viernes, 24 de junio de 2011

Soluciones temporales y definitivas

             Ricardo Ormeño


                                     La reunión estuvo muy divertida, Jorge pudo compartir con algunas parejas de amigos en casa de uno de ellos, hasta pudo bailar un poco y así olvidar todo lo concerniente al trabajo. Ese día no había deseado su copa de vino sino un interesante y apreciable volumen de whisky, así que aquella bebida espirituosa hizo que la felicidad lo embargara totalmente, hasta su teléfono celular esa tarde de sábado,  le otorgó una tregua muy significativa,  contribuyó en su bienestar, logrando que las desavenencias con su esposa y la tensión con sus pacientes pasen automáticamente al olvido. Jorge olvidar siempre fue tu método para sobrevivir y aún lo aplicas muy bien.


                                     Jorge se encuentra de nuevo en su casa, estirado totalmente en su cómoda cama, levanta los brazos y los lleva detrás de la cabeza y dando un suspiro recuerda con satisfacción aquellas gratas horas que había pasado ese día hasta caer la noche. De pronto siente que bruscamente su felicidad se opaca, su esposa se encuentra en la cocina fumando sus dos a tres cigarrillos de costumbre antes de dormir, Jorge sabía lo que venía, el mismo guión, la misma entonación, el mismo escenario y casi siempre el mismo vestuario, sí, sabía lo que venía, la misma obra teatral puesta en escena durante muchos años.
-Tengo que descansar, hasta mañana – se despedía su esposa con un diplomático beso en la boca cubriéndose casi totalmente con el cubrecama  dejando a Jorge con una sensación de que estuviese parado en la calle con pijama; la sonrisa y alegría mostradas por su cónyuge en la reunión desaparecían fantasmalmente una vez cruzada la puerta de su hogar. El doctor Frías enciende el televisor a volumen muy bajo de tal manera que la incomodidad o sacrificio que su pareja sentía al acompañarlo al club, a un restaurante, o a cualquier sitio como ella expresó alguna vez a su psicóloga, no se vea incrementado por dicho aparato y sea motivo más de una discusión; pero ni aquella pantalla adherida a la pared lograba distraer a Jorge, eso era parte de la obra y lo que seguiría también. Era imposible conciliar el sueño, esa sensación extraña e incómoda lo lleva a dirigirse a la cocina, encender un cigarrillo y dejar que las ideas relampagueantes se apoderen de su cerebro de manera salvaje tomando su mente con violencia como sucios y repugnantes piratas asaltando un barco inglés en aguas del Caribe. ¿Por qué siempre lo mismo Jorge?, debes hacer algo al respecto.


                                     La sala de espera se encontraba  atiborrada de pacientes, los teléfonos y la secretaria hacían lo suyo, nadie le daba descanso al doctor ni preguntaban si había dormido bien el día anterior. Jorge hacía todo lo que podía, esas interminables y extenuantes horas de máxima concentración en el trabajo tal vez lo harían colapsar algún día y esa idea lo aterraba, no por él sino por su hijo, por quién realmente daba no sólo la vida sino, todo .La rutina de la tarde continúa hasta que la secretaria corre hacia el doctor muy asustada.
-¡Doctor!...!Doctor!...venga rápido a la sala de curaciones –alerta la dulce y sensual secretaria al doctor Frías, quien al llegar a dicho ambiente encuentra a una señora de unos treinta y cinco años de edad con un vestido largo y de colores claros con pronunciadas… manchas de sangre.
-¡Clarisa!... ¿Qué pasó? – preguntó el doctor mientras observaba a aquella sufrida gitana cogiéndose la muñeca izquierda con los ojos desorbitados del susto pero manteniendo a su vez una extraña calma.
-¡Esto doctor!... ¡Ya no quiero vivir!... ¡No soporto más a mi esposo! –acotó la simpática gitana con preocupante frialdad.
-¡Bueno, bueno no te preocupes, ya estás aquí, luego me cuentas los detalles, prepararé todo para suturarte, mientras te vendaremos…felizmente no es profundo! –tranquilizaba el doctor a su paciente. El doctor Frías lleva a su atractiva secretaria hacia un rincón de la clínica, no para cortejarla como producto del efecto de tan llamativa minifalda que cubría una pequeña parte de su escultural cuerpo, sino preocupado por el escándalo que se podría haber producido en la sala de espera al ver a la gitana entrar violentamente con copiosas huellas de sangre en el vestido.
-Bueno doctor, la verdad es que los pacientes se han asustado… trataré de explicarles cualquier cosa, no sé usted dirá –expresaba algo nerviosa la secretaria.
-¡No lo sé, no podemos mencionar las razones sin autorización del paciente, tan sólo diles que ha sido un accidente y que necesita ser suturada de emergencia, que por favor me esperen un poco que no tardaré mucho, no deseo que piensen que mis pacientes se intentan suicidar por una mala operación o que se yo! –ordenó Jorge Frías.


                             La paciente derramaba una que otra lágrima sin embargo se encontraba más tranquila, el doctor Jorge Frías la observaba con beneplácito porque prefería ver a una persona llorar, gritar o discutir hasta encenderse como antorcha ardiente, que observar a una persona pálida, fría y con la mirada fija, porque de cruzarse con un ser humano con estas características y en una calle oscura… simplemente te puede matar. Mientras reparaba el daño en la sala de operaciones recordaba su estancia en el hospital cuando suturó las venas de aquel terco suicida.
-Bueno Clarisa, ahora puedes contarme todo si deseas –realizó Jorge la invitación a la gitana.
-¡Quiero morirme doctor, sólo eso, ya no puedo con mi esposo! –sentenciaba la paciente.
-No debes pensar en eso, tienes hijos que te necesitan –aconsejaba el doctor.
-¡Lo sé doctor, pero mi esposo derrocha el dinero de la familia y no trabaja, sólo hace un negocio que otro con autos o con cualquier cosa que se le cruza en el camino! –explicaba Clarisa.
-Debes tener paciencia, habla con él, hazlo por tus hijos – sugería el cirujano.
-¡Que paciencia puedo tener, si el sinvergüenza, le gusta jugar en el casino doctor, me volví loca cuando me enteré que vendió tres camionetas para jugar…y perdió todo el dinero, todo en una sola noche, ¿Me entiendes?… encima viene borracho, me pega y quiere llevarse los documentos de la casa …para jugarla! –explicaba desesperada la gitana.
-Calma Clarisa, busca la asesoría de una psicóloga, terapia de parejas, incluso la agresión a la mujer está penada por la ley –aconsejaba el doctor tratando de aplacar la ira de la simpática gitana de ojos marrones.
-¡Siempre es lo mismo doctor, ya no quiero ser gitana, no quiero nada, sólo morirme, una cosa es que me ponga la mano encima por una sola vez que podría ser casi por accidente, pero otra situación es que en sus borracheras termine pegándome siempre …toda la vida lo mismo! –narraba la situación sollozando aquella agradable mujer.
-Pero… ¿Y tus hijos? –preguntaba el doctor.
-¡Quisiera huir con ellos, son mis hijos, pero en nuestras leyes no figuran como míos sino como únicamente de mi esposo y de su madre, es muy difícil de explicárselo por eso es que no puedo irme porque me quedaría sin mis hijos, es una manera de mantenernos atrapados en este mundo, por eso quiero matarme! –lloraba desconsoladamente Clarisa.


                             El teléfono interno suena, la enfermera asistente del doctor le acerca el auricular al oído de Jorge.
-¡Doctor, le informo, aquí abajo, la sala está repleta de gente, han venido un grupo grande de gitanas, así que si no demora mucho sería mejor, por otro lado no se preocupe de lo que puedan pensar sus pacientes, la gitanas ya contaron toda la historia, y han logrado obtener un apoyo unánime respecto a lo sucedido con la pobre Clarisa, así que se salvó doctor, no se preocupe! –animaba la joven secretaria al doctor terminando la llamada.
-Bueno Clarisa, tómalo con calma, cuando te operé de implantes mamarios hace como seis a siete meses, pensé que ayudaría mucho en tu relación pero ante lo que me has narrado sólo puedo decirte que debemos a veces sacrificarnos mucho por nuestros hijos aunque parezca injusto, hasta encontrar una solución definitiva, toma estos medicamentos y te veo dentro de dos días –finalizó Jorge pensando ya en los pacientes que lo esperaban.
-¡Gracias doctor, estoy inmensamente agradecida, cuando desees que te lea el futuro o cualquier otra cosa para que tu negocio vaya muy bien, llámame! –se despedía la desdichada gitana.
-Lo tendré en cuenta, pero no te olvides… ¡hay que sacrificarse por los hijos, nos guste o no…hasta que encontremos una solución definitiva! –aconsejaba el doctor a la simpática gitana entendiendo que el cobro de sus honorarios se verían reflejados en el tarot ya que para regateos era de las mejores y el suturar una herida no profunda ni que decir, probablemente no valía nada. Jorge baja rápidamente encontrando a sus pacientes siempre impacientes y a un grupo de gitanas alegrando el ambiente con la diversidad de colores de sus vestidos.


