores. ¿Qué está sucediendo? Se preguntaron. Minutos después los moradores se levantaron, la bruma casi cubría la mitad de sus cuerpos, colocaron las ramas sobre la tierra que había sido removida recientemente y se retiraron en silencio, pasando uno a uno delante de ellos, Nahuel había muerto.

Diez meses después de la muerte del jefe de la comunidad, la gente seguía desplazándose de un pueblo a otro en busca de comida, los animales morían por falta de pastos, era imposible la permanencia en un solo lugar pero un tema comenzó a empoderarse de todas las charlas, regándose por los pueblos: “los desaparecidos”, hablaban de gente que enterraba a sus muertos y que al volver para rendirles culto, no encontraba los cadáveres, las fosas habían sido violentadas sin el más mínimo cuidado, las autoridades no prestaban atención a las denuncias, había asuntos más importantes de qué ocuparse; al pasar de las semanas esta noticia fue tomando un nuevo matiz, los desaparecidos comenzaron a contarse también entre los enfermos, qué ocurría, nadie podía atisbar siquiera a la respuesta.
  
Ciudad S.

Pocos negocios permanecen en pie debido a la crisis económica y a la delincuencia, las instalaciones del laboratorio ASEFARMA sin embargo permanecen plenamente activas, una inmensa y moderna propiedad, rodeada de caminos de grava que la alejan de la caótica vía, un muro sólido de concreto impide la vista desde el exterior y hombres bien armados se encargan de revisar minuciosamente a la gente que entra y sale. Dentro, se desarrolla un proyecto que tiene plenamente ocupados a los químicos, en las centrífugas los tubos de ensayo rotan y luego del proceso son etiquetados en una rutina que parece no terminar jamás, prueba fallida A4, prueba fallida A3…. Y se van amontonando en los anaqueles.

Al cabo de dos años la estructura del poder económico va tomando un tono diferente, las empresas del rubro energético que siempre lideraron el mercado son desplazadas por una pujante industria de alimentos, fundada por el mismo dueño de ASEFARMA y soportada por el conglomerado de empresas de servicios conexos, tales como distribución, y venta, también de su propiedad. De pronto los comercios comienzan a abastecerse, los precios se estabilizan y el caos va quedando atrás. El engranaje que hacía funcionar la economía de la ciudad parecía haber sido inyectado de vida, jamás hubiese podido imaginar quien lo dijo, lo cerca que estaba de la verdad. El empresario líder de aquel conglomerado fue reconocido por el alcalde como “hijo ilustre por su contribución humanitaria al salvamento de la ciudad”. Un periodista diría luego que al entrevistarlo y recordarle aquel suceso, notó que la palabra “humanitaria” había estremecido a su invitado llevándolo casi al borde del llanto.

En las afueras de la ciudad el paisaje comenzaba a teñirse de verde pero en contraste con la vida que se respiraba en la urbe y sus alrededores, en el campo, un desolador manto gris amenazaba con cubrirlo todo.

Aníbal acababa de llegar de otro continente, diez años fuera de su patria habían despertado en él un legítimo sentido de patriotismo, ya no era el muchacho ambicioso que partió, mirando a todos por encima del hombro, en su recorrido por el mundo descubrió que no había lugar más hermoso que el suyo, ahora vestía polo y zapatillas y su actitud era tan sencilla como la ropa que llevaba, saboreaba el sabor dulzón de un batido de frutas mientras buscaba la hermosa geografía que recordaba haber dejado atrás, venía dispuesto a hacer una serie de reportajes donde pudiera resumir toda la variedad de ese pequeño paraíso donde había crecido; pegado a la ventanilla observaba el cielo colmado de nubes blancas que formaban extrañas figuras. Algunos minutos después, cuando el avión descendió unos metros permitiendo ver el paisaje, notó que el avión seguía de largo, y preguntó a la azafata qué sucedía, los aeropuertos han sido cerrados en varias ciudades, dijo esta, recién están reabriéndose, habrá que esperar un poco más para que todo vuelva a la normalidad. De lejos pudo apreciar una extensa zona desierta con focos de naturaleza, sabía de la sequía mas no imaginó que fuera de tal magnitud. Una vez en la ciudad, buscó la forma de viajar al interior y solo encontró negativas, los terminales de buses también tenían cerradas muchas rutas, no había forma de llegar pero Aníbal no se rendiría, organizó una expedición con unos colegas suyos, periodistas tan temerarios como él y emprendieron el viaje.

Había pasado una semana apenas de camino en la 4x4 y el paisaje era desolador, de pronto se encontraron con una estación de vigilancia controlada por hombres armados vestidos con uniformes marrones y botas, quienes les impidieron el paso, aduciendo algo nerviosos que las zonas estaban en proceso de forestación y que nadie podía ingresar. Ante la actitud sospechosa de aquellos sujetos, resolvieron avanzar a pie, escondiéndose como pudieran. Luego de tres días, se internaron en una cueva en lo alto de una montaña para guarecerse del frío, Aníbal se quedaría a vigilar; avanzada la madrugada divisó un movimiento, un grupo de hombres se dispersaba entre el follaje seco, parecían llevar los mismos trajes de faena que habían visto a los vigilantes, eran los llamados “recolectores”; a unos metros, un pequeño grupo de gente se acercaba con dificultad llevando a duras penas a una persona en una camilla improvisada, en un instante fueron alcanzados por los hombres armados que a punto de disparos los obligaron a huir dejando el cuerpo abandonado en la camilla, dos más cayeron luego de avanzar unos pasos, los sujetos se acercaron.

¡Despierten! Gritó Aníbal al grupo, tenemos que detener esto, salieron de la cueva y avanzaron agazapados, rodeando el monte para no ser vistos, no podían ser descubiertos. Los recolectores hicieron un juego de luces con las linternas y en el acto aparecieron cinco más, los cuerpos fueron ingresados en una camioneta que se desplazó hacia otro de los puestos de vigilancia, apenas a unos metros. Uno de los periodistas que acompañaba a Aníbal, quedó alerta a los movimientos, comunicándose por radio con el resto, la camioneta llegó a la estación y dos sujetos quedaron resguardando la entrada.

Aníbal logró llegar al puesto de vigilancia sin ser visto, encaramado en el techo grababa todo lo que ocurría, suciedad por doquier y un olor putrefacto casi irrespirable inundaba el lugar, plásticos colocados en el suelo a modo de camillas y grandes depósitos de alcohol. El recolector se acercó a uno de sus prisioneros de aproximadamente cincuenta años que parecía agonizar y cuya mirada inexpresiva se perdía en la imagen de su captor, estaba tan cerca que era imposible no reconocer en el enfermo a un hombre como él pero sin duda no lo veía como tal. Eran dos condiciones abrumadoramente diferentes y la línea que las dividía, no se originaba en ninguno de los conceptos conocidos como signos de segregación, para el recolector, hacía tiempo todo eso había perdido significado, era época de sobrevivir, si no había muertos, había enfermos a punto de morir y nadie en su sano juicio podía reclamarle por aquella circunstancia donde la indiferencia y la resignación se comunicaban en un lenguaje perverso de complicidad. Lo desnudó y se encontró con un llanto apagado en la mirada del enfermo, lo observó con indiferencia y le cubrió la boca asfixiándolo para limpiarlo luego con un trapo mojado en alcohol.

Más allá, una mujer sentía la tierra arañar la delgada piel que envolvía, el saco de huesos en que se había convertido, sin embargo, pensaba en el hijo muerto que había logrado enterrar, el lactante que no pudo alimentar porque estaba desnutrida, era inevitable, ella moriría, sí, como murió su hijo, pero al menos él no sería convertido en abono dentro de un laboratorio. Miraba a su captor y un asomo de sonrisa se cobijaba en la dulce sensación de venganza que le producía ocultárselo a su enemigo... aquél no se saldría con su gusto, no con su pequeño.

Aníbal seguía grabando horrorizado, tenía que hacer algo, comenzó a retroceder con cuidado por el techo pero una madera suelta cayó. Enseguida uno de los vigilantes que permanecían en la entrada trepó, lo llenó de insultos y le arrancó la grabadora que tenía en las manos, iba a tirarla cuando un disparo certero de uno de los periodistas que había logrado acercarse suficiente, lo inmovilizó. El otro hombre de marrón se había escondido tras la puerta y desde allí comenzó a disparar. Recolectores y periodistas se encontraron de pronto en un fuego cruzado, Aníbal que había quedado en el techo, le quitó la cámara al hombre que cayó muerto y pudo escapar. Se reunió en la cueva con los que habían logrado sobrevivir y debieron esperar hasta que los recolectores se alejen llevándose los tres cuerpos que habían conseguido, su cuota del día. Debían marcharse pronto porque vendrían más hombres, estaban seguros de ello, la huida duró una semana pero llegaron a la ciudad. Una vez allí entregaron una copia a una televisora local y publicaron otra en una revista universitaria de gran demanda a la que tuvieron inmediato acceso por el interés de los jóvenes respecto a las denuncias de los pobladores a los que estos sí prestaban oídos, así, la historia detallada de todo lo que habían visto en su viaje fue difundida a través de ambos frentes.

Fue la prensa, que gracias a la atención mediática que despertaba el tema decidió meterse de lleno en la investigación, esta duró meses pero lograron llegar hasta la cabeza: Andrés Suarez. En el juicio, en medio de los interrogatorios se descubrió que aquel laboratorio experimentaba con seres humanos para convertirlos en “abono”. Pero ante el horror de aquel descubrimiento una pregunta quedaba flotando en las mentes confundidas de todos. No fue sino hasta que Miguel se presentó en la cárcel preguntando por Andrés, cuando al salir fue detenido y llevado ante las autoridades y dio su manifestación, que se pudo comprender el porqué. Miguel había seguido el curso de las investigaciones, apenas unos días antes había llegado a la ciudad buscando a su amigo, cuando se enteró de las noticias no podía creer lo que escuchaba pero fue atando cabos y quiso cerciorarse de la verdad, buscó a Aníbal; ante las pruebas que le mostró el periodista no cabía la duda. La desazón se apoderó de él, la culpa por haber acudido a Andrés, quien siempre demostró que era capaz de lo que fuera por conseguir su propósito, le contó a Aníbal acerca de la estancia de ambos en aquel pueblo perdido, el interés que mostró su amigo en saber acerca de las costumbres, la expresión en su rostro cuando presenció el entierro de Nahuel, sus teorías acerca de la descomposición de los cuerpos en medio de aquella condiciones atmosféricas únicas y su posterior desaparición.

El último día del juicio, el abogado presentaba su alocución de cierre ante la corte, argumentando que en una guerra siempre hay costos que deben asumirse, y que ese episodio que habían vivido podría equipararse a una guerra, que su cliente no sabía que los cuerpos que llegaban al laboratorio eran de personas enfermas, que él jamás autorizó esas matanzas, que le debían a su cliente el haber salvado a la ciudad, “si es que no al país” del caos, su cliente cometió un error, se cegó en su propósito… Sentados entre los asistentes, Aníbal ardía en rabia mientras Miguel se sujetaba la cabeza con las manos. En el banquillo de los acusados, ante la posibilidad de una condena de por vida, Andrés se levantó recobrando la antigua postura erguida de años atrás y pidió la palabra, el juez accedió.

“No sé si merezco la cadena perpetua, dijo, cometí un error y fue la inconsciencia, creí que todo era válido por salvar a mi ciudad, las cosas se descontrolaron, ahora ya no sé nada, no sé quién soy o en qué me he convertido, créanme que si pudiera regresar el tiempo lo haría pero no puedo, algún día nuestros hijos nos juzgarán por nuestros actos presentes, pero piensen en esto: sin vida no hay futuro y yo les di la oportunidad de seguir viviendo”


20 de mayo del 2,030. En las redes sociales se convoca a dos marchas, en el sur para pedir que se lleve el caso de Andrés Suarez a instancias superiores y sea liberado, en el norte para que se le condene a cadena perpetua. La convocatoria estaba hecha.