martes, 17 de julio de 2012

La quinta



Eduardo Montagne


Por aquél entonces la quinta era un espacio familiar, en la cuarta cuadra de la calle Bolívar en Miraflores, cerca de la línea de tranvía Lima-Chorrillos, que transitaba por Reducto. No tenía reja de entrada, sino un jardín alargado y estrecho al medio, flanqueado por dos veredas que comunicaban directamente con las seis pequeñas casas, tres a cada lado, en la que nuestras familias vivían desde mucho tiempo atrás, se conocían y saludaban cada vez que se cruzaban entrando o saliendo de la quinta.

            Varios muchachos de la misma edad formábamos una “patota”. Cuatro de nosotros estudiábamos en el colegio Champagnat. El flaco Ortiz y el Pejesapo –nunca supimos por qué tenía ese apodo- estudiaban en el Alfonso Ugarte. 

            En la casa del fondo vivía una anciana a quien casi nunca veíamos porque ya no se levantaba de su cama, acompañada por una hija solterona. Un día, al regresar del colegio, encontramos que nuestros padres estaban agolpados en la puerta de la última casa, fumando y hablando en voz baja. Nos enteramos así que la anciana había fallecido esa tarde de un infarto fulminante y la estaban velando allí mismo, en la pequeña sala de la casa, donde la hija lloraba desconsoladamente. Pocas semanas después del entierro de su madre, la vimos salir cargada de bultos y atados. Se despidió de todos nosotros, contándonos que se mudaba a vivir con una hermana en su tierra natal, Huancayo.

            Y fue entonces, un domingo ya caluroso de las primeras semanas de diciembre, cuando nuestras mamás armaban los nacimientos y nosotros nos esforzábamos en estudiar un poco más que de costumbre para dar los exámenes finales, que un suceso dio inicio a algo que recordaríamos durante mucho tiempo. Estábamos conversando en la vereda de la calle Bolívar, antes de la hora de almuerzo, cuando vimos llegar el carro negro de don Belisario, el taxista que todo Miraflores conocía porque tenía su habitual paradero, junto con otros dos choferes, en la calle Schell, casi en la esquina con la Diagonal. Nos llamaba la atención porque los tres carros negros se estacionaban junto a una columna de cemento que escondía, en una caja superior, cerrada siempre con llave, un teléfono a donde se le podía llamar para pedir una carrera. Ese día el taxi se detuvo en la puerta de la quinta, y vimos que don Belisario abría la maletera, sacaba dos pesadas maletas de cuero, y se las entregaba al pasajero, que ya había bajado del asiento trasero. Cuando pasó a nuestro lado, el pato Martínez se ofreció a cargarle las pesadas valijas, pero como única respuesta nos hizo a todos una ligera venia y avanzó hacia la casa desocupada del fondo de la quinta, con un paso acompasado y lento, erguido y la cabeza muy derecha, como si las maletas no le pesaran nada. Debía tener unos cuarenta años, vestía un terno marrón a cuadritos muy pequeños –luego supimos que el diseño se llamaba ‘Príncipe de Gales’- y una gorrita que bien podía ser una boina, si no fuera por la visera aplastada en la frente, una prenda que nunca habíamos visto.  

                 -Nuestro nuevo vecino parece bastante raro –comentó el negro Benites, el mayor de nosotros- ¡Tenemos que saber quién es!

            Como durante toda la tarde de ese domingo no lo volvimos a ver, y al día siguiente teníamos exámenes finales –al flaco Ortiz se lo jalaron en geografía porque confundió todas las capitales de Europa- no nos pudimos ocupar de nuestro nuevo inquilino hasta el sábado siguiente. Ninguna de nuestras mamás, habitualmente eficaces espías, lo había visto salir, y hasta algunas de ellas creían que la historia de la solemne entrada, el domingo anterior, de ese personaje silencioso vestido de terno, era una fantasía de una acalorada imaginación adolescente. Entonces, para llamar su atención, al pato Martínez se le ocurrió fingir que se tropezaba y caía golpeando la puerta de la casa del fondo, haciendo bastante ruido y quejándose exageradamente del supuesto golpe que se había dado. No hubo respuesta alguna. Debe haber viajado, ya no está aquí, dijo Pepelucho. Pero el negro Benites, que vivía en la casa contigua, afirmó que por las noches escuchaba ruidos de pasos y alguna vez hasta una radio encendida, lo cual nos llenó de una curiosidad aún mucho mayor.

            -¡Ya sé! –dijo el Pejesapo. ¡Busquemos a don Belisario para preguntarle de dónde lo recogió y qué conversaron en el trayecto!

            La idea nos pareció excelente y fuimos en nuestras bicicletas a la calle Schell, donde nuestro amigo taxista esperaba dormitando en su asiento que llegara algún pasajero.

            -¿Qué si me acuerdo de esa carrera? Sí, claro que me acuerdo.

            -Cuéntenos, cuéntenos. ¿De dónde lo recogió?

           -¿Y por qué tanta curiosidad, muchachos? –pareció querer ocultarnos toda información.

            Atropelladamente, hablando todos a la vez, le contamos que había ido a vivir a nuestra quinta y desde el domingo que llegó no había salido de su casa. Eso pareció animarlo a darnos algunos datos, que aumentaron aún más nuestra perplejidad.

            -Un domingo se apareció aquí, en el paradero, me pidió una carrera a San Isidro y me alcanzó un papelito con una dirección. Lo recuerdo bien. Decía solamente: Avenida Dos de Mayo 850, San Isidro. Durante el trayecto lo observé varias veces por el espejo retrovisor y me llamó la atención verlo sentado y rígido como una estatua, sin mirar por la ventana ni moverse para nada.

            -¿Y, y, qué paso? –no podía contener su impaciencia el flaco Ortiz.

            -Llegamos a esa dirección, me pidió que lo espere unos momentos, se bajó, pero en lugar de entrar en esa dirección caminó varios metros a la izquierda. Me llamó la atención y al voltear vi que tocaba el timbre de una casa amurallada. Cuando la puerta se abrió, un mayordomo le alcanzó las dos maletas de cuero. Se volvió a  subir al carro y me entregó otro papelito: calle Bolívar 460, Miraflores.

            -¡Nuestra quinta! –dijo Pepelucho.

            Todos pasamos de año –a cuarto de media- y entre los afanes de los exámenes finales y luego de la Navidad y Año Nuevo, nos olvidamos de nuestro vecino fantasma. Pero en los primeros días enero, en que la flojera nos hacía levantarnos tarde, y el calor nos empujaba a gorrear tranvía para ir a las playas de Chorrillos, volvimos a pasar largas horas en patota. Un día estaba desayunando cuando escuché el silbido típico del Pejesapo en la ventana de mi casa, y golpes insistentes en la puerta. Como me percaté de que se trataba de algo urgente, salí de inmediato y lo vi con su cara pecosa y su brazo extendido señalándome la salida de la quinta, por donde avanzaba, con el mismo paso acompasado y rítmico con el que lo habíamos visto entrar, varias semanas antes, nuestro vecino misterioso, vistiendo el mismo terno y la misma gorrita. Lo seguimos a prudente distancia, emocionados como si fuésemos unos espías. Lo vimos cruzar en la avenida Reducto la línea del tranvía y esperar en el paradero, rígido y sin moverse, la llegada del que iba a Lima.

          Cuando, de regreso en la quinta, convocamos al resto de nuestros amigos para contarles lo que habíamos visto, el negro Benites no cesaba de afirmar no ven, no ven, yo tenía la razón, estaba metido en su casa todo este tiempo.    

No solamente la quinta, sino prácticamente todo Miraflores, en ese año 1961, era un espacio familiar y amigable, donde los muchachos hacíamos mucha vida de barrio, generalmente en las esquinas o en las puertas de los “chinos” -las bodegas que en esa época eran casi todas de ciudadanos orientales que apenas hablaban castellano-. Muchos días salíamos a montar bicicleta por las calles entonces poco transitadas, y solíamos bajar por la avenida Benavides, con sus grandes mansiones estilo Tudor, llegar hasta el Malecón de la Reserva sobre el Club “Terrazas” y terminar en el parque Salazar para ver la puesta del sol, encontrarnos con algunas chicas, y comprar un helado en alguna de las muchas carretillas de D’Onofrio que con sus cornetas convocaban a los golosos clientes. Los domingos íbamos a la matinée del Leuro o del recién inaugurado cine Pacifico, en los que fumábamos sin parar, porque en nuestras casas teníamos prohibido hacerlo. Con frecuencia, en los días calurosos del verano, nos colgábamos de los estribos de los vagones acoplados del tranvía para llegar hasta Chorrillos y pasar un día playero en La Herradura.

            En ese verano en que varios de nosotros comenzábamos a afeitar una incipiente barba y todos hablábamos de las gilas del barrio, nos olvidamos muchos días del vecino misterioso. Pero cuando nos aburríamos en la puerta de la quinta y las horas del día parecían alargarse y no traer ningún entretenimiento, entonces la presencia de ese misterioso señor que ocupaba la casita del fondo, convocaba nuevamente nuestra curiosidad y sentíamos todos una especie de malestar culposo por haber descuidado nuestras pesquisas para saber quién era, de dónde veía, en qué trabajaba, si tenía o no familia. Lo único que habíamos averiguado era su nombre, porque un día el cartero, conocido de todos nosotros, llegó con su enorme bolsón, y dijo que traía una carta para la casa del fondo. Como sabíamos que era flojo y ya caminaba bastante por todo Miraflores, le dijimos que nosotros la pondríamos debajo de la puerta, y de ese modo pudimos leer, emocionados, el nombre del misterioso personaje: Mr. James  Rumsfeld. El descubrimiento nos llenó de emoción pero pasaron algunas semanas más y seguimos con la misma incertidumbre.   
              