                            No fue un cigarrillo sino varios, Jorge seguía en la cocina sentado en el frío suelo apoyando su espalda en las puertas de uno de los muebles que guardaban lo que a él no le interesaba ni sabía con exactitud, manteniendo firmemente con una de sus manos, una botella de cerveza helada dejando que sus ideas revoloteen por su cerebro. Jorge no olvides lo que le dijiste a la gitana, hay que sacrificarse por los hijos nos guste o no…hasta que encontremos la solución definitiva. El doctor se pone de pie terminando de recordar aquella historia y no dejando que otra invada su mente, apaga el cigarrillo en su viejo cenicero de vidrio y se dirige hacia la habitación de su hijo no logrando entrar, quedándose en el umbral, observándolo con admiración cual joya preciosa, casi examinándolo visualmente con mucho detenimiento dejando correr tan sólo una pequeña lágrima por su rostro, de pronto no quiere pensar más, da media vuelta y camina muy lentamente hacia su habitación pero unos metros antes, decide volver a la cocina, coge un vaso de agua e ingiere de manera torpe y brusca un sorbo de  agua acompañado de un fuerte sedante.
-¡Hasta que encontremos la solución definitiva! –piensa el aturdido doctor encaminándose hacia su habitación sin poder diferenciar la frialdad del suelo de la cocina con el supuesto calor que su habitación debería ofrecerle.


                              Un año más tarde, el doctor Jorge Frías se dirige como de costumbre, hacia la cocina de su departamento, la reunión de ese día estuvo muy divertida, sin embargo al retornar a su hogar junto con su esposa la temperatura de la relación como de costumbre descendía de manera alarmante, la misma obra de teatro iniciaba su ya cansina y desesperante función. Después de dos a tres cigarrillos la esposa del doctor se despide como de costumbre pero esta vez Jorge siente que lo dejan en la calle pero no con pijama sino totalmente vestido y con esa sensación decide despedirse silenciosamente de su hijo mientras duerme, esa noche no tomaría ese fuerte sedante y más bien se dirige sin vacilar a las calles. No pasaron más de dos horas y Jorge no sabía realmente a donde ir, se percata que su mundo gira alrededor del trabajo, hogar y un pequeño grupo de amigos, decide entonces estacionar el auto cerca de un centro comercial, camina por aquellas veredas percatándose que la calle ya no era para él, simplemente era un mounstro que pretendía devorarlo, siente que no puede desplazarse a un ritmo constante y teme no poder esconder a la vez el miedo al asalto, engaño, agresión, prostitución e incluso a las drogas en buena cuenta siente que las calles ya no son su hábitat natural. De pronto su lento y dudoso andar, siempre con ambas manos en los bolsillos de su chaqueta de invierno como tratando de dar a entender a quien se le cruce en el camino que algo contundente guarda misteriosamente allí, se transforma bruscamente en un caminar rápido y decidido dirigiéndose hacia una sala de juegos, recordando  aquella frase conocida…afortunado en el juego, desdichado en el amor…intentando darse la oportunidad de verificar la veracidad de aquella famosa frase. Jorge se acerca rápidamente al casino y se detiene intempestivamente en la puerta principal girando bruscamente para dar media vuelta -¡Esto no es para mí! –piensa Jorge refunfuñando frases poco inteligibles. No termina de girar cuando de pronto oye una voz muy suave que aparece de la oscuridad a la cual responde con sobresalto.
-¡Clarisa!... ¿Qué ha sido de tu vida? –saluda alegremente sorprendido el doctor.
-¡Bien muy bien doctor! y ¿Usted? no pareces muy bien –responde la simpática gitana con aquella peculiar entonación entre respetuosa y confianzuda.
-Bueno he tenido problemas en mi casa, pero felizmente todo lo demás muy bien –respondió tímidamente Jorge Frías.
-¡No!... ¡No esta bien!...tienes problemas – sentenció con mucha seguridad Clarisa, mirando fijamente a Jorge.
-¿Qué sucede, ves algo en mí haciendo uso de tus facultades? –pregunta algo asustado Jorge.
-¡Sí!... ¡Veo algo en ti y no necesito poderes!... ¡doctor, estas muy mal, aliento a alcohol, caminando solo a la medianoche…que más quiere que le diga! –diagnosticó la gitana.
-¡Tal vez pero tú en la puerta de un casino!...vaya… ¿Qué haces aquí? recuerdo el gran problema con tu esposo con las apuestas, salas de juego y ahora tú, ¡en la puerta de uno! –interrumpió el doctor Frías.
-Bueno doctor, por una parte me lleve de su consejo, ¿recuerda que me decías que tomara una solución definitiva? Pues no la pude tomar pero sí tomé una solución temporal por un tiempo y luego tomé la definitiva –explicaba la gitana.
-¡Bueno, es cierto que te mencioné lo relacionado a una solución definitiva, pero la temporal, no la entiendo! –expresó con sorpresa el doctor Frías.
-Muy bien doctor, te cuento, después de mi accidente me fui por un tiempo al extranjero, con mis hijos claro, estuve cerca de ocho meses y me ayudó mucho, conviví con mi familia y durante ese tiempo entendí muchas cosas, me hizo mucho bien y estoy de vuelta con las ideas más claras –relataba Clarissa.
-Bien y dime unas cosas ¿Cuál fue tu solución temporal y la definitiva? Y por último ¿Qué haces aquí? –preguntaba el doctor Frías nuevamente llevándose inconscientemente la mano izquierda hacia el bigote, otrora asistente fiel en sus mejores diagnósticos, logrando sólo rozar su piel áspera debido al rasurado diario durante los   
 últimos años.
-Bueno la solución temporal fue irme de viaje por un tiempo, mi esposo también sufrió, claro no tenía quien lo aguante con sus vicios y buscarse otra mujer no es fácil ni para mí buscar otro hombre según nuestras costumbres, así que llegamos a un arreglo y ese arreglo fue la solución definitiva y por eso estoy aquí, desde hace unos meses yo administro el dinero y separo un monto fijo para sus vicios como el juego, nadie sabe de este arreglo, así que para el resto de nuestra gente sigue siendo el ¡Hombreé de la casa! Pero para nosotros sigue siendo ¡El niiiño de la casa! sus hijos necesitan a su padre no había otra forma –narraba la pobre gitana.
-¡Vaya solución, no esperaba eso, aunque era una opción probablemente! –acotó el doctor.
-Pero tú doctor no estas bien, necesitas descansar y tomar tu decisión temporal para poder llegar a la definitiva –aconsejaba Clarissa.
-¡Lo sé y a su vez no sé que hacer! –respondió Jorge con desánimo.
-Primero aléjate de la ciudad, la ciudad es mala para esto, relaja tu mente, si quieres te ayudo doctor –ofrecía la simpática gitana.
-¡Sí tienes razón quisiera por momentos alejarme por unos días pero no puedo! –sentenciaba el doctor Frías.
-Llévate a mi sobrina Dalia, tú la conoces es bella de buen cuerpo, ella te hará olvidar todo por unos días, váyanse lejos y después me cuentas, no puedes estar así doctor en la calle sólo y con olor a borracho…o no te gusta Dalia –sugirió Clarissa.
-¡Me pones entre la espada y la pared! sabes que tu sobrina es muy guapa, de hecho me daría unos días más que agradables, pero creo que eso sería mejor en otra oportunidad, no podría sentirme bien sin antes haber solucionado algo por lo menos! –se disculpaba el doctor.
-Bien como quieras doctor, pero no te olvides la solución temporal primero, es lo mejor, creo que tu necesitas de alguien que te haga saltar el charco, búscame cuando quieras – se despidió la simpática gitana.


                         Jorge regresa pensativo a su auto, no entendía como una paciente que una vez intentó quitarse la vida, ahora le daba consejos, que con toda seguridad necesitaba. El mundo da vueltas mi querido doctor. El doctor enciende su auto y toma en consideración pasar el resto de la noche en su clínica privada, no había pacientes hospitalizados, así que era el lugar idóneo para sentirse solo con sus ideas pero seguro y alejado de los miedos que las calles ahora le ocasionaban, sin embargo una vez allí y estacionado en la puerta principal decide no ingresar, la imagen de su hijo invade su mente provocando el correr de una traviesa lágrima, entonces toma una decisión.


                         El doctor se sienta en el frío suelo de su cocina apoyando su espalda en el mueble que contiene lo que él no sabe y no le interesa, estira sus piernas mientras sostiene con una mano una botella de helada cerveza y con la otra un cigarrillo y deja que sus ideas invadan y saqueen su cerebro por enésima vez, entendiendo que esa situación no era siquiera su solución temporal embargándole un intenso escalofrío al intentar pensar en la solución definitiva  –hasta que encuentre a alguien que me ayude a cruzar el charco –recordaba Jorge a la gitana,  no quedándole otra opción que ingerir con un brusco sorbo de agua aquel fuerte sedante, compañero fiel que algunas ocasiones se le presentaba en la cocina y lo acompañaba hasta quedarse totalmente dormido.

martes, 21 de junio de 2011

Un juane especial

 Víctor Mondragón

Era las nueve de la mañana y  habían arribado a Tarapoto, mientras bajaban la escalinata del avión percibieron humedad con intensa temperatura: 
-¡Qué calor hace! -dijo Brenda Luna.
-Parece una sauna -replicó Ernesto Yap. Los jóvenes biólogos habían viajado   para realizar investigaciones sobre plantas medicinales de la selva amazónica; para estos estudiosos no había  placer más complejo que el pensamiento y a él se entregarían mientras cargaban  en su equipaje un mar de ilusiones; un laboratorio extranjero, casi en secreto, les había dado las pautas necesarias acerca de lo que debían analizar, el estudio iba más allá de las ya reconocidas uña de gato (1), sangre de grado (2), chuchuwasi (3)  y ayahuasca (4). 
Como buenos profesionales, previamente habían  leído abundante información  acerca de la región; tan pronto arribaron llamaron a la señora Rosa Bartra pues habían  concertado una cita con ella; al día siguiente, Brenda y Ernesto se levantaron muy temprano  y fueron al mercado a comprar dos gallinas negras y enrumbaron hacia las afueras de la ciudad, estando aún  distantes de su destino, percibieron olor a humo y divisaron  a lo lejos a la señora Bartra soasando hojas de bijao.
Fue así que en forma conjunta iniciaron la elaboración de un plato tradicional denominado “juane”, acompañaba la reunión el anciano  José del Águila quien narraba  que había visto al Chullachaqui y que aquel ser no era malo, más bien lo reivindicaba como un protector de la selva, seguidamente, intercambiaron ideas acerca de este controvertido personaje que decían que confundía y extraviaba a quienes se internaban en la selva con el ánimo de depredarla; la señora Bartra acotó:         
-Abundan historias acerca del Chullachaqui pero quienes lo han identificado coinciden en que mide aproximadamente un metro y medio, tiene nariz grande, pelos en el rostro, orejas puntiagudas y ojos rojizos.
 -Además es encorvado como si  fuese anciano -añadió don José.
Ernesto nació en Cantón y su familia había emigrado a Lima cuando  tenía ocho años de edad, él mencionó que en Cantón había leyendas parecidas acerca de un duende que simulaba la fisonomía de algún familiar o conocido e inducía a la gente a encaminarse hacia el interior del bosque con el ánimo de extraviarlos; el anciano José añadió que en los casos que rescataron niños, ellos solían tener paja o palitos en la boca y que por lo general respondían que eran dulces que les había invitado algún familiar que los condujo hacia el bosque.
-¿Qué curioso?, ¡similar es la leyenda en Cantón!- exclamó Ernesto.
Don José mencionó que aquellas historias provenían de tiempos inmemoriales, aún antes de la llegada de los españoles, explicó que la palabra provendría del quechua y que significaría chulla: falso y chaqui: pie, es decir “pie cambiado” pues quienes rompen el encanto lo hacen reconociéndole los pies y descubriendo que uno de éstos era de ave, venado, sajino u otro animal, Ernesto se levantó y esgrimió:
-¡No puede ser!, una leyenda similar la escuché en Cantón en mi niñez
-¡Nadie puede explicar esto! -replicó el anciano y añadió que la tradición era similar en los países vecinos; los minutos siguientes prosiguieron  alimentando dicho mito  como queriendo aplacar el apetito voraz de toda leyenda que al crecer quisiera tragarse todas las leyendas.
Un agradable aroma se deslizaba en el ambiente, la señora Bartra estaba haciendo el sofrito con una mezcla de condimentos, el olor despertaba el apetito de los concurrentes mientras el anciano servía sendas copas de una bebida llamada siete-raíces.
-¿Acaso la receta no es con pollo? -preguntó Brenda.
-¡Sí! puede ser con pollo; pero este juane es especial, pues el comensal también es especial -respondió don José.
Los atentos concurrentes miraban como la señora Bartra mezclaba el arroz cocido con huevo batido, mientras el anciano, utilizando un plato hondo colocaba dos hojas soasadas en forma de cruz, rellenaba el contenido con arroz, una presa y medio huevo cocido; finalmente ataba las hojas hacia arriba con un pabilo y las introducía en una olla grande con agua hirviendo
-El juane  simula la cabeza decapitada de San Juan Bautista cuando Herodes se la presentó a Salomé en una fuente -concluyó el anciano.
La bebida alcohólica pronto surtió efecto en el espíritu de los concurrentes, conversaban más animadamente, mientras Ernesto preguntaba cuales eran las raíces empleadas:
-El nombre es místico,  es una mezcla de no menos  de doce especies entre raíces, cortezas, tallos, flores y frutos macerados en aguardiente -contestó el anciano.
Luego de almorzar el sobrino del anciano condujo a los investigadores selva adentro, se detuvieron donde la camioneta no podía avanzar más y continuaron la travesía a pie hacia la zona de investigación; en el camino encontraron un forastero que se identificó como cazador y les pidió compartir el campamento.
-¿Caza para su sustento? -preguntó Brenda.
-Cazo para probar mi puntería -respondió el forastero- soy empresario, tengo dos profesiones, la caza para mi es solo una diversión -añadió.   
La tarde había dado paso a la penumbra, el anciano y su sobrino procedieron a encender un lamparín mientras todos se congregaron alrededor, don José  narró la creencia de que el chullachaqui sería un nonato producto de un aborto y por eso gustaría de llevar niños al bosque para tener con quien jugar; en dichos casos,  los niños solían ser hallados sin daños pero distorsionados sicológicamente bajo un comportamiento salvaje que solo sería curado por los chamanes de la zona; mientras platicaban, a lo lejos  se escuchaba  sonidos curiosos de pájaros cual si se acercasen; al cazador le parecieron tan inverosímiles esos relatos, tan alucinantes y tan basta aquella exposición que las relacionó con historietas que en su infancia infestaron sus pesadillas; atinó a repetir con fatuidad que no creía en leyendas de seres desconocidos, más bien, decía que  confiaba en cosas tangibles como una escopeta bien cargada de municiones; los asistentes lo miraron con temor, casi con repulsión, el anciano sugirió no retar al chullachaqui añadiendo que  quienes osan acercarse al depravado manantial de las afrentas terminan bebiendo tarde o temprano  la locura y la muerte.
-Ya es de noche y cada vez se escucha más cerca  ese silbido, ¿hay aves que cantan en la noche? -preguntó Brenda.
-El chullachaqui posee la facultad de imitar los sonidos de diversos animales por lo que sería poco menos que inútil explorar los abismos de lo desconocido -contestó el anciano; seguidamente, los investigadores convinieron en descansar; el cielo estaba iluminado por estrellas y una hermosa luna, Brenda y Ernesto cogieron al mismo tiempo otra lámpara y por cosas del azar sus manos se rozaron, ella se la cedió a él para que la encendiera; pero la suerte estaba echada, algo más que una lámpara se encendió esa noche;  Ernesto finalmente apagó la luminaria y  condujo a su amiga hacia los jardines de Epicuro, entraron al interior de una carpa y se fundieron en un beso profundo y apasionado; así prolongaron con embeleso una pasión que pareciera contenida hacía algún tiempo; cerraron los ojos y aguardaron (sin dormir)  que relumbrara el día;  al alba cada uno no haría más que mirar los pies del otro a fin de confirmar que fuesen pies humanos.
Al  despertar los biólogos y el cazador salieron de sus tiendas y vieron a lo lejos que don José les llamaba levantando sus brazos, los visitantes lo siguieron mientras el anciano caminaba por delante a unos treinta metros, tras veinte minutos de caminata, seguían viendo al señor José por delante y de súbito lo perdieron de vista; al caminar en la estrechez de la selva, un árbol espinoso laceró el dorso de una mano del cazador, mientras éste contemplaba la preciosa formación de una lenta gota de sangre, decidió trepar un árbol alto a fin de divisar  la zona en que se encontraban, seguidamente, a lo lejos  vio  un  lugar donde se juntaban dos pequeños riachuelos y sugirió dirigirse hacia  allí; al bajar del árbol, no hallaba su escopeta que minutos antes  había dejado al pié de aquel frondoso árbol; ni él ni los investigadores encontraron explicación a lo acontecido, quedaron absortos; tras varios minutos de búsqueda desistieron de su propósito y se encaminaron hacia los riachuelos mencionados; al llegar a ese lugar  apreciaron que a su alrededor habían varias de las plantas que los investigadores buscaban analizar, sorpresivamente reapareció el anciano que seguía caminando unos metros delante; los caminantes inferían que alguien los vigilaba hasta que llegaron a una pequeña loma desde donde se podía apreciar la zona y al notar que don José no dejaba que se le acerquen, apuraron los pasos mientras el anciano hacia lo mismo; los visitantes, intrigados querían confirmar la identidad de la persona a quien seguían.
Tras recorrer unos mil metros, pisando confundidas generaciones de rotas y rígidas hojas, se dieron cuenta que habían caminado en círculo pues habían regresado al pequeño campamento donde encontraron sentado  al anciano; seguidamente le narraron la inusitada desaparición de la escopeta e intercambiaron curiosas opiniones mientras don José contestaba que deberían hallar con premura algún árbol de lupuna colorada.
Los investigadores muy extrañados se dieron cuenta que el anciano no vestía tal cual lo vieron momentos antes, luego,    don José pidió le indicasen por donde habían ido, fue así que repitieron la caminata y estando en la pequeña loma divisaron el árbol denominado lupuna-colorada que suele identificarse como la casa del Chullachaqui; el anciano  mencionó que aquello era un buen augurio, Brenda y Ernesto procedieron a dejar  una cesta al pie del árbol con tres juanes y una botella de ventisho(5). Brenda estaba aun impresionada por lo acontecido mientras Ernesto  no salía de su asombro por las coincidencias del día anterior pues recordaba que en Cantón también había un plato tradicional de arroz con una presa de pollo, huevo de pato encurtido,  cubierto con hojas  de palmera y se llamaba “Choung”; en su mente se preguntaba por qué pudiendo haberse hecho el juane alargado como tamal o quizás redondo, tanto éste como el choung tenían forma de pirámide; mientras tanto, el cazador se mantenía intrigado por el extravío de su arma, decidido, pidió al anciano que lo acompañase;  se internaron  nuevamente en la selva y después de ubicar el lugar donde subió al árbol,  encontró sobre el suelo su escopeta pero en ésta habían anidado docenas de avispas que hambrientas  carcomían el mango de la misma, aletargando su dicción y traspasado de sorpresa, se precipitó  a pronunciar: -larguémonos de aquí, pero regresaré.
En días posteriores los investigadores encararon con entusiasmo la labor encomendada, definitivamente sus proyectos no se marchitarían sobre el papel, trabajaron día y noche como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida; al poco tiempo  disponían de un esquema de los componentes de la bebida denominada siete-raíces; su misión había sido identificar si existía sustento científico a la fama de que la gente de la zona tenía actividad sexual hasta la ancianidad y si aquello se debía al consumo de algún producto de la región, estaban maravillados pues la zona de la loma y los dos riachuelos contenían no solo gran cantidad de las plantas buscadas sino también diversas variedades dentro de las  mismas especies.

Definitivamente intuían que más que afrodisíacos, algunos de esos componentes contribuían a desinflamar y a limpiar de desechos el organismo, tales como el colesterol y las grasas saturadas que se acumulan y estrechan las arterias, dificultando la circulación que es básica para una relación sexual apropiada.
Al cabo de unos meses, la investigación daba sus primeros frutos, habían analizado los principios activos de la chuchuasha (6), huacapurana (7), Taquari (8),   icoja (9), sanando (10), clavo huasca (11),  fierro caspi (12), uña de gato,  también sangre de grado, moruro (13), ayahuasca  y  cascarilla (14); quedaba pendiente el estudio de los radicales funcionales y la sinergia de estos elementos al macerarlos con aguardiente y mezclarlos luego con miel de abeja. 
Pareciese que habían ganado los favores del Chullachaqui, quizás los estudiosos se tomaron muy a pecho el consumo de las siete-raíces siendo así que a los nueve meses de comenzado el  proyecto, éste tuvo otro fruto, Brenda dio a luz un robusto bebé.
Poco tiempo después, los investigadores se re-encontraron con el cazador que deambulando por las calles repetía:
-Te desdeñé desconocido amigo, fui mal aconsejado, la noche me condujo por errados  caminos, los antiguos asesinos me prestaron su razón, la oscura selva confundió mi andar, ¿dónde estás chullachaqui?.
En la búsqueda y el estudio de las mencionadas plantas, los investigadores habían encontrado diversas variedades y familias de otras plantas como el higo del duende comúnmente llamado huanarpo-macho (15),  el cual sería de sumo interés para el laboratorio y años después se convertiría en ingrediente  de un fármaco contra la disfunción eréctil; de este modo una vez más los estudiosos sucumbieron a los hechizos de la selva,    se internaron en el bosque para regalar juanes a ese ser  de ambivalente personalidad, generoso para unos,  maligno para otros y cuya leyenda  duerme acurrucada bajo  la sombra de la selva.

1      Uña de gato: Uncaria tormentosa, variedad que crece en la selva peruana con propiedades des inflamatorias e inmunológicas
2      Sangre de grado: látex de ciertos árboles amazónicos con propiedades des inflamatorias y cicatrizantes entre otras.
3      Chuchuhuasi: árbol amazónico con variadas propiedades curativas en su corteza y raíz.
4      Ayahuasca: liana de la Amazonía, banisteriopsis caapi, usada por chamanes como recurso psicoanalítico y psicoterapéutico.
5      Ventisho: Jugo de caña de azúcar macerado sobre hojas de plátano.
6      Chuchuasha: Corteza de árbol amazónico al cual atribuyen propiedades tonificantes y afrodisíacas.
7      Huacapurana: Campsiandra angustif, hierba medicinal amazónica.
8      Tahuari: Corteza amazónica, Tabebuia serratifolia.
9      Icoja: Corteza de árbol amazónico. Se usa como astringente y desinfectante entre otros
10    Sanango: Brunfelsia grandi- flora, fruto en baya ovado-redondeada. Tonificante
11    Clavo huasca: Tynnanthus panurensis. Corteza y raíz,  reconstituyente y energizante
12    Fierro caspi: Minquartia guianensis Aubl. Se le atribuye propiedades antivirales y antibacterianas.
13    Moruro: Cojoba arborea de la Amazonía. Se le atribuye ser energizante.
14    Cascarilla: También llamado quina. Es un medicamento febrífugo, tónico y antiséptico
15    Huanarpo macho: Jatropha macrantha,  renombrada  planta vigorizante de la Amazonía

sábado, 18 de junio de 2011

El primer viajero

Jhon E. Santiago


Los hombres vivimos contenidos en nuestro planeta, casi utópico, desarrollándonos cada vez más lento. Respondiendo las pocas preguntas de la vida que quedan sin responder y entre ellas, la más importante ¿Cómo se creó el Universo?
La teoría del Big Bang había sido rechazada, puesto que, como explicaban los científicos de la actualidad, el Big Bang requería de una pequeña explosión inicial, que daría como resultado inmediato el Big Bang.
Hacía solo tres meses la observación temporal era un hecho. El “Telescopio Temporal” había sido creado para observar y filmar la historia pasada para transmitírsela al mundo y esto se hacía en el departamento gubernamental donde yo trabajaba.
Cuando se culminó con la creación del “Telescopio Temporal” hubo una gran excitación en la humanidad, a los pocos días el gobierno comenzó a contratar gente para que el Departamento Temporal comenzase a funcionar.
Pocos días después de ser contratado, di una sugerencia que a nadie más se le había ocurrido. Observar el comienzo del universo.
Me ofrecí a ser enviado al pasado, a observar yo mismo la creación. Desde ese momento el tiempo transcurría a una velocidad indescriptiblemente lenta. Cada día estaba más cerca de ser el primer viajero en el tiempo. El primero en ver la creación, y sin embargo todavía debía esperar.
Durante tres meses, en los cuales mi paciencia había terminado por agotarse y mi comportamiento se había vuelto tosco por culpa de la excitación, el proyecto de la máquina del tiempo estuvo avanzando hasta llegar a la etapa final. Esta máquina me convertiría en energía y me enviaría a través del espacio-tiempo al pasado
Durante tres meses, el proyecto de la máquina del tiempo estuvo avanzando hasta llegar a la etapa final. Esta máquina me convertiría en energía y me enviaría a través del espacio-tiempo al pasado, en los cuales mi paciencia había terminado por agotarse y mi comportamiento se había vuelto tosco por culpa de la excitación.
Pero hoy era el gran día, hoy por fin realizaría mi tan esperado viaje en el tiempo. No creo que ningún hombre haya hecho tal hazaña antes, y no creo que se permita a alguien realizarla después. Yo, solo yo seré conocido como el gran viajero del tiempo, el hombre que vio la Creación con sus propios ojos. El hombre que había estado en el comienzo de los tiempos, como un pasivo observador.
Los técnicos me guiaron a través del pasillo. Uno de ellos me otorgó un traje, que según decían, me ayudaría a poder ser convertido en energía, que a través del Telescopio Temporal regresaría sin problemas, protegiéndome de cualquier tipo de energía o radiación que posiblemente se encontrasen en el origen de los tiempos. Su voz me puso nervioso, pero trate de auto convencerme, el técnico sabía lo que hacía.
Me otorgaron también un alimento de extraña forma, me dijeron que era uno de los pocos alimentos capaces de convertirse en energía, por lo tanto no moriría de hambre, lo mire bien, no parecía en nada un alimento corriente, me encogí de hombros y lo comí, al fin y al cabo, ¿Quién trataría de envenenarme?
Entonces me introdujeron en la máquina del tiempo. Primero sentí una ligera vibración, después todo lo demás fue casi imperceptible. Vi como el universo y el tiempo corría y sentí como si estuviese yendo corriente en contra… Finalmente llegué a mi destino. Miles de millones de años en el pasado y me encontré a mi mismo flotando en el vacío que dentro de menos de un día contendría a todo el universo conocido.
No había otra fuente de luz que mi traje. Todo lo que yo conocía aun no existía y ahora me encontraba en un vacío, sentí recorrer mi cuerpo un escalofrío. Estaba solo, en el más estricto sentido de palabra.
Llevaba un cronómetro. Faltaba menos de una hora para el comienzo del universo. Me pregunté si estaba flotando o cayendo sin sentirlo.
Las preguntas se formaban en mi mente y no podía menos que formulármelas a mi mismo y normalmente no tenía respuesta.
¿Qué sucederá ahora?, ¿existirá realmente Dios?, la hora había pasado, era el momento exacto de la Creación. Miré a mí alrededor, esperando, nada sucedía. Seguía siendo el único.
Mi estómago gruñó. Hacía una hora que había comido esa extraña fruta y ya me entraba hambre de nuevo. Según los científicos la comida dentro de mí debía de convertirse a energía en el momento justo de la explosión. Me pregunto si ahora soy delgado. Miré hacia mi estómago, pero el traje no me dejaba observar.
El tiempo seguía corriendo, ¿cuándo llegaría lo que sea que tuviese que llegar? En ese momento algo explotó, solo vi una llamarada incandescente en mis ojos y di un grito de horror.
Me desperté con el corazón acelerado con fuertes impulsos, con sudor frío, estaba temblando y asustado.
Tardé como una hora en normalizar mis sentidos. Realmente estaba muy desconcertado.

viernes, 17 de junio de 2011

Callapiña en Teoponte

Clara Pawlikowski

Mi padre bordeaba los 70. Cuando fue joven estuvo vinculado a las guerrillas del norte del país. Era uno de los pocos saurios que quedaban de esa época. A esas alturas de su vida se olvidaba de todas sus consignas guerrilleras. Abandonó a mi madre luego de casi treinta años de matrimonio y ahora vivía con una muchacha que podría ser su hija. O mi hermana menor.

Solíamos tomar café de tanto en tanto como para no desvincularnos, hablábamos de todo un poco pero nunca tocamos el tema de la separación. Nuestras reuniones no pasaban de una hora porque se me hacían aburridas.

Verlo con sandalias o con mocasines sin medias, vaqueros y politos ajustados como si fuera un chiquillo –me  llevaban los demonios– se le veía ridículo. Un día me preguntó qué me parecía si se pintaba las canas. Lo único que atiné a decirle fue que dejara de hacerse el payaso. No le gustó nadita mi respuesta, acabó el café y diciendo que tenía mucho que hacer se despidió rápido.

–Ay, qué huachafo el señor Tito –se rio Marina, la cocinera selvática que nos acompañaba muchos años en la casa, no bien le conté las ocurrencias de mi padre.

Sin embargo, como para comprenderlo, me dediqué en cuerpo y alma a leer las historias de todos esos bichos raros que en los años sesenta lucharon en las guerrillas.

En este lío metí a Fabricio, mi enamorado; para él mi padre era un fanfarrón, pasado de moda, reptil de otra época. Lo catalogaba por su vestir y porque cuando nos reuníamos sólo hablaba de cosas sin importancia; hasta dudaba que hubiese sido guerrillero. Buscando temas cayó en nuestras manos la historia de Teoponte. Fabricio me dijo:

–A ese peruano su jefe lo mató de un tiro en la nuca.

–Loco, ¿Qué dices? Te estás adelantando demasiado –le dije.

–Ay, niños. ¿Qué hablan? –metió su cuchara Marina.

A Fabricio no le gustó el tema y quería terminar de un solo tirón; al fin y al cabo era estudiante de ingeniería y estas cosas no le interesaban.

Lo que yo deseaba era encontrar tema para conversar con mi padre ya que me tenía podrida preguntándome si se teñía las canas o si se colocaba un piercing en las cejas.

Decidí prescindir de Fabricio y corretear a este peruano que se fue a Teoponte a luchar como lo hizo unos años antes el Che Guevara y mi padre.

Leí a trancazos a Rodríguez Ostria, un historiador boliviano que hacía poco había investigado minuciosamente la experiencia de Teoponte. Sólo enumeraba entre los extranjeros que participaron en la expedición al peruano Antero Raúl Callapiña Hurtado.

El sábado que me encontré con mi viejo, después de saludarlo, le hablé que estaba investigando sobre Teoponte como parte de una tarea en la universidad.

– ¿Teoponte? –Me preguntó–, ¿de dónde sacaste ese nombre?

–En ese lugar mataron a muchos guerrilleros como tú pero en Bolivia –afirmé.

–Me acuerdo muy poco, creo que no participaron peruanos  –me dijo.

–Sucedió hace cuarenta años en Bolivia, tres años después de la muerte del Che Guevara en Ñancahuazu. ¿Te acuerdas? ¿O es que los viejos van perdiendo la memoria, como dicen en internet? Yo creí que tú sabías sobre esto y que me podías ayudar  –me miró irritado, no sé si porque tocaba sus fibras de luchador social o porque le sonaba a sorna.

 Al poco rato se acercaron a la mesa unas muchachas amigas de su actual mujer. Y después de besitos van y besitos vienen, me las presentó y yo me retiré al toque.

De todas maneras, ya me había enganchado con el tema, así que seguí leyendo sobre Callapiña. En la expedición, que duró muy poco, participaron en su mayoría jóvenes de la clase media boliviana, unos pocos obreros, otros campesinos; aunque colaboraron también argentinos, chilenos, fue Callapiña el único peruano.

Habían formado el Ejército de Liberación Nacional (ELN), un conglomerado de diversos partidos de izquierda y con algunos cristianos seguidores de la Teología de la Liberación.
Por esto último, hasta antes del estudio realizado por Rodríguez Ostria, en Bolivia creían que fue una expedición exclusiva de jóvenes cristianos.

El siguiente sábado, mi padre vistiendo un polito rojo y sus jeans desteñidos, me esperaba como siempre en la cafetería.

 –Estuve leyendo sobre Teoponte  –me dijo.

 –Qué bueno que te hayas acordado. No me refiero a tu edad, me refiero al tema por si acaso.

 –Dejémonos de ironías Zarela, hablemos como adultos.

 Me hice la desentendida, mi padre siempre ganaba, tenía una gran habilidad “para voltear la tortilla”.

 Fue así que comenzó a contarme sobre la experiencia de Teoponte.

–Estas personas se embarcaron en dos camiones con enlatados para su sustento y armas de fuego camufladas, aparentando ser alfabetizadores y se dirigieron al norte de la Paz. Este viaje duró aproximadamente cien días y pocos fueron los que terminaron vivos.

El ejército boliviano con el apoyo de los Estados Unidos los acorraló y los dejaron morir en la selva. Coparon todos los pueblos de los alrededores. Así que los guerrilleros no pudieron pedir ayuda de ningún tipo. Estaban desconectados con el exterior porque lo primero que hicieron, vencidos por la fatiga, fue abandonar un equipo de radio antiguo y muy pesado. Muchos murieron de hambre, otros fueron ejecutados por el que dirigía la expedición.

– ¿De dónde sacaste todo eso? ¿Fue tu experiencia o en efecto así sucedió? ¿Y tú cómo saliste vivo? –lo abarroté de preguntas. 

 –Leí en mis ratos libres para ayudarte, se conoce poco sobre Teoponte  –me dijo.

 Realmente, este tema no era una charla de café. Esta vez no fueron sus amigas, fui yo quien cortó la conversación, tuve que despedirme volando porque tenía clases en la universidad. Vi que se quedaba contento, al menos no habíamos hablado de sus piercings, más bien lo vi con un corte de pelo un poco raro.
Cuando me informaba de este suceso imaginé primero que Callapiña se había escapado con un compañero,  anduvieron dando vueltas en el monte y volvieron a encontrar a sus camaradas después de algunos días.
Fueron juzgados como desertores y asesinados por el Chato Peredo, jefe de la expedición. Creí que así murió Callapiña, porque leí que a uno de los fugitivos lo  llamaban Perucho, lo ligué con Perú, pero informándome mejor, resultó ser el seudónimo de un boliviano.

Tenía razón mi padre, algunos fueron muertos por sus mismos compañeros; en este sentido coincidía con Fabricio, pero lo de mi enamorado era un tiro al aire. Pura intuición.

Poco tenía para contarle sobre este estudiante que aparentemente nadie reclamó por él;  así que me enfrasqué en mis fantasías y resultó lo siguiente:

Raúl, como nombre, generalmente corresponde a una persona de naturaleza diligente, cuidadosa y emotiva.

Le gusta sentirse realizado y mejorado. Pero, ¿habrá sido así Callapiña?

Paremos un rato en este párrafo y pensemos en Raúl. Tal vez en ese entonces tendría veintitantos años, mi edad y la de la nueva mujer de mi padre.

Qué difícil se me hacía cualquier cosa en esta etapa de mi vida. Mis referentes se hicieron las extravagancias de mi padre y las tristezas de mi madre.

En lugar de lanzarle un huevo en la cabeza a mi padre, decidí meter a la madre de Callapiña por algún lado.

Le iba a saber a “chicharrón de sebo” cuando lo supiese. Nada de mencionar a la madre de cualquiera, como él abandonó a la mía, me cambiaba de tema cuando lo hacía. Imaginé la emotividad de Callapiña cultivada por su madre, quizás maestra de escuela o agente pastoral. 

Las enseñanzas maternas le hicieron tomar conciencia de la realidad de Cusco y Puno de la época, de las condiciones paupérrimas en que vivían los campesinos. Y que, a pesar de eso, tenían que pagar a los gamonales tributos como el yerbaje para el pastoreo de sus animales, y como el famoso “reparto” que era la entrega anual de lana a los notables.        

Vivió de cerca las tomas de tierras, las masacres a los campesinos por los policías en los desalojos, de las injusticias que no  se superaban a pesar de las reformas ofrecidas por el presidente Velasco.

Los exámenes me alejaron, por momentos, de este asunto, deje de ver a mi padre por unas semanas. Él me escribía mensajitos de texto en el celular: “Te extraño Zarela”, “¿Cuándo nos vemos?” “¿Cómo saliste en tus exámenes?”

Pensé que si tanto le interesaba, ¿por qué se fue de la casa? ¿Sería su conciencia sucia la que le hacía mandarme esos mensajes? ¿O era quizá parte de su comportamiento de jovencito, para estar a tono con su mujer?

Nuevamente volví a Teoponte.  Hablarle a mi padre de mis cursos sobre literatura europea o de lingüística, sería recontra aburrido. Mejor  era darle en la yema del gusto: hablarle de guerrilleros.
Por eso cuando nos encontramos de nuevo, le largué de paporreta todo lo que sabía y lo que me había inventado de Callapiña. Él me seguía atento, no atinó a decir palabra, desconcertado, esta vez gané por goleada, me dije.

Pero como él nunca era buen perdedor, y le gustaba lucirse hasta la petulancia, abrió la boca:
         
–Flores Galindo ubicó en esos años ciento treinta siete movimientos campesinos, cuarentainueve de los cuales eran en el sur.

Gran cosa que no me decía nada. Entonces mis quimeras no estaban por mal camino, él solía citar libros y hacer gala de sus lecturas. Yo volaba con mis fantasías, tratando de romperle los esquemas, y seguro que lo descuadré. No me preguntó dónde había leído. Eso daba pie para  discutir, pero se quedó callado.

Yo seguía conjeturando sobre Callapiña: era un joven diligente, dinámico y de respuestas rápidas. Abandonó un buen día su hogar y viajó a Bolivia donde se adhirió al ELN. Y, por ese espíritu más de seguidor que de líder, no  hizo mella en su persona el recibir órdenes de Peredo, sin dilación. Por su carácter cuidadoso el grupo lo admitió porque no aparentaba ser un delator.

Según yo, Callapiña Hurtado era un estudiante citadino y no entendía cómo sin ninguna experiencia de caminar en la selva boliviana aceptó participar en Teoponte. Se entrenó, como los otros participantes, con una mochila repleta subiendo y bajando las calles de la Paz.
Hablando con Fabricio, pregunté:

– ¿Dónde se habrá entrenado mi padre? ¿Cómo así fue que no lo mataron? Le escuché sus historias pero nunca le paré bola. Me parecía un hombre falso. Al  final, cuando se fue de la casa, me convencí que de guerrillero no tenía nada. Por eso me empeñé en curiosear cada vez con mayor ahínco la vida de Callapiña.
Creía que todos eran unos poseros.

Hasta escuché la grabación de uno de los guerrilleros que había salido vivo, y refería lo siguiente:

–A las dos semanas se nos acabaron los víveres. Faltos de experiencia y de vida en el monte, como ninguno conocía la selva, nos alimentábamos de raíces y tallos que parecía comestibles. Por eso muchos se enfermaban y no podían caminar. Nunca pudimos cazar nada. Algunos se caían caminando, sus cuerpos les pesaban demasiado, nuestra ropa estaba hecha jirones. Algunos se suicidaron, otros murieron de agotamiento. 

En conclusión, conociendo a mi padre, estos patas eran unos inútiles.

Tan inútiles que, los que se escapaban, fueron encontrados y fusilados por los soldados del ejército que los tenían acorralados.

–Tampoco juzgues tan mal a tu viejo, Zarela. Tal vez estuvo en lo que ellos llaman la retaguardia cuando luchó con De la Puente–me consoló Fabricio  para calmarme.

–Oye, Fabri, mejor, ¿por qué no dices que vio muchas películas? Conociéndolo, a él le hubiera gustado ser el actor principal.
Cuando me encontré con mi padre la última vez, casi me caigo de espaldas. Llegó tarde a la cafetería en una moto rockera y con una casaca negra un poco extraña.
– ¿No me digas que ahora eres un emo, la secta que se visten de negro? –lo saludé.

Ya me habían contado en la universidad que vieron a mi padre con la nueva enamorada, “una de sus alumnas que vive en La Punta”, mis amigos sólo atinaron a reírse. Ahora sospecho por qué lo hicieron.

–No es para tanto, Zarela, un amigo me la ha prestado y quería ver si te animabas a dar una vuelta.

– ¿Vuelta? –exclamé–. Si con las justas puedes ver. Qué loco eres manejando sin lentes.
–No los necesito. Me operé de la vista. Quizá otro día te animes.

Me parecía forzado hablarle en ese momento de Callapiña, él estaba interesado en otras cosas. Nunca me habló de sus enamoradas ni me preguntaba sobre mi madre. Siendo profesor en una universidad, cuando le pedía dinero decía que tenía con las justas. Lástima. Le llegó tarde jugar a ser un adolescente sin preocupaciones.

Mi madre encontró un trabajo en una ONG y yo no la veía todo el día. Había tratado de salir airosa del divorcio aunque a veces se le notaba triste. Por otro lado, mi padre quería cumplir conmigo pero sólo invitándome una taza de café semanalmente. Entonces, ¿qué me quedaba? ¿Con quién terminar esta historia?
¿Qué hacer con mi vida? Sólo Marina me acompañaba durante los almuerzos.  

Tenía en la cabeza un carrusel  de preguntas sencillas pero no encontraba respuesta. Mis padres andaban en lo suyo. Cada vez me alejaba de Fabricio, a él le empezaban a interesar otras cosas. Terminar su carrera, hacer su maestría, triunfar, ganar dinero a raudales construyendo una ciudad entera, tal vez lejos de mí.

Yo no creía en las guerrillas, por dentro me rebullía una gran rebeldía, con la potencia de un AKM; pero, ¿a quién dirigirla?                    

He pensado durante semanas. He  cavilado sobre mi vida y sobre Callapiña. Me resisto a entender que sabiendo que iban a travesar la selva estos jóvenes nunca habían ido ni quiera a visitarla.

Yo también me sentía atrapada en una hondonada sin salida; todos ocupados y yo buscando complacer a mi padre con un bendito tema.

Marina, nuestra empleada que era de la selva, me escuchó una noche entera sobre Callapiña, y me dijo:

–Zareta, si donde estuvieron era un bajeal o sea una selva pantanosa, era difícil de avanzar. Todo es húmedo.  Plagado de mosquitos y de culebras. Pero  si han estado en selva de altura, podrían haberse alimentado del corazón de las palmeras y de frutos de algunos árboles. Y si era una selva virgen pudieron cazar añuje y majaz. ¿Sabes, niña Zarela?, las alturas terminan en quebradas  y ahí pudieron pescar.

De hambre murió Néstor Paz, el Comisario del grupo, una persona muy querida. Su cadáver fue cargado durante varios días hasta que al cruzar un río, la  corriente se lo llevó.

En Bolivia se tejieron muchas historias alrededor de esta expedición, una de ésas fue precisamente, la de Néstor Paz. ¿Cómo pudieron encontrarlo luego de 19 años de muerto, cuando su hermano Jaime fue presidente de la república?

Si alguien se ahoga en algún río de la selva  y lo encuentran en los días siguientes sólo recogerían el esqueleto, lo demás lo devoran los peces sobretodo las pirañas y los caneros pero después de diecinueve años ya no quedarían ni los huesos. Sin embargo, no hay duda son hallazgos que sólo los presidentes de nuestras naciones pueden hacer. Los restos de Néstor Paz encontrados cuando su hermano fue presidente, reposan cerca de un molle en Santa Cruz de la Sierra.

martes, 14 de junio de 2011

Cuando sólo deseas una luz y una copa de vino

 Ricardo Ormeño
                  

            

          Hay días muy especiales, hay días que se añoran, que se desean, Jorge Frías no tenía uno de esos días desde hace mucho tiempo, había podido regresar a su casa a almorzar, y para él aquello era verdaderamente importante, la intervención quirúrgica había tardado cerca de cinco horas y el estar en contacto con el agua caliente, era parte del programa hogareño. Bastaba una hora y media a dos horas para sentir que su alma se encontraba en condiciones óptimas para volar por jardines, prados, bosques y demás escenarios imaginables sólo en grandes pinturas, pero Jorge no tendría esa satisfacción, la discusión con su esposa hace tres días creaba un ambiente tenso y absurdo que lo incomodaba hasta llegar casi a la desesperación, sin embargo el sólo pensar en el descanso lo llenaba de valentía para enfrentar a aquel monstruo de hielo sin comunicación alguna con el que había contraído matrimonio hace más de una década. Jorge entra a la ducha y empieza a sentir el placer del agua en su cuerpo una mezcla de relajación y placer sexual, el doctor Frías era todo un sibarita, sin embargo el contacto con el jabón y el especial masaje que provocaba el fuerte chorro del cristalino elemento no duraba nunca más de treinta minutos. Terminado su relajante ritual queda envuelto en la enorme toalla cayendo con ella por unos segundos en su cómoda cama y cerrando los ojos siente que su alma desea pasear. ! No ahora no, tengo que volver al consultorio! –se decía así mismo Jorge.


           El descanso y la pequeña siesta de veinte minutos hizo que el estado de ánimo del doctor se estabilizará sin llegar a dibujar una pequeña sonrisa como en otras ocasiones, pero bastó como para intentar salir rápidamente, pasar al lado del temible mounstro de hielo y correr a refugiarse en el trabajo. Unos metros antes de arribar a su clínica el doctor Frías observa como se desliza sutilmente la puerta del garaje dándole la bienvenida, Jorge siente una extraña pero gratificante sensación eran las tres de la tarde y sus pacientes habían sido citados a partir de las cuatro y media , lo que le daba unos minutos glorificantes para leer, escribir, responder mails, o simplemente levantar las piernas sobre su escritorio y prepararse psicológicamente para trabajar intensamente durante unas tres horas, Jorge ya no era obeso como cuando era joven y tampoco llevaba los gruesos bigotes que acariciaba cuando tenía que realizar un diagnóstico cual detallista e inteligente detective extraído de alguna novela o película, no ya no era así , el deporte y el querer dar el ejemplo a sus pacientes había realizado casi el milagro de convertirlo en una persona lo suficientemente atlética como para soportar la tensión de su profesión y la de prevenir una hipertensión arterial como sufrió su padre. El doctor ingresa su automóvil al garaje privado, ahora sí sonriente, saluda a la simpática secretaria cuando de pronto observa que los muebles de la sala de recepción se encuentran totalmente llenos de seres humanos, sin embargo saluda a todos con cortesía y se dirige de prisa al consultorio.
-¡Jessica, me puedes decir que pasó! – pregunta el cirujano a su secretaria.
-Doctor todos decidieron venir antes ya que el tráfico en la ciudad está insoportable.-respondió la simpática secretaria.
-¡Todo hace pensar que se pusieran de acuerdo, en fin déjame que me siente un minuto por favor! –casi suplicaba el doctor Frías sin pensar que sus suplicas no serían escuchadas por nadie y que sus horas de trabajo ya no serían tres esa tarde sino cuatro.



            Cuando el sonido de un teléfono es melodioso, inmediatamente nos ofrece  una grata sensación a nuestro cerebro, ese dulce sonido entonces es codificado como un placer al atender la llamada, pero cuando un teléfono que emite angelicales armonías es destinado para el trabajo la situación cambia un poco y si nos referimos al trabajo del doctor Jorge Frías la situación realmente podría desquiciar a cualquiera, ahora si a ése teléfono le agregamos dos más y encima lo decoramos con dos celulares muy simpáticos y muy a la moda, pues logramos aparte de una torta de compleja telefonía, entender que si las bellas armonías y melodías de orquestas sinfónicas o grupos populares no se ponen de acuerdo, las cuerdas se superponen a la teclas, los vientos entran en batalla con las percusiones y las guitarras contra las trompetas luchando por sobresalir todos a la vez creando una atmósfera de verdadero caos y destrucción no sólo para nuestros oídos sino para nuestro cerebro que en instantes empieza a querer defenderse tratando, no de fungir de director de orquesta corriendo de un lado a otro o girando la cabeza de derecha a izquierda para lograr orientar a tan virtuosos músicos sino de radar de última generación, para saber cual o cuales son los que deben atendidos  primero, es en esos desesperantes momentos en que aparece dentro de nosotros  el sublime gusto de coger algunos de esos tecnológicos, bellos, simpáticos y hasta envidiables aparatitos y estrellarlos contra la pared. Jorge necesitas un descanso urgente en muy buena compañía lejos, muy lejos de allí.


        La tarde transcurre sin darle un respiro al doctor Frías, los pacientes impacientes desean ser atendidos con prontitud y los teléfonos con resonante algarabía se ponen de acuerdo para entonar sus melodías uno detrás del otro.
-¡Doctor, disculpe que lo interrumpa, tecno medical desea pasar a cobrar ahora! –comunica la secretaria por el teléfono interno.
-¡Pero…ahora, no entiendo ellos siempre se demoran en cobrar y estoy atendiendo las consultas, diles que si puede ser mañana, total recién hemos utilizado sus insumos hace unas horas! –respondió el doctor disculpándose ante su paciente por la interrupción.
-¡Muy bien doctor, pero también han llamado la señora Vergara, quiere que se comunique urgente, su hermano desea lo mismo con usted, y la señorita Carbajal piensa operarse cuanto antes porque empiezan sus clases! –informaba la dulce secretaria.
-¡Muy bien los llamaré luego, diles que estoy en consulta y no puedo atenderlos! –respondía el cirujano con incomodidad.


                Los minutos transcurrían y el agotado doctor Frías sólo pensaba en llegar a su casa, tomarse una copa de vino y buscar aquella enigmática luz blanca e intensa como la nieve que se le cruzaba de vez en cuando en algún sueño, eso bastaba para sentir las  fuerzas necesarias para seguir adelante. Los pacientes salían y entraban de su consultorio, consultas nuevas, controles, curaciones y de vez en cuando salía casi corriendo hacia el área de hospitalización para observar la evolución del paciente recientemente operado.
-¡Doctor, tengo en la línea a la señora Gonzáles, dice que le duele la mama izquierda y se encuentra asustada, quiere que la llame urgente, bueno también ha llamado la señora León, dice que el tarot le aconseja que la opere el próximo viernes pero no en el horario de costumbre sino a las tres de la mañana! –interrumpía la aturdida secretaria.
-¡Bien tienes mis celulares y todos los teléfonos, diles que los llamaré a la brevedad posible, pero ayúdame que ya estoy realmente mareado! – expresaba el doctor Frías casi desesperado.


                  Conforme las horas pasaban el doctor Frías empezaba a sentir que su copa de vino y la extraña luz de sus sueños se encontraban cada vez más cerca, cuando de pronto el bendito teléfono interno suena otra vez.
-¡Doctor, disculpe pero ha venido la paciente Krauss y su esposo quiere entrar a su consultorio urgente, no entiende que debe esperar y se encuentra muy agresivo! –informaba muy nerviosa la secretaria.
-¡Pues que esperen, no puedo hacer más y que pase de una vez la siguiente paciente! –ordenaba el doctor. Cuando de pronto se oye el fuerte sonido de la puerta del consultorio, no era necesario convertirse en Sherlock Holmes para suponer que la persona que emitía ese brusco y fuerte sonido se encontraba cargado de agresividad; el doctor se levanta y se dirige a abrir la puerta encontrando una persona de mediana estatura, corpulento, vestido con un saco muy ajustado, de rasgos oscuros y toscos que le traen a la memoria del doctor aquellos boxeadores de la liga americana que tanto disfrutaba con su padre por la televisión; al lado de él, Josefina Krauss una mujer de la misma estatura que su pareja que escondía la belleza de sus ojos verdes, cabello rubio y finos rasgos faciales, en su gruesa contextura que la había llevado a someterse a una liposucción hacía más de un año y a una abdominoplastia hacía dos meses.
-¡Doctor he venido para hablar con usted y quiero decirle que necesito saber la verdad, soy muy agresivo y no tengo paciencia! –expresó enérgicamente el intimidante sujeto.
-¡Tomen asiento y ante todo quisiera saber quien es usted! –respondía el doctor Frías.
-¡Soy esposo de Josefina y tengo las pruebas! –afirmaba con seguridad el símil de un famoso boxeador mientras, a su lado, Josefina sollozaba sin consuelo.


              El amable doctor Frías no entendía nada, miraba a Josefina Krauss y ella se limitaba a llorar, realmente no entendía nada, había conocido a Josefina hace unos meses acompañada de Raúl Montes su esposo que vivía en Japón y que se había sometido a una rinoplastia justo el mismo día y en turno seguido a la intervención de Josefina; venía a su memoria los abrazos y besos apasionados de la pareja de esposos en la recepción de la clínica no importando la presencia de las demás personas, escogiendo siempre el mueble de un cuerpo para depositarse enroscados como dos alocados adolescentes.
-¿Pruebas de qué? –preguntó sorprendido el doctor.
-¡De la infidelidad doctor, ella lleva la prueba, el corazón, usted le ha hecho un corazón y dígalo de una vez que soy muy agresivo! -respondió la copia fiel de un ex boxeador.
-¿Corazón dónde por favor? Sea más explícito –preguntaba Jorge Frías.
-¡Cómo se le ocurre hacerme esto doctor! , ¿Le gustaría que le hagan esto a su esposa? –preguntaba Josefina llorando sin control.
-¡El ombligo doctor, usted le ha hecho un ombligo en forma de corazón y esa es la prueba de la infidelidad y como le he dicho soy muy agresivo! –expresaba enérgicamente el supuesto esposo de Josefina Krauss. El siempre amable y cortes doctor Jorge Frías siente que la calma, paciencia y ecuanimidad comienzan a convertirse en palabras extrañas, casi nunca oídas o escritas y después no de un día complicado por la tensión del trabajo sino de varias semanas plenos de días complicados, se pone de pie.
-¡Bueno ya basta, a usted señor no lo conozco, viene, interrumpe en mi consultorio y me habla de un corazón en el ombligo de su esposa y que encima es usted muy agresivo, pues le diré que yo también soy muy agresivo y no va a venir nadie a decir o hacer lo que le plazca y contigo Josefina no puedes escudarte en que guarde los secretos e información de mis pacientes porque para todo hay un límite, tengo todas las consultas y operación incluidas filmadas y grabadas, así que o me dicen la verdad de sus intenciones o hablo y cuento todo sin importar las consecuencias –amenazó el doctor de manera determinante y sin mostrar signo alguno de vacilación a pesar de no tener realmente nada grabado o filmado.
-¡Lo privado no doctor, es privado usted no puede decirlo! –acotó Josefina
- ¡Pues bien ante todo veamos ese ombligo de una buena vez! – ordenó el doctor, que muy molesto se limito a examinar con detenimiento la prueba de la infidelidad.
-¡Pues bien esto es una mala cicatrización, se llama cicatriz hipertrófica, muy similar al queloide que deben haber oído alguna vez, Josefina ha debido acudir a sus controles y no desaparecerse por casi mes y medio y esta cicatrización antojadiza en forma de corazón no hubiera existido, así que si desean corregirla, a partir de mañana mismo vienen a los controles pertinentes y me firmaran la asistencia en cada una de las citas para no tener problemas con ustedes a no ser que deseen irse a otro sitio pero aquí se debe hacer esto y punto! –explicó el doctor dispuesto a enfrentarse ante cualquier demonio o monstruo que se le apareciera en el camino.
-¡Doctor es usted un profesional le aseguró que vendremos a las citas, es más lo recomendaré con mi hermana que también tiene una cicatriz similar pero en la pierna, la traeré se lo aseguró! –finalizó el símil de pugilista levantándose y despidiéndose con un fuerte apretón de manos.


          Tras la despedida el doctor Frías se comunica con su secretaria para saber si los pacientes que esperaban en la sala percibieron algo ya que la conversación había sido muy intensa y amenazante esperando alguna respuesta misericordiosa por parte de ella, la cual recibió muy delicadamente haciéndolo sentir algo más tranquilo. Jorge no olvides que tu copa de vino te espera. Los pacientes pasaron uno tras otro, los teléfonos cumplieron con su función hasta el último minuto, no dejando en paz a Jorge, pero por fin se terminó el día, era viernes y generalmente Jorge no acudía a ningún sitio ya que siempre terminaba casi destrozado física y mentalmente debido al extenuante trabajo de la semana.
-Mañana haré lo que no hago hace mucho tiempo, me quedaré en la cama y punto, soportaré hasta un cataclismo pero nadie me moverá de allí –pensaba el doctor casi desesperadamente.


              El despertar del doctor al día siguiente fue muy placentero, la copa de vino de la noche anterior se había convertido en una botella, sólo así pudo conciliar el sueño automáticamente sin poder siquiera intentar buscar aquella enigmática luz que a veces lo llevaba a paseos oníricos increíbles, simplemente se sintió desconectado totalmente.
        A pesar de la poca comunicación con su esposa, situación muy habitual que se traducía en recibir una taza de café de parte de ella sin necesariamente llevar consigo una sonrisa, era lo mejor que se podía esperar pero cuando las discusiones se daban era una semana sin hablarse, así que Jorge se estiró totalmente en la cama luego de servirse su café él mismo y ver un poco de televisión poniendo énfasis en los programas de actualidad y así enterarse un poco de lo que acontecía fuera de su clínica. El doctor disfrutaba de su descanso, no quiso en esa ocasión reunirse con sus amigos en el club como todos los sábados, sino descansar, sólo descansar, hasta que al darse cuenta que se había perdido de muchas noticias durante la semana,  es cuando se  dispone a perseguir tenazmente todos los programas noticiosos o similares logrando encontrar uno en el cual daban cuenta, en un extenso reportaje, de la preocupación del ministro del interior por un ex policía que había resultado ser jefe de una banda de secuestradores, quien además se encontraba involucrado en la falsificación de visas para los Estados Unidos, dicha preocupación se debía a que dicho individuo exigía retornar al cuerpo de la policía al que había pertenecido por no haber sido encontrado culpable ante ningún juzgado, Jorge gira su cabeza a la vez que deja su taza de café en una pequeña mesa al lado de su cama quedando estupefacto al ver la fotografía de Ronaldo Medina, personaje intimidante que había visitado su consultorio el día anterior. Jorge salta literalmente de la cama tratando de grabar el reportaje, al no lograrlo corre hacia el teléfono y llama al primer amigo que se le cruza por su mente.
-¡Carlos, habla Jorge! , ¿Estás viendo la televisión en estos momentos? –pregunta con voz entrecortada el doctor.
-¡Sí claro estoy justo viendo un reportaje acerca de un secuestrador¡ -respondió Carlos
-Te llamo por la sencilla razón que ése tipo estuvo en mi consultorio y tuvimos un intercambio de palabras, inclusive me levanté y le dije que yo también era muy agresivo, en fin te contaré luego con paciencia pero ahora hazme un favor corre y grábame el programa, luego te vuelvo a llamar para contarte con lujo de detalles –despidiéndose ansiosamente Jorge.


                 Llegó el lunes y Jorge luego de haber contado su historia no sólo a Carlos sino a sus familiares y algunos amigos más, se encontraba esperando a Josefina Krauss quien acudiría a su consultorio acompañada de tan peligroso sujeto.
-Doctor buenas tardes, le presento a mi tía Laura, vengo como acordamos –saludó Josefina.
- Buenas tardes, tanto gusto conocerla señora –saludó el doctor muy parco a la tía de la señora Krauss.
-¿Vieron el reportaje televisivo de ayer? –preguntó el doctor algo incómodo esperando alguna reacción por parte de ellas.
-Sí doctor, pero todo es mentira, de paso ya que toca el tema quiero disculparme por lo que pasó el viernes, lo que sucede es que como vino mi esposo de Japón después de tanto tiempo y no sólo me acompañó en la operación sino que él también se operó no pude evitar pasar unos buenos momentos con él, pero Ronaldo no debía enterarse –explicaba con mucha soltura y sin preocupación la rubia Krauss.
- No entiendo bien esto así que mejor explícamelo muy bien –casi ordenaba el doctor tuteándola de manera casi desafiante
- Lo que sucede es que la persona que me mantiene económicamente es Ronaldo no mi esposo que vive en Japón y nunca me envió ni dinero ni saludos y justo ahora se apareció y al creer que algo bueno pasaría con él, es que evité que se cruce con Ronaldo, pero ya ve tan sólo tres meses estuvo aquí y ya se fue de nuevo, así que al evitar que Ronaldo pise su consultorio pensó que usted era mi amante, eso es todo doctor –narró Josefina casi sonriendo.
-¡No entiendo lo que dices, me ha podido matar de un balazo y luego hacerme las preguntas! –intervino el doctor totalmente contrariado.
-La verdad es que también lo siguió a usted por casi dos meses e incluso envió a uno de sus amigos para hacerse pasar como paciente para ver si descubría algo y no sucedió nada doctor así que no se preocupe-respondió Josefina.
-¡No me preocupe, ha podido desgraciar a toda mi familia y tú eres cómplice, es más creadora de toda esta peligrosa y desconsiderada situación! –acotó el doctor Frías indignado por tal descaro de Josefina al narrar los hechos.
-¡Bien doctor disculpe que interrumpa pero creo que esto ya pasó y más bien vayamos a lo que queremos – interrumpió Laura la tía de Josefina.
-Bien ¿Qué es lo que desean? – preguntó Jorge imaginándose  ya cualquier cosa y empezando a desear su copa de vino esa misma noche de manera urgente con luz o sin luz onírica incluida.
-¡Doctor, deseo otra liposucción arreglarme las mamas y tal vez algo en la cara – intervino la señora Krauss muy segura de sí misma.
-Lo que sucede es que Ronaldo quiere volver a la policía y como usted sabe, ganan muy poco como para mantener a mi sobrina como se debe, así que Josefina ha tomado la decisión de arreglarse todo lo que pueda porque quiere ser prostituta –explicó la tía Laura casi con un tono de administradora.  


                Jorge se limitó a tratar la cicatriz y no entendió nunca porque razón no volvió a ver a Josefina,  después de tan sólo tres citas desapareció literalmente del mundo. Dos meses después, Laura  tía de Josefina Krauss, se comunica telefónicamente con el doctor Frías solicitándole una atención de emergencia para la guapa sobrina la cual había sido agredida por el explosivo  Ronaldo, quien no pudiendo controlar sus celos, no encontró mejor solución que vaciar el tambor de su revólver a la persona que se encontraba con ella, sin imaginar que no era más que un asiduo cliente. Segundos después enviste cual toro de lidia a la rubia de ojos verdes propinándole una serie de golpes por todos los ángulos posibles, produciendo marcas y fracturas severas en el rostro debido al efecto contuso y cortante de los gruesos anillos con exóticos adornos que llevaba en la casi totalidad de los dedos de ambas manos. Laura suplica al doctor Frías por la atención de su sobrina asegurando que no pasará nada con Ronaldo quien se encontraba detenido. El doctor Frías abandona la sala de operaciones a las dos de la mañana indicando una hospitalización para Josefina no menor a tres días, se dirige automáticamente a su hogar y decide administrarse una tableta de un fuerte sedante y literalmente caer inconsciente antes de colapsar y desgraciar realmente a su familia olvidándose por completo de su ansiada copa de vino y de su enigmática luz brillante que en sus sueños lo transportaba por fantásticos parajes nunca imaginados.