-Ya sé –dije uno de esos días-. Vayamos a la dirección que nos dio Belisario, seguro averiguamos algo.

La idea entusiasmó al grupo y ese mismo día, después de almuerzo, partimos en nuestras bicicletas por la avenida Arequipa hacia San Isidro. Nuestra emoción aumentaba a medida que nos acercábamos, y cuando entramos a la avenida Dos de Mayo –un barrio que casi nunca frecuentábamos, donde vivía gente rica en enormes mansiones de amplios jardines delanteros- nos pareció estar a punto de descubrir algo importante. Pedaleando rápidamente, llegamos a la octava cuadra, y al número ocho cincuenta, que recordábamos muy bien. Era una mansión rodeada de jardines y en la puerta vimos una placa que decía: Embajada del Reino Unido.

-¡El Reino Unido es Inglaterra! –exclamó el flaco Ortiz, demostrando que en los cursos de la vacacional ya estaba aprendiendo geografía.

-Sí, pero don Belisario nos dijo que retrocedió dos o tres casas –recordó el pato Martínez.

Encontramos la casa amurallada, algo poco frecuente en esas épocas. Nos quedamos sin saber qué hacer, porque no nos atrevíamos a tocar el timbre. Como era la hora del lonche, pasaba justamente un panadero haciendo sonar su corneta. El negro Benites, que era el mayor de nosotros y el más lanzado, se acercó y le dijo:

-Oye, estamos buscando a un pata y no sabemos cuál es su casa. ¿Quién vive aquí? ¿Sabes?

-Aquí no vive ningún muchacho –respondió el panadero. Sólo un matrimonio de alemanes viejos y sin hijos. Pero hace poco se han ido, creo que han regresado a Alemania. ¿Por qué, ah?   

Nadie le respondió y regresamos pedaleando lentamente a nuestra quinta de Miraflores, un poco silenciosos y meditabundos.

En el resto del verano, cuando hablábamos sobre quién era Mr. James, las opiniones se dividieron. El negro Benites, el Pejesapo y Pepelucho fueron adquiriendo cada vez más la convicción de que en realidad ese era un nombre falso, y que nuestro vecino era un alemán nazi refugiado que se hacía pasar por inglés y vestía como tal. El carácter misterioso y oculto de sus actividades, y el hecho de que no quisiese hablar con nadie ni se le conociesen amigos, reforzaba el hecho de que se trataba de alguien que necesitaba ocultar su verdadera identidad.  Pepelucho, que tenía siempre muy buenas notas en historia, tejió una historia verosímil:

-Este señor debe tener cerca de cuarenta años. Digamos que nació en 1920. Tiene cuarenta años. La guerra empezó el 1939: tenía entonces diecinueve años. Fue miembro de las SS y trabajó en campos de concentración, matando a cientos de judíos en la cámara de gas. En 1945, cuando Alemania fue derrotada, alcanzó a huir. Quizás tenía algún amigo o pariente en Inglaterra, sacó un pasaporte inglés y un nombre falso, y, ¡zas! al Perú. O a algún otro país de Latinoamérica, Argentina quizás, donde fueron muchos nazis. Luego, por algún motivo, se trasladó a Lima.

-¡Claro! Y vive oculto un montón de años en la casa de los alemanes de Dos de Mayo hasta que estos se van del Perú. Entonces viene a vivir a nuestra quinta –conjeturó el Pejesapo.

Pero al pato Martínez, al flaco Ortiz y a mí no nos convencía mucho esa historia tan fantasiosa de tener como vecino a un exmiembro de las SS.

-Parece inglés, viste como inglés, tiene nombre y apellido ingleses… muchachos, ¡entonces es inglés! –afirmó el pato Martínez.

Y así pasaban los meses y el año entero, y así el tiempo de nuestra adolescencia escolar se nos terminaba. Ya estábamos en quinto de media y por largos períodos nos olvidábamos de Mr. Rumsfeld, a quien, por lo demás, veíamos muy poco. En las vacaciones de fiestas patrias de quinto de media, estas son nuestras últimas vacas, muchachos, en próximo verano ¡a prepararnos para la universidad! dijo el Pejesapo, propuse dedicarnos al menos esos quince días a observarlo minuciosamente. Hicimos un plan mucho más detallado que los anteriores, y nos dividimos la tarea: cada uno de nosotros estaría “de guardia” en la puerta de la quinta para chequear sus entradas y salidas. Y además nos turnaríamos para seguirlo a donde fuera. Nos propusimos llevar un registro escrito de todo lo observado y tener una reunión final el diez de agosto, la víspera del inicio del segundo semestre de clases de ese  año 1962, último de colegio.

Ese fue un día memorable por el cruce de informaciones entre nosotros. Supimos entonces la rutina exacta de Mr. James Rumsfeld. Abría la puerta de su casa para salir de la quinta exactamente a las ocho y quince de la mañana. Caminaba, con su particular estilo rítmico y un tanto marcial, hacia el paradero del tranvía. El flaco Ortiz estaba seguro que contaba los pasos al andar. Tomaba el tranvía a las ocho y treinta de la mañana en dirección a Lima. El negro Benites y el pato Martínez se encargaron de seguirlo todos esos días: nos informaron que invariablemente se bajaba en la primera cuadra del  jirón Carabaya, caminaba por la calle de la izquierda y entraba al edificio Rímac. Nunca usaba el ascensor, subía a pie tres pisos y abría con su llave la puerta de lo que aparentemente era una oficina. No volvía a salir hasta las cuatro en punto de la tarde, en que hacía el mismo recorrido de regreso hacia nuestra quinta de la calle Bolívar. Lo que más nos llamó la atención fue que tenía una hora exacta de entrada, diez minutos antes de las cinco de la tarde. Y supimos también que algunas veces que llegó a la esquina de Reducto con Bolívar unos minutos antes, esperaba mirando repetidamente su reloj de bolsillo, para recién avanzar con su rítmico paso y entrar a la quinta a diez para las cinco en punto.

-¡Claro, para tomar  el té de las cinco! –dijo el pato Martínez. Eso es típicamente inglés.  

           Y entonces nosotros tres propusimos otra historia: era un inglés miembro de la Scotland Yard, la famosa policía británica, destacado a la Embajada en Lima para realizar acciones de inteligencia y espionaje y que tenía una muy discreta oficina en el centro de Lima. Seguro había estado viviendo en la misma Embajada del ocho cincuenta de Dos de Mayo, y el día que se tuvo que mudar le pidió al mayordomo vecino que guarde sus maletas, para despistar al taxista.
           
         Se nos vino el fin del año, y las fiestas de promoción y las nuevas enamoradas, y los ingresos en la Universidad. Yo ingresé a Letras de la Católica para estudiar luego Derecho, el pato Martínez se decidió por Veterinaria y el Pejesapo por Medicina y los dos ingresaron a San Marcos, mientras el flaco Ortiz y Pepelucho optaron por la recién inaugurada Universidad de Lima para estudiar Ciencias de la Administración. El negro Benites fue el único que se fue a Estados Unidos, donde vivía su padrino quien le ofreció estudios allí.

         Pasaron los años y nuestras familias se mudaron a otras casas, buscando mayores comodidades que las que brindaba la quinta, nosotros terminamos nuestras carreras y nos casamos y tuvimos hijos, y nos instalamos en barrios nuevos, Chacarilla, La Molina, Camacho.

         Un día que almorzaba con unos clientes en la Tiendecita Blanca para hablar de un contrato importante, sentados en esas mesitas que están en la terraza y dan a la calle, en un instante que miré hacia el cine El Pacífico observé a un señor que miraba insistentemente su reloj, esperando que el semáforo peatonal le permitiera cruzar la calle. Me distraje completamente, porque me pareció reconocerlo. Cuando la luz se puso verde, Mr. James Rumsfeld cruzó la Diagonal, atravesó el trozo del Parque Central entre las dos avenidas, miró nuevamente su reloj para cruzar la avenida Larco, y, doblando hacia la derecha, enfiló, con su rítmico paso, calle abajo. Estaba mucho más encorvado, su paso seguía siendo rítmico pero ahora mucho más lento y vacilante, el terno gastado y la camisa y corbata descuidadas y calzaba unos anteojos a mitad de la nariz. Miré mi reloj: eran las cuatro y veinte de la tarde. Como ya habíamos terminado el almuerzo y los temas que nos convocaban, me despedí de mis clientes aduciendo que tenía que volver al Estudio. Subí a mi flamante BMW y enfilé rápidamente por la Alameda Ricardo Palma, doblé por el Paseo de la República hacia el sur, crucé el congestionado semáforo de la avenida Benavides, y me detuve justo al doblar por la calle Bolívar, a pocos metros de nuestra antigua quinta que aún seguía allí. Estaba muy emocionado y me daba pena que mi antigua patota no estuviese conmigo. A muchos, incluso, no los había vuelto a ver. Miré mi reloj: las cuatro y cuarentaicinco de la tarde. Y entonces lo vi de nuevo, avanzando lentamente, moviendo los brazos como si desfilara, y, estoy seguro, contando sus pasos. Se detuvo un instante, sacó del bolsillo de su chaleco su grueso reloj de bolsillo, esperó unos segundos, y entró con paso solemne a la quinta: eran las cuatro y cincuenta de la tarde de un día invernal y nublado del año dos mil dos. 

sábado, 14 de julio de 2012

El circo


Nora Llanos


-¡Ha llegado el circo!  -cuchichea Margarita, conteniendo la emoción…

-Vamos a la salida, aunque sea un ratito, le insiste a su compañera de carpeta, dicen que hay perritos bailarines y palomas… ayer me fui sola y conocí a un payaso… me dijo que vaya hoy día para enseñarme el circo… -¡vamos!... dicen que ya se van en la madrugada.

-No puedo –dice Gloria –mi mamá se enoja si no llego a la casa en punto, además queda lejos, ¿no?

-Donde siempre hacen los circos ¡tonta!, por el cuartel… ya estamos en quinto, podemos ir -¿qué dices?

A poco suena la campana y sin detenerse en la plaza a conversar un rato,  como de costumbre, Margarita y Gloria se dirigen presurosas hacia la aventura. Margarita resplandece de entusiasmo… Gloria siente algo de angustia… le remuerde la conciencia saber que está haciendo algo que su madre no perdonará.

En una zona descampada, próxima al cuartel, se levanta la pequeña carpa parchada y descolorida, que se agita levemente con el viento… un gran cartel anuncia la última función.  Gloria está preocupada, apenas empieza a oscurecer y a su madre no le gusta que esté fuera de casa después de las cinco… pero qué lindo será ver el circo, aunque esté vacío… además el payaso es amigo de Margarita  –piensa con cierto alivio.

Se acercan tímidamente hasta la entrada de la carpa, no se percibe ningún movimiento ni sonido en el interior… la barrera que protege la entrada está abierta… luego de unos segundos, se miran en silencio y deciden ingresar… qué feas lucen las bancas vacías, desgastadas y las cortinas envejecidas, sin la luz de los potentes reflectores que recuerda Gloria y que parecieran vestir de color y de brillo todas las cosas… y el silencio, que extraño silencio en un lugar que también recuerda siempre repleto de gente, de música, de luces, de risas, de golosinas –qué triste es este circo– dice en voz alta  –con razón mi mamá no nos dejó venir.

Recorren el recinto  de puntillas, pero poco a poco van tomando algo de confianza y empiezan a pretender que son grandes estrellas y ensayan algunos brincos y piruetas… de pronto Gloria se sobresalta, se siente observada y recorre la circunferencia por completo, con la mirada… le parece ver un rostro, pero la luz del día ya escapa y las sombras muestran contornos engañosos -no es nada –tranquila… es solo el viento.

Pero no, no es el viento… contra el telón del fondo se dibuja una silueta familiar, grandes zapatos que acompañan cada paso con un chirrido, calcetines a rayas rojiblancas, una peluca rubia estrafalaria y una sonrisa congelada en el rosto multicolor, se acerca en silencio… algo está mal, piensa Gloria, en tanto Margarita sonríe entusiasmada… algo está mal, los payasos son lindos, son alegres, son buenos… ¿porqué siento miedo? -algo está muy mal…

Margarita se adelanta y dice - ¡hola!, te dije que vendría… vine con mi amiga Gloria y mi mamá no sabe nada,  ¡enséñanos los perritos bailarines!... la cara sigue sonriendo imperturbable, pero la mirada es oscura, enojada.  Gloria siente el peligro y tira de la mano de su amiga, -vamos, corre, corre-  pero Margarita se resiste.  Gloria no duda más y sale corriendo fuera de la carpa, el corazón se le sale del pecho,  voltea un par de veces esperando ver a su amiga y los segundos se le hacen eternos… hasta que por fin aparece Margarita, corriendo, agitada;  -el payaso no me quería dejar salir, me persiguió por las bancas- dice asustada, con voz casi quebrada por el llanto  -vamos, corre Gloria, corre, en la otra calle hay una tienda…

 Nadie las sigue, pero no dejan de correr hasta llegar a casa.

miércoles, 11 de julio de 2012

Amor contra viento y marea


Julio Chang Lam


Luego de estudiar en una prestigiosa Universidad de Beijing Liu regresa a su país ilusionado con aplicar sus conocimientos en el centenario arte  del Feng Shui que los antiguos chinos utilizaban en la construcción de  edificaciones con el fin de fomentar la armonía y la buena suerte en base a la correcta distribución de espacios, ambientes, mobiliario, objetos y plantas dentro de una obra arquitectónica.

Apenas regresó, su padre lo contactó con un próspero empresario amigo de la familia. Así Liu sale a entrevistarse con el  posible cliente en su mansión localizada en un  sector residencial de la Molina. Ubica  la residencia fuertemente resguardada por agentes de seguridad. Lo que ve al traspasar el cerco  de la fachada, pese a su vasta experiencia profesional, le impresiona sobremanera. Observa con asombro que es una lujosa vivienda rodeada de enormes jardines con fuentes de agua, pisos de lajas de piedra con enormes árboles  y arbustos ornamentales de exótica fragancia  cuya entrada está acompañada con esculturas de dos enormes dragones en piedra y una portada al estilo chino con las cubiertas inclinadas y frisos decorados con ideogramas del ying y el yang. Las ventanas de madera tienen carpintería de madera de  color rojo con diseño chinesco. Al fondo destaca una gran piscina frente a una pérgola muy hermosa con ornamentos de estilo oriental.

Cuando ingresa lo recibe un respetuoso mayordomo que lo hace pasar a un área de espera en que resaltan los muebles de  estilo chino. Liu observa el ambiente y piensa: ¡Qué impresionante! ¡Qué bella artesanía! ¡Lindos muebles tallados!, ¡Uf, qué enormes y finos jarrones de porcelana! ¡Oh, hermosísimo el altar con las efigies de los dioses Kwan Ying y Kuan Kung! ¡Finamente representados la Diosa de la paz y el Dios de la justicia!

Mientras mira y disfruta absorto de esa ambientación tan singular, aparece un señor de edad madura, bastante alto, muy jovial que con ademanes corteses agradece al mayordomo quién discretamente se retira. El señor de porte distinguido, elegantemente vestido a la usanza china, se acerca a Liu con los brazos abiertos, recibiéndolo con un cordial abrazo.

-¡Aja! Así, que tú eres Liu el hijo de don Ramón. Bienvenido. Mi nombre es Hoimin, pero me dicen Jaime. Me cuenta tu papá que has aprendido el arte del Feng Shui. En nuestro pueblo de origen, no se podía construir si es que no había un buen maestro en ese arte. Mucho gusto de recibirte y conocerte. Se nota que eres bien joven. ¿Cuántos años tienes?

-Tengo treintaicinco años, don Jaime, gracias por la oportunidad que me ofrece. Mi papá me habló mucho de usted. Como verá soy joven, pero tengo  experiencia con  más de diez años en el ejercicio de la construcción. Tengo varios proyectos construidos antes de viajar a Beijing, que puede usted apreciar en este portafolio.

- A ver…

-Estos proyectos que le muestro en tres dimensiones, son los últimos que hice. Destaca éste de un hotel y spa…cuyo propietario es también amigo de mi padre y quizás suyo, es un empresario muy reconocido entre los paisanos de la sociedad china.

-Ah! Si lo conozco, es de nuestro mismo pueblo…muy hábil en los negocios. Me gusta ese proyecto, muy bonitas  las fachadas de su hotel. Se nota que son de estilo muy original, pero ecléctico. Yo prefiero  el estilo tradicional chino…lo puedes notar en mi casa donde no he escatimado gasto alguno para que esté acondicionado a mi gusto y  de mi esposa, con artesanía traída de la China. En el proyecto que tengo en mente, sobre todo por ser un restaurante de comida oriental, requiero  un concepto tradicional concordante con ese estilo. En la distribución funcional de tu proyecto  aprecio buen manejo de las  proporciones con adecuada conexión de espacios interiores y exteriores, pero me parece que le falta más área verde, fuentes de agua y el estilo tradicional que yo prefiero. Estos criterios lo quisiera en mi proyecto…no lo olvides, daría un gran  efecto de diferenciación respecto a otros proyectos.

-Ya verá usted, yo diseño mis obras a la medida de las necesidades y gustos de los encargos profesionales que recibo, con muchísima mayor razón si proviene  de usted que es amigo de mi padre.

-Muy bien, Liu te explicaré brevemente lo que quiero. Esperamos que nos ayudes  con el proyecto de un restaurante de estilo tradicional, que deseamos sea el más lujoso y elegante de Lima; que esté rodeado de jardines y fuentes de agua. El terreno está ubicado en la zona de La Molina delante de un cerro, justo protegido por el tigre y el dragón del Feng Shui. La capacidad debe ser para no menos de seiscientos comensales con mesas distribuidas alrededor de pequeños jardines zen en que se sienta el sonido del agua. Tú seguramente sabes  que el agua es un elemento que cuando se escucha fluir ayuda a sentirse relajado. Es justamente uno de los principios del Feng Shui sentir tranquilidad, armonía y paz.

-Entiendo don Jaime. Podemos aplicar los principios del Feng Shui,  justamente con el uso combinado del agua en jardines con peces dorados se da armonía y belleza al ambiente. Ya verá usted que la combinación de agua, madera y piedra con los demás elementos tradicionales  resaltarán la arquitectura del proyecto. ¿Seguramente querrá que incluya los típicos colores rojo y dorado con efigies de dragones y pinturas de paisajes chinos?

-Sí. Claro, con toda la ornamentación oriental. Pero, primero me gustaría ver tus esquemas y planteamientos. Ojo, que los aspectos funcionales con correctas dimensiones son para mí la base del proyecto; pienso en una capacidad para seiscientos comensales que se sientan en un espacio con mucha sensación de familiaridad y privacidad.  Además necesitamos  tener estacionamiento por lo menos para cien vehículos, que podríamos ponerlo en uno o dos semisótanos. ¿Te parece bien?

-Sí, entiendo sus recomendaciones. Es importante que el parqueo no quite espacio al área del restaurante. Para el público es importantísimo una buena entrada que cause impresión resaltada con jardines ornamentales, una fuente con pececillos dorados y dos efigies de leones chinos en la entrada a modo de guardianes, luego una amplia recepción, con una portada que indique el nombre del restaurante. Don Jaime, confíe en mí. Desarrollaré unos primeros bocetos luego de ver el terreno, verificaré cuál es la dirección del tráfico, si hay postes, la intensidad del viento y del asoleamiento, asimismo verificaré qué tipo de edificaciones hay al costado. Aplicaré bien los principios del Feng Shui.

-Correcto Liu. Me parece que tienes claridad respecto a lo que quiero. Mi hija Meiling te llevará a conocer el terreno comprado, que tiene mil doscientos metros cuadrados. Este es el título de propiedad para que chequees las dimensiones. Luego don Jaime llama a su hija, quién llega casi inmediatamente.

 –Meiling  te presento al arquitecto  Liu, el hijo de don Ramón. Nos va demostrar su talento y tú ayudarás a que se concrete nuestro ambicioso proyecto. Por favor llévalo al terreno y coméntale en mayor detalle lo que queremos.

-Mucho gusto Liu. Encantada de conocerte. Estoy a tu disposición.

-El gusto es mío, dice Liu, impresionado por la belleza apacible que trasmite  su sereno rostro y porte deportivo, a la que se suma  la elegancia en el vestir.

-Bueno, si deseas podemos ir al terreno en estos momentos.

-Si,  de acuerdo. Despidiéndose de don Jaime, se levanta para salir diciéndole: -Conforme, don Jaime chequearé los datos del terreno y estaré informándole de lo que se puede hacer. Gracias por la grata compañía que me brinda.

-Muy bien Liu, dice don Jaime dándole un fuerte apretón de mano y una afectuosa palmada en la espalda. Seguiremos en contacto. No me distraigas mucho a Meiling. Saluda a tu papá y dale un abrazo de mi parte. Dile que lo invito a casa el próximo fin de semana a cenar a él y tu mamá. Tú también estás invitado. También indícale que luego vamos a jugar mahjong; sabes que a tu papá ese juego de dominó chino le gusta mucho ¿no?

-Si. Gracias, don Jaime. Le diré a mi papá.

-OK. ¿Tienes movilidad o vamos en mi carro? Pregunta Meiling.

-He venido con movilidad, tú me indicas la ruta.


- De acuerdo, Liu. Vamos.

Así se conocen. Liu la observa con detenimiento y piensa que debe ser casi de su misma edad. En el trayecto, Liu le pregunta–Me parece que te conozco de algún sitio. ¿No has estudiado en el colegio Juan XXIII?

-Sí, terminé en el año dos mil. ¿Tú has estudiado allí también?

-Así es, pero terminé dos años antes. Recuerdo haberte visto en un recital de poesía y en una escena de teatro escolar.  Te veía como una niñita muy talentosa, destacabas sobre los demás; recuerdo que era la escenificación de una obra de…un tal Brecht.

-De… ¡Bertolt Brecht! Qué buena memoria tienes. Después de tanto tiempo acordarte de esos detalles. ¿Hasta del nombre de la obra te debes acordar?

-No tanto. ¿Cómo se llamaba esa obra?

- Fue la obra “Madre Coraje y sus hijos”. ¿Recuerdas?

-Sí, fue una obra muy impactante. En realidad tu actuación fue impresionante y tu imagen de niña actriz se me grabó en la memoria. Cómo es la vida. ¡Sorprendente! Volvernos a ver gracias al trabajo que voy a hacer para tu papá.

-Espero que cumplas bien con el encargo y no te distraigas en otros trabajos. Prioriza el nuestro. Yo me voy a encargar de chequearte. Por si acaso, te voy aclarando ¿ya? Te voy a hacer seguimiento…

-Así va ser amiga. Encantadísimo que me controles y mejor si es todos los días. Sobre todo, por este afortunado re-encuentro. Me va a ser muy grato trabajar junto a ti. Por ti voy a esmerarme muchísimo más en este proyecto…

-¿Por mí? Gracias, por tus corteses palabras pero pienso que debes preocuparte más por la responsabilidad y compromiso con mi padre.  Así que no es necesario que me alabes tanto, no quiero distraerte del proyecto.

Ese fin de semana luego de verificar las medidas del terreno,  tomar  fotos al lote y al entorno del mismo, Liu comienza a darle vueltas a ideas del proyecto, toma en cuenta las ideas de Meiling que además de aficionada al teatro destacaba en el campo del diseño de interiores y paisajismo; ella gustaba del diseño y mantenimiento de jardines. Con ella  a su lado Liu siente  más agradable y llevadero el trabajo.

Liu coordinaba con  ella el desarrollo del proyecto en su estudio bastante  amplio,  muy acogedor y elegante, con su amplia oficina y ambientes del equipo de sus colaboradores con muy buena vista de los parques y edificios vecinos desde el  décimo piso de la torre empresarial. Allí casi todos los días luego de terminar la jornada  salían juntos. Así  con el proyecto listo   van a presentarlo  a don Jaime.

Luego de ver el proyecto y hacer algunos comentarios don Jaime le dice a Liu: -Muy bien, con los pequeños ajustes que debes hacer al proyecto y el presupuesto, acepto que inicies la obra  para que lo termines en nueve meses según tu  cronograma de ejecución. Creo que el proyecto justifica el monto de la obra que me propones, pero eso sí, tienes que esmerarte en los  detalles decorativos y acabados de primera. Y por favor, cúmpleme con los plazos pues  necesito poner el negocio en funcionamiento cuanto antes. La inauguración del local espero que  impresione  a todos mis invitados: familiares, amigos e importantes empresarios del medio.

Después de las frecuentes visitas a obra, ambos comenzaron a salir con mayor    asiduidad, desarrollándose una amistad y confianza mutua que fue creciendo en intensidad, primero con invitaciones a refrigerios al paso, después almuerzos, cenas y paseos juntos a lo largo de la Costa Verde, y al final terminaron bailando y divirtiéndose alegremente en las  discotecas de moda,  hasta que una noche que Liu estaba con Meiling recibe una llamada desconocida a su celular.

-¿Señor arquitecto Liu?

-Sí, ¿quién habla?

-Soy el representante del “Sindicato de Construcción Civil” y necesitamos que en la obra que usted ha iniciado,  mañana mismo ingrese a trabajar el personal que le recomendaremos.

-¿Perdón? Sólo puedo decirle que el personal de obra ya está seleccionado y trabaja conmigo desde hace mucho tiempo… es gente de mi entera confianza.

-¡Señor Liu no le estoy consultando ni pidiendo un favor! el día de mañana se acercará el personal sindicalizado que deberá incorporarse inmediatamente a su obra; con ello usted tendrá garantías de no tener problema alguno y podrá trabajar tranquilo. Además…lo felicito por su buen gusto, muy linda la chinita con la que sale… por si acaso le advierto que no queremos que le pase nada a ella ni a usted…y obviamente, deseamos que su obra avance y no se perjudique,  no se le ocurra hablar con la policía ni con nadie al respecto.

-¿Alo, alo?  Liu no recibe ninguna respuesta, ya le habían cortado la llamada. Meiling desconcertada le pregunta: ¿Quién llamó? ¿Qué  pasa? Estás pálido y transpirando…

-No es nada, parece que hay una confusión, se han equivocado, le responde Liu, debemos regresar, disculpa tenemos que retirarnos inmediatamente.

Al día siguiente temprano Liu recibe la llamada de su asistente: -Arquitecto, se han presentado en la obra quince personas que dicen que tienen su autorización para ingresar a trabajar, pero usted sabe que el equipo está ya completo, además a esos sujetos no les veo aspecto de trabajadores de construcción, diría que más bien…parecen maleantes.

-No, no los dejes entrar. Reforzaremos la seguridad inmediatamente. Diles que vamos a llamar a la policía, son extorsionadores…

Luego de algunos minutos, Liu vuelve a recibir otra llamada, pero esta vez del mismo sujeto que lo había llamado el día anterior.

-Oiga señor Liu no ha dejado entrar a mis hombres a su obra. Ha rechazado mi propuesta y eso puede serle muy  perjudicial.

-Disculpe señor…a usted no lo conozco y la pretensión que tiene es inaceptable.

-¡Bueno, se me acabó la diplomacia, so chino de mierda! es tu decisión espero que después no vayas a lamentarte, las consecuencias pueden ser graves para tu obra, para ti y para tu pareja. Ya verán…no te me vayas a arrepentir. Te recomiendo no hacer cojudeces…

Ante esta situación Liu se preocupa y decide llamar a Meiling: -Amiga deseo hablar contigo pero no en la oficina ni en la obra, hay un problema que debo resolver y tengo que explicarte personalmente.  ¿Podemos ir  al sitio dónde solemos encontrarnos? ¿Está bien en media hora? ¡Por favor cuídate, que nadie te siga!

 -Si claro. No me asustes. ¿Qué pasa?

-Luego te explico, estoy saliendo para darte el encuentro.

Después de reunirse,  Liu le explica en detalle la situación presentada que lo obligará reforzar la seguridad de la obra y a postergar sus salidas juntos  para salvaguardar la integridad de ambos, él irá armado y acompañado de agentes privados de seguridad hasta que superen el problema.

-A mi papá debemos avisarle, le dice Meiling angustiada.

-No, no lo preocupes. Yo resolveré este problema. Lo que quieren estos sinvergüenzas no es tanto que los dejemos entrar a “trabajar” en la obra, sino que quieren extorsionar para obligarme a pagar un cupo semanal…ya lo han hecho con otros contratistas y lo manejaré de esa manera, lamentablemente eso nos afecta a todos, pero lo cubriré con mi margen de gastos generales y de utilidades de la obra. Por ahora no le digas nada a tu papá, no hay que inquietarlo.

-¿Estás seguro de lo que piensas hacer?

-Si. Lo lamento  mucho  querida amiga. Así lo han hecho otros constructores para evitarse problemas. Por nuestra seguridad dejemos de vernos un tiempo hasta superar este impase. De todas maneras haré la denuncia para ver si algo hace la policía y el ministerio público. Esta situación afecta a Liu en  sus gastos de obra y utilidades así como también en parte de los recursos destinados al pago de personal y compra de materiales para pagar a los extorsionadores. Esto ocasiona que se retrase en el avance de la obra y en el cumplimiento del plazo previsto.

Luego de algunas semanas de estar realizando Liu el pago de cupos a la mafia de la construcción la policía identifica y captura a los delincuentes con una acción decidida de la fiscalía cuya denuncia permite que los responsables del delito de extorsión  sean puestos en prisión mientras dura el juicio. La actuación judicial libera de la pesadilla a la pareja que vuelve a re-encontrarse y reiniciar sus salidas. Se habían extrañado mucho durante las semanas que no pudieron verse. Así que para ambos era una necesidad imperiosa recuperar el tiempo perdido…

-Meiling, le dice Liu ya más tranquilo, sereno y relajado, en una noche  que compartían unos tragos en una discoteca conocida en el balneario de Asia, deseo pedirte algo muy especial.

-Sí, ¿qué es?

-Quiero declararte mi amor y pedirte que seas mi enamorada.

-Ja,ja,ja, ay apreciado amiguito, no te has dado cuenta de nada. Eres muy formal y cariñoso, por eso te valoro mucho…¡y debo responderte formalmente que no!…

-Perdón querida  amiga. He escuchado mal. Por favor  repíteme lo que has dicho.

-Ja,ja,ja, te digo que no…primero es el compromiso en terminar bien la obra ¿acaso no te has ya comprometido a dar esa prioridad? además  no es necesario que me pidas algo que es tan obvio, el sí que me pides está demás. Pero igual, te digo sí, sí y sí… Ella toma la iniciativa, lo abraza muy cariñosamente y de su propia iniciativa le da un beso apasionado a Liu, quién igualmente responde a ese beso y la abraza con mucha fuerza. Siente que su amor es correspondido.

A partir de ese momento Liu, siente que vive un sueño, un lindo sueño, que se inicia intensamente a partir de ese día, con una pasión que va creciendo entre ambos; sabe que por lo tradicional que es la familia de su pareja, debe cumplir con pedirle a su padre, que lo acepte como enamorado de su hija; pero teme que el viejo señor reaccione mal por el retraso en la obra, debido a la demora ocasionada por los problemas debido a la mafia de la construcción. Era consciente que lo que hacían juntos en muchas ocasiones no era precisamente recuperar el tiempo perdido en el avance de la obra sino que lo dedicaban a sus encuentros amorosos en una amplia suite con jacuzzi que el dueño del lujoso hotel cedía en uso a Liu  en agradecimiento por la hermosa obra ejecutada. Vivían así una gran pasión con una luna de miel anticipada.

Liu era consciente de que la construcción avanzaba lentamente por la poca frecuencia en sus visitas   a la obra para absolver las consultas requeridas. Esa labor delegada en el residente de obra  correspondía resolverla a Liu como arquitecto autor del proyecto. El descuidaba la supervisión, no permanecía el tiempo suficiente, entraba, revisaba rápidamente la obra, no seguía con detenimiento el desarrollo de la ejecución, daba breves indicaciones y salía presurosamente mientras Meiling esperaba para dirigirse ambos a ese lugar especial, su nido de amor.

Ante la demora en la culminación de la obra, que ya había excedido con creces el plazo ofrecido,  el viejo don Jaime empezó   a sospechar que algo inusual pasaba. Por este motivo decide contratar los  servicios de  una agencia privada de detectives para que los siga e informe de los pasos de ambos. El encargo era saber el tiempo que Liu dedicaba a la obra, adónde iba con su hija, qué hacían, dónde, con quién o quiénes se reunían. Don Jaime quería un  informe detallado acompañado de videos y fotos.
  
 Después de un seguimiento muy discreto durante diez días seguidos, los detectives registran todas las actividades de la pareja utilizando  cámaras de video   y fotografía de alta sensibilidad y un poderoso zoom, luego de  ingeniarse en colocar esos equipos en la habitación del hotel que frecuentaba la pareja. Las andanzas    de la hija de don Jaime con Liu  confirman la sospecha del viejo señor de que salían como una pareja   de amantes furtivos. Y consigue obtener pruebas muy documentadas de todo ello. Algunas muy escabrosas para su gusto. Se da cuenta así que ese era el verdadero motivo del atraso en la obra. Lo que no sabía don Jaime, es que además una parte significativa del dinero de la obra, Liu lo gastaba en regalos y en llevar a lujosos sitios a Meiling,  su pasión.

   Al ser informado de la situación, el viejo señor le comenta furioso a su esposa:

-¡Qué se ha creído este sinvergüenza de Liu! ¡Ha mancillado el honor de la familia!

-Cálmate Jaime, tranquilo; ella es joven y se ha enamorado. Acaso no te acuerdas cuando éramos jóvenes y hacíamos lo mismo, le increpa la madre de Meiling. Recuerda Jaime, recuerda y eso que eran otros tiempos, muchos más conservadores que ahora.

-¡Pero es distinto! Yo siempre cumplía mi trabajo y no descuidaba el negocio que mi padre, tu suegro me encargó. Siempre fui muy responsable en todo. Este muchacho Liu es un incumplido que  está corrompiendo a nuestra hija. Ya han pasado varios meses y no puede terminar y entregar la obra. Se suponía que el proyecto con licencia y todo debía estar aprobado en tres meses, y la obra me la ofreció entregar en nueve meses con la conformidad de obra y declaración de fábrica. Y nada de eso se ha logrado.

-¡Ay Jaime! Sabes que la mafia de extorsionadores afectó el avance de obra. Lo que debes hacer cuanto antes es conversar seriamente con el joven, exigirle que recupere el tiempo perdido y darle un último plazo para que lo cumpla, también verifica bien que lo invertido con el dinero entregado esté correctamente justificado. Yo me encargo de hablar con nuestra hija.

-Está bien. Me encargaré de eso. Pero tú por favor conversa bien con nuestra hija sobre este amorío que no está siguiendo los cauces correctos.

- Ahora resulta que ya  la vaca no se acuerda cuando fue ternera…

-No me hables de vacas, yo siempre fui fuerte como un toro y tú mi vaquita, mi ternerita, siempre tierna pero muy dama. ¡Pero, este caso es distinto,  acaso no has visto esos videos y esas fotos escandalosas! Tu hija no ha tenido reparos en hacer cosas que nosotros nunca nos atrevíamos a hacer! Es horroroso ver esa foto en que tu hija le hace sexo oral a ese enfermo de Liu.

-¡Ya, Jaime! Si tú de joven no querías hacer nada fuera de lo que considerabas normal, era porque a ti nunca se te ocurrió. Yo siempre estuve dispuesta. Así que déjalos, son enamorados, no te metas en su intimidad.

-¿Qué cosa, qué cosa me estás diciendo? ¿Acaso yo te trataba como una mujer cualquiera? Como mujer, como dama yo siempre te traté, te demostré mi amor, pero respetándote; no haciendo cochinadas, como le hace cometer ese Liu a nuestra hija.

-Escucha Jaime, es otra época. Cuando hay amor, todo lo que una pareja hace en la cama o en cualquier lugar es un asunto privado que sólo a ellos concierne. Y si les gusta y lo disfrutan pues que gocen. Para eso son jóvenes en la plenitud de sus energías. Lo que pasa es que los tiempos han cambiado, déjalos tranquilos, yo ya hablaré con ella.

-Pero, como dices eso. Ni siquiera han formalizado compromiso alguno. No me ha pedido la mano  de tu hija. Ni siquiera son novios, peor  aún  todo lo que hacen es a espaldas nuestras.

-No, Jaime. No es culpa de tu hija, de nuestra hija. Ya formalizarán más adelante.

-No, mujer. Yo voy inmediatamente a hablar con Ramón, el padre de Liu para que sepan qué clase de hijo tienen. Faltarnos el respeto de esa manera. Es deshonroso. Le voy a exigir de una vez, que se comprometan o se dejen de tonterías, pues no pueden estar haciendo estas cosas a escondidas.

-Es tu culpa Jaime. De adolescente, a nuestra hija ni siquiera la dejabas ir a fiestas. La controlabas excesivamente y lo que ahora pasa es resultado de eso. Es cierto, Liu es su primer enamorado y ya se ha rendido a sus pies. En lo que a mí concierne este chico me cae muy bien, pues es muy afectuoso y cortés, además muy culto y preparado. Y es de buena familia, es hijo de tu mejor amigo, recuerda; Ramón seguro conoce muy bien tus andanzas de soltero. Viejo, déjate de cosas y tranquilízate. Liu creo que  es un buen partido para nuestra hija, que ya está entrando a una edad para vestir santos.

-Pero, te vuelvo a insistir. Ni siquiera tienen compromiso formal. A fornicar se han dedicado en nuestras narices. Voy a hablar con su familia para que se aclaren y definan las cosas.

-¿Qué quieres? ¿Que tu hija se entere que la has mandado seguir para que la investiguen y se metan con su vida privada, su vida íntima, tomándole fotos y videos? Ella ya no es una niña. Es una señorita de veintiocho años y ya tiene sus necesidades. No, Jaime esos benditos videos y fotos, por favor me los quemas y lo botas convertidos en cenizas.

-Pero es nuestra única hija y nos hace eso, sin comprometerse, sin decirnos nada. Tienes razón sí,  en que debo quemar esas pruebas de su comportamiento, de su conducta furtiva. Parecen fotos y videos pornográficos.

-No viejo, te vuelvo a repetir lo que han hecho y hacen, es normal en una pareja enamorada. A ti Meiling no te habrá dicho nada, es algo tan obvio y no te has dado cuenta. Pero yo soy muy observadora y ya me he dado cuenta que nuestra hija está enamorada desde un comienzo, desde que conoció a Liu. Con su mirada de carnero degollado, yo me percaté de ello en la primera semana que se conocieron. Y tú nada por estar metido en el trabajo. Ya ella me contó que están enamorados y que ya Liu desea pedirte la mano  pero te tiene miedo. Y para tu conocimiento, quieren casarse pronto.

-¿Qué cosa? ¿No querrás decirme que ya está embarazada?

-No, viejo. No, no y no. Ella sabe cuidarse y todo me cuenta. Si no te he dicho nada a ti, es porque eres un viejo cascarrabias.

-¡Ay, carajo! ¡Qué idiota he sido! Entonces tú hablas con ella y aconséjala bien, para que ya definan su situación. Seguro que quieres que me haga el tonto, pero no,  de todas maneras hablaré con Liu directamente para decirle que se comporte como un caballero, sea hombre y me diga las cosas cara a cara y que no me siga tonteando con el pretexto del bendito proyecto para estar corrompiendo a mi hija, tu hija. Quiero que sepa de una vez, por todas que a mí no se me hace eso, justo a mí venir con este  cuento primero de la mafia de extorsionadores y ahora de los detalles ornamentales que son muy complicados. Así  no hay cuando la termine.

Mientras tanto, Meiling ya había hablado bien con su madre y por la gran confianza que le tenía ya le había confesado que estaba embarazada de un mes. Le preocupaba que Liu tuviera temor de enfrentarse a su padre don Jaime. Así que ya habían quedado con el papá de Liu,  don Ramón y su esposa que los  invitarían en la semana próxima a una cena en casa para que los padres de Meiling asistan  para allí formalizar el compromiso y fijar fecha para casarse antes de que se notase la pancita.  Y lo iban a hacer con una cena especial, que incluía la presencia de un grupo de danza tradicional del “León chino”.

En esa reunión se formalizaría muy pronto el compromiso de matrimonio de la pareja. Lo que no sabían ambos, ni Meiling ni Liu, era que don Ramón estaba con los negocios a punto de quebrar por la evasión de impuestos no  declarados,  que la SUNAT ya había detectado, imponiéndole altas multas a sus negocios que ponían en jaque su estabilidad financiera. Así que según pensaba interesadamente  don Ramón, si se realizaba el matrimonio cuanto antes, sería una tabla de salvación para la familia de ellos y de su propio hijo Liu que últimamente había visto afectada su labor profesional y su situación económica.  Lo que desconocía don Ramón era que su amigo Jaime tenía también  un problema económico casi similar.

Don Jaime a su vez, pensaba que don Ramón, con la unión familiar, podía ayudarle al salvataje financiero de sus empresas para salir adelante por las serias pérdidas debido a inversiones mal orientadas. Desde el punto de vista comercial el matrimonio iba a ser un chasco para ambos viejos zamarros. Pero para la pareja de enamorados la ternura y el amor iba a consolidar una gran pasión.

miércoles, 4 de julio de 2012

Cachorrito, cachorrito


Nora Muñoz


Algún día leerás esta historia y te verás reflejado en ella, comprenderás entonces muchas cosas que ahora ignoras o prefieres desconocer. Lo escribo con esa intencionalidad, con el más puro y honesto interés de que en algún momento esta verídica narración pueda abrirte los ojos del entendimiento y captar la realidad que tienes todo el derecho a conocer.  No sé si yo esté en este mundo para aquella ocasión, pero lo que sí sé es que llenaste mi corazón de tanto amor los cortos años que pude disfrutar de tu ternura y sé con toda convicción que el amor que te prodigué quedará impregnado por siempre en tu ser, como un sello imborrable que constituye un lazo indesligable entre nosotros.

Cachorrito, cachorrito, corderito de mi amor, nunca olvidaré como me llenabas de besos y te apretujabas a mí cuando venías a mi casa a pasar los fines de semana.  ¡Lindos días en que me hacía tan pequeña como podía para involucrarme en tus juegos infantiles!  Los días de playa, los días de “cultura” en que pintabas tus cartulinas tan libremente que derrochabas un arte espontáneo y creativo, los días en que te sentabas al piano y junto a la vecinita sacaban las notas de “Estrellita”.  Hermosos días en que compartíamos todo, hasta me ayudabas a cocinar, y te entusiasmabas jugando el Monopolio y comprando cuanta propiedad podías para sacar provecho de quienes teníamos que pasar por tus dominios.  Y nadie te ganaba en el juego de Master Mind.  ¡Cuántos proyectos para vivir libre y maravillosamente!  ¡Y cuán desgraciado el destino para truncar tu libertad y obligarte a existir dentro de un encierro que tú no pediste pero que el egoísmo y la mente enferma del ser que más debería amarte logró imponerte, disponiendo de tu vida yendo en contra de los derechos más sagrados que como niño te corresponden, evitando todo tipo de cercanía entre nosotros, que como familiares tuyos, incluyendo a tus abuelos paternos, somos los seres que te hemos adorado siempre.

No sé si haya perdón para todo esto, me imagino que sí, debo de suponer que tal atropello en tu contra obedece a una personalidad enfermiza que no ha sido capaz de aceptar su incapacidad para amarte libremente y desear lo mejor para ti, actuando contra todo principio humano y encasillándote en un mundo, sumamente estrecho, en el cual te estás desarrollando, sin más parámetros que los que ella te pueda brindar, en una atmósfera de miedo, de temor y tratando de compensar lo que no desea darte y constituye tus legítimos derechos, ofreciéndote cosas materiales y mucha comida nada beneficiosa que te ha hecho engordar más de la cuenta, con lo cual también podría estar dañándote la salud.  ¿Qué clase de amor es éste? ¿Cómo puede una madre privar a su hijo de compartir con su propio padre el derecho a criarlo, a verlo y a pasar sanos ratos con él?  ¿Por qué el maligno deseo de envenenar la mente de una criatura contra su propio padre, contra mí que soy tu abuela materna, contra los abuelos paternos, los tíos por ambos lados y todo aquel que no comulgue con su maquiavélico actuar?  ¿A qué te está conduciendo todo este trayecto tan sin sentido? ¿Cómo crecerás en medio de un círculo donde ella es la conductora, y el único referente masculino es el abuelo, su padre, que sufre de una paranoia y una violencia increíble de quien tú mismo has referido no tenerle el más mínimo cariño porque siempre te daba con la correa.  ¿En dónde queda lo que libremente expresaste ante la Fiscalía de la Dinincri, que no querías volver con tu madre y que querías permanecer con tu padre?  Ahora, ella ha hecho un trabajo muy diligente y con la ayuda de psicólogos y terapistas te han hecho un lavado de cerebro que te hace rechazar al ser que daría la vida por ti, tu padre, a quien lo ves como un proveedor de cosas materiales, porque eso es lo que te inducen a pensar de él, y a quien no le brindas siquiera el consuelo de una caricia o de una frase cálida, por el contrario, tu indiferencia lo hace sufrir, pero … ¿eres tú?  O eres la persona que quieres aparentar ser por tu propio resguardo, como si fuera tu mecanismo de defensa que es necesario manejar de esa manera porque así salvaguardas tu integridad física que puede ser atropellada por tu propia madre, protegiéndote además de todas las “atrocidades” que ella te ha puesto en la cabeza llenándote de temores injustificados en contra de tu padre y de tu familia y de esa manera tiendes a huir y a vivir en constante miedo, declarando –tal como te ha venido repitiendo tu progenitora- que no hay nadie en quien puedas confiar más que en ella, que es ella quien te ama más que nadie y que todo el mundo quiere hacerte daño.  Obviamente cachorrito mío, no tienes más remedio que declarar todo a favor de ella, con ese actuar evitas cualquier reacción adversa de su parte.  ¡Cuán atemorizado estarás que cumples al pie de la letra lo que ella te induce a decir, a pensar y hasta le cuentas lo más mínimo.  ¿Cómo piensa ella que podrías enfrentar la vida más tarde con tantos temores internos que está creando en ti?

Oro y clamo a Dios por ti, para que te proteja de tanta insania.  No creas que no pido por tu madre también.  Ella es mi hija, pero es un ser equivocado, que lamentablemente goza del consentimiento incondicional de tu abuelo, su padre, para quien amar significa dar gusto en todo, aún en la incorrecta conducta de su hija.  Me preocupa muchísimo la influencia que pueda tener toda esta atmósfera en ti, que estás formándote.  Es algo que no puedo concebir, que me es difícil aceptar y que lo considero sumamente injusto, porque muy bien podrías gozar de tu familia y de un ambiente sano donde actuarías libremente sin temores y lleno de amor, mientras que ahora te privan de todo lo que cualquier niño necesita, de lo elemental: del calor de tu padre y de tu familia.  ¿Pensarás cuando crezcas que esto es lo normal, recordarás a tu padre como un ser que escasamente te podía ver un ratito en la semana y ni siquiera tenía el privilegio de saber donde vivías, en qué colegio estudiabas, porque una desajustada mental te tuvo siempre como trofeo haciendo lo que le daba la gana contigo?

Sé que suena fuerte lo que digo, y tal vez con el lavado cerebral que te ha hecho tu madre, ahora desconozcas todo lo que espontánea y libremente manifestabas a los ocho años, porque en este momento estarás “convencido” de que lo que dice tu madre es la sacrosanta verdad, y ¡vaya que si tiene poder de convencimiento!  Me apena terriblemente como está destrozando tu vida, pero confío en que crecerás y que reflexionarás, dándote cuenta de que tanta injusticia para contigo solo podrá hacerte más fuerte, más solidario y más justo con el ser humano.  Ruego a Dios que no cale en ti la idea de venganza, de rechazo a la sociedad ni temor al ser humano, cosas que ella está forjando en tu tierno corazón, imploro a Nuestro Señor que tú seas más fuerte que toda esta maraña de odio, de malos instintos y de inseguridad que pudiera  impregnarse en tu vida.

Por eso mi cachorrito, porque no puedo verte, porque no puedo abrazarte ni besarte como antes, solo puedo escribir lo que mi corazón siente y esperar que el milagro ocurra, que tú reacciones y puedas liberarte de tanta opresión, no puedo aceptar que la maldad se imponga.
Hay muchas más cosas escritas, detalles exactos de una trayectoria de vida que no debió ser, todo eso en algún momento lo llegarás a saber, cuando tengas la madurez suficiente para asimilarlo y para corregir tu destino y tendrás la fuerza para hacerlo porque sabrás la verdad y la verdad te hará actuar con libertad.

martes, 3 de julio de 2012

El toque de un santo


Marco Antonio Plaza


Un día domingo la familia Bossio se reunió para almorzar y compartir vivencias de antaño. Doña Hilda es la madre de cuatro hermanos: Benjamín, Jacinta, Virginia y Antonio, el menor. Don Víctor, el padre, falleció hace aproximadamente tres décadas. Sin embargo lo recordaban con mucho cariño en estas reuniones familiares.

En medio de la conversación doña Hilda invita a Antonio a contar su experiencia que tuvo allá en el año mil novecientos ochenta y cinco, cuando Juan Pablo II, Papa en ese entonces, visitó por primera vez al Perú dando una de las conferencias en el Óvalo del Callao dirigida a los enfermos y minusválidos.

Todo se inició un viernes cuando Antonio se comunicó con Ricardo, su amigo con el que alquiló una pequeña casa en Punta Negra para veranear sólo los fines de semana porque los otros días trabajaban.

-Aló –contesta Antonio.

- Hola cuñadito, ¿cómo estás?

-Muy bien chino.

-No te olvides que hemos quedado en ir mañana tempranito a Punta Negra para pasar el sábado, pero recuerda que tenemos que volver   por la noche porque el domingo a primera hora tengo que ir con mi familia para ver a Juan Pablo II en el Óvalo del Callao.

- No sabía que también asistirías. Yo también tenía planeado ir.

- La conferencia que dará el Papa está dirigida a los enfermos y minusválidos, y como tu comprenderás mi hermano no se la quiere perder.

-Me parece excelente chino, además yo sé que a tu mamá también le simpatiza el Papa, ¿no?
-Le cae recontra bien.

- A mí también y desde antes que atenten contra su vida en Roma. Siempre me simpatizó por ser muy sencillo y por la profundidad de su discurso.

-Cierto, y sobre todo que viaja bastante y se comunica con la gente.

-Realmente que bacán que venga al Perú y justo al puerto chalaco, ¡buena chino!, ¡estaremos presentes entonces!

- Paso por ti a las ocho de la mañana y tomamos desayuno en Lurín unos ricos panes con chicharrón como manda la gente.

- ¡Claro! 

 Antonio se va a dormir. Pero él tenía una preocupación, pues, ¿cómo iría a ver al Papa si no tenía ninguna invitación para poder estar en el Óvalo? Pues se sabía que la seguridad sería estricta en ese tipo de evento y la gente estará sentada en las tribunas que especialmente habían colocado alrededor del óvalo. Y los únicos que caminarían libremente serían los periodistas y los policías navales  encargados de la seguridad.

En eso interrumpe Virginia.

-¿Y cómo hiciste Antonio?

-Ahora verás. Ahorita te cuento al detalle. Fue increíble por todo lo que pasé. No te adelantes hermanita.

El sábado temprano Ricardo recoge a Antonio de su casa,  como habían quedado y se dirigen al sur de Lima. Pasaron el sábado en el balneario compartiendo alegrías con las amistades que habían ido formando cada fin de semana. En la noche fueron invitados por unos vecinos para participar en una pequeña fiesta que habían organizado.  Después de unas horas y cuando Antonio estaba muy entusiasmado, Ricardo se le acerca y le dice al oído:

-Cuñadito, nos tenemos que ir.

- ¿Qué cosa?, apenas son las once de la noche -dijo Antonio sorprendido.

-Ten en cuenta que tenemos que retornar hasta Lima y es por lo menos una hora de camino.

-Oye chino, ¿y si nos quedamos? La estamos pasando muy bien por acá, me da mucha flojera regresar.

-Nada que ver, tengo que regresar. Ya estoy comprometido con mi familia. No puedo fallarles. Además yo se que tú también quieres asistir a la conferencia. Hace años  que me vienes hablando maravillas de Juan Pablo II. No creo que te la quieras perder. Tenemos muchos otros fines de semana para veranear.

-Si pues, tienes mucha razón, en el fondo sí quiero ir a ver al Papa. ¿Crees que lo pueda saludar personalmente y estrecharle la mano? ¡Eso quisiera!

-Nada es imposible, si tú lo deseas lo conseguirás. Oye, me acabo de acordar que la Marina de Guerra le dará seguridad al Óvalo donde estará el Papa.

-Sí, ya sé, y es justamente la Policía Naval la que estará presente en la seguridad interna en el Óvalo.

-Ya pues, tú trabajas ahí hace un año.

-Ya no chino, me acaban de cambiar a una Fragata, y justo está  anclada en el puerto del Callao y mis uniformes están ahí. Creo que tengo uno en mi casa pero estoy dudando.

-¡Búscate uno!

- No sé qué haré pero mañana de madrugada me presento al cuartel de la Policía Naval y hablo con el comandante que fue mi jefe el año pasado y le explico que quiero ver a Juan Pablo II y la única forma de estar cerca es siendo un oficial de seguridad. ¿Qué te parece mi estrategia chino?

-Bien jugado cuñadito.

Luego, a las once y treinta de la noche Ricardo y Antonio enrumban hacia Lima.

-Mañana nos vemos en el Óvalo Antonio, no te abandones dice Ricardo.

-No chino, yo sí quiero ir, es una oportunidad. Además ya decidí. Tú sabes que cuando digo algo lo cumplo sin dudas ni murmuraciones. No hay tiempo para dudar chino.

- Muy bien dicho cuñau.

- Saluda a tu mamá y a tu hermano y diles que mañana estaré en el óvalo como oficial de seguridad. Chau chino.

- Claro, les cuento. Chau.

Así se despiden los amigos.

Así Antonio llega a casa y encuentra que su mamá le estaba esperando. Él tenía siempre la duda si iría a ver al Papa, como si un pesimismo lo inundara por momentos.

- Marco, ¿eres tú? -pregunta doña Hilda.

- Hola mamá. Tengo un problema, creo que no tengo ningún uniforme completo acá en la casa.

- ¿Para qué quieres un uniforme a la una de la mañana? ¿Acaso vas a ir uniformado a ver al Papa?

- Sí, pues, no te he contado. A las cinco de la mañana tengo que estar presente en el cuartel de la Policía Naval para conjuntamente con todo el personal, en sus buses, ir al óvalo del Callao y ser parte de la seguridad. ¿Qué te parece?

-Excelente, así podrás estar más cerca al Papá, quizás lo saludes.

- Pero sigo con este problema del dollman, no tengo ninguno.

-¿Seguro? Fíjate primero, no te angusties.

Antonio busca en su habitación sus prendas. Consigue la gorra, pantalón, medias y zapatos, pues siempre tenía dos juegos de todo y uno en casa. Los botones dorados estaban completos, pero lo que no encontró era el dollman, la parte de arriba del uniforme, que es como una especie de saco.  Antonio comenzó a inquietarse.

-¡No tengo uniforme completo! ¿Qué hago ahora si tan solo faltan tres horas para ir al cuartel de la Policía Naval?

- A ver, déjame pensar. Tranquilízate. Yo te ayudo.

Doña Hilda llama a la empleada que dormía en un  cuarto en la azotea. Había que despertarla con un timbre que tenía instalado en el primer piso al pie de la escalera. Insistió hasta que Amanda se despertó. Ésta se asoma.

- ¡Amanda!

- Si señora.

- Quiero que me ayudes a  buscar una maleta marrón, recuerdo que hay bastantes uniformes de la época en que Antonio era cadete. Él necesita uno urgente.

- ¿A esta hora? ¡Qué raro! La espero acá en el cuartito.

Así doña Hilda sube a la azotea, se encuentra con Amanda y comienzan a buscar la maleta.
Después de unos veinte minutos de búsqueda, encontraron una maleta con las características que doña Hilda dijo.

-Amanda, esa es la maleta, la conozco perfectamente, ¡ábrela!

Así, Hilda abre la maleta y encuentra lo que más quería.

Antonio se había echado en su cama resignado. Su mamá lo sorprende mirando el techo.

-Mira Antonio, te he conseguido un dollman.

- ¡No puede ser!, ¿cómo así?

- Yo tengo muchos uniformes guardados desde cuando eras cadete. Pruébate este.

Antonio no pierde tiempo.

-Mira madre, ¿me queda bien?, ¿tú qué opinas?

-Sí, perfecto y está limpio aunque parezca mentira después de tres años. Pero claro, todos los uniformes lo guardé limpios y en bolsas de plástico.

- Le voy a colocar los botones para asegurarme que me cierre bien.

Luego de unos minutos, Antonio dice:

-Me queda perfecto.

-Que gusto me da hijo

- Voy a tratar de dormir un poco, chau madre

-Buenas noches.

Después de dormir apenas dos horas Antonio se levanta y se dirige al cuartel de la Policía Naval. Busca al Jefe en la cámara de oficiales. Llegó bien temprano mientras todos los oficiales recién se estaban preparando para desayunar. En eso, se encuentra con quién quería conversar.

-Hola Antonio, ¿a qué se debe tu visita y sobre todo a esta hora?  Veo que estás elegantemente vestido, ¿no me digas que te has autonombrado en comisión al óvalo del Callao?

-Jefe buenos días, antes que todo, necesito pedirle un gran servicio.

-Adelante, te escucho.

-Deseo que me autorice a reincorporarme solamente por esta mañana como oficial de seguridad porque quiero ver al Papa de cerca.

-¡Claro!, ¡es una bonita oportunidad, vamos a estar bien cerca a él, aprovecha!

La gente con sus familiares comenzaron a llegar a partir de las ocho de la mañana. Antonio daba vueltas y vueltas por todo el óvalo dado que no tenía un cargo específico ni un lugar donde brindar seguridad. Realmente estaba paseando. En eso lo llama un comandante con voz marcial y le pregunta:

-Teniente, lo veo rondando pero no lleva puesto el brazalete de oficial de la Policía Naval, ¿se puede saber que hace acá?, ¿quién lo dejó entrar? ¡No me diga que se ha introducido sin mi autorización! Le informo que yo soy el segundo comandante de la Base Naval y estoy a cargo de la seguridad de este evento.

-Señor, la verdad es que ya no trabajo en la Policía Naval pero quiero ver al Papa de cerca. El año pasado fui dotación de esta dependencia y por eso me atreví pedir autorización  para conformar el equipo de seguridad. Él me autorizó.

-Pero teniente, usted no está dando seguridad a nada ni a nadie.

-Es cierto señor, pero necesito quedarme para ver al Papa.

-¿Así?, y ¿por qué?

- Desde hace muchos años que tengo un sentimiento especial hacia el pontífice, no puedo explicarlo.

-Bueno muchacho, realmente yo lo conozco a usted tengo muy buenas referencias de su persona además veo que está muy entusiasmado y tiene mucha determinación para conseguir lo que desea. ¡Quédese no más! ¡No hay problema!

-Muchas gracias señor, no sabe cuánto le agradezco.

Yo no veía las horas que se inicie la visita del Papa. En eso llegó el papa móvil y lo vi a unos tres metros, no podía creerlo. Se le veía una persona mayor pero con abundante energía y sobre todo con una sonrisa en el rostro que reflejaba mucha paz espiritual. El Papa subió a la azotea de la empresa Cogorno donde le habían armado un estrado, de ahí daría su discurso a los enfermos y minusválidos. Lo escuché animadamente más o menos una hora que tomó su discurso. Al finalizar me acerqué a la puerta de la empresa por donde el pontífice iba a salir para subirse al papa móvil. Había mucha gente amontonada generando un poco de desorden. Se formaron dos filas de niños a cada lado para despedir a Juan Pablo II y detrás de éstos se encontraba una buena cantidad de agentes de seguridad del Estado. Traté de ubicarme detrás de una de las filas pero uno de los agentes me sacaba a empujones alejándome del lugar por donde pasaría el Papa. Yo seguía esperando, insistía y no perdía la esperanza de acercarme lo más cerca posible por donde transitaría la máxima autoridad eclesiástica pero esto se convirtió en una serie de empujones y jalones con uno de los agentes, el cual se empecinó en evitar que me aproxime. En eso Juan Pablo II salió por la puerta y comenzó a saludar con un beso a los niños, uno por uno, que estaban en la fila de su mano derecha. Cuando acabó pensé que se iba a retirar y me sentí muy apenado. Pero en eso regresó a la puerta y comenzó a saludar a la otra fila y justamente yo me encontraba en ese lado. Mi emoción era indescriptible porque existía la posibilidad que le estreche la mano al Papa. Los empujones seguían y seguían hasta que en un momento no esperado el agente dejó que me acerque a los niños. Era emocionante. Estaba tan cerca, a dos metros, luego a un metro, luego a medio metro hasta que estiré mi brazo, y me apretó la mano y lo saludé. Y él siguió su camino, se embarcó en el papa móvil y se retiró.

 -Qué emoción –dijo Virginia- lograste lo que siempre quisiste.

-No puedo creer –dijo Jacinta.

-Realmente, desde que supe que irías al óvalo sabía que ese era tu objetivo –añadió Benjamín.

La comisión finalizó y todos retornamos al cuartel de la Policía Naval. Me sentía totalmente dichoso por haber saludado al Papa personalmente y haberle estrechado la mano. Era como un sueño hecho realidad. Quería contarles a mi madre y a mis hermanos esta increíble experiencia. Me imaginaba la cara que pondrían.

Cuando retorné al cuartel una inmensa cantidad entre marineros y oficiales de mar me felicitaron y me decían.

- ¡Teniente, usted ha salido en la televisión y lo hemos visto dándole la mano al Papá! –me decía un marinero.

- Todos le hicimos barrita,  ¡miren, ese es el teniente! gritaba la gente –manifestaba un Oficial de Mar.

- ¡Muchachos, estoy muy emocionado!

Luego de recibir muchas felicitaciones y miles de preguntas sobre que se siente al respecto, me dirigí a mi casa.

-Madre, te cuento que le di la mano al Papa.

-Buena hijo, algo me decía que tú lo querías hacer.

-Cierto, eso quería, no me contentaba con verlo y oírlo solamente.

-Cuéntale a tus hermanos ahora mismo.

-Ahorita mismo lo hago.

En eso llamé a mi hermana Virginia.

-Hola hermanita te cuento que fui al óvalo del Callao a ver al Papa y lo saludé personalmente, es decir, como se dice en jerga, le estreché los cinco latinos.

-Qué lindo, yo también quería ver la ceremonia pero tuve que salir en ese momento. Déjame verificar, creo que programé el Betamax para que grabe el evento.

-¡Fíjate!

-Te llamo en unos minutos.

Esperé impacientemente al lado de mi madre para saber si había sido grabado. En eso suena el teléfono.

-Antonio, ¡está grabado todito!, excelente, completito y se te ve claramente cuando saludas al Papa y luego tu expresión de alegría.

- Gracias hermanita por haberlo grabado, ¡te pasaste! Sacaré varias copias.

- Y así fue queridos hermanos mi experiencia con Juan Pablo II.

- ¿Conservas la cinta en buen estado? –pregunta Benjamín.

-Sí, ya la he cambiado a VHS pero la quiero pasar a un disco compacto. Obtuve varias fotos y las he colgado en el Facebook.

Los hermanos siguieron conversando sobre el tema hasta por la noche